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lunes, 20 de agosto de 2018

Atrás dejé mis investigaciones puristas, teóricas, que inicié en la universidad, tesis que pensé en un momento me llevarían a hacer más asidera mi vida en el mundo del academicismo. Mis investigaciones en adelante pasaron a ser autodidactas, contrastables únicamente con la realidad. Variables que no se 


adecuaron a ellas, terminé eliminándolas. Eliminé muchas. Tengo muchos proyectos aún, un par de investigaciones más, más sociales, más políticas, más contraculturales. Las tengo allí, las avanzo día a día, según las horas que mi tiempo me lo permita. Tiempo que comparto con los activismos, el periodismo, los trabajos de subsistencia, la enseñanza en escuelas. Pero en fin. No me apuro, porque me he dado cuenta de que las ideas de un hombre viejo pesan más que las de un neófito aprendiz. Tanto así como un cartón académico jamás estará al nivel de una personalidad provista de ética. Entendí que los padres espirituales, ya sean literarios, políticos o culturales, los referentes, en realidad tampoco sirven de nada porque la vida es una dialéctica y todo cambia. Un referente, pienso, le sirve más al individuo cuando está en formación, después se convierte en lastre para el propio desarrollo del sujeto. ¿Qué si me preocupa algo? Por supuesto que sí, aunque la mayor preocupación mía sea el hecho de ver como una generación, mi generación, se pueda ir sin haber hecho su propia historia colectiva en vida. La vida es ahora, no creo en las vidas del paraíso o las de la reencarnación. El tiempo es ahora y el espacio físico también, el que pisamos, sobre el que nos movemos. ¿Mi esperanza? Lo he dicho siempre, las próximas generaciones de este país, aquellos que aún están hoy en las escuelas. (De: los latidos secretos del corazón. Lima, 2018) Víctor Abraham

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