Los frutos extensos en los tiempos de mi ciudad
Las almas se ofrecen así como de un árbol con frutos extensos.
Las almas surgen de sí, alarmas en la cúspide de unas cavidades.
Que surgen del pavimento en un ruidoso clamor.
Desde la misma indiferencia como quienes caminan por los sueños de alguien.
Y otros se encuentra arrinconados en el suelo.
Probablemente no todos eran mis mendigos, ya se ven caras extranjeras.
Las almas se ofrecen así con otros cuerpos que no son de lo eterno sino del momento.
Ves sus surcos en sus frentes y esas carreteras surgieron ayer.
Para clavar palabras que no pueden pronunciar.
Pero que sus rostros son la justificación de que todo está mal.
Las almas se ofrecen así; de extravíos involuntarios.
Pero en el fondo todo pinta un cuadro dramático.
No solo se trata de esos muchachos mendigando.
Lo más dramático es la indiferencia de los letrados.
La indiferencia de los que autoproclaman artistas.
En sus ensimismadas luchas cuya profundidad: es CERO.
Esa viene a ser la mayor de las barbaries.
Por lo tanto, las almas se ofrecen así, como de un bazar de esperanzas perdidas.
Ya nadie puede cambiar en el estrepito de sus claridades.
La náusea pero para ellos es néctar a elevadas y confusas lealtades.
A vanas i egoícas barbaries.
Sin duda esto es el orín, la inoperancia cuyo gesto más representante es la indiferencia.
Almas como si colgaran de los árboles.
Que se deslizan como frutos extensos.
Y en esa inmensidad nos miramos las caras sin sentimientos.
Las caras que realzan la idea de no decir nada.
Y así pasarnos la vida en la más profunda distancia.
Cuyo merecimiento nos hace poner nuestros tronos bruñidos.
Con las cosas que imaginamos o soñamos.
Para quedar en una vil nada.
Mientras que los frutos extensos en los tiempos de mi ciudad nos miran.
Y ya no hablan…
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