Concentrado y agradecido con mi esfuerzo, por dentro felíz, aunque no lo demuestre ![]()
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lunes, 8 de diciembre de 2025
domingo, 9 de noviembre de 2025
--- Cuento: LESLIE --- Autor : Enrico Díaz Bernuy
El
cierre, de carácter metafísico, ofrece una reflexión contundente sobre la
fragilidad de la percepción y el poder creador —y engañoso— de la mente. Leslie
deja al lector con la inquietante sensación y mensaje al lector
L e s l i e
“Quien se conoce a sí mismo ama mejor,
porque no espera que el amor llene
vacíos que él no ha querido mirar.”
Baruch Spinoza
Una de las formas misteriosas en como una mujer quiere que inicies una
conversación con ella, a veces es con un comentario poco adecuado en alguna de
tus publicaciones, por que a veces lo inadecuado puede ser lo que llame mas la
atención pero también te revela una parte de esa persona como diciendo ¿oye te
acuerdas de esta forma de pensar la mía? y así fue.
El comentario apareció debajo de una publicación que Orlando había
puesto en una de sus redes sociales.
Él jamás imaginó que detrás de esas palabras había una intención, una
huella o mejor dicho, una historia…
Quien escribía era una ex enamorada, alguien de muchos años atrás,
alguien que esperaba, alguien que lo había recordado, y alguien que lo había
buscado.
—Quizá con una mezcla de picardía y nostalgia— que él la
reconociera. Y sin duda, así fue, y así comenzó la historia de una
segunda oportunidad…
Ella se había vuelto psicóloga. Él, un hombre que, sin proponérselo,
había acumulado más oficios pero con una sola vocación: inversión en aparatos
tecnológicos.
Coordinaron un encuentro sin demasiadas palabras: ambos estaban en el
ocaso de unas relaciones; ambos sintieron una gratitud extraña, casi secreta,
por volverse a ver.
Todo inició con un abrazo en una vieja cafetería olvidada del parque
central de Lince.
El abrazo fue largo, casi torpe, como si el cuerpo intentara decir
palabras que no sabían pronunciar.
Él fue el primero en separarse y la miró, con una sonrisa
amigable:
Ella le dijo: —Pensé que este día nunca llegaría. No así, por lo menos.
Se sentaron frente a frente. Ella lo observó con una mezcla de sorpresa
y ternura. Le dijo, toca mis manos están temblando… no me imaginé emocionarme
así.
Él no tuvo respuestas para ese comentario. Y para no alargar el silencio
ella le dijo:
—Estás distinto… pero también igual —añadió—. Tu mirada no ha cambiado,
sigues con la misma estructura corporal, no te has engordado como otros hombres
de tu edad, y aunque ella no señaló el poco cabello que poseía, él
inmediatamente le dijo: pero con menos cabello, jajaja.
Ella sonrió y le dijo pero eso ahora es tan solucionable que la gente no
se da cuenta, en Lima siempre hubo mucho perjuicio. Siempre dicen que el hombre
no debe arreglarse, desviando la mirada como si recordara varios casos que ella
había atendido. Lo cierto es que los tiempos han cambiado y ahora hay clínicas
exclusivas solo para hombres.
—Tengo que contarte algo. O mejor dicho… tengo que contarte muchas
cosas.
Ella respiró hondo, como para un viaje inesperado, acomodó
su sofisticada cartera como si se preparara para estar largo rato, y
luego le dijo:
—Yo también tengo cosas que decirte. No vine solo a escuchar.
Él sonrió con una gratitud suave y con esa misma dulzura que solo ella
podía inspirar.
—Es como ofrecer agua limpia a quien siempre bebió agua turbia —empezó
Orlando—.
Y mi agua limpia siempre les pareció demasiado.
Ella arqueó las cejas. En otras palabras tuviste amor no correspondido.
Él respondió siempre tan pragmática; jajajaja
—¿Tú crees que amar de forma honesta espanta a la gente? —Dijo Leslie.
—A veces sí —dijo él—. La luz incomoda. Por que suele alumbrar el
panorama que la otra persona había enterrado o pone al descubierto las miserias
que el otro solo tiene para ofrecer.
— A que te refieres con miserias? — Dijo Leslie.
— Dar migajas. —Respondió Orlando.
Ella lo interrumpió por primera vez:
—Pero también atrae. No te quites mérito. A mí me atrajo eso de ti y
luego yo actué así con otro hombre y claro, él se sintió sofocado.
Se miraron con ese tipo de honestidad que solo aparece después del
silencio de las tormentas, la honestidad de la paz, la honestidad de la
lucidez. Una lucidez en la que se ubicaron en un tiempo pasado con tantas
similitudes.
Ella abrió un cuaderno, como un acto involuntario, pero lo dejó a un
lado. Porque esta reunión no era con un paciente. Él era su ex enamorado, su
amigo ahora.
—No voy a psicoanalizarte, Orlando. Solo quiero entenderte, pero sobre
todo escucharte.
En el pasado quizás lo hiciste, incluso sin ser psicóloga, con una
sonrisa nostálgica —le dijo—.
Él continuó:
—El encuentro con el otro es el encuentro con uno mismo. Lo aprendí
tarde. Yo intenté curar con amor… como si amar fuera un remedio universal.
Ella negó lentamente con la cabeza, grave error…
—No eres médico del alma de nadie. Pero tampoco eres culpable de haber
querido sanar.
—¿Sanar yo? —Sostuvo Orlando.
— Siii, tu.
Una sanación que quizás la proyectaste en el otro. A veces uno ama
como le enseñaron: dando más de lo que le dieron. Mientras que otros repiten
las migajas que recibieron.
Orlando quedó en silencio un segundo, sorprendido por la precisión de
sus palabras. O lo mucho que ella lo había conocido. O lo emocionalmente
irreconocible que Leslie se encontraba.
—Mi amor se volvió arma en manos equivocadas —dijo él—. Y yo no nací
para convencer a nadie de que merecía ser querido. Al final me agoté.
Ella lo miró directo.
—Yo tampoco. —Hizo una pausa—. ¿Sabes? A mí también me pasó. Todo lo que
yo no pude corresponderte, lo hice con él, o sea, mi pareja
actual… bueno, ex pareja. Me cansé de explicar mi cariño, de justificar mis
cuidados como si fueran sospechosos. Me cansé de esperar correspondencia y
sobre todo me cansé de esperar el apoyo moral que nunca me ofreció frente a mi
trabajo.
Orlando la escuchó, atento, mientras que en sus adentros sentía cierta
envidia por aquel sujeto que recibió lo que él no tuvo.
Ella respiró profundo, no me mires así, que yo a ti también te quise.
Quizás no como querías, pero si te quise. Te quise como estaba preparada en
esos momentos.
Ella sin duda podía leer en él hasta el mínimo gesto corporal, y
acertaba.
—A veces me volví fría, Orlando. No premeditadamente, era como un
acto involuntario, eran mis momentos.
Él levantó ligeramente la cabeza, sorprendido de escucharla
libre de ese orgullo que la caracterizaba.
Ella sonrió como un acto automático, pero con tristeza o
arrepentimiento,
—Tú me querías con luz. Yo solo sabía darte sombra.
Orlando estiró la mano y ella la tomó sin dudar.
—Jung decía que proyectamos nuestra sombra en el otro —dijo Orlando.
—Sí… pero también decía que podemos integrar esa sombra, —respondió
Leslie—. Yo nunca integré la mía. Tú sí. O por lo menos lo intentaste.
Pero míranos ahora, sentados aquí con esta palpitante amistad, este
cariño, no es usual.
Lo sé Orlando, esto es un tesoro.
Él siguió, casi con alivio porque ella también hablaba:
A veces no te enamoras de quien te hace bien, sino de lo que te resulta
familiar. O sea lo familiar era dar amor a medias o a migajas. Yo
repetía las frialdades, las indiferencias, guiones, impuestos que era difícil
deshacerse.
Cuando ocultas los errores los repites, luego buscara
maquillar las imperfecciones internas intentando creer tus propias mentiras,
pero todo eso lo entendí tan tarde que vi a varias mujeres maravillosas irse de
mi vida.
—Y yo también —confesó ella—. Sabía que tu cariño era limpio, pero yo
tenía miedo. A veces prefería relaciones confusas, inestables o sedadas… porque
la base de esas relaciones es que me hacían sentir que no debía rendir cuentas.
Pero hay una cosa que debes entender también, uno no elije de quien enamorarse,
esas cosas suceden, simplemente una debe tomar decisiones si conviene esa
persona o no.
—Orlando sonrió suavemente.
Y si no, ¿conviene sufrir igual? Señaló Orlando.
Ella respondió, peor sería sufrir estando con esa persona (la
inadecuada) porque el sufrimiento sería el doble, ¿no crees?
—Te siento tan madura que casi no te reconozco.
—No éramos malos, Orlando —dijo ella—. Solo éramos jóvenes y torpes. Y
un poco heridos. Yo te veía tan vinculado al deporte y yo universitaria, a
veces te gustaba leer pero eso no era suficiente para mí. Igual eras casi un
niño en esa época y cuando sentí que estábamos en distintas frecuencias decidí terminar
contigo.
—Claro, si comprendí. —Dijo Orlando.
Él sintió que una parte de su pecho se aflojaba. Parecía que sus
palabras lo desarmaban por dentro, por que hablar todas esas cosas eran como un
viaje a una época que él había enterrado, pero ahora todo salía a flote. Y
él debía disimular, debía ser fuerte y eso era un código instaurado,
la fortaleza, un mito más en su vida o mejor dicho la máscara de siempre.
Ella añadió:
—Tú dabas demasiado para que no te abandonen. Yo daba poco para no
sentirme atrapada. Ambos actuábamos desde heridas viejas… como si el amor fuera
una coreografía que nadie nos enseñó, pero que la danzábamos en modo automático
como un mecanismo de autodefensa sin saber que a quien mas heríamos era a
nosotros mismos.
Él cerró los ojos un instante. Porque en esos momentos todas las cosas
que quería contarle ya no eran importantes, parece que más importante era
hablar de ellos, ya no de sus experiencias o sus logros o sus
fracasos. Él ya no quería contarle de su empresa o las inversiones o
sobre los viajes que tuvo, era cosas completamente intrascendentales, o los
conflictos familiares que tenía con sus hermanos debido a la ambición de ellos.
Y aunque no entendía porque las cosas habían cambiado por el orden de
importancia, por que de pronto, hablar de sus sentires era más importante
simplemente dijo:
—La danza de la repetición…
—Sí —respondió ella—. Pero también se puede aprender otra danza.
Ella lo miró con una ternura adulta, distinta y más sensual que nunca.
—Orlando, tú no estás condenado. Y yo tampoco.
Estando contigo o con otros, me protegía demasiado. Aprendí a dar poco
para no perder mucho. Era como si el fracaso era una idea latente en mi mente,
era lo más próximo. Ya de pequeña había visto a mi mamá fracasar con mi padre,
o viceversa y otras cosas horrendas.
Él sintió un temblor leve en el corazón, era un sentimiento antiguo un
deseo de rescatarla, pero no se lo podía decir, esas cosas ya nadie te las
cree.
Ella tocó su mano y dijo:
—Esta vez… no tienes que repetir la danza. Y yo tampoco, sostuvo.
Y en la cafetería de Lince, entre el eco de un pasado que los unía y un
presente que se reacomodaba con cautela, los dos sintieron que quizá, por
primera vez, la vida les daba permiso para empezar distinto. Además, debes
entender que cuando uno aprende a descifrar su propia mente, comprende que los
recuerdos no son restos del pasado, sino los planos invisibles con los que
edificamos nuestra existencia. Elegir qué recordar es elegir quién ser. Y solo
entonces descubrimos que esa arquitectura íntima siempre estuvo actuando sin
que lo supiéramos.
Pero algo empezó a inquietarlo, más allá de aquel mensaje.
La luz que caía sobre ella era demasiado quieta, demasiado perfecta,
como si no obedeciera al paso natural de la tarde. Él hablaba, contaba
recuerdos, dudas, culpas, y ella respondía con una serenidad que desentonaba
con la vida misma. No había titubeo en su voz, ni respiración agitada, ni ese
gesto nervioso de movimiento que hacía con sus pies cuando estaba a punto de
llorar.
Entonces lo entendió.
No era un encuentro: era una despedida.
Él tragó saliva, como si una mano antigua le apretara la garganta y era
la misma sensación de cuando era adolescente.
—¿Cuándo te fuiste? —preguntó, sin poder sostenerle la mirada.
Ella sonrió con una dulzura que jamás pudo tener en el pasado.
—No importa. A veces uno vuelve solo para que alguien pueda soltar lo
que quedó pendiente.
Un silencio grueso se extendió entre ambos, como una sábana que lo
cubría todo. Él sintió que el mundo se hacía pequeño y que su cuerpo, por fin,
admitía el cansancio de tantos años fingiendo fuerza y fingir frialdad.
—Solo quería… —dijo él, con la voz rota— sentir que aún estabas.
—Siempre estuve —susurró ella.
El aire se detuvo cuando él dio un paso hacia adelante. La vio de cerca,
casi tangible, casi humana. Y sin embargo, algo en su transparencia lo obligaba
a comprender: el límite entre la vida y la muerte no siempre es un muro, a
veces es apenas un hilo que vibra entre dos almas cansadas pero dos almas que
se habían extrañado porque no era la primera vida en la que se encontraban…
—Déjame sentir tus labios —pidió—. Solo una vez. Para saber que no soñé
nuestra historia.
Ella acercó su rostro. El beso no tuvo temperatura, ni peso; fue como
tocar un recuerdo que aún conserve aroma similar a aquellas cremas humectantes
que ella usaba. Un roce de eternidad pero lleno del silencio que lo
transportaba a otros tiempos que él no recordaba con claridad, pero que le traían
sensaciones de gratitud o felicidad.
Él cerró los ojos y sonrió.
En ese instante comprendió la verdad filosófica que durante años había
evitado: morimos no cuando el cuerpo cae, sino cuando ya no queda nadie a quien
besar en nombre de la memoria.
El silencio cayó de golpe, como si el aire mismo hubiera decidido
apagarse. Él aún sentía en los labios el rastro frío de aquel beso imposible,
ese roce que parecía hecho de niebla y despedida. Cerró los ojos un instante,
intentando sostener la emoción, el temblor, el sentido profundo de que algo
dentro de él acababa de cerrarse para siempre.
Entonces escuchó pasos.
Un mesero se detuvo junto a la mesa, con una expresión incómoda, casi
asustada.
—Disculpe señor…—Disculpe, señor… —dijo con voz baja—.
¿Desea algo más?
Él levantó la vista, confundido por la interrupción.
—No, estoy conversando con ella… —respondió, señalando el asiento frente
a él.
El mesero tragó saliva y negó lentamente.
—Señor… usted ha estado solo todo este tiempo. Nadie se ha sentado con
usted desde que llegó.
El corazón le dio un vuelco brutal. Miró la silla. Vacía. Impecablemente
vacía. Como si nunca hubiese sido ocupada.
La comprensión lo atravesó como un rayo lento, poético e inevitable:
las conversaciones más profundas a veces ocurren con quienes ya no
habitan este mundo, sino nuestra necesidad.
Sintió un vértigo suave, una mezcla de pena y revelación. Había hablado
con ella… o con lo que quedaba de ella dentro de él. Y el beso, ese último
beso, no pertenecía al mundo físico sino al territorio íntimo donde memoria y
deseo se confunden.
El mesero dio un paso atrás, inquieto.
Él, en cambio, se serenó.
Miró el espacio vacío frente a él con un cariño que ya no dolía.
—Gracias por venir —susurró a la nada.
Y en ese momento comprendió algo que lo dejó en paz:
no había estado loco, había estado amando.
Y a veces, amar es la única forma de seguir a un fantasma sin perderse.
Y como un eco de la memoria —aunque carecía de la precisión de un
recuerdo real—, la idea persistía nítida, firme en su claridad.
Se visualizó acompañándola a
su casa, ella abre la puerta y él observa un montón de dibujos extraños pegados
a las paredes: rostros sin boca, o rostros sin orejas, manuscritos a mano,
arrugados o manchados con café o comida. Rumas apoyadas por todos lados,
mientras que los ruidos que hacían los jugadores de billar de la casa de al
lado invadían hasta el mínimo espacio de su departamento.
Ella le confiesa:
—No soy la que recuerdas. Esa versión
de mí murió hace tiempo.
No es un fantasma, pero soy otra
persona emocionalmente irreconocible.
Cuando él le pregunta por qué había
venido a verlo después de tantos años, ella responde:
—Porque me llamaste sin saberlo.
Él no entiende.
Ella explica que cada vez que
uno recuerda intensamente a alguien, crea un eco de esa persona en
otra dimensión. Una dimensión puede ser el mundo onírico
Ella es ese eco: una versión creada por
su nostalgia.
Y cuando él deja de recordarla, ella
empieza a desvanecerse lentamente, como si se apagara una vela.
En esa oscuridad, de pronto, algo
comienza a iluminarse: tenía los ojos cerrados y, al abrirlos, descubrió que se
había quedado dormido frente a la pileta del parque. Era una pileta adornada
con rostros femeninos, y uno de ellos se parecía mucho al de su antigua
enamorada. Mirándola, se quedó dormido.
Como en la misma época que ellos hacían el amor y ella quedaba dormida y
el fascinado le encantaba contemplarla. Cada descanso era para volver a tener
intimidad y siempre eran varias veces, como jamás tuvo ese ritmo con ninguna
otra mujer. Era como si su descanso era contemplarla a ella descansar.
Y a pesar de tanto furor corporal que los unía, él veía en ella un lazo más
profundo e indescifrable que lo físico.
Pero hoy, él ya era un anciano y se había quedado dormido frente a la
pileta que solo podía traerle recuerdo debido a que había un rostro muy similar
a la que amó con tanta fuerza como si ella fuera de una vida pasada.
Extendió la mano, quizá para volver a tocarla o para confirmar que aún
existía, pero en cuanto la rozó, el cuerpo de la aparición se deshizo en un
polvo luminoso que lo cubrió por completo.
Fue entonces cuando escuchó la verdad, no con los oídos sino en el
pecho: ella llevaba años muerta, y todo lo que quedaba de su amor dependía del
frágil acto de recordarla. Sintió un peso insoportable en el pecho, un frío que
lo dejó sin aliento, y comprendió que aquel último destello era su despedida
final.
De rodillas, bañado en ese polvo que parecía ceniza y luz al mismo
tiempo, deseó algo simple y devastador: un último beso, aunque fuera imaginado,
aunque lo arrastrara consigo al mismo abismo.
Cerró los ojos, inclinó el rostro hacia el vacío y, cuando creyó sentir
el roce de unos labios que ya no existían, su cuerpo cayó lentamente al borde
de la pileta, como si hubiera decidido seguirla hasta donde los recuerdos dejan
de ser luz y se convierten en silencio del beso y su fin.
Enrico Diaz Bernuy
jueves, 9 de octubre de 2025
Lo políticamente correcto.... -edición revisada- Articulo de Enrico Diaz Bernuy
Lo políticamente correcto o
la muerte del creador libre
Existe una vieja teoría —o quizá un mito urbano que con el tiempo se volvió teoría— según la cual todo personaje literario es una proyección del propio autor. Si el protagonista de una novela es un ser mundano, cínico o de moral dudosa, se asume que el escritor también lo es. Esta confusión entre creación y biografía ha acompañado a la literatura desde sus orígenes, casi como un estigma.
Cuesta separar la voz poética del poeta, "el yo ficticio", del "yo real".
Así, cuando Charles Baudelaire publicó Las
flores del mal, fue acusado de inmoralidad, como si los pecados de sus versos
fueran una confesión personal. Lo mismo ocurrió con Flaubert y Madame Bovary, que le valió un juicio por
“atentar contra la moral pública”, como si el adulterio de su personaje fuera
su propia experiencia.
El segundo dilema —y quizá el más delicado— es cómo separar la obra del artista cuando su vida personal parece contradecir el mensaje de su creación. ¿Podemos admirar la espiritualidad de un escritor o pintor cuya conducta privada roza lo delictivo o lo inmoral? El debate se repite con nombres distintos en cada época: Ezra Pound, genial poeta, fue señalado por su simpatía hacia el fascismo; Woody Allen, talentoso director, es juzgado no solo por su cine sino por su vida íntima. O el famoso caso de Vicente Huidobro que abandonó a su esposa por irse con una niña de 14 años mientras que él tenía más de 40, sí el autor de TEMBLOR DE CIELO Y ALTAZOR, por su puesto que esos dos maravilloso poemas fueron escritos después de vivir para siempre con esa joven, y la lista es inmensa de autores así...
Surge entonces la pregunta esencial: ¿debe el arte ser juzgado por la ética
de su creador o por la profundidad de su obra? Es como si estuviéramos en
tiempos en que escribir está siempre “bajo sospecha” (ser o parecer).
Una teoría más
reciente sostiene lo contrario: que para triunfar como artista hay que
convertirse en el personaje que se escribe. La autenticidad —dicen— es el nuevo
valor de mercado; la marca, (eres una marca). Así, quien escribe al estilo de
Bukowski (solo por dar un ejemplo), debe
vivir al borde del caos, entre bares, alcohol y desencanto; quien aspira a ser
un nuevo Rimbaud debe llevar una existencia errante y maldita. La sociedad,
fascinada por el mito del genio autodestructivo, termina confundiendo la obra
con el espectáculo del autor. El artista deja de ser creador para convertirse
en su propia estrategia de publicidad o marketing.
Finalmente, en la
era de las redes sociales, esta confusión alcanza su punto máximo. Todos tienen
micrófono y todos opinan. Se juzga no solo la obra, sino cada gesto, cada post.
Exhibir un plato de comida puede interpretarse como banalidad o vanidad;
compartir una canción triste, como signo de debilidad o derrota. Lo
políticamente correcto impone una máscara emocional donde solo se permite
mostrar éxito, alegría, buen humor y estabilidad. Paradójicamente, los textos o
videos que abordan temas de profundidad, cuestionamiento, autocrítica o recogimiento espiritual suelen ser
objeto de burla o sospecha.
En este nuevo escenario, el autor se ve forzado a
construir una versión maquillada o editable de sí mismo: un yo pulido, vigilado y aprobado
por la multitud digital. Los amigos a distancia y que jamás te conocerán en persona.
Sin embargo, no siempre quien comparte una canción melancólica o un video
reflexivo lo hace porque atraviese un mal momento, (o el peor momento de su vida), muchas veces simplemente
encontró en ese contenido algo inspirador, una chispa que lo conmovió o una
idea que podría servir de consuelo o motivación a otros.
En ese acto hay
empatía, no exhibicionismo. Pero en una sociedad acostumbrada a leerlo todo en
clave de sospecha, hasta el gesto más genuino corre el riesgo de ser
malinterpretado.
Quizá lo que nos queda, en medio de tanta confusión o hipocresía, (hipócritas), es recordar que el arte no es la confesión del artista, sino su espejo distorsionado. Que detrás de cada poema o novela o cuadro, hay más imaginación que biografía, más verdad simbólica que literal. Y que juzgar a un creador por su vida es olvidar que la literatura, como toda forma de arte, es ante todo una máscara que revela mientras oculta…
Enrico Diaz Bernuy
sábado, 19 de julio de 2025
Exposición de pintura en el Museo del Convento Santo Domingo
Quiero expresar mi profundo
agradecimiento por la oportunidad de haber participado en la exposición de
pintura realizada en el museo del convento Santo Domingo.
Agradezco a los colegas que valoraron
mi trabajo y me consideraron para formar parte de esta muestra colectiva. Ayer
vivimos una verdadera celebración del arte y la cultura, que una vez más se
hicieron presentes con la pasión del oficio.
Qué feliz habría estado mi padre de
ver una de mis obras exhibida en esas instalaciones, tan cargadas de historia y
espiritualidad. Él, profundamente religioso, quizás estuvo presente de algún
modo.
Es una dicha profunda saber que mi
obra ha sido acogida por un segundo museo; cada paso reafirma y nutre mi
vocación por el arte.
Muchos sabemos que el camino del arte
suele ser un sendero solitario, lleno de silencios, dudas y perseverancia. Pero
noches como esta, en las que colegas y amigos se hacen presentes, te invitan a
cuestionar esa idea. En el calor de ese encuentro, uno comprende que no todo
está perdido, que el arte también puede ser vínculo, compañía y celebración
compartida. Y, a veces, eso basta para orientarnos hacia la búsqueda de lo
esencial, de la sencillez como horizonte verdadero. Agradezco también la visita
de destacados artistas como Moisés Nieto, Miguel Brenner, entre otros, cuya
presencia dio más realce al evento.
Y un reconocimiento especial a Robert
Solórzano y Jhony Vega, organizadores de esta acción cultural de gran
envergadura, junto a su equipo de gestión que hizo posible este encuentro.
Fuimos 26 artistas unidos por la pasión y el compromiso con el arte.
Y, sobre todo, gracias al público que
se dio un tiempo para acompañarnos y brindar su respeto y aprecio por nuestro
trabajo.
Mi gratitud es infinita.
domingo, 6 de julio de 2025
Muestra de arte: Jirón Cyberpunk | arte contemporáneo | Lima - Perú
Queridos lectores de este espacio: como sabrán, la semana pasada se inauguró una exposición en la que estoy participando. La iniciativa y el impulsor fue Hugo Aullón, un amigo y colega de hace ya varios años, quien me invitó a participar en un chat donde, tras una serie de fluidas conversaciones y previa muestra de nuestros trabajos artísticos, colaboré en categorizar la exposición dentro de la línea del cyberpunk.
Todos habíamos coincidido en el género al que nos
sentimos vinculados por nuestras obras. El siguiente paso era ponerle un título
a la muestra, y Hugo colaboró nuevamente con el nombre que todos aprobamos: "Jirón Cyberpunk".
No sé si algunos se escandalizaron, pero por voluntad
propia se iban retirando del grupo. Desconozco si fue por la ubicación de la
galería donde íbamos a exponer o por algún otro motivo, pero lo cierto es que
los proyectos son como sueños: siempre existe el riesgo, mayormente enorme, de
que no se concreten. Pero, como dicen, los sueños a veces se hacen realidad.
Por supuesto, contamos con el apoyo de la directora Roxana Chávez Castro y los miembros de la Fundación René Navarrete Risco. Por cierto, Navarrete es una pintora peruana que vivió la mayor parte de su vida en el extranjero y, al establecerse en Perú, creó un edificio donde dispuso un área para la difusión cultural sin fines de lucro. Un caso extraordinario, Una singularidad admirable una rareza, algo completamente inusual: ver que un artista no solo tire agua para su molino, sino que piense en dejar un legado para las generaciones venideras.
Claro, usted me dirá (pero no todos tenemos áreas para construir). Pero nosotros, que nos enarbolamos como creativos, siempre tenemos alguna forma de pensar en las siguientes generaciones.
¿Qué sería de este
país si todos hiciéramos un voto de despojarnos de nuestros egos para aportar
algo a los demás de libre acceso? En mi experiencia, solo he percibido gente
que delega la responsabilidad al Estado (como bebé a la teta), y muchas veces,
entre nosotros, lo único que hacemos es lamentarnos o insultar. Que el Estado
tiene responsabilidad, claro que la tiene, pero ese será su karma, nosotros también
tenemos responsabilidad en la escena. ¿Y hasta ahí llegó la creatividad? Ya cada
uno sacará sus conclusiones.
Respecto a la muestra, solo me queda agradecer a los que vinieron. No sé si lo merezco, debido a que mi vida social no está en el mejor de sus momentos (y a veces, eso es buena señal). Al menos le pasé la voz a tres amigos y, por lo que veo, no pudieron venir. Evito entrar en detalles (mejor).
También quiero agradecer a algunos integrantes del
grupo de letras Poetálica, y
especialmente a Paty Camacho, una poetisa a quien conozco desde hace varios
años. Ella siempre mantiene esa calidez que la caracteriza, (belleza interior).
Yo a ella la respeto mucho, más aún al revisar sus versos. Es increíble cómo,
con el tiempo, se avanza en la escritura. También al crítico literario Carlos Denver por su presencia.
La Fundación René Navarrete Risco está ubicada en una
de las mejores zonas de todo Lima. Para mí, la ubicación le da un carácter más
auténtico... No es que me sienta a gusto en zonas
así, o que en mi vida pasada haya enfrentado situaciones similares, pero estaba
como pez en el agua. No conozco zona más subterránea (aquí nadie usa máscaras, confirmado).
Así que la invitación sigue en pie: todos pueden
visitar la muestra.
Reitero mi agradecimiento a todos los mencionados. Creo que los que asistieron saben, de alguna forma, el esfuerzo que hay detrás de una muestra. Es casi como un cumpleaños o un nacimiento, pero que no ocurre todos los años. El cuadro nace en tu taller pero sale oficialmente al público (al mundo) en un lugar especial, sala de arte, galería o fundación.
Me despido extendiendo la invitación a que visiten la
muestra, vean el concepto de la muestra
y con los maestros que estoy rodeado, hasta pronto.




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