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sábado, 25 de agosto de 2018

por Bruno Cueva Villafuerte


DESCENSO AL BOSQUE DE ARGES

Muy por el contrario de lo que narran algunos historiadores, Vlad Draculea no murió decapitado en
una emboscada otomana planeada por Bosorac Lioté, sombra amenazante del trono de Valaquia en 
noviembre de 1476. Si bien el ataque sorpresivo sí posee pruebas fidedignas de su ejecución, el célebre investigador, Timothy D. Pope, también catedrático de la Memorial University de Canadá, concluyó que solo fue herido a escasos centímetros de la epiglotis tras contrastar más de una treintena de documentos. Posteriormente al ataque, el voivoda valaco fue conducido al castillo de Poenari por una vía natural de Arges que ascendía desde el enmarañado bosque, cuyos reyes de madera atenazaban con sus deformes ramas a la fortaleza. Nadie sabía qué había sucedido en esas dos horas después que Vlad fue llevado maltrecho a su residencia.

Desde que Timothy se graduó de la universidad exploró sus gustos por todo lo que tuviese relación con lo oculto y paranormal. Vivió un tiempo en Rumania con la esperanza que, recorriendo sus regiones históricas, consiga una pista que lo lleve a revelar el misterioso deceso del tirano. El experimentado profesor se obsesionó tanto con el tema que complementó sus idas y venidas devorando cuanto texto se le interponía en el camino por el espacio de dos meses. Sin embargo, las pesquisas soplaron otros aires de destino al leer un libro de mitos en la biblioteca de la Universidad de Bucarest, por un pabellón de escaso tránsito. En aquellas páginas semidesgarradas figuraban declaraciones de gitanos, sirvientes y cazadores del siglo XV que parecían dar respuestas.

Una calurosa mañana de diciembre, Timothy decidió tomar su libreta de contactos para llamar y convencer a otros investigadores de que se unan a una campaña. Para su misteriosa expedición necesitaba contar con los servicios de un traductor de lenguas indoeuropeas, un guía de la región, tres socios de intereses compartidos y una persona con dones especiales que, con toda seguridad, se sospechaba que era pieza vital porque el profesor fue enfático en no empezar hasta que pudiese encontrarla. Fue la lectura de los siguientes apartados los que inspiraron a Timothy a llegar más a fondo y hacer la convocatoria.

Últimos rastros del empalador y hechos claves / Crónicas de Ungur Cojocaru. Pág. 94. De un gitano que conocía a un sirviente del castillo.
>>Han pasado ya catorce años desde la desaparición del que salió de las tinieblas y su segunda esposa (...) Iba yo un día con otros vendedores del mercadillo de Arges a entregar carne de ciervo como parte del pago que el Señor Vlad III nos obligaba a hacer. Preferían subirlos ellos mismos a arriesgarse que los traslademos con el carromato y, ante cualquier torpeza, dejarlos caer por si los viejos caballos perdían equilibrio. Sabían que si cometían ese pequeño error, Vlad III los empalaría sin más y a nosotros también, sin dudarlo. Conque esa tarde estuvimos con otro terror comprensible: Cornelius, mayor de sirvientes, me contó que Bosorac Lioté había atentado contra un destacamento del rey en un valle próximo a las montañas de Fagaras. Se admite entonces nuestro temor a volver a un lugar que estaba marcado por el enemigo. Entretanto, Cornelius se acercó a mi carromato, ordenó a los esclavos húngaros a meter a los ciervos uno por uno en unas bolsas blancas para depósito de tubérculos, y haciendo breves aspavientos que denotaban nerviosismo, me contó a media voz que la emboscada turca había sido brutal y que el Señor había escapado satisfactoriamente al tiempo que el claro apenas se expandía. Siguió hablándome en una lengua atropellada y virando de rato en rato para asegurarse que sus superiores no se den cuenta que me estaba vendiendo información. Para animarlo a que prosiga con sus versiones, curvé mis ojos hacia un bordado de cuero que se confundía con las patas del noble animal. Entendió, como de costumbre, que entre el bordado y la piel yo le había dejado un florín, moneda de aquellos tiempos de la Orden del Dragón. Mi objetivo más importante era informar a las autoridades de mi pueblo los movimientos del salvaje Vlad III, así como sus intenciones con nosotros. ¿Se imaginan qué pasaría si se le ocurría torturarnos por llevarle tributos que no eran de su agrado? Los caprichos del despotismo no tienen límites y hasta la inclinación pública de nuestras cervices debía tener una fecha de liberación. Me dijo que le habían herido a la altura de la garganta y se rumoreaba entre los pasillos de la fortaleza que se vistió astutamente con el traje de un muerto del frente antagonista y antes de llegar a El bosque de los empalados con otros seis soldados, se quitó el atavío y le pidió a uno de ellos que le dé su traje defensivo y así no ser confundido como rehén otomano (...) El mayor de sirvientes se despidió diciéndome que la reina, Iluana Nelipic, lloró tan fuerte que el eco rebotó por todas las paredes de Poenari; incluso los empalados del bosque resbalaron sus cuerpos en la grasa ante el estruendo de la mujer, siguió narrándome. Desde el mediodía hasta este instante que intercambio palabras contigo, no he vuelto a ver al señor Vlad III; se me hace que debe estar con un pie en el más allá porque cuentan que cuando entró por el portón principal, sus estertores brotaban de su cuello como un perro que ya está en las últimas; y la reina Iluana está inubicable. Creemos que salió con una comitiva de soldados de guardia a buscar el cuerpo de nuestro Señor, finalizó el sirviente. 

Pág. 103. De una sirvienta que peinó a las dos reinas.
>>Tengo una amplia certeza que la otrora majestad, Iluana Nelipic, en realidad había cambiado su nombre, renunciando al legado de la familia Báthory. Siempre se me hizo una tarea complicada desenredar los dientes del peine de su ensortijado cabello negro, tal y como me pasaba con mi Señora Naejna Báthory en 1462, 'primera esposa' de mi Señor Vlad III. El hecho es que, en el año dicho, cuando nos mandaron como espías a las caravanas de comerciantes que se movilizaban en radio de diez kilómetros, logramos seducir a unos cuantos de ellos y por poco nos horrorizamos al oír de casualidad que nuestra Señora se había lanzado desde un ventanal a un afluente del río Arges para no sucumbir ante una ofensiva táctica de las tropas del sultán; sin embargo, cuando las demás sirvientas hubieron regresado conmigo a Poenari, el Señor no daba muestras de haber perdido a alguien. ¡Que me partan los dedos si me atrevo a mentir! Pero estoy segura que el Señor no tenía la tristeza de perder a la mujer que compartía sus aberraciones y saboreaba los ingentes banquetes viendo los deprimentes rostros de El bosque de los empalados. Era lo único que podía afectar su poderosa personalidad; ella estaba viva, estaba viva (...) Por el espacio de treinta días, Vlad III anunció su compromiso con otra mujer, misteriosamente para todos tan o más hermosa que la anterior. Y no me atreví a preguntar en esa época qué le había pasado a nuestra Señora Naejna, y no lo hubiese preguntado tampoco porque al ver de casualidad una hendidura peculiar y casi imperceptible entre los dedos índice y pulgar de la nueva Señora, ya tenía la respuesta. ¡Oh ángeles de la misericordia! Vlad III había engañado a todos. ¡Qué forma de proteger a su mujer ante el asedio turco! ¡Le había cambiado la identidad! Y yo que pensaba que Báthory moriría sin sospechar que las sirvientas de la torre de descanso se acostaban con él mientras ella se distraía ojeando las montañas desde la cúspide (...) Su mujer cambió de carácter, sí. Por momentos no parecía la misma. Las otras sirvientas me comentaban que su voz se parecía a la de la esposa 'suicida' y yo no me atrevía a decir lo que pensaba. No nos dejaban ver el rostro de la nueva Señora. Mis compañeras de salón me cuchicheaban que 'Iluana' discutía con su esposo y lo comprobé un día cuando limpiaba unas vasijas cerca de los balcones reales. Entendía cosas como que "le había robado la vida" y que "prefería estar muerta". Él la apaciguaba. Ella le reclamaba y le reclamaba. Debíamos tener cuidado y no escuchar demasiado; sabíamos dónde podían terminar nuestros intestinos. [Más de 16 sirvientes apoyan esta versión en otros manuscritos].


Pág. 256. De un cazador de jabalíes y conejos.
>>Desde aquí puedo otear las rocas escarpadas de lo que fue el baluarte del sanguinario Vlad III que hoy ocupa su inestable sucesor, Radu III, el hermoso, hermano menor del empalador. Me tomo la libertad, también, de contar mi experiencia al cronista Cojocaru de cómo es que los cazadores de Arges abandonamos las labores en el bosque colindante de aquí abajo (...) Por más que los historiadores han dejado pruebas que la primera esposa del empalador no murió al lanzarse por un ventanal de la fortaleza, las gentes siguen apegándose al relato turco cuyas tradiciones lo confirman. Casualidad que el relato cuenta que a Iluana Nelipic le pasó lo mismo. Yo no me creía que las esposas del terrible Vlad III tenían una afición suicida; hasta que vi cosas espeluznantes que me llaman la reflexión. Una tarde, perseguíamos con lanzas a un jabalí herido para seguir abasteciendo a los soldados. Recorrimos los caminos ondulantes que se iban cerrando más y más por la maraña y los tupidos arbustos en cuyas faldas se arremolinaba la hiedra puntiaguda. El acceso a la zona profunda era difícil, pero no quedaba otra que complacer al reino. De todos modos por esos tiempos nadie aguantaba que le prendan la lengua con un fierro caliente (...) Con mucha vergüenza perdimos al jabalí y una desgracia trajo a la otra. Yo y los demás cazadores escuchamos un ruido, como de un alarido que provenía del río Arges. Pensamos que el jabalí prófugo había atacado a una joven en las orillas. Corrimos como dementes, dejándonos llevar por la súplica, sorteando los obstáculos ya mencionados... y reitero que tengo testigos que pueden jurar lo que observaron conmigo. Nos mantuvimos furtivos detrás de un árbol con ramas que rozaban el terreno elevado en diagonal. Una mujer descansaba en las espaldas de un portentoso sirviente y un pequeño grupo de soldados los vigilaba. Maniobré una rama para ver mejor la escena, cosa que los soldados atribuyeron al viento. ¡El traje real indicaba que se trataba de Nelipic según sus captores! ¿Qué hace por aquí?, dije en mis adentros. ¿Acaso no estaba desaparecida?, pregunté. Y seguimos observando, pero sin entender mucho lo que discutían.

Pág. 514. De un guardalanzas que vio lo que no debió ver.
>>Debí estar perturbado cuando cargaron en hombros a la dama con dirección a las montañas, alejándose más y más de la fortaleza de Radu. ¡Pero qué ingenuos fueron los cazadores al principio! ¡Obvio que se trataba de espectros que no consiguen llegar al sueño eterno de la muerte! Los caballos flotaban por encima de las aguas y su gran vestido rojo danzaba al ritmo de los aires del sureste, como un peso etéreo. Al tomar en cuenta estos detalles, se echaron a correr desaforadamente y yo los seguí. Por espacio de un tiempo prudente, decidimos continuar la caza en el bosque de Arges y llegó un momento en que los gritos, todos los días a la misma hora, eran insoportables y decidimos abandonar la zona, a pesar que no volvimos a ver nada (...) Contrastando información con los otrora sirvientes de Poenari, puedo asegurar que el alma de la bella dama no puede encontrar reposo porque sabe qué le pasó a su marido.

El equipo de expedición estaba casi listo para descender al bosque de Arges cuando dos de los socios abandonaron la empresa asegurando que era 'un esfuerzo irrisorio y poco alturado', y Timothy atribuyó tal desprecio a sus cobardías por el ineludible contacto con lo grotesco. Es a partir de aquí que los sucesos se tornan más sombríos aún y es trabajo del lector discernir si son increíbles o reconfortantes. Luego de leer el libro de mitos y comprobar con Pope -mediante entrevistas a lugareños-, que tales alaridos proliferaban entre el río y la maraña, un habilidoso clarividente -ya contactado- pidió a los miembros restantes que se vistan con una indumentaria similar a lo que usaban en los tribunales de la época. Les dejo a su disposición el relato final que el traductor de lenguas escribió, guiándose por visiones del médium.

>>Si el descenso al bosque de Arges resultaba un esfuerzo considerable para soldados entrenados en el siglo XV, les advierto que para nosotros fue el doble de complicado. El primer paso fue firmar una carta de consentimiento en el municipio para responsabilizarnos por nuestras vidas. Solo con ese documento fuimos capaces de sobrepasar a los guardias rumanos que custodiaban el castillo de Poenari que por estas épocas es un atractivo turístico. Nos acompañaba un guía de unos veintiséis años de edad. Este joven era algo serio y solo se limitaba a contarnos los más fantásticos relatos otomanos (...) Los pájaros pifiaban y huían de las copas de los árboles, como si no hubiesen tenido contacto con humanos desde que los principados de la Edad Media quedaron desfasados. Desde allí nos tomábamos de las manos firmemente para bajar por el acantilado; el río aún brillaba con la tenue luz del sol vespertino y sugería arrastrar su caudal a rastras de serpiente, abriéndose trayectoria entre los residuos toscos de un centenar de troncos talados. De pronto el clarividente entró en un trance. Dejamos de sentir sus pisadas. Quedó parado detrás de nosotros. Todos volteamos a verlo y lo rodeamos para preguntarle si estaba en condiciones de seguir adelante. No tuvimos respuesta al comienzo. El socio de Timothy me insistió en nuestro retorno que le escuchó farfullar: «La hora llega. La verdad se sabrá al primer grito del bosque. Una vez ocurrido, la catarsis será completa».

>>Pasaron más de treinta minutos y el desasosiego presionaba nuestras gargantas (...) Finalmente escuchamos el terrible alarido de la dama y los espectros aparecían de uno en uno en luces iridiscentes que opacaban ya los agonizantes y tímidos rayos solares del atardecer. El médium nos explicó que utilizaría una técnica llamada trampa de dimensión alternativa. Es de esperarse que ninguno tenía la más remota idea de qué trataba. «Desde que descubrí mi talento para comunicarme con seres interdimensionales y muertos, llegué a la conclusión que hay un sentimiento que reina en ellos: la confusión. Cuando un espíritu está confundido y lo puedes ver, oler, tocar con suma claridad como en mi caso, es sencillo interpretar su dimensión y hacerte pasar como un familiar, capataz, simple conocido. Ustedes podrán oírlos y verlos parcialmente, no con la claridad que mi don lo permite. Les pedí que lleven el atavío de los tribunales de la fortaleza para intentar convencer a la dama que somos sus contemporáneos. Pero cuidado. Si ven mucho sus expresiones faciales o algún objeto anacrónico, sospecharán y desaparecerán. Mientras yo vaya repitiendo palabra a palabra lo que vea o me diga la dama, el traductor deberá escribirlo tan rápido como su mano le permita. Del mismo modo debe estar atento cuando le pregunte algo sobre frases de rumano antiguo pronunciadas por la dama. Le preguntaré a ella por qué escapó del castillo y con suerte lograremos probar la hipótesis de Timothy D. Pope, quien sostiene que ella tiene la respuesta a lo que acaeció en las primeras dos horas de la desaparición de Vlad», dijo el médium, pidiéndonos encarecidamente que no hiciésemos nada sospechoso. Nos acercamos cuidadosamente a las ánimas, con espasmos que segundo a segundo se volvían indisimulables, por infortunio (...) La dama era realmente hermosa. Llevaba un vestido rojo. Sus pliegues se adherían a sus enormes muslos por el agua del río, eso alcancé a ver. Iba acompañada de un hombre que la cargaba y un grupo de cinco soldados. ¡Alto aquí!, gritó el clarividente. Los guardias y el hombre nos esperaron en posición firme en las orillas. Se aseguró que tuviésemos bien puesto el capuz y ordenó a los soldados a colocarse a cinco metros de la reina para que no escuchen la conversación. «Sabemos que tú conoces donde está nuestro Señor Vlad III. Si no confiesas tu secreto, vamos a torturarte y empalarte en aquel bosque como manda el voivoda», dijo el clarividente, fingiendo crudeza. «Los altos mandos del principado me encerrarán en una celda en las profundidades del bosque lejos de las montañas Fagaras, de todas formas. No le contaré nada porque no lo sé...», respondió la reina. «Exploraré su memoria. Atento a las visiones, muchacho, mientras los guardias no se decidan a capturarme de nuevo», me dijo el clarividente, al momento que las ánimas desaparecían por pedazos. En un convulso instante, me quedé boquiabierto cuando el médium volvió a su trance y me cogió del hombro y me dijo que por un momento me compartiría sus facultades. Musitó cosas a los segundos: «Estaremos juntos, mas no puedo entender qué le reclama Iluana a Vlad III. Los fraseos son confusos. Memoriza todo y escríbelo luego, al tanto que huyamos de estos robles malditos», murmuró.

>>Ya con su visión compartida distinguí a Vlad III... lucía cansado. Me costaba concentrarme. Estaban él y su esposa en la habitación central de la fortaleza de Poenari. Aunque su aspecto era el de un enfermo, podría jurar que la situación estaba bajo control. Ambos se levantaron de la cama y se tomaron de la mano para ver desde el ventanal a El bosque de empalados. Con una seña siniestra, la reina convenció al malherido de abrir una trampilla tapada por una alfombra rojiza y polvorienta. Bajaron por unas escaleras empinadas. ¡Dios del altísimo! ¡Qué festín impío se estaban dando! Las cabezas de los ciervos estaban servidas en bandejas de bronce con la sangre chisporroteada aquí y allá. Unos escalones más abajo nos miraban compungidos y suplicantes unos reos empalados en esa cámara del caos. «¿Ves la punta de ese tronco filudo? Está pidiendo sangre (si no me equivoco sacó un tridente colgado en una pared y le hincó a medias la espalda cuando él descendía por las escalinatas). Has ocultado mi identidad por años según tú para protegerme. He renunciado a mi estirpe. He renunciado a que todos los reinos envidien mi belleza... lo único que has hecho es engañarme con esas sirvientas que a lo lejos babean de deseo por ti. Ya había intentado matarme una vez (...) He compartido tu gusto por el sufrimiento y la ley del escarmiento. He soportado por años que esas prostitutas mancillen mi honra», dijo la reina, con un tono de ira ancestral. Y cuando Vlad III iba a girar torpemente para desarmarla y abofetearla, ella lo empujó con dirección a los troncos firmes de la oquedad... y la sangre ardiente me dio en toda la cara al mismo tiempo que el clarividente y yo oímos un sonido seco, acuoso, sofocante. Iluana escapó de la cámara, cerró la trampilla... y miró de soslayo al ventanal, como queriendo asesinar su conciencia para ofrecerla a la madre muerte.   

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