Intentos órficos para las letras y las bellas artes

Intentos órficos para las letras y las bellas artes

lunes, 20 de agosto de 2018

Cuento extraído del libro A MIXTA OSCURIDAD
página 17 al 45.
Están servidos...
Martha el ocaso
de una
ninfómana

Desollar hasta llegar al hueso no solo había perdido algún remordimiento, o algún rastro por la piedad, sino cada acto 



de su inverosímil pensamiento era conducido por conocimientos técnicos a cerca de la anatomía humana.
Martha en aquella época, pertenecía al grupo de los estudiantes más aplicados de su carrera. Todo hacía presagiar sobre un prometedor futuro, sea en el área de la cirugía plástica o cardiovascular. Nadie, ni siquiera ella misma avizoraba el destino de su prometedora carrera,  pero lo que muy pocos sabían era sobre el apetito sexual que la condujo a  tener, como una “doble vida” . Tales actos le habían ayudado a financiar su carrera universitaria. La prostitución fue el medio que ejerció, como un servicio dirigido con exclusividad a sus mismos maestros cirujanos que permanecían en el internado de la facultad. Por un lado, ella era una alumna que por mérito propio se había destacado en el aspecto académico.  Por otro lado, era idolatrada por la eficiencia que tenía en la cópula. 
Cualquiera que la veía, nadie hubiera podido imaginarse algo así de ella.  Tenía un aspecto frágil, su cabello poseía  el preciso color de la corteza del almendro. Su cabello era lacio, corto. Sin embargo, le permitía usar un peinado que   le servía para tapar las tres cuartas partes de sus pequeñas orejas. Su rostro reflejaba un mestizaje oriental con el caucásico. De contextura delicada, incluso cualquiera podría asociar que ella estaba recuperándose de una anorexia. Tenía un metro sesenta y siete, con cincuenta y tres kilos o un poco menos. Pecas en el rostro y unos ojos  pequeños como si fueran dos astillas luminiscentes. Unos iris enfrascados en dos pequeñas esferas color verde olivo.
No sé, por qué razón alguna vez me imaginé a una ninfómana como una mujer enorme o gorda, y que mediante su dicción exprese ser temperamental. La verdad que no recuerdo cómo tal postulado se estableció en mis conclusiones.  Sin embargo, esa clase de mujeres al final eran todo lo contrario. Esto es lo que dicta mi experiencia y también el comentario de algunos compañeros.
Entonces con esta lógica corresponde a  que la inapetencia sexual está sujeta  a una carácter áspero. Estos formulados los logré gracias a Martha.   Cuando la conocí, fue casi como una revelación especialmente frente al tema sexual.  Complacía todo tipo de fantasías a sus clientes, incluso   el sexo-sado y con disfrute… También otros  géneros que no excluyen la necrofilia.
El motivo en el cual la conocí fue por medio de la agenda del doctor Vicente Costas.
En esa época yo trabajaba en su oficina. Quizás por alguna fuerza del azar u otra energía  causara para encontrarme con esas páginas en donde detallaban el nivel de dependencia que había alcanzado Martha por el coito. Siendo así que su actividad sexual había logrado influir de manera considerable en su ritmo de vida. Para que luego termine en la insatisfacción y solo logre calmar su ansiedad con la masturbación.
Antes de saber todas estas  cosas, a ella la conocía de vista. Podría asegurar que,  si hubo un  momento que me llamó la atención. No porque represente una belleza que aplaque a cualquier alumna que había en la escuela.  Ahora que me pongo a ver las cosas con un poco de  reflexión, creo que me percaté de su existencia por que la veía como si se encontrara ausente o tímida ante los varones, e incluso ante   sus compañeras. 
Recuerdo que mi vida se remitía a permanecer cerca de doce horas entre la oficina administrativa o el aula en donde se practicaban las cirugías. La abundancia de papeles, documentos: encefalogramas, radiografías en todas partes.  De la misma forma con libretas, hasta que por casualidad me encontré con la agenda privada de mi jefe; el doctor Vicente. Dicho esto, esa fue la razón de que me enteré de la verdadera personalidad de la señorita Martha. Sin embargo, fue el mismo doctor Vicente que me sorprendió leyendo su agenda.  Me dijo que debía guardar la reserva del caso, por que si me atrevo a perjudicar a Martha, no solo muchas autoridades “caerían”, sino el más perjudicado sería yo.  En otras palabras, ya había recibido mi primera amenaza de muerte, por la forma en que entonaba cada palabra y otros gestos que hacía con las manos. De esa forma logró demostrar severidad ante un peligro que me pueda afectar.    La verdad que no tenía el menor interés, en destapar esa historia mediante una denuncia sobre el negocio que había hecho con su ninfomanía.  Por lo contrario, al leer esas páginas que había escrito el doctor, lo único que me provocaron es el inicio a un deseo que solo me conducía a explorar las opciones más lascivas dentro de mí.  Era algo parecido como una fuerza, que me invitaba a examinarme, o poner atención a esos precipicios que a veces tendemos a ocultar.
Reptiles que habitan en los abismos que uno lleva, para luego arder en albores esplendentes hacia excesos, de índole sexual.  Pero en el mundo real ocurre que en algún momento de nuestras vidas aprendemos a reprimir muchas cosas. Dejar atrás a nuestros abismos de placer.  Algunos terminan con una mujer que no va a su marcha o simplemente la gente se queda sola. Probablemente la raíz de esta historia como una de tantas realidades del ser, es que simplemente se trate de un problema por la falta de sinceridad.
Para ser fiel a la historia no debo desviarme del tema, sino, debo tratar de dar una semblanza de ella.  Especialmente sobre su ninfomanía que no era precisamente algo que la haga disfrutar su vida sexual; más bien, todo lo contrario.  Debido a que nunca se saciaba y poco a poco estaba arrastrando una inminente amargura en estricta privacidad empero, que la conduciría a una involuntaria consecuencia.
Al saber tantas historias de ella, y su eficiencia en que trataba a sus clientes llegó a mi mente la inquietud de saber, en verdad, si era cierto todas las historias que se habían tejido sobre sus apetitos sexuales.  Con honestidad afirmo que los testimonios más impactantes eran de persona tan mayores y serias, por lo  que no podría dudar el tema de la veracidad.  Toda esa información la adquirí de la agenda del doctor Vincente, debido a que  él tenía comunicación fluida con sus colegas. ¿Entonces, qué me motivaba a comprobar por mí mismo? Simplemente era que ya la había deseado y estaba decidido a visitarla. Solo esperaba el dinero del mes para recurrir a sus servicios. Así como las grandes cosas te hacen esperar, de la misma forma cada día que pasaba imaginaba en tenerla frente a mis ojos y verla desnuda.    Hasta que el día esperado llegó y como todas las cosas que te hacen esperar, creo…, desde ahí, mi vida cambió. 
El inicio a mi nueva vida fue cuando estuve frente a su puerta. Parecían eternos esos minutos, tal como, si por un instante hubiera retornado a la adolescencia. Así de inseguro me encontraba, pero por otro lado, la inseguridad, es una fuente en donde surgen los grandes descubrimientos.
De pronto, me percaté que por debajo de la puerta pude ver su sombra desplazarse de  un lado a otro.  Tanto como si estuviera atravesando un cuadro de ansiedad. Al notar eso, me acerqué a su puerta para tratar de oír si había alguien más con ella. Era como si se encontrara discutiendo con alguien. En esa época muy pocas personas usaban teléfono móvil y en su recámara al igual que la mía no teníamos teléfono instalado. Solamente usábamos el teléfono del salón principal.  Entonces simplemente hablaba sola o discutía como si se encontrara poseída por algo.  No quise perder más tiempo poniéndome a especular sobre lo que esté ocurriendo. Simplemente debía tocar la puerta y justo cuando iba a dar el primer golpe a la puerta ella abrió de forma intempestiva.  Y cuando la vi, sentí el susurro de un viento como si saliera de la misma habitación en donde ella se encontraba.
A penas vio mi rostro dio una sonrisa con la misma falsedad cuando una mujer suelta esa sonrisita para evitar vocalizar alguna palabra amable.  Le dije que necesitaba hablar con ella y me respondió con una naturalidad que me reveló su costumbre a distanciarse de las personas…  ocurrió así:

—Hola, quería conversar con usted, ¿puedo pasar?
—Disculpa, usted trabaja con el doctor Vicente. El profesor responsable de las rinoplastias.
—Sí, que bueno que te acuerdas de mí.
—Por supuesto, siempre te veo por todas partes, pero quiero que me disculpes. Estoy de salida.
—Oh, quería saber en qué momento puedo conversar con usted. 
—No te preocupes, que te avisaré apenas pueda.

Luego me percaté que tenía debajo de su brazo izquierdo un libro titulado el “Lobo Estepario”. Lo que me condujo a deducir que no estaba pasando el mejor de los momentos en su vida. Fue como una reacción instantánea.  De alguna forma me sirvió para detectar después que se encontraba un poco preocupada. Por estos motivos no quise insistir en verme otra vez. Sin embargo, ella notó mi desánimo y me dijo nuevamente; que no me preocupe.

—Dame dos días para solucionar mis actividades.  Te visito a penas termine tu turno en la oficina de la planta baja. ¿aun sigues en esa área?
—Claro.  Muchas gracias, estaré atento entonces.

Pasó el tiempo esperado (dos días) y no tuve noticias de ella. Me puse a especular que probablemente ella elija a sus clientes y de mi quizás no esperaba que pueda cubrir el costo por sus servicios. Quizás simplemente le gustaban los hombres mayores,  probablemente este evaluando en dejar esa actividad, o no sé, algún motivo habría tenido. Mientras tanto, sentí que más no podía hacer. Está claro que algunos tienen suerte para algunas cosas y otros no. Tal paree que ese es mi caso.  También llegué a la conclusión que debía de salir de la ciudad universitaria, quizás requiera más tiempo para mí.  Obtener esa conclusión sirvió para que por fin me anime a visitar  al central  pup bar conocido por algunos como el  “Lluvia dorada”.  Sin duda, inversiones que te muestran que tanto vacío exista en tu vida.  Además, a media calle había un club de desnudistas que mostraban sus artes.  Una semana después terminé como cliente habitual y justo cuando estaba a punto de olvidarme de la señorita Martha me la encontré rumbo a la Biblioteca.  El motivo de eso fue por que tenía una reunión con el doctor Romero.  Martha me dijo; ¡oh, discúlpame! creo que tenías que conversar conmigo, pero creo, que no era algo urgente.

—¿Cómo sabes que no era urgente?
—Simplemente por que no insististe.

Sonreí, le dije, no siempre las cosas son como parecen. A veces uno especula y toma las decisiones nomás. Tienes tiempo ¿ahora?

—Sí.
—Perfecto.
—Dame diez minutos que regreso.

Cuando regresé al mismo lugar donde habíamos conversado, ella ya había llegado. La vi parada frente al ventanal. El reflejo de su imagen sobre el vidrio daba la apariencia que sobre ese vidrio se había plasmado una parte de ella.  Además el aporte de los destellos cerúleos con el  sol se sumaron para bordear  los contornos de su cuerpo. El reflejo en el ventanal era una esencia de ella, cuyo matiz casi incoloro formaran una reproducción de su cuerpo como si se hubiera desdoblado.   El único reflejo fidedigno de ella frente al ventanal, era su mirada.  Su mirada delataba que estaba a punto de llegar al lugar más hermoso y distante del universo. Pero yo, estaba a la suerte de un silencio idóneo. Me sentí cohibido de interrumpir esa concentración que reflejaba su mirada. Por esa razón, cuando los minutos pasaron mientras que la contemplaba, sentí que no deseaba interrumpir la escena.  Pero ella en esos instantes ya se había percatado de mi presencia, por ese motivo volteó para mirarme.

—¿Cuánto rato llevas ahí?
— Recién llegué, pero no quería interrumpirte, ¿te encuentras preocupada o pasa algo?
—No, todo está bien. ¿Por qué me dices eso?
— No sé, me pareció nomás.

Sabes, seré breve y directo. El motivo que quiero hablar contigo no es un tema extenso.  Inmediatamente ella empezó a convulsionar, cayó al suelo. Me quedé impávido de contemplarla sufrir de esa manera. Tenía toda la apariencia de padecer epilepsia. Pero al pasar los segundos vi que poco a poco adoptaba una posición fetal como si el dolor de todo estuviera por su vientre. Cuando le vi el rostro percibí que estaba a punto de decirme algo.  Le dije: por favor, no digas nada, te llevaré al centro médico. Ella me respondió con agresividad y dolor.
—Noooo, no hagas eso. Llévame a mi apartamento mejor, esto es algo que siempre padezco.
Pensé que quien debía decidir, era ella. Yo no debía imponerme sobre su voluntad. Por esa circunstancia atiné a levantarla con lentitud. Ella me cogió del brazo y sentí el poco peso que tenía su cuerpo. Desde ese momento fui más consciente de  su fragilidad. Empecé a sentirme un poco avergonzado por las intenciones que tenía hacia ella. Estuvimos como veinte minutos ahí parados, yo sosteniéndola sin saber que decirle. Solo sabía que debía ayudarla. Ella estaba en completo silencio hasta que me dijo; sabes, ya me siento mejor. Por favor, vamos por ese pasillo, que por esa ruta llegaremos más rápido a mi piso.  Durante el camino el tema de la culpabilidad se acentuaba más en mí y temía que me pregunte ¿qué es lo que deseabas decirme?
No encontraba una respuesta creíble si me preguntara eso, solo entendía que el único que tenía un trastorno sexual era yo. ¡¿Y qué tal si todas las historias sobre ella eran mentira?!
Llegó al lugar donde estábamos el susurro de un viento para nublar mi mente y distraerme para no saber que hacer. Pero al fin y al cabo los minutos pasaron. Llegamos a su apartamento y no me preguntó nada. Mas bien le dije si tomaba algunas medicinas para lo que estaba atravesando. Me respondió que lo único que toma es Dalmadorm. Me pareció muy extraño por que ese ansiolítico solo se compra en el extranjero, así que alguien se lo debía de enviar. Pero ya no quería preguntarle más sobre ese tema, para evitar hacerla sentir incómoda. 
En esos momentos que  entramos aún seguía cogiéndole el brazo. Ella me hizo una sutil  e instintiva caricia con su dedo sobre mi mano como si despidiera mi brazo con agradecimiento.

—Muchas gracias, puedes acercarme la silla, quiero sentarme.
—Claro, por su puesto.

Luego de verla sentada le dije: Puedo abrir las ventanas, es bueno que haya ventilación.
No quiero viento, mas bien, abre las persianas para que entre algo de luz. A pesar que eran las seis de la tarde aún había rastros de intensidad solar.
Nos quedamos en silencio. Una vez que estuvo sentada y un poco mas sosegada sacó de su cartera sus pastillas y me pidió que le de un vaso con agua. Le respondí: claro, dime, ¿dónde están los vasos?
—Al costado de la puerta verde.
Le serví y se puso a beber con  grandes sorbos como si se hubiera sentido deshidratada. Yo estaba mirando las paredes como si hiciera una excursión sobre un lugar misterioso.
Luego escuché el sonido del vaso sobre la mesa.  Sentí que entre ella y yo había cierta confianza. Su mirada era diferente, quizás por la experiencia de atenderla. Después vi una ruma de papeles en el suelo. Le pregunté que si deseaba que los levante.

—Claro, me harías un gran favor.

Al levantarlos vi que en el suelo estaban dos retratos de unos sujetos vestidos con traje. Eran dos imágenes pintadas al óleo.

Desde ese instante sentí que nos conocíamos de tiempo. Quizás por las cosas que sabía de ella sumado a la experiencia de haberla atendido en esa circunstancia en la que casi perdió la conciencia. Asumo que por ese motivo tuve la seguridad de coger esos dos cuadros que estaban tirados en el suelo. Estaban ubicado precisamente como si ella no quisiera verlos. A mí me causó mucha curiosidad y los levanté del suelo, los puse a la altura por donde pasaba la luz de la ventana y le pregunté: 

—Disculpa, estos cuadros…
—¡Vaya, donde debo tener la cabeza!  Son retratos de mis hermanos.

Cuando terminó de hablar le di un soplo a cada lienzo, con la intensión de sacudir el polvo almacenado.  Al hacerlo se desprendió de cada lienzo una tupida nube de hojarascas microscópicas que al elevarse se desvanecían como si fueran escarchas de trementina evaporándose con el aire. Parece que los cuadros hubieran pasado décadas abandonados. 
Ella notó mi gesto o como si leyera mi mente, me dijo:

—Definitivamente tiene bastante tiempo, ¿¡oh, que dirás de mí?!
— Por que…
— Por que ves muchas cosas desordenadas, e incluso hasta cuadros en el suelo. 
 —Creo que ya tenemos algo en común, en realidad los que nos dedicamos a la ciencia casi siempre tenemos las cosas por todas partes. A veces siento que eso es parte de mi trabajo con el Doctor Vicente.
—Cierto, como te va con el doctor
—¿Lo conoces?
—Claro, además él me va asesorar para mi tesis. Por cierto, quería hablarme de algo…

En el momento que conversábamos yo aún tenía uno de los cuadros. Cuando me hizo recordar que era lo que quería hablar con ella, en ese instante, de la parte del bastidor del cuadro se desprendió un sobre que se encontraba oculto y cayó al suelo.
Parece mentira pero ocurrió como un elemento para que la distraiga, y si tuvo efecto. Como dice fui salvado por la campana. Ella quedó sorprendida y con cierto temor probablemente como si lo vaya abrir me dijo:

—Por favor no lo abras, dámelo.

Sentí muchísima curiosidad, pero igual se lo di.  Y como si quisiera olvidarme del tema me puse a continuar mirando el cuadro. Especialmente esa pinceladas un poco difusas. Parece haber sido hecho por un aprendiz y no sé por qué intuí trataba de un gran pintor. Además la conversación ya había tomado otro giro.  Así que no pude evitar en hacerle preguntas por el cuadro. Martha automáticamente me empezó hablar de su hermano. Luego me dijo que su hermano dentro de las varias cosas que había sido en su vida era ser artista, poeta. También me reveló que  la obra que tenía en mis manos era uno de sus autorretratos.  
Debo reconocer que me sorprendió bastante tal noticia, quizás por que yo siempre supe que poeta o artista en la familia ya es un tema alarmante. Esa existencia en sí, es toda una aventura que en cierto aspecto repercute a todos los integrantes. Es como si el karma se extendiese.  Le pregunté sobre a qué clase de escuela o que estilo eran sus poemas. Ella prefirió mirar a otro lado para responderme, como si buscara la información en un lugar abandonado. El silencio se mantuvo durante unos segundos, luego pronunció la palabra;  undergraud. ¿Te dice algo esa palabra?
—La verdad que desconozco ese tema.
— Jajajajaja, no te sientas avergonzado, en realidad es un movimiento cultural que prácticamente ya no tiene el mismo sentido que antes.  Para que me entiendas mejor…,  ser un undergraund, en cualesquiera de las ramas artísticas como danza, teatro, poesía, cine o narrativa. se encuentra básicamente en contra del sistema y ningún artista o cantautor dispone de auspicio alguno. Un auténtico undergraud jamás posaría para una cámara o daría una entrevista a ningún medio de comunicación, salvo que sea del mismo grupo conrtacultural.
—Ya veo que el destino jugó con cierta ironía.
—¿Así, cómo?
— Por que en estos tiempos muchos podrían considerarse  undergraund si lo ves desde esa óptica  como la planteas.  Muchos de las corrientes artísticas a las que te refieres, para el día de hoy, lo que más  hay;  es a los que se conocen como artistas independientes.  Van por la vida sin auspicio alguno. Además ahora con la aparición de las www y los blogers, y la infinidad de formatos electrónicos,   mayor motivo para que cada uno difunda su trabajo a su manera y sin contar con nadie.
—Que interesante que lo veas así.  No sabía de estas nuevas tecnologías. Sabes, yo también quería conversar contigo. Confirmo una vez más que cuando una tiene una intuición, siempre es por algo.
—Oh muchas gracias Martha.
—Pero ese movimiento al que prefiero llamarlos “H”, siempre percibí en sus dogmas cierto supremacismo. Pero caramba, no quiero enredarte con esos temas. Quiero que te sientas a gusto, sírvete un té o alguna bebida que seguro tendré en el congelador algo. 
—En realidad ya estaba pensando en irme, quizás ya desees descansar.
—Pero aún no me has dicho lo que querías hablar conmigo.
Fue en esa última pregunta cuando me dio un rapto de crisis de conciencia. En esos momentos ya la estaba viendo como una amiga y quería olvidarme sobre la propuesta que tenía en mente. Le dije; creo que no es el momento, además no es algo muy importante, quizás más adelante se dé el tema.
—Bueno, y dime, no me preguntas por el otro cuadro…
—Claro, cuéntame a que se dedicaba tu otro hermano. ¿También era pintor?
—No, él era activista político, pero también publicó un par de libros de poemas y unos manifiestos de influencia socialista. Pertenecía a una línea muy similar del tema undergraund, digamos que compartían el mismo dogma de discurso sobre la protesta o los llamamientos sociales.
—Comprendo, en cierto aspecto ambos eran artistas.
—La verdad que nunca lo había visto de ese punto, pero creo que se puede afirmar eso en cierta medida.
—¡Vaya, me dejas muy sorprendido! Ya veo que provienes de familia de artistas, ¿y cómo es que decidiste por la ciencia?
—Simple, cuando contemplas el fracaso de esos estilos de vida  solo te conduce a concluir en otro panorama,  quizás por un tema de autoestima o instinto a sobrevivir. El tema del arte y los activismos normalmente están poseídos por muchas certezas y pocas pruebas. Pero ya sabes que en la ciencia, todo se basa en pruebas, experimentos para que luego surjan las dudas. Nosotros somos más pragmáticos en lo comprobable. Los artistas y sus caminos sinuosos al principio son muy coloridos, pero  luego se dan cuenta que hicieron una ruta sobre las nubes que ellos mismo crearon, o  cuando sus mujeres los abandonan ya son conscientes recién,  y suele ser demasiado tarde.
El tono de su voz era más calmado y ya no quería hacerle más preguntas, percibí que la apenaba un poco. Sin embargo, cada vez que le preguntaba algo no se guardaba nada. Era como si de pronto hubiera tenido un rapto de confianza hacia mí. O quizás la pastilla que había tomado le proporcionaba esa fluidez al narrarme tantas cosas. Después nos quedamos en silencio como una fuerza envolvente y cuando trataba de sacar conclusiones ella estaba cerrando los ojos poco a poco y le dije que mejor se recueste en su cama. Me respondió; tienes razón, creo que es tarde, tú debes de tener cosas que hacer.
Sonreí sin responderle a esa pregunta.  Le di un beso en la frente como si fuera una pequeña y me fui. Ambos sabíamos que, si o si nos volveríamos a ver, y que la próxima vez conversaríamos más. 

Pasado veintitrés días, contemplé cómo ella había acabado con un hombre, luego de despedirlo fue al cuarto de baño. Pude ver que se inclinaba hacía la bañera y empezó a entrar y salir repetidas veces. Parece que estaba acomodando una especie de escenario. Empezó a encender pequeñas velas por el contorno de la bañera y por el lavabo. 
Inició su ritual cuando ella estaba introducida en la bañera y comenzó a masturbarse en donde sus líquidos vaginales se unificaban con el agua. Después tenía preparado un pequeño jarrón de bronce, parecía que contenía algo importante. Su contenido nunca lo supe, pero  pude deducir eso porque siempre lo tenía cubierto con una ceda y siempre lo protegía de la ventilación.
Luego el agua de la bañera logró una tonalidad lechosa. Pero más aguada. Los perfumes en el ambiente se habían impregnado en el vapor que rodeaba la superficie de todos los objetos.  Incluso yo también me sentí embriagado de esa esencia dulce del sándalo que se había propagado a través del incienso. Me hizo imaginar una escena de los antiguos monjes persas dispuestos a sacrificar a alguien.
Contemplé sus manos adoptar formas amenazantes llenas de tensiones. Sus venas emergían sobre su piel como si fuera la corteza de una acacia pálida y esta fuera habitada por dentro por serpientes hambrientas. Las formas que menciono denotaban una fuerza que jamás me imaginé de sus delicadas manos. Sin embargo, había cierta destreza en lo que estaba haciendo al coger a aquel animal.  Desde la ubicación donde me encontraba no podía definirlo bien. Era pequeño. Luego lo alzó como si lo ofreciera a algún ser de otra dimensión. Lo puso por unos segundos a la altura de su cabeza. Pronunció unas palabras a un volumen que para mí era como un susurro.    Fue en ese momento que recién pude ver que lo que tenía en su mano era una Langosta. La bajó lentamente en dirección a sus rodillas.  Mientras que la langosta poseída por una notable furia para luego extender sus extremidades y hacer fuertes movimientos como si deseara liberarse de algo que estaba a punto de devorarla. El vapor del ambiente se volvió más espeso, pero aun así, pude ver cada detalle de la escena. 
En ese instante lo que yo entendía por los latidos de mi corazón era una presión en toda mi caja torácica.  Probablemente por los pocos respiros que daba, mientras que una especie de excitación provocada por un miedo que jamás conjeturé experimentar en mi vida.
Mi respiración era cada vez más silenciosa que casi podría asegurar que llegué a un punto en donde casi no necesitaba respirar. Quizás para que no se percate de mi presencia. Sin embargo, el tiempo pasaba con pesadez extraordinaria.

Martha contemplaba con disfrute como la langosta sufría. Y cuando la introdujo en el agua, el animal se movía enloquecidamente como si le ardiera cada parte de su caparazón ambarino, brillante.
Martha sonreía endemoniadamente contemplando a la langosta sujetada por sus manos. Acercándola mientras que ella tenía las piernas abiertas, así para que luego la introduzca con suavidad, precisamente, la cola de la langosta dentro de su vagina.
Ni siquiera los movimientos de desesperación de ese animal provocaron piedad en Martha. Mas bien empezó a mover el abdomen en una forma que la hacía dilatar sus labios vaginales. Dado que, a la langosta la usaba para rosar su vagina y pocos minutos después masturbarse con ella.  Para luego introducir gran parte de la cola de la langosta dentro de su vagina empezó a gemir con más rudeza. En consecuencia, la langosta empezó a comportar como si estuviera desfalleciendo, pero en realidad no era así. Resulta que en el lugar donde es la pelvis pude ver que se deslizaban pequeños insectos aparentemente acuáticos.
No sé si era un juego del destino pero, la langosta resultó ser hembra y precisamente se encontraba preñada y en el momento que ocurrió toda la escena descrita estaba desovando sus crías. En ese instante quise evitar que Martha siga haciendo lo que estaba haciendo. En realidad, yo ya no pensaba en el animal si no, en ella. Pero todo era demasiado tarde. Una vez más la ironía del destino juega con una carta que nadie suele imaginar. Martha creyendo que usaba la langosta para satisfacer sus deseos sexuales, cuyo placer de condición deleznable la hizo   terminar como incubadora para que esas larvas crezcan en su vientre.
Yo me encontraba en el armario contemplando toda la escena por las rendijas de ventilación. Mi interés era saber si había guardado fidelidad hacia mí. Pero ya veo que la realidad vino a ser peor que cualquier cosa que pueda imaginarme de ella.
Ahora comprendo el origen de sus desmayos y la posición fetal de la que siempre terminaba en el suelo por que esos crustáceos estaban despedazándola por dentro y además, aumentaba su deseo sexual. Todos comprenderán que cualquier persona que posea un quiste o tumor cerca a los genitales definitivamente eleva la libido a niveles alarmantes. Ahora imagínense vivir lo que Martha experimentó de tener a esos crustáceos en su vagina.
Desde cuándo habrá cometido ese tipo de actos, no lo sé, pero si tengo total certeza que no era la primera vez. Percibí tanta destreza en sus movimientos que solo me hizo concluir que no podía ser la primera vez que haga ese tipo de cosas.

Referente a nuestra primera noche, ella  sin decirme nada se puso a masturbarse de forma repetida hasta llegar a varios orgasmos mientras que yo al contemplarla hacía lo mismo.  Le di un beso en su pie y ella gimió porque coincidió con su segundo orgasmo. Al escucharla, mi pene erecto se humedeció más. Empecé a lamerla sin parar a cada frágil dedo de los pies hasta llegar a sus rodillas.  Ante ese acto ella me dijo:
—Por favor, quédate ahí.
Yo exhalaba alientos al sentir los innumerables sabores que afloraban desde sus poros como si fueran una fuente de impurezas pero que me embriagaban.  Y cada vez tocaba altos niveles de excitación al punto como si estrujaran mi alma para no detenerme.  Seguir en ese movimiento mecánico de lamerla tanto hasta sentir sus orgasmos que se deslizaban al igual que estuvieran en resbaladeras de un nácar que era la piel de sus piernas.
Estaba esperándola que me invite a entrar en ella, mientras tanto con lentitud de cirujano abría sus piernas. No sé por qué ella resistía, me parece increíble que aparentemente dominada de esa excitación aun pueda mantener un determinado control. En ese plan estuvimos cerca de una hora. Parecía una danza de dos seres sobre una cama como si estuviéramos atravesando una experiencia mística. Entonces mi paciencia llegó a su límite y sin delicadeza terminé abriéndole las piernas para poder acomodarme para hacer entrar mi pene en su vagina.   Ella con notable satisfacción abrió mucho los ojos y me miró dándome un gesto de aprobación. Como si me dijera;

—Hazlo bien—.

Me monté sobre ella como si fuera un “ave de presa”. Sentí como si la despedazara por dentro, tenía toda la decisión a hacerlo sin escatimar rudeza. Martha ni siquiera transpiraba. Me gustaba contemplar sus pezones rosados y excitados. Recuerdo que en aquella época referente al aspecto físico el mayor encanto en una mujer, en lo que respecta mi opinión:  es su sonrisa o sus grandes senos.  Pero ella definitivamente había desarmado cualquier forma de construcción mental sobre el atractivo. Cada minuto con ella era algo parecido como volver a nacer y me hizo reconsiderar la atracción y excitación por otras cosas. Por ejemplo, sus pequeños senos que ya mencioné o su nariz. Cuando cada vez que ella hablaba mirando a otro lugar, yo aprovechaba en mirar su nariz o sus senos.  Recuerdo que eran grandes minutos en que recién la conocía y ya la estaba amando.
Cabe señalar que en aquella época en la que todo comenzó  yo solo buscaba ser un cliente, pero desde el principio fluyó entre nosotros una amistad que nos condujo a tener una relación de pareja tan sólida que se basó en la comunicación. Prácticamente entre nosotros no había secretos. Incluso el tema de la masturbación que me había explicado era algo que debía sobrellevar sin saber lo que luego me esperaría. y aunque halla logrado influenciar y determinar frente a la relación sexual conmigo. Simplemente era una condición innegable en donde la dependencia se basaba en que la hacía lograr relajarla para poder descansar.  No importaba si ese día había estado conmigo o más hombres en la intimidad. Es como si los hombres se hubieran convertido para ella, en objetos, que jamás la hacían alcanzar la plenitud sexual.
Con sus propias palabras, cito: es como la elevación de mis sentidos en donde luego al venir el descenso me deja una especie de éxtasis como si un raag (o raga) invadiera mi estado de ánimo. Además dentro de mi interior finalmente un vacío o calma a un  arrobamiento de pulsaciones y transpiraciones que solo me conducían descansar para entrar a un sueño profundo.

******
Aquella noche de la langosta, terminó cuando ella se dio cuenta de mi presencia. Se acercó al ropero y quiso abrirlo pero como lo estaba sujetando con más fuerza no pudo, así que lo cerro con tanta fuerza que sentí como si por fin me hubiera librado del riesgo de que se entere que era yo el que estaba escondido.  Luego al tocar los bordes de la madera 



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Autor: Enrico Diaz Bernuy
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