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miércoles, 7 de junio de 2023

Un poema al ave que me visita

Ronco el universo rosa las inexhaustas nubes, llena de esa embriaguez. Que de castillos  acuda a un todo construido como palabras exactas, verbo encendido para decir que todo silencio es rectitud  y fuerza en sus adentros en algunos los meandros de  los crecimientos. 

Donde no tienes que burlarte de nadie que bastante comedia, hay ya, en tus adentros; flujo,  vientos…  teoría de grafos, aristas —cíclicas—, estupendo sendero de los caminos cruzados, en sí, solitarios e imponentes (aluviones)  Cosas que no ocurren con un abandono.

 Pero sí con carmín de ardores,  y tripas en los cimientos, encaje así algún vocablo lleno de paz.  Es la única fantasía, logro y fantasía  capaz; que se tuercen en esqueje embriagado del yugo de quien se glorifica así mismo, el autocomplaciente y su voltaje.  

Tu que eres ave de los edificios  —escucha estas búsquedas en las que te encuentras—. 

Tus lentes oscuros se parecen a los míos, nuestra oposición nos une, antes fui como tú,  Para reconstruirse: los temas silenciosos siempre son de alguna gran verdad, los temas silenciosos siempre son fundamentales.

Vaya el trino  delirante ensendidas esencias, hechos con montañas de silencios, cruento de lumbres. Algo así fueron   los pasos en los que extrañé lo que mucho has vivido con tus grandes vuelos certidumbre solo hacia las  perspectivas, las alturas, su símbolo sobre el bramante.

Así nació el conjuro, nuestra nueva familiaridad donde la razón no posee fuego, la razón solo infundía insanas acciones navegantes en  yugos. Eso quise decirte, pero no encontré la forma; y desde ahí empezaste a visitarme con tu plumaje imperecedero. Elegante hasta en  tus abismos como tu pico  sincero,  como tus apetitos.  O quizás tú de mi ya lo has entendido todo  con tus trinos,  y tus fuerzas.



Enrico Diaz Bernuy

jueves, 30 de junio de 2022

Los frutos extensos en los tiempos de mi ciudad (poema) Enrico Diaz Bernuy



Los frutos extensos en los tiempos de mi ciudad

 

Las almas se ofrecen así como de un árbol  con frutos extensos.

Las almas surgen de sí, alarmas en la cúspide de unas cavidades.

Que surgen del pavimento  en un ruidoso clamor.

Desde la misma indiferencia como quienes caminan por los sueños de alguien.

Y otros se encuentra arrinconados en el suelo.

Probablemente no todos eran mis mendigos, ya se ven caras extranjeras.

Las almas se ofrecen así con otros cuerpos que no son de lo eterno sino del momento.

Ves sus surcos en sus frentes y esas carreteras surgieron ayer.

Para clavar palabras que no pueden pronunciar.

Pero que sus rostros son la justificación de que todo está mal.

Las almas se ofrecen así;  de extravíos involuntarios.

Pero en el fondo todo pinta un cuadro dramático.

No solo se trata de esos muchachos mendigando.

Lo más dramático es la indiferencia de los letrados.

La indiferencia de los que autoproclaman artistas.

En sus ensimismadas luchas cuya profundidad:  es CERO.

Esa viene a ser la mayor de las barbaries.

Por lo tanto, las almas se ofrecen así, como de un bazar de esperanzas perdidas.

Ya nadie puede cambiar en el estrepito de sus claridades.

La náusea pero para ellos es  néctar a  elevadas y  confusas lealtades.

A  vanas i egoícas barbaries.

Sin duda esto es el orín, la inoperancia cuyo gesto más representante es la indiferencia.

Almas como si colgaran de los árboles.

Que se deslizan como frutos extensos.

Y en esa inmensidad nos miramos las caras sin sentimientos.

Las caras que realzan la idea de no decir nada.

Y así pasarnos la vida en la más profunda distancia.

Cuyo merecimiento nos hace poner nuestros tronos bruñidos.

Con las cosas que imaginamos o soñamos.

Para quedar en una vil nada.

Mientras que los frutos extensos en los tiempos de mi ciudad nos miran.

Y ya no hablan…