por Bruno Cueva Villafuerte
DESCENSO AL BOSQUE DE ARGES
Muy por el contrario de lo que narran
algunos historiadores, Vlad Draculea no murió decapitado en
una emboscada otomana planeada por Bosorac Lioté, sombra amenazante del trono de Valaquia en
una emboscada otomana planeada por Bosorac Lioté, sombra amenazante del trono de Valaquia en
noviembre de 1476. Si bien el ataque sorpresivo sí posee pruebas fidedignas de
su ejecución, el célebre investigador, Timothy D. Pope, también catedrático de
la Memorial University de Canadá, concluyó que solo fue herido a escasos
centímetros de la epiglotis tras contrastar más de una treintena de documentos.
Posteriormente al ataque, el voivoda valaco fue conducido al castillo de
Poenari por una vía natural de Arges que ascendía desde el enmarañado bosque,
cuyos reyes de madera atenazaban con sus deformes ramas a la fortaleza. Nadie
sabía qué había sucedido en esas dos horas después que Vlad fue llevado
maltrecho a su residencia.
Desde que Timothy se graduó de la
universidad exploró sus gustos por todo lo que tuviese relación con lo oculto y
paranormal. Vivió un tiempo en Rumania con la esperanza que, recorriendo sus
regiones históricas, consiga una pista que lo lleve a revelar el misterioso
deceso del tirano. El experimentado profesor se obsesionó tanto con el tema que
complementó sus idas y venidas devorando cuanto texto se le interponía en el
camino por el espacio de dos meses. Sin embargo, las pesquisas soplaron otros
aires de destino al leer un libro de mitos en la biblioteca de la Universidad
de Bucarest, por un pabellón de escaso tránsito. En aquellas páginas
semidesgarradas figuraban declaraciones de gitanos, sirvientes y cazadores del
siglo XV que parecían dar respuestas.
Una calurosa mañana de diciembre,
Timothy decidió tomar su libreta de contactos para llamar y convencer a otros
investigadores de que se unan a una campaña. Para su misteriosa expedición
necesitaba contar con los servicios de un traductor de lenguas indoeuropeas, un
guía de la región, tres socios de intereses compartidos y una persona con dones
especiales que, con toda seguridad, se sospechaba que era pieza vital porque el
profesor fue enfático en no empezar hasta que pudiese encontrarla. Fue la
lectura de los siguientes apartados los que inspiraron a Timothy a llegar más a
fondo y hacer la convocatoria.
Últimos
rastros del empalador y hechos claves / Crónicas de Ungur Cojocaru. Pág. 94. De
un gitano que conocía a un sirviente del castillo.
>>Han pasado ya catorce años desde la
desaparición del que salió de las tinieblas y su segunda esposa (...) Iba yo un
día con otros vendedores del mercadillo de Arges a entregar carne de ciervo
como parte del pago que el Señor Vlad III nos obligaba a hacer. Preferían
subirlos ellos mismos a arriesgarse que los traslademos con el carromato y,
ante cualquier torpeza, dejarlos caer por si los viejos caballos perdían
equilibrio. Sabían que si cometían ese pequeño error, Vlad III los empalaría
sin más y a nosotros también, sin dudarlo. Conque esa tarde estuvimos con otro
terror comprensible: Cornelius, mayor de sirvientes, me contó que Bosorac Lioté
había atentado contra un destacamento del rey en un valle próximo a las
montañas de Fagaras. Se admite entonces nuestro temor a volver a un lugar que
estaba marcado por el enemigo. Entretanto, Cornelius se acercó a mi carromato,
ordenó a los esclavos húngaros a meter a los ciervos uno por uno en unas bolsas
blancas para depósito de tubérculos, y haciendo breves aspavientos que
denotaban nerviosismo, me contó a media voz que la emboscada turca había sido
brutal y que el Señor había escapado satisfactoriamente al tiempo que el claro
apenas se expandía. Siguió hablándome en una lengua atropellada y virando de
rato en rato para asegurarse que sus superiores no se den cuenta que me estaba
vendiendo información. Para animarlo a que prosiga con sus versiones, curvé mis
ojos hacia un bordado de cuero que se confundía con las patas del noble animal.
Entendió, como de costumbre, que entre el bordado y la piel yo le había dejado
un florín, moneda de aquellos tiempos de la Orden del Dragón. Mi objetivo más
importante era informar a las autoridades de mi pueblo los movimientos del
salvaje Vlad III, así como sus intenciones con nosotros. ¿Se imaginan qué
pasaría si se le ocurría torturarnos por llevarle tributos que no eran de su
agrado? Los caprichos del despotismo no tienen límites y hasta la inclinación
pública de nuestras cervices debía tener una fecha de liberación. Me dijo que
le habían herido a la altura de la garganta y se rumoreaba entre los pasillos
de la fortaleza que se vistió astutamente con el traje de un muerto del frente
antagonista y antes de llegar a El bosque
de los empalados con otros seis soldados, se quitó el atavío y le pidió a
uno de ellos que le dé su traje defensivo y así no ser confundido como rehén
otomano (...) El mayor de sirvientes se despidió diciéndome que la reina,
Iluana Nelipic, lloró tan fuerte que el eco rebotó por todas las paredes de
Poenari; incluso los empalados del bosque resbalaron sus cuerpos en la grasa
ante el estruendo de la mujer, siguió narrándome. Desde el mediodía hasta este
instante que intercambio palabras contigo, no he vuelto a ver al señor Vlad
III; se me hace que debe estar con un pie en el más allá porque cuentan que
cuando entró por el portón principal, sus estertores brotaban de su cuello como
un perro que ya está en las últimas; y la reina Iluana está inubicable. Creemos
que salió con una comitiva de soldados de guardia a buscar el cuerpo de nuestro
Señor, finalizó el sirviente.
Pág. 103. De una sirvienta que peinó a
las dos reinas.
>>Tengo
una amplia certeza que la otrora majestad, Iluana Nelipic, en realidad había
cambiado su nombre, renunciando al legado de la familia Báthory. Siempre se me
hizo una tarea complicada desenredar los dientes del peine de su ensortijado
cabello negro, tal y como me pasaba con mi Señora Naejna Báthory en 1462,
'primera esposa' de mi Señor Vlad III. El hecho es que, en el año dicho, cuando
nos mandaron como espías a las caravanas de comerciantes que se movilizaban en radio
de diez kilómetros, logramos seducir a unos cuantos de ellos y por poco nos
horrorizamos al oír de casualidad que nuestra Señora se había lanzado desde un
ventanal a un afluente del río Arges para no sucumbir ante una ofensiva táctica
de las tropas del sultán; sin embargo, cuando las demás sirvientas hubieron
regresado conmigo a Poenari, el Señor no daba muestras de haber perdido a
alguien. ¡Que me partan los dedos si me atrevo a mentir! Pero estoy segura que
el Señor no tenía la tristeza de perder a la mujer que compartía sus
aberraciones y saboreaba los ingentes banquetes viendo los deprimentes rostros
de El bosque de los empalados. Era lo único que podía afectar su
poderosa personalidad; ella estaba viva, estaba viva (...) Por el espacio de treinta días, Vlad III anunció su compromiso con
otra mujer, misteriosamente para todos tan o más hermosa que la anterior. Y no
me atreví a preguntar en esa época qué le había pasado a nuestra Señora Naejna,
y no lo hubiese preguntado tampoco porque al ver de casualidad una hendidura
peculiar y casi imperceptible entre los dedos índice y pulgar de la nueva
Señora, ya tenía la respuesta. ¡Oh ángeles de la misericordia! Vlad III había
engañado a todos. ¡Qué forma de proteger a su mujer ante el asedio turco! ¡Le
había cambiado la identidad! Y yo que pensaba que Báthory moriría sin sospechar
que las sirvientas de la torre de descanso se acostaban con él mientras ella se
distraía ojeando las montañas desde la cúspide (...) Su mujer cambió de carácter,
sí. Por momentos no parecía la misma. Las otras sirvientas me comentaban que su
voz se parecía a la de la esposa 'suicida' y yo no me atrevía a decir lo que
pensaba. No nos dejaban ver el rostro de la nueva Señora. Mis compañeras de
salón me cuchicheaban que 'Iluana' discutía con su esposo y lo comprobé un día
cuando limpiaba unas vasijas cerca de los balcones reales. Entendía cosas como
que "le había robado la vida" y que "prefería estar
muerta". Él la apaciguaba. Ella le reclamaba y le reclamaba. Debíamos
tener cuidado y no escuchar demasiado; sabíamos dónde podían terminar nuestros
intestinos. [Más de 16 sirvientes apoyan
esta versión en otros manuscritos].
Pág.
256. De un cazador de jabalíes y conejos.
>>Desde aquí puedo otear las rocas
escarpadas de lo que fue el baluarte del sanguinario Vlad III que hoy ocupa su
inestable sucesor, Radu III, el hermoso, hermano menor del empalador. Me tomo
la libertad, también, de contar mi experiencia al cronista Cojocaru de cómo es
que los cazadores de Arges abandonamos las labores en el bosque colindante de
aquí abajo (...) Por más que los historiadores han dejado pruebas que la
primera esposa del empalador no murió al lanzarse por un ventanal de la
fortaleza, las gentes siguen apegándose al relato turco cuyas tradiciones lo
confirman. Casualidad que el relato cuenta que a Iluana Nelipic le pasó lo
mismo. Yo no me creía que las esposas del terrible Vlad III tenían una afición
suicida; hasta que vi cosas espeluznantes que me llaman la reflexión. Una
tarde, perseguíamos con lanzas a un jabalí herido para seguir abasteciendo a
los soldados. Recorrimos los caminos ondulantes que se iban cerrando más y más
por la maraña y los tupidos arbustos en cuyas faldas se arremolinaba la hiedra
puntiaguda. El acceso a la zona profunda era difícil, pero no quedaba otra que
complacer al reino. De todos modos por esos tiempos nadie aguantaba que le
prendan la lengua con un fierro caliente (...) Con mucha vergüenza perdimos al
jabalí y una desgracia trajo a la otra. Yo y los demás cazadores escuchamos un
ruido, como de un alarido que provenía del río Arges. Pensamos que el jabalí
prófugo había atacado a una joven en las orillas. Corrimos como dementes,
dejándonos llevar por la súplica, sorteando los obstáculos ya mencionados... y
reitero que tengo testigos que pueden jurar lo que observaron conmigo. Nos
mantuvimos furtivos detrás de un árbol con ramas que rozaban el terreno elevado
en diagonal. Una mujer descansaba en las espaldas de un portentoso sirviente y
un pequeño grupo de soldados los vigilaba. Maniobré una rama para ver mejor la
escena, cosa que los soldados atribuyeron al viento. ¡El traje real indicaba
que se trataba de Nelipic según sus captores! ¿Qué hace por aquí?, dije en mis
adentros. ¿Acaso no estaba desaparecida?, pregunté. Y seguimos observando, pero
sin entender mucho lo que discutían.
Pág.
514. De un guardalanzas que vio lo que no debió ver.
>>Debí estar perturbado cuando cargaron
en hombros a la dama con dirección a las montañas, alejándose más y más de la
fortaleza de Radu. ¡Pero qué ingenuos fueron los cazadores al principio! ¡Obvio
que se trataba de espectros que no consiguen llegar al sueño eterno de la
muerte! Los caballos flotaban por encima de las aguas y su gran vestido rojo
danzaba al ritmo de los aires del sureste, como un peso etéreo. Al tomar en
cuenta estos detalles, se echaron a correr desaforadamente y yo los seguí. Por
espacio de un tiempo prudente, decidimos continuar la caza en el bosque de
Arges y llegó un momento en que los gritos, todos los días a la misma hora,
eran insoportables y decidimos abandonar la zona, a pesar que no volvimos a ver
nada (...) Contrastando información con los otrora sirvientes de Poenari, puedo
asegurar que el alma de la bella dama no puede encontrar reposo porque sabe qué
le pasó a su marido.
El equipo de
expedición estaba casi listo para descender al bosque de Arges cuando dos de
los socios abandonaron la empresa asegurando que era 'un esfuerzo irrisorio y
poco alturado', y Timothy atribuyó tal desprecio a sus cobardías por el
ineludible contacto con lo grotesco. Es a partir de aquí que los sucesos se
tornan más sombríos aún y es trabajo del lector discernir si son increíbles o
reconfortantes. Luego de leer el libro de mitos y comprobar con Pope -mediante
entrevistas a lugareños-, que tales alaridos proliferaban entre el río y la
maraña, un habilidoso clarividente -ya contactado- pidió a los miembros
restantes que se vistan con una indumentaria similar a lo que usaban en los
tribunales de la época. Les dejo a su disposición el relato final que el
traductor de lenguas escribió, guiándose por visiones del médium.
>>Si el descenso al bosque de Arges
resultaba un esfuerzo considerable para soldados entrenados en el siglo XV, les
advierto que para nosotros fue el doble de complicado. El primer paso fue
firmar una carta de consentimiento en el municipio para responsabilizarnos por
nuestras vidas. Solo con ese documento fuimos capaces de sobrepasar a los
guardias rumanos que custodiaban el castillo de Poenari que por estas épocas es
un atractivo turístico. Nos acompañaba un guía de unos veintiséis años de edad.
Este joven era algo serio y solo se limitaba a contarnos los más fantásticos
relatos otomanos (...) Los pájaros pifiaban y huían de las copas de los
árboles, como si no hubiesen tenido contacto con humanos desde que los
principados de la Edad Media quedaron desfasados. Desde allí nos tomábamos de
las manos firmemente para bajar por el acantilado; el río aún brillaba con la
tenue luz del sol vespertino y sugería arrastrar su caudal a rastras de
serpiente, abriéndose trayectoria entre los residuos toscos de un centenar de
troncos talados. De pronto el clarividente entró en un trance. Dejamos de
sentir sus pisadas. Quedó parado detrás de nosotros. Todos volteamos a verlo y
lo rodeamos para preguntarle si estaba en condiciones de seguir adelante. No
tuvimos respuesta al comienzo. El socio de Timothy me insistió en nuestro
retorno que le escuchó farfullar: «La hora llega. La verdad se sabrá al primer grito del
bosque. Una vez ocurrido, la catarsis será completa».
>>Pasaron más de treinta minutos y el
desasosiego presionaba nuestras gargantas (...) Finalmente escuchamos el
terrible alarido de la dama y los espectros aparecían de uno en uno en luces
iridiscentes que opacaban ya los agonizantes y tímidos rayos solares del
atardecer. El médium nos explicó que utilizaría una técnica llamada trampa de dimensión alternativa. Es de
esperarse que ninguno tenía la más remota idea de qué trataba. «Desde que descubrí mi talento para comunicarme
con seres interdimensionales y muertos, llegué a la conclusión que hay un
sentimiento que reina en ellos: la confusión. Cuando un espíritu está
confundido y lo puedes ver, oler, tocar con suma claridad como en mi caso, es
sencillo interpretar su dimensión y hacerte pasar como un familiar, capataz,
simple conocido. Ustedes podrán oírlos y verlos parcialmente, no con la
claridad que mi don lo permite. Les pedí que lleven el atavío de los tribunales
de la fortaleza para intentar convencer a la dama que somos sus contemporáneos.
Pero cuidado. Si ven mucho sus expresiones faciales o algún objeto anacrónico,
sospecharán y desaparecerán. Mientras yo vaya repitiendo palabra a palabra lo
que vea o me diga la dama, el traductor deberá escribirlo tan rápido como su
mano le permita. Del mismo modo debe estar atento cuando le pregunte algo sobre
frases de rumano antiguo pronunciadas por la dama. Le preguntaré a ella por qué
escapó del castillo y con suerte lograremos probar la hipótesis de Timothy D.
Pope, quien sostiene que ella tiene la respuesta a lo que acaeció en las
primeras dos horas de la desaparición de Vlad», dijo el médium, pidiéndonos
encarecidamente que no hiciésemos nada sospechoso. Nos acercamos cuidadosamente a las
ánimas, con espasmos que segundo a segundo se volvían indisimulables, por infortunio
(...) La dama era realmente hermosa. Llevaba un vestido rojo. Sus pliegues se
adherían a sus enormes muslos por el agua del río, eso alcancé a ver. Iba
acompañada de un hombre que la cargaba y un grupo de cinco soldados. ¡Alto
aquí!, gritó el clarividente. Los guardias y el hombre nos esperaron en
posición firme en las orillas. Se aseguró que tuviésemos bien puesto el capuz y
ordenó a los soldados a colocarse a cinco metros de la reina para que no
escuchen la conversación. «Sabemos que tú
conoces donde está nuestro Señor Vlad III. Si no confiesas tu secreto, vamos a
torturarte y empalarte en aquel bosque como manda el voivoda», dijo el clarividente, fingiendo
crudeza. «Los
altos mandos del principado me encerrarán en una celda en las profundidades del
bosque lejos de las montañas Fagaras, de todas formas. No le contaré nada
porque no lo sé...», respondió la reina. «Exploraré
su memoria. Atento a las visiones, muchacho, mientras los guardias no se
decidan a capturarme de nuevo», me dijo el clarividente, al momento
que las ánimas desaparecían por pedazos. En un convulso instante, me quedé
boquiabierto cuando el médium volvió a su trance y me cogió del hombro y me
dijo que por un momento me compartiría sus facultades. Musitó cosas a los
segundos: «Estaremos juntos, mas no puedo entender
qué le reclama Iluana a Vlad III. Los fraseos son confusos. Memoriza todo y
escríbelo luego, al tanto que huyamos de estos robles malditos»,
murmuró.
>>Ya con su visión compartida distinguí a
Vlad III... lucía cansado. Me costaba concentrarme. Estaban él y su esposa en
la habitación central de la fortaleza de Poenari. Aunque su aspecto era el de
un enfermo, podría jurar que la situación estaba bajo control. Ambos se
levantaron de la cama y se tomaron de la mano para ver desde el ventanal a El bosque de empalados. Con una seña
siniestra, la reina convenció al malherido de abrir una trampilla tapada por
una alfombra rojiza y polvorienta. Bajaron por unas escaleras empinadas. ¡Dios
del altísimo! ¡Qué festín impío se estaban dando! Las cabezas de los ciervos
estaban servidas en bandejas de bronce con la sangre chisporroteada aquí y
allá. Unos escalones más abajo nos miraban compungidos y suplicantes unos reos
empalados en esa cámara del caos. «¿Ves
la punta de ese tronco filudo? Está pidiendo sangre (si no me equivoco sacó un
tridente colgado en una pared y le hincó a medias la espalda cuando él
descendía por las escalinatas). Has ocultado mi identidad por años según tú
para protegerme. He renunciado a mi estirpe. He renunciado a que todos los
reinos envidien mi belleza... lo único que has hecho es engañarme con esas
sirvientas que a lo lejos babean de deseo por ti. Ya había intentado matarme
una vez (...) He compartido tu gusto por el sufrimiento y la ley del
escarmiento. He soportado por años que esas prostitutas mancillen mi honra»,
dijo la reina, con un tono de ira ancestral. Y cuando Vlad III iba a girar
torpemente para desarmarla y abofetearla, ella lo empujó con dirección a los
troncos firmes de la oquedad... y la sangre ardiente me dio en toda la cara al
mismo tiempo que el clarividente y yo oímos un sonido seco, acuoso, sofocante.
Iluana escapó de la cámara, cerró la trampilla... y miró de soslayo al
ventanal, como queriendo asesinar su conciencia para ofrecerla a la madre
muerte.
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