En una ciudad donde la vida nocturna estaba penada, una ciudad oscura y
poco luminosa sostenía el diseño de tener a su población (modo ganado) en una
condición de represión, como si se tratase de un régimen nazi. Y en esas
circunstancias existían ciertos círculos ocultos en las inmediaciones de la
nocturnidad, justo cuando todos los medios de transporte público habían
culminado su función. Entonces entre lo prohibido y los noctámbulos, una
señorita llamada Janeth logró consagrarse como una enigmática bailarina de un
club del cual muchos sabían de su existencia, pero del que nadie hablaba.
Ella cautivaba a todos con su sensualidad fuera de este mundo. A pesar
de que su apariencia era una especie de mutación genética que la hacía parecer
de otra especie o planeta. En cada movimiento de su cuerpo, despertaba los más
profundos anhelos eróticos en quienes la observaban. Aunque tenía senos
diminutos, las contorsiones que hacía con sus piernas la hacían lucir con una
movilidad en su trasero que atraía todas las miradas. Así desataba un
torbellino de deseos en aquella audiencia.
Janeth, con sus ojos alargados más grandes que las hojas de coca y
labios pequeños similares a la flor del níspero. De alguna forma, los teléfonos
móviles que se encontraban cerca de ella sufrían desperfectos en la pantalla
que duraban ciertos minutos, luego pasaba y volvían a la normalidad. Era como
si una tormenta electromagnética pasara sobre los asistentes y los aparatos
celulares asumían el hecho. Entonces, esto generó la leyenda urbana de que la
bailarina más cotizada provenía de otro mundo, aunque nadie se imaginaba de qué
lugar. Solo entendían que se trataba de un lugar lejano.
Pero llegó un día en que me atreví a seguirla y pude ver a una señorita
que la esperaba siempre al borde de un río cerca del puente Trujillo. Fue ahí
donde, apenas la vi, me sentí intrigado por aquella señorita de rasgos
indígenas, contextura atlética y movimientos corporales que reflejaban cierto
espíritu enérgico. Quise acercarme pero
si las sorprendía a ambas, iría a causar la sensación de que las estaba
acechando además, estábamos en unos
tiempos donde todos estábamos a la defensiva y las mujeres aún más. Si las
miras mucho creen que las quieres violar.
Cuando estaba de regreso a mi departamento, se me ocurrió no volver al
club donde se presentaba la bailarina, sino ir directamente a aquel lugar donde
la señorita esperaba a la bailarina, al costado del río. Pero creí que debía
alejarme, a ver si se me pasa o como si esperara que ocurra algo. Pero en mi
vida no ocurrió nada.
Así que luego de un par semanas me animé e ir el viernes, aunque medio que me entró la duda
porque ese día era feriado.
Entonces el viernes era el día elegido, el día predestinado ese tipo de eventos donde las prostitutas y
las bailarinas se mezclaban en aquel ambiente nocturno. Un lugar donde los músicos
ambulantes, los vendedores de cuadros de la vía pública y algún que otro poeta se mezclaban en una vorágine
de pasiones astrosas y etc…. Cuando llegué al río, a la misma hora
aproximada, no encontré a la amiga de la bailarina, ni mucho menos a la
bailarina. Estuve cerca de dos horas esperando. ¿Habré fallado en el cálculo
referente al horario? no lo sé…
Hice el mismo intento la siguiente semana y con el mismo resultado.
Entonces, decidí hacer otra cosa para ver qué pasaba.
Se me ocurrió ir al club, retornar a mis viejos tiempos; sí, visitar al cantinero a los colegas con los
que al menos por una noche nos dábamos un abrazo de afecto y entrar en las
mismas conversaciones inacabadas. Mientras pensaba en todas estas cosas, vi que
la puerta principal había sido modificada. Le habían puesto una aldaba que
pertenecía a cierto estilo victoriano y estaba en tan mal estado que reflejaba que había pasado una catástrofe
o que simplemente había pasado muchísimos años en aquel inmueble cerca del puente Trujillo.
Una vez que estuve ahí, no se me ocurrió tocar la puerta o buscar un
timbre, simplemente estaba en tan mal estado que se trataba de un inmueble
abandonado. Así que intenté mover la puerta a un lado para poder entrar y cuando
entré, sin duda se trataba de un
inmueble en completo estado de abandono desde hacía muchísimas décadas. Telas
de araña por doquier, polvo petrificado por todas partes y un silencio como si
entrara a otro mundo; uno que yo no conocía.
Luego de esa impresión, a los pocos minutos empecé a sentirme
descompensado hasta el punto de que solo buscaba el inodoro, como si una
diarrea y un cólico me estuvieran atacando de una forma que hasta ardor sentía en
el vientre. Era como unas náuseas que me
arremetieron para ponerme en un estado en el que caminaba con mucha dificultad.
Creo que era una sensación similar a la del pánico pero adolorido en el
abdomen.
Caminando así con esa sensación dentro del recinto, como si esa sorpresa
me estuviera enfermando de algo y lo único que necesitaba era ir al baño. Por
fin encontré una pequeña puerta que parecía conducir al baño y fue ahí cuando
sentí un mareo intenso, luego todo se
volvió de color gris claro, como si estuviera envuelto en una niebla que
envolvía mi mente con la finalidad de tenerme inmovilizado. Después de un
tiempo indeterminado, me levanté del suelo y escuché un zumbido en el oído
derecho, luego los sonidos del bar como si estuviera ocupado con muchas
personas. Empecé a percibirlos. Me parecía raro porque bien claro vi que el
lugar donde me encontraba era un sitio completamente abandonado; derruido. Intenté apoyarme en una pared, ya
todos los síntomas antes mencionados habían desaparecido y descubrí una manija
oculta. La jalé y salió una puerta oculta al costado del inodoro, como una
pequeña escotilla y de forma espontánea,
sin pensarlo mucho, ya me encontraba hincado en el suelo, espiando por esas
ranuras.
Me pareció increíble encontrar un pasaje secreto. Mi corazón latía con
fuerza y una paranoia me invadía sin tener claro si alguien podría verme a
través de esa puerta oculta. Cuando entré me encontré en un pasaje escondido
con el suelo de tierra con pequeñas
piedritas que parecían dientes desperdigados de alguna especie
desconocida. Las paredes cubiertas de
una ligera escarcha plateada de formas redondeadas, apariencia magmática
formadas por el enfriamiento del magma. Había protuberancias surgiendo de esas
mismas paredes como clítoris brillantes de tantas dilataciones.
Me preguntaba si era una mina abandonada y si los mitos sobre que hace
muchos años atrás habían surgido en esas tierras yacimientos mineros, de los
cuales misteriosamente habían sido ocultados por quizás tratarse de una ciudad
desconocida. Y si estamos hablando de una ciudad, entonces ¿qué clase de
humanos serían sus habitantes? ¿La bailarina habrá pertenecido a esa población?
¿Y quién era su amiga? Pero mientras estas ideas aún no estaban en mi mente, yo
en esos momentos solo pensaba en el origen extraño de esa caverna.
De pronto, vi que aquel conducto se bifurcaba y su anchura se iba
expandiendo en medida que avanzaba. Lo que en principio comenzó como una
pequeña escotilla y luego en una pequeña caverna por la que solo se podía andar
a gatas (con gran esfuerzo), luego se volvió un pasillo que finalmente esa
amplitud comenzó a asemejarse a una calle.
Esto parecía prácticamente salido de otro mundo, mi corazón al compás de
mi respiración pausada había llenado misteriosamente un estado de sosiego, como
si las cosas estuvieran bien a pesar de que todo lo vivido en esos momentos era
prácticamente como si fuera de otro planeta. Lo que más me llamó la atención de
aquellas calles fue la gente que volaba por los cielos, pero no volaban como si
estuvieran paseando, ni siquiera usaban algún artilugio electrónico o
mecánico. Volaban por los cielos con una
naturalidad innata como si otras leyes de la naturaleza rigieran sobre ellos.
Pero había un detalle, volaban como si estuvieran huyendo de la tierra otros
corrían sobre las paredes de los rascacielos con el mismo ánimo. No lo hacían a
un ritmo deportivo, corrían como si huyeran de alguien o de algo, como si
estuviera a punto de ocurrir algo y la única salida fuera huir.
Vi unas ventanas muy lustrosas y cuando quise ver mi reflejo, como si
una voz interna me dijera, “intenta verte”, vi mi cuerpo. Mi apariencia era
distinta, usaba otra ropa y mi rostro lo veía borroso, como si se pixelara cada
vez más cuando intentaba definir o reconocer realmente mi rostro, todo se
borraba. Parecía que hubiera una fuerza que no me permitiera ver qué rostro
tenía.
También experimenté una especie de espasmo visual y una lumbrada azulina
me cegó pero luego de unos segundos cuando recuperé la vista encontré frente a
mis ojos una especie de puente, sin duda una escena con tintes alucinógenos. No
recuerdo haber consumido algo para tales experiencias, así que todo se trataba
de que ese lugar era como un sitio poseído.
Y como todo lugar mágico siempre hay una mujer. Menciono esto porque
después de la escena del puente, apareció una mujer que conocía desde hacía
años. Ella bailaba bajo la escalera de su humilde departamento, con la misma
sensualidad de la bailarina profesional de aquel bar, y luego pude presenciar a
esos hombres que caminaban por las paredes, los gritos desgarradores a un zoom,
los movimientos y paisajes entre lo fantástico y lo apocalíptico a la vez. Me
dije a mí mismo: ¿y si todo fuera un sueño?
Pero los hechos eran reales y la historia no llegaba a ningún final
inesperado. De pronto, fue el timbre de mi teléfono móvil el que empezó a
retumbar y eso fue lo que pudo sacarme
de un mal sueño, aquel timbre del teléfono. Para comenzar había olvidado por
completo que llevaba conmigo mi teléfono. Entonces, inmediatamente contesté
aquella llamada; lo que escuché al otro lado de la línea fue una respiración
pesada y perturbadora.
Por alguna razón que no recuerdo, no se me ocurrió decir nada, creo que
estaba paralizado, luego el corte abrupto, dejándome en un inquietante estado
de alerta por no saber de qué se trata todo. Y que de alguna forma, el timbre
del teléfono me demostraba que todo era real. Aquella respiración agitada al
otro lado de la línea sembró en mí un estado más de alarma, a pesar de aquellos
eventos sobrenaturales que no tenían cuando acabar.
Entendí intuitivamente que, si algo tenía que hacer en ese escenario era no quedarme quieto. Sentí que había algo
que me indicaba seguir caminando por esas calles con sus enormes edificios. Soy
consciente de que era bastante raro que
al principio entré a una taberna
cerca de un río y al cruzar una puerta pasé a una zona más urbanizada, a tal punto
que había rascacielos.
Luego a las personas volando por los cielos o caminando por las paredes,
mejor dicho ¡corriendo, huyendo de algo!
Solo tenía que apresurar mi paso y vi en una esquina un pequeño
establecimiento donde una vieja amiga apareció para darme un cálido abrazo. Fue
esa clase de encuentros inesperados con aquel amor perdido, aquel encuentro que
algunos suelen experimentar. Como símbolo de un inicio o una despedida.
Lo primero que le dije fue: "Qué increíble encontrarte en este
lugar, ¿puedes creer que he visto cosas bastante sorprendentes? Además, no sé
qué distrito es este, ¿qué lugar es? ¿Lo sabes?" Ella me quedó mirando con
cierta ternura y compasión para decirme: "Acaso no recuerdas que en
aquella época cuando eras el director en las sombras (el secreto a voces), ¿lo
recuerdas?"
"No sé a qué te refieres, te gustaba que te llamaran el asesor en
las sombras", Cuando todos bien sabían que tu no eras el asesor de nada,
sino el director. Ella hablaba y su entonación solo refleja mucha
severidad, tenía la apariencia de ser una persona inflexible a todas luces, de
aquellas con la que jamás la puedes convencer de algo, la rigidez "en su estado
puro". De lo cual eso mayormente se sustenta por dos motivos, uno porque dinero
no les falta o por un ego exacerbado.
Contesté con una sonrisa de oreja a oreja, alardeando algo que hasta yo mismo desconocía,
eran viejos tiempos, —sostuve. Con un tono como de no querer entrar en discusiones
(no era el momento).
Pero cuando la miraba y en medio de mi cinismo, se me rompía el corazón de decirle que cuando muera su madre, con quien tantos desacuerdos tenía (al menos eso recordaba), su vida se vería devastada o la muerte de su abuela. Sin duda, esta sociedad si para algo te forma, es para que no puedas enfrentar esta clase de pérdidas, es como si quisieran verte acabado, disminuido, derrumbado. Y es ahí donde se hace presente uno de los principales problemas de la longevidad: ver a tus amigos que tanto quieres, morir. Sentir que al final no puedes hacer nada, esa clase de impotencia, es como una mala resaca y es peor que sentirte traicionado, —lo indecible—.
Pero lo que sí pude decirle fue lo siguiente: "Yo te voy a decir
algo de primera mano, y aunque te resistas, sé que en el fondo y en tus
adentros lo vas a creer. Es lo siguiente: en el 99% de la ancianidad, lo único
que uno busca es amor, afecto, atención. Incluso hasta el punto que podrás
suplicar y en el caso de tener descendencia, eso lo dejo para tu deducción...
psíquicamente vulnerable".
Ella me respondió: "Soy consciente de que no todo lo puedes pagar
con plata u oro". No sé en qué momento se empezó a acalorar la
conversación. Lo que pasa es que había olvidado su viejo talento de ella, el de
adivinar lo que uno piensa. Y de pronto estaba entendiendo las palabras que
decía yo en mis adentros sobre, cómo sufrirá ella cuando vea a sus amigos irse.
Pero ya me estaba cansando, así que ya no quería seguir de pie, le dije:
"Desde aquí veo que por allá hay una banca", e instintivamente nos
dirigimos a ese lugar y tomamos asiento.
Cuando menos me di cuenta, a un lado había un gran ventanal y vi
nuestros reflejos, ella y yo. Pude verla a ella con una quietud que me llamó la
atención. O sea, parecía paralizada contemplándome, así que inmediatamente giré
para verla y ella estaba buscando algo en su cartera, entonces volteé el rostro rápidamente y en el reflejo
la seguí viendo completamente paralizada. Era como ver a mi amiga en movimiento
y la otra, completamente inmóvil.
Era como si frente a esos cristales el tiempo se hubiera detenido. E
inmediatamente a mí también intenté verme en aquel reflejo y estaba también
paralizado, empecé a mover el pie derecho hasta levantar la pierna y mi reflejo
estaba inmóvil. En esos momentos debí decirle a mi amiga lo que había
percibido, pero ella no paraba de hablar sobre la historia de sus gatos, una
historia que no estaba escuchando. Hasta que pasó un buen rato y cuando quise
decirle lo que había percibido…, cuando levanté la mirada para hablarle, vi que
ella era ¡una figura de hierro! como una estatua que va en algunos parques.
Un pánico me embargó del cual empecé a experimentar un terror tan
profundo en no querer ver otra vez a ese ventanal donde estaban nuestros
reflejos y en un estado lleno de un pánico que jamás había experimentado. Después
de unos segundos más y en donde creí
haberme llenado de fuerza para poder verme en ese ventanal, ¡cuando logré
dirigir mi mirada a esos cristales! , vi que en la banca donde estábamos
sentados había dos estatuas de bronce en una pose como si estuvieran
conversando, y me sentí petrificado mirándola a ella y reconociendo que su cuerpo
era de una estatua al igual que el mío.
Enrico Diaz Bernuy