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martes, 26 de enero de 2016

«Sobre nada y otros escritos», de Mark Strand: en torno a la banalidad y el vacío



La poesía como expresión de la pérdida de algo que nunca volveremos a poseer es uno de los ejes de «Sobre nada y otros escritos». Ensayos en los que vertió su pensamiento más profundo Mark Strand, uno de los grandes de la lírica canadiense


«Cde Canadá, el país donde nací, el país de mis primeros recuerdos. El país donde mis padres vivieron sus últimos años y donde están enterrados. Fue el escenario de su pena, y era tan grande, estaba tan vacío, que cada día que pasaron allí podrían darse por perdidos». Así describe a su país natal Mark Strand (1934-2014) en el «Abecedario de un poeta». Nació en la Isla del Príncipe Eduardo, aunque se educó en Estados Unidos. Pulitzer de poesía,fue profesor en las universidades de Columbia y Johns Hopkins, entre otras. Gran conocedor de nuestra literatura y también de la escrita en lengua portuguesa, tradujo a poetas como Lorca, Alberti u Octavio Paz, de quien fue un gran amigo.
Al autor de poemarios como «Tormenta de uno» u «Hombre y camello» lo conocí en Madrid, donde durante sus últimos años de vida pasó grandes temporadas. Persona de gran porte, elegante, de apariencia tímida, era un magnífico conversador y un gran lector. Su gusto abarcaba desde el mundo clásico grecolatino hasta nuestros días. Prueba de ello son los ensayos reunidos en «Sobre nada y otros escritos». Para mí hay dos grandes poetas canadienses: Strand y Anne Carson. Podría citar a otros, pero estos son suficientes para toda una literatura.
En «Sobre nada...» se reúne un grupo de interesantísimos ensayos, breves relatos y un buen puñado de reflexiones. A través de todo este conjunto adivinamos el pensamiento profundo de su autor, que ya nos avisa de que él no goza al escribir. Escritura como dolor para comprender al mundo, para comprenderse a sí mismo. Paisaje del dolor que Strand ejemplifica con Ovidio en el exilio y con Virgilio en los pasajes de «La Eneida», donde el héroe se encuentra en el Hades con alguno de sus familiares, a los que no puede abrazar.
Gran conocedor de nuestra literatura, Strand tradujo a Federico García Lorca, Rafael Alberti u Octavio Paz
La poesía como expresión de la pérdida de algo que ya nunca más volveremos a poseer. La poesía como ausencia y vacío. La muerte enseñoreándose de nuestra vida. La muerte que nos recuerda que vivimos en el tiempo, un tiempo hacia la quietud; que somos mortales, que nuestras alegrías son contadas, que ella es la única realidad en medio de las ficciones que creamos para evadirnos.

Decir lo indecible

Strand es un escéptico en todo, un sabio escéptico. Tampoco cree en la inmortalidad, una de las esencias fundamentales de la escritura y, sobre todo, de quienes la practican. La inmortalidad personal es un engaño y únicamente puede haber lo que él denomina «inmortalidad alternativa», la influencia de un poema en otros, o incluso, la única posibilidad de que un poema forme parte de la cadena de poemas que se llevan construyendo desde los inicios de la creación. Pero ese poema, esos versos, como los del resto, son anónimos. Los poemas hablan por sí mismos. ¿Qué derecho tiene el poeta a extender una propiedad sobre algo que le es ya ajeno?
Strand reflexiona sobre la belleza y la banalidad en Neruda, un esteticista de lo ordinario, y se refiere al poeta chileno como un «antídoto indoloro contra un siglo desgarrador. Su reduccionismo genial ha llevado a la gente a unas actitudes simples y autosatisfechas ante la poesía que, de otra manera, hubiera podido aplicar a otra cosa». Strand muestra este amor y este rechazo, que yo comparto, al referirse al Nobel.
Rilke es la expresión de lo indecible, es la búsqueda de ese lugar donde lo indecible ha sido dicho. Strand conoce bien cómo se construye un poema. Pero lo más difícil para el autor de «Casi invisible» no es su construcción sino su acabamiento. El final del poema es esencial, porque es lo que nos separa de nuestra ficción, pendiente de volver a la realidad sin haber sufrido ningún daño.
Strand necesita del tedio, una variedad del aburrimiento doméstico, para llevar a cabo su escritura. Su tedio no es ni el abatimiento leopardiano, ni la vacuidad baudelariana, ni el vacío, ni la desesperanza, ni la depresión; sino la dulce monotonía de la vida cotidiana, que le hace deambular por su espacio geográfico vital libremente y sin preocupaciones. Después de este tiempo como parado, detenido, ensimismado, surge de nuevo una fuente de energía que lo conduce al trabajo.

Ya lo sabemos

Para Strand, la narrativa es muy distinta a la poesía. En la narrativa las palabras se encuentran subordinadas a la acción, a la trama. Leer una novela o un relato es avanzar y el lector está mejor preparado para leer ficción porque la mayor parte de lo que se dice «ya lo sabemos». En la poesía, por el contrario, la mayor parte de lo que se dice no se sabe o es desconocido. Lo que se conoce de un poema es su lenguaje, las palabras que usa. Sólo que en un poema estas palabras parecen distintas. En un poema las palabras son la acción. Leer un poema es un ejercicio de lentitud.
La poesía inquieta, no da seguridad; es ambigua, no da certezas. La poesía es la manifestación del lenguaje en su forma más engañosa y seductora, a la vez que imprecisa. La poesía tiene múltiples significados. Un poema es la búsqueda de lo desconocido. Pero no todos los poemas tienen como propósito recordarnos lo oscuro o lo desconocido que late en nuestra experiencia. Hay otros poemas que hablan de lo conocido, de las experiencias comunes que nos hacen sentir poderosamente nuestra humanidad más carnal. El poema habla por sí mismo, nos hace creer que lo que leemos nos pertenece, rinde homenaje a los que le precedieron (yo añadiría también a los que vendrán) y rinde homenaje al pasado. Sin la poesía, dice Strand, y yo estoy de acuerdo con él, sólo tendríamos vacío y banalidad.
La poesía inquieta, no da seguridad; es ambigua, no da certezas. Es la manifestación del lenguaje en su forma más engañosa y seductora
¿Por qué el escritor, pero sobre todo el poeta, escribe unas cosas y no otras? En el fondo carecen de elección, entre el pensamiento y la mano que lo recoge hay un espacio de nadie que es donde se transforma en él mismo. Pero no sólo hay que escribir sino, sobre todo, tachar: desprenderse de lo escrito, deshacerse de la materia que pesa y quedarse únicamente con lo etéreo. En la poesía no hay un método de escritura.

Inocencia del futuro

Strand se alinea con quienes pensamos que el poema está más allá de la mera comunicación. No es su fin. El poema es una variante, a veces, de un texto sagrado, pues también busca lo inalcanzable, lo desconocido, la razón del existir que se nos ha negado desde el nacimiento. Nos da pautas para combatir a la muerte. Reinterpretando a Valéry, Strand define al poeta como un hombre que, a consecuencia de algún incidente, sufre una transformación oculta. «El incidente no es más que la propia vida y su capacidad innata -la mayor parte de las veces- para explicarse a sí mismo».
Muy interesante es el ensayo sobre la fotografía en relación con la poesía. A la foto la define como la inocencia del futuro. Fotos familiares, fotos de gentes ahora anónimas. Strand divaga sobre el «punctum» de Roland Barthes, la emoción de lo que se ha visto grabado al margen del propio sentido de la foto. Strand reflexiona sobre el poema que Rilke dedicó a su progenitor, «Retrato juvenil de mi padre», cuyos versos finales dicen así: «Tú, daguerrotipo, qué rápido te desvaneces / entre mis manos más lentamente desvanecidas». Rilke, aparentemente ensimismado, supo entender muy bien este nuevo arte todavía incipiente en su tiempo.
La foto como generadora de un poema. El poema como rescate de una foto que va haciéndose invisible con el paso del tiempo. Lo mismo le sucede a Charles Wright en «Bar Giamaica 1953-60». La fotografía sustituye a la vida y se convierte en historia. Cuando los que estaban allí ya no están. El propio poema, aparentemente más frágil, va sustituyendo a la foto; el poema como su memoria y recuerdo, no al revés.

Página en blanco

«Sobre nada...» es el último ensayo. Strand toma una cita de John Cage, «No tengo nada que decir, y lo estoy diciendo», que no es original del norteamericano, sino del irlandés Oscar Wilde: «No tenía nada que decir y lo dijo». Strand entiende la nada como la página en blanco, el vacío sobre el que escribimos, el silencio sobre el cual escuchamos voces que tratamos de reproducir.
El silencio también se aproxima a la nada. La nada la «definió» Beckett como una profundidad de la mente, aquel lugar donde la luz no puede alcanzarnos. «Es difícil decir que la nada, no siendo algo, ejerza una atracción. Pero hay momentos en que siento una suerte de atracción, una especie de incitación, que no viene de ninguna parte y que podría ser la nada haciendo valer su derecho a existir, no sólo en mí sino en todas partes, para recordarnos que hemos olvidado nuestros orígenes y hemos creado ficciones sobre la inevitabilidad de nuestro ser, en lugar de celebrar el no-ser de nuestra historia verdadera…».
Strand, un gran poeta y ensayista certero que nos ayuda a iluminar nuestro torpe caminar por la tierra.
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