RESEÑA – Ecdisis y el código del olvido
(una
pasarela, entre el símbolo y el silencio)
Ecdisis y
el código del olvido es una
propuesta literaria y performativa de gran ambición estética y filosófica. Lo
que a primera vista parece un desfile se revela, en realidad, como un viaje
interior a través de cinco actos, donde cada segmento representa una etapa del
autoconocimiento y la transformación del yo. El vestuario no es adorno, sino
lenguaje existencial: una piel que se muda, una máscara que interroga, una
forma que revela lo informe.
Uno de
los mayores logros del texto es su estructura escénica, inspirada en la
lógica del arte total: recuerda a Wagner, a los manifiestos de Artaud o incluso
al happening contemporáneo. Cada acto tiene su propia atmósfera, referencias
visuales y carga simbólica, conformando una experiencia más cercana al rito que
a la simple narrativa.
Destaca,
además, la riqueza intertextual. El autor entrelaza influencias tan
disímiles como los diseñadores Margiela, Iris van Herpen o Haider Ackermann,
con pensamientos filosóficos de Camus, conceptos científicos como la serotonina
y guiños culturales que van desde Iggy Pop hasta la tradición vaishnava. Esta
pluralidad convierte al texto en un verdadero palimpsesto, donde el
lector puede encontrar ecos culturales diversos y profundos.
El estilo
es deliberadamente fragmentario, poético y ensayístico. Los personajes
(Rubí y Rafael) no están ahí para desarrollar una trama clásica, sino para
encarnar ideas: la negación del origen, la construcción del doble, la explosión
del símbolo… Cada escena es una metáfora viviente. La prosa está cargada de
imágenes, frases reflexivas, y un tono lírico que exige del lector atención y
apertura simbólica.
Ahora
bien, es importante advertir que este no es un texto de lectura convencional.
Su naturaleza híbrida —entre cuento, manifiesto y ensayo— y su enfoque
altamente simbólico pueden resultar herméticos para quien busque una
historia lineal o un mensaje directo. Hay cierta dispersión en el estilo y
momentos en que la carga conceptual sobrepasa la claridad expresiva.
Aun así,
lo que propone Ecdisis y el código del olvido es raro en el panorama
actual: una experiencia estética que obliga a pensar con el cuerpo, a sentir
con el pensamiento. Es, en suma, una narrativa del alma vestida con
trajes metafísicos.
Una
lectura desafiante, pero necesaria, para quienes aún creen que el arte puede
transformar, no solo representar.
Ecdisis y el código del olvido
«El absurdo nace cuando el ser humano busca
sentido en un universo indiferente.
Pero de ese absurdo surgen tres fuerzas: la rebeldía,
la libertad y la pasión. Aceptar que la vida carece de sentido
inherente no es resignación, es un llamado a vivir
plenamente, a crear significado en cada acto, porque
incluso en el silencio del mundo,
la existencia merece ser abrazada».
Albert Camus
Acto I – La negación del origen
Inspiración: Maison Margiela (etapa Martin
Margiela), Yohji Yamamoto.
Estética: Ropa despersonalizada, sin logos. Colores apagados (beige,
gris, crudo). Prendas oversized, sin género definido.
Concepto visual: Modelos con rostros parcialmente cubiertos (como en
Margiela), caminan como si fuesen piezas anónimas.
Mensaje: El rechazo del yo social, la renuncia al pasado y a las
etiquetas.
Un
personaje rompe con su pasado, rechaza su nombre (se lo cambia), familia o
lugar de nacimiento. Quiere ser otro. Pero ahí no acaba el problema: aún no
sabe quién es.
Tema: El desapego como primer paso
hacia la transformación.
De su
mirada surgía el eco de aquellas palabras cuando mirábamos el río.
Así nos
gustaba hablar, contemplando la naturaleza, mientras discutíamos de negocios o
lealtades, o de cómo la tecnología nos ha desconectado de nosotros mismos,
incluso de nuestro entorno.
Hablábamos
del velo del olvido, cómo nos ciega, y cómo la saturación nos impide
profundizar en algo. Es posible rasgar ese velo y ver la historia real del
porqué estamos aquí, y cómo estos avances tecnológicos suministran las dosis
necesarias para que sigamos dormidos, sin rostro, donde el baluarte es el
"cara-libro" (Facebook). Como la negación del origen misma…
Ese
caminar era zombificado. Lo dije anteriormente: caminantes como piezas
anónimas. Aquella pasarela parecía salida de una arquitectura del propio
desierto. Eran princesas del desierto, eso debe quedar claro.
Acto II – El descenso al caos
Inspiración: Rei Kawakubo para Comme des
Garçons, Alexander McQueen (etapa 1998–2001).
Estética: Volúmenes inestables, cortes caóticos, materiales reciclados o
fragmentados. Colorido disruptivo, contrastes violentos.
Concepto visual: Sonido metálico o disonante. Movimiento errático.
Posible interacción entre modelos (coreografía).
Mensaje: La desintegración de la identidad en la búsqueda de libertad.
La belleza del colapso.
El
personaje busca nuevas formas de vida. Fracasa, se pierde, se autodestruye.
Vive sin rumbo, creyendo que la libertad es hacer lo que quiera.
Tema: La libertad mal entendida y el
vacío de lo inmediato.
Aquel río
descansaba frente a la primera pirámide llamada Tilkapoma, Perú. En sus
manuscritos se establecía que el nacimiento de la conciencia humana no fue solo
un acto divino, sino que intervinieron agentes externos cuya vestimenta
revelaba que no eran de esta constelación. Ese mismo río contemplábamos el día
en que me encontraba con Rubí.
Hablábamos
del fracaso y de cómo nuestra especie —según fuentes fidedignas— pasó de ser
homínidos elementales, situados en la mera supervivencia, a alcanzar cierta
espiritualidad.
¿En qué
momento ocurrió esta evolución? ¿Cómo y por qué?
También
recordé a Iggy Pop, con sus 800 millones de dólares, viviendo y vistiendo como
un mendigo, aparentando serlo, pero con dinero suficiente para vacacionar todos
los años en Europa o el Caribe, incluso para ser mecenas de algunas bandas
contraculturales. Se me vienen algunos nombres a la mente... Pero en fin,
aquella pasarela era un rompimiento con la naturaleza mediante objetos
metálicos. Una estructura de apariencia errática, como si no hubiese rumbo. Por
eso las modelos no usaban tacones altos. Eran princesas después de una devastación.
Eso debe quedar claro.
Acto III – El encuentro con el espejo
Inspiración: Iris van Herpen, Hussein
Chalayan.
Estética: Textiles futuristas, prendas con elementos reflectantes o
espejados. Simetría en los diseños, estructuras envolventes.
Concepto visual: Modelos se detienen frente a espejos o pantallas
reflejantes. El ritmo se vuelve introspectivo.
Mensaje: El individuo se ve por primera vez a sí mismo. La moda como
revelación interior.
Se
enfrenta a un doble, un enemigo o una imagen de sí mismo que lo confronta
brutalmente. Aquí comienza el reconocimiento interior.
Tema: La sombra como guía del
autoconocimiento.
Y para
ese caso, no había mejor disfraz para él que actuar como Aniceto: brujo
mediocre y lascivo, pero con un toque dark y cómico —sobre todo,
dicharachero, a lo Nicomedes Santa Cruz (humor satírico). Con cierto toque de
cantinfleo, por supuesto.
En
resumen, alguien con quien sería imposible tener un debate serio. Pero ese era
su enmascarado personaje, el que le permitía mantener a los demás a raya:
“Mientras más lejitos, más bonitos. ¡Compá!”
Esa era su frase favorita.
Los
espejos envolventes de aquel vestuario sin duda dejarían muchas preguntas sobre
cómo se evalúa la salud mental en el país y a qué nivel hemos llegado.
Una
pregunta interesante (vinculada indirectamente) sería: ¿De qué manera se puede
evaluar la conciencia y, sobre todo, qué entienden las personas por conciencia?
Al menos
me quedó claro que la soledad me condujo a cierta sofisticación. Sí, una
soledad sofisticada. Y debo reconocer que, en cierto grado, pude saborear una
sutil satisfacción: su elegancia.
Acto IV – El aprendizaje del límite
Inspiración: Phoebe Philo para Céline, The
Row.
Estética: Líneas limpias, colores sólidos (negro, blanco, azul marino).
Diseño minimalista, pero con corte preciso.
Concepto visual: Pasarela en calma. Andar seguro, con iluminación suave.
Mensaje: La madurez estética nace del control, del saber elegir. La
elegancia como consecuencia del límite.
Aprende a
decir no, a elegir, a disciplinarse. Descubre que crecer es perder ciertas
cosas.
Tema: La renuncia como forma de
madurez.
Rubí,
dentro de su complejidad y madurez, atravesaba la peor de las depresiones: la
que nadie nota. La silenciosa. La que se enmascara con sonrisas y un ritmo
frenético de actividades, pero por dentro estás hecho mierda.
Y te
vuelves una mierda que habla, sonríe, camina a pasos agigantados (viviendo al
límite).
En los
laberintos de los centros comerciales, buscando un producto vendible pero
económico, pequeño pero utilitario, sobrio pero que remita a recuerdos útiles.
Por ejemplo: un pequeño universo en formato holográfico dentro de un cristal
diáfano y luminoso, cuya función era dar al cuarto una luz de descanso, una luz
de reposo, y a la vez recordarte que tú habitas —en formato microscópico— una
constelación frente a la vastedad de un universo de proporciones
inconmensurables.
Recordarla
con sus cabellos rizados y azabaches me hizo pensar también que la traición de
sus amigos no era cuestión de maldad, sino de ambición y ego.
Y como la
mente suele jugarnos malas pasadas al proyectar nuestras experiencias, solo nos
queda la intuición: ese saber suprarracional con el que verdaderamente hemos
nacido.
Acto V – La acción verdadera
Inspiración: Valentino (Pierpaolo Piccioli),
Jean Paul Gaultier (alta costura), Haider Ackermann.
Estética: Colores potentes (rojo, dorado, índigo), símbolos culturales
reinterpretados. Prendas que mezclan lo clásico con lo vanguardista.
Concepto visual: Música ascendente. Coreografía final en grupo.
Presencia fuerte y afirmativa.
Mensaje: La integración de todas las etapas anteriores. La moda como
acción consciente, no como disfraz.
Actúa por
convicción, sin buscar aprobación. Ha integrado su pasado, su caos y sus
decisiones. Ahora puede construir o crear.
Tema: La autenticidad como forma de
evolución.
Él, por
su parte, podríamos decir que había convertido su pasión en una auténtica
pesadilla —o en lo más parecido a eso. Parecía un pintor, un artista, y eso lo
hacía auténticamente hermético. Era un sujeto difícil de descifrar, y esa era
su riqueza.
Vestirse
como un mendigo, pero viajar cada año como si nada a Europa o el Caribe. Para él, viajar era como dar la
vuelta a la esquina.
Casi como
la realidad misma de una interfaz al algoritmo cotidiano. Pero un algoritmo que
siempre le dejaba las mejores fichas, y aun así nada le bastaba. Siempre
deseaba más. Solo le faltaba que lo veneraran. Y aunque algunos se rendían a
sus sobornos, nada era suficiente.
Fusionar
lo clásico con lo vanguardista, como esos colores del acantilado junto al río,
se siente como algo maduro y evolutivo… Pero no puedes aplicarlo en la vida
real. Porque en esas dos horas que conversaron Rubí y Rafael, no lograron un
acuerdo sobre el desfile de modas.
Y a eso,
en este mundo, le llamamos justicia.
Fue
complejo, sin duda. Rafael y Rubí no solo compartían el amor, sino también el
proyecto profesional más ambicioso de sus vidas: uno que prometía —al menos en
apariencia— la tan anhelada libertad…
Lo
pensaron mucho, cada uno desde sus propias sombras. Pero al final lograron
ponerse de acuerdo. Decidieron lanzar su firma de modas, uniendo estética y
discurso, deseo y estrategia.
Y así,
bajo luces y telas, con heridas aún frescas pero las ideas más claras, se
lanzaron al vacío.
A eso, en
este mundo, le llaman libertad.
Enrico Diaz Bernuy
Bonus
Existenzialis
En tiempos en que la ciencia se
entrelaza con la cultura popular, muchas veces las explicaciones sobre la
felicidad se simplifican peligrosamente. Una de las confusiones más frecuentes
consiste en atribuir a la serotonina —ese famoso neurotransmisor— un papel
absoluto en la experiencia de la felicidad. Pero ¿es la serotonina el fruto de
la felicidad o su causa? ¿Puede una sustancia química, por sí sola, ser
equivalente al bienestar profundo y duradero que llamamos felicidad?
Para empezar, es necesario distinguir
entre placer y felicidad. El placer es, en
términos neurológicos, un estado momentáneo asociado a la liberación de ciertas
sustancias como dopamina, endorfinas, oxitocina y
en algunos casos, serotonina. El placer tiene que ver con la
gratificación inmediata: comer chocolate, tener relaciones sexuales, comprar
algo deseado, recibir un halago. Es fugaz, episódico, o transitorio y aunque
puede formar parte de una vida feliz, no constituye su esencia.
La felicidad, en cambio, es una
experiencia más compleja. Filosóficamente, puede entenderse como una forma de
plenitud, equilibrio o sentido. Fisiológicamente, se trata de un estado
emocional sostenido que implica más que una simple descarga química. Requiere
de estructuras cerebrales integradas (como el sistema límbico y el córtex
prefrontal), hábitos mentales, y muchas veces, una interpretación subjetiva del
propio existir.
Ahora bien, ¿qué es la
serotonina realmente? Es un neurotransmisor implicado en la regulación
del estado de ánimo, el sueño, el apetito, la digestión e incluso la percepción
del dolor. No es una molécula exclusiva de la felicidad, sino un regulador
del bienestar emocional.
Niveles bajos de serotonina pueden
estar vinculados con estados depresivos, ansiedad o irritabilidad, lo cual ha
llevado a pensar que altos niveles equivalen a felicidad. Pero esto es una
reducción peligrosa.
Decir que la serotonina "es la
hormona de la felicidad" es tan impreciso como decir que el cemento es una
casa. Puede ser un componente necesario, pero nunca suficiente.
La serotonina no causa la felicidad;
más bien, ciertas experiencias felices o la percepción de sentido pueden
generar un entorno biológico donde aumente la producción de serotonina.
En este sentido, la serotonina podría
ser entendida como un fruto químico de un estado emocional más
profundo, no su motor inicial.
Esto abre una reflexión crucial:
confundimos placer con felicidad porque ambas producen sensaciones placenteras,
pero solo el placer es adictivo y momentáneo.
La felicidad no se puede
dosificar ni provocar de forma inmediata; es más afín a una trayectoria vital,
a un equilibrio entre lo que somos y lo que buscamos.
El error moderno ha sido
reducir la dicha a un fenómeno fisiológico o químico, olvidando su raíz más
elevada. La verdadera felicidad no se resuelve en estados corporales
ni en niveles de serotonina, sino en estados anagógicos de conciencia, es
decir, elevaciones del alma hacia dimensiones superiores del ser.
No hablamos aquí de la disolución
impersonal del yo, como propone cierta vertiente budista, sino de la
experiencia personalista del amor divino, según la tradición vaishnava, donde
la conciencia alcanza su plenitud en la relación amorosa y sobre todo;
devocional con lo absoluto, encarnado en la figura de Krishna.
Enrico Diaz Bernuy