“Jirón Cyberpunk”
La presente exposición reúne a cuatro artistas
cuyas obras dialogan con una visión inquietante y crítica del presente y del
porvenir. Cada uno, desde su singularidad técnica y simbólica, construye
imágenes que no celebran el progreso humano, sino que advierten sobre su
degradación. El cuerpo, el monstruo, el artefacto y el paisaje urbano funcionan
aquí como signos de una época colapsada, donde la estética se convierte en
vehículo de advertencia. Más que representar, estas obras diagnostican.
En la obra de Hugo Hernán Hauyón la monstruosidad no se limita a lo humano. Su
universo combina lo animal y lo humano en fusiones que recuerdan a Otto Dix o
al expresionismo alemán, donde la figura no es imitación “sino grito”. Los
contrastes cromáticos intensos y el delineado agresivo potencian esa sensación
de amenaza constante. Sus personajes nos interpelan con su mutación: ¿qué tan
lejos estamos de convertirnos en eso?
Enrico Díaz Bernuy traslada la inquietud al paisaje, también apocalíptico. Su
técnica mixta combina óleo con pintura industrial, pero además incorpora
objetos electrónicos como fragmentos de placas de computadoras y texturas
reales, insertadas en la superficie del cuadro. El resultado son paisajes
urbanos del “final de los tiempos”, donde la naturaleza ha sido erradicada y
solo queda una topografía de desechos tecnológicos. Aquí la pintura es también
instalación, es decir, objeto que reclama espacio y tiempo. Su crítica al
modelo de ciudad postindustrial es directa: la modernidad ya no promete futuro.Luis
Ricardo Orihuela Montesinos, por
su parte, es un virtuoso del dibujo. Su obra, en su mayoría en blanco y negro,
revela una precisión técnica que evoca el grabado antiguo, el cómic underground
o incluso los planos arquitectónicos de mundos colapsados. Utilizando
estilógrafos y herramientas de alta definición, Orihuela fragmenta escenas
donde figuras humanas armadas y monstruosas parecen atrapadas en una guerra
perpetua. El caos no es un accidente sino una sintonía (una atmosfera). En
algunos casos introduce el color, no como ornamento, sino como acento
dramático, casi cinematográfico.
Finalmente, Alberto Salazar Macuri
despliega un universo imaginario fantástico, aunque con cierta dosis en
estructura en términos gráficos. Su obra se construye en técnica mixta, entre
espinas, eslabones estilizados y morfologías imposibles que remiten al
tribalismo y a los motivos decorativos de antiguas civilizaciones. Probablemente
una alusión al tatuaje, al cuerpo intervenido, al dolor ritualizado, sugiere
una poética de lo simbólico. Aquí, el trazo se enrosca como una serpiente que
aprieta y advierte: la belleza tiene filo.
Este cuarteto de creadores no ilustran distopías.
Las habitan. Su mensaje es claro: no hay épica en el desastre,
pero aún puede haber conciencia…