TRIBUNAL Y JUICIOS
EN EL HADES
Un microrelato que
expone el fracaso de la visión
occidental sobre el amor, o un inminente
destino materialista…
Cero espiritualidad, ¡el
amor no era también espiritualidad?
En
los abismos donde el tiempo es ceniza y la esperanza se marchita como una
flor envenenada, el Tribunal de Hades se
erige en su solemne y aterradora majestad. Allí, entre sombras eternas y ríos
sangrientos, un juicio singular ha sido convocado: los más grandes pensadores
de la historia han de definir la naturaleza del amor ante un jurado compuesto
por entidades primordiales. Un lirio blanco y perfumado silencioso sse alza sobre la mesa... "Si fallan, el concepto mismo del amor será
desterrado de la existencia, despojado de los labios de los vivos y de la
memoria de los muertos".
Hades,
el imperturbable señor del inframundo, preside la corte junto a la Esfinge de
enigmas implacables, el Minotauro de cuernos funestos y el insondable Cthulhu,
cuya presencia exhala locura. Entre los asistentes, Alambarg (el primer Drácula)
observa con indiferencia milenaria, mientras la Medusa, su cabellera de víboras
siseantes, amenaza con transformar en piedra cualquier argumento vacío.
─Platón da el primer paso en la danza del
destino. Su voz resuena como un eco en la caverna del tiempo: “El amor es la
sed de lo eterno, la sombra de la Belleza primigenia que anida en las almas. En
mi ‘Banquete’, escribí que lo terrenal es solo un pálido reflejo de lo divino.”
─Almabarg ríe con una mueca de
ultratumba. “¿Belleza? El amor no es más que una fiebre que nos consume, una
mordida en la yugular del espíritu. Es deseo, posesión, ansia que devora y
trasciende la muerte.”
─Aristóteles levanta la mano con la calma de
quien mide el mundo: “Platón persigue sombras. Platón es un idealista!! El amor
no es un ideal etéreo, sino una inclinación natural hacia el otro, un lazo
forjado en la virtud y el reconocimiento mutuo.”
Medusa
entrecierra los ojos centelleantes. “¿Y qué destino aguarda a los que aman sin
ser amados? ¿Es el amor solo un privilegio de los correspondidos?”
─San Agustín suspira con gravedad monacal: “Solo
en Dios hallamos el amor verdadero. Todo lo demás es pasajero, ilusorio. El
amor divino es la única llama que no se apaga.”
El
Minotauro resopla y golpea la piedra con su pezuña hendida. “Dios no pisa estas
tierras. Aquí, el amor no es salvación, sino condena.”
─Schopenhauer contempla el juicio con el hastío
de quien conoce la farsa de la existencia. “El amor es el engaño de la
Voluntad, una treta cruel para perpetuar la especie. Nos esclaviza, nos hiere,
nos arroja a la desesperación.”
La
Esfinge sonríe, indescifrable. “Si el amor es una mentira, ¿por qué el hombre
muere por él?”
─Nietzsche golpea la mesa con furia trágica.
“¡El amor es la voluntad de poder! No es ternura, sino afirmación. Los débiles
aman porque temen el vacío. Los fuertes trascienden el amor mezquino y crean su
propio destino.”
Cthulhu
emite un gemido abismal, un sonido antiguo y blasfemo que niega toda concepción
humana del amor.
─Simone de Beauvoir se adelanta con el fuego de la
rebeldía en los ojos. “El amor ha sido usado como un yugo. Nos han enseñado que
una mujer debe ser poseída para amar. Pero el amor es libertad, no servidumbre,
y la servidumbre jamás es luminosa” (el ego se impone).
La
Esfinge inclina su majestuosa cabeza. “¿Puede existir el amor sin dolor?”
─Erich Fromm apoya su bastón sobre el suelo de
sombras. “El amor no es sentimiento fugaz, sino arte y disciplina. No se halla,
se construye.”
Alambarg
ladea la cabeza, sus colmillos asomando en una sonrisa cruel. “¿Construcción?
¿Trabajo? ¿Y qué hay de la pasión? ¿Del vértigo? ¿Del deseo que consume?”
─Byung-Chul Han observa la escena con melancolía.
“En la modernidad, el amor ha sido reducido a un producto de consumo. Ya no
amamos, simplemente intercambiamos deseos desechables. La era digital ha
sepultado el amor en el fango de la inmediatez.”
─Bahuman, el último en hablar, se alza con
voz de trueno. “El amor no es humano ni divino. Es la vibración secreta que une
el cosmos. Pero los hombres lo han degradado, lo han encerrado en palabras
pequeñas. Han olvidado que amar es disolverse en la totalidad.”
Un
silencio funesto se extiende sobre la corte. Hades se incorpora y su voz
retumba como un trueno sepulcral: “Habéis hablado, y sin embargo, el amor sigue
siendo un enigma insondable. No lo erradicaremos… todavía.”
Pero
entonces, un murmullo primigenio recorre las columnas del juicio. Cthulhu, con
un movimiento tentacular, dicta su propio veredicto en una lengua que no
pertenece a la razón humana. El Minotauro, con un bramido, embiste a
Aristóteles y le destroza el cráneo. La Esfinge, veloz como la muerte, desgarra
la garganta de Platón. Alambarg se inclina sobre Simone de Beauvoir para
flajelarla y violarla con rudeza, luego la succiona.
Uno
por uno, los apóstoles del pensamiento occidental, caen.
Schopenhauer
se ahoga en la amarga ironía de su propio desprecio. Nietzsche suelta una
carcajada frenética antes de ser reducido a sombras. Byung-Chul Han intenta
escapar, pero Medusa lo azota con su
cola para dejarlo con los huesos rotos en el suelo, luego lo mira a los ojos y él en
un gesto eterno de pavor queda petrificado.
Hades
observa la matanza con la serenidad de quien ha visto la eternidad. Suspira y
susurra, más para sí que para los condenados: “El amor ha sido la mayor mentira
del hombre. Ha llenado de ruinas la historia, ha sembrado dolor en cada rincón
de la Tierra. Un veneno. Una ilusión.”
Y
cuando el último pensador cae, el fuego del inframundo exhala su victoria. El
amor es arrancado de la existencia. En las tinieblas sin fin de Hades, solo
persiste el eco de un juicio sin ganadores, de un sacrificio inútil. El amor ha
sido condenado a la inexistencia, y con su extinción, el planeta tierra se
torna aún más frío, más pandemias, y, aún más vacío.
Enrico Diaz Bernuy
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