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Orígenes

Café y escrituras con humo nace bajo la inspiración de una de las leyes más profundas que rigen nuestra realidad material: la ley de la impermanencia. Si existe un símbolo que encarna con mayor pureza este principio, es el humo. Vaporoso y fugaz, el humo se disuelve en el aire, danzando con lo invisible y convirtiéndose en una expresión sublime de lo transitorio. Sin embargo, frente a esta volatilidad, surge algo que, de manera paradójica, desafía el olvido: la escritura. A través de las palabras, somos capaces de cristalizar ideas que atraviesan el tiempo, dejando una huella indeleble tanto en la memoria propia como en la colectiva. El café, por otro lado, representa para mí la lucidez en su estado simbólico. Es el elixir que aviva los sentidos y nos invita a un despertar consciente, permitiéndonos observar con mayor nitidez los matices de lo que nos rodea. } Por esta razón, Café y escrituras con humo se erige como el título perfecto para un espacio digital donde mis pensamientos y creaciones literarias fluyen libres, lejos de las cadenas de la censura. Así, la “libertad creativa” se convierte en algo fundamental para hacer mi propio camino, junto con un toque personal e íntimo que tiene como propósito compartir mis escritos, reflexiones de grandes autores, relatos o textos de colegas. A veces, también encuentro la oportunidad para redactar reseñas literarias y críticas. De esta forma, quedan invitados a revisar cada uno de mis poemas, cuentos o relatos. Referente al género poético he preferido en varias ocasiones compartirlo mediante el formato de video en donde leo cada uno de mis versos, incluso hasta con fondos musicales o efectos visuales. Por lo tanto, estimados lectores y amantes de las palabras, con placer y profundo aprecio los invito a descubrir mi blog Café y escrituras con humo, un espacio donde la literatura respira libre y genuina, y donde cada cuento y reflexión está tejido con esmero, ofreciendo mundos y personajes que buscan resonar en el alma. Es un rincón de lucidez y libertad de expresión, donde no existe censura ni rechazo, sino un llamado sincero a explorar juntos las profundidades de la imaginación y del pensamiento. Los textos son gratuitos y siempre bienvenidos a nuevos ojos, con la esperanza de que encuentren en ellos una chispa de inspiración o reflexión. ¡Los invito a tomar una pausa, servirse una buena taza de café, y sumergirse en la esencia de cada relato! , poema o artículos. A continuación, dejo el índice del contenido:
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jueves, 5 de diciembre de 2024

OFF AA (Objetofilia a la forma fálica de algunos alimentos) de Enrico Diaz Bernuy

 

Objetofilia a la forma fálica

de algunos alimentos

(fetichismo alimenticio, el plátano)

 


Una breve historia sobre

mucho dinero

 

El erotismo es como la comida,

 lo llevamos en los instintos."Octavio Paz

 

"Todo lo que vemos podría considerarse

un símbolo de algo más."Oscar Wilde


                                                             

 —¡¡¡¡Seis millones para un plátano pegado en la pared!!!!  a quien considero el acto más creativo, pues con el marketing, el discurso de lo banal o una aparente.. “estupidez humana” (típico de estos tiempos de los pantalones rotos) puede correr como pólvora, alrededor del mundo.

Entonces entiendes de que no hay tanta estupidez  de por medio, por lo contrario. En términos del marketing  logró el éxito:    generar polémica y reconsiderar el valor en la cultura contemporánea…

Para los que no están muy al tanto del individuo  italiano; Maurizio Cattelan es el autor de la obra “Comedian”, que consiste en una banana pegada a la pared con cinta adhesiva, en 2019, Cattelan presentó Comedian en la edición de Art Basel de Miami. 

Y recientemente en  2024, la obra se subastó en Sotheby's, Nueva York, por 6,2 millones de dólares. Lo cual se puede tomar como manifiesto sobre lo efímero de estos tiempos y bla, bla, bla, bla;  ¡y bla!

La obra generó polémica y reabrió el debate sobre el valor del arte en la cultura contemporánea.

 Y a pesar que estamos en un mundo y en unos tiempos globalizados, no es tan sencillo hacer conocer el nombre de alguien en las personas, menos aún el nombre de un producto y mucho menos, el nombre de una obra de arte. 

Esta clase de noticias había invadido el muro de los espacios periodísticos que John  solía revisar con cierta frecuencia. Y como era de costumbre en él, darle vueltas al asunto lo había hecho evaluar, investigar fuentes alternas que puedan nutrir sus especulaciones o sus confluencias. Como si dentro de él habitara un ser deseoso de la verdad, pero lo que él no consideró es que a veces hay verdades que no te conducen a la paz interior, simplemente porque no tienes la talla psíquica para sobrellevar las realidades…

John a veces atravesaba diálogos internos como si tuviera un interlocutor externo, una especie de fantasma que lo acompaña y le dice cosas. Cosas que probablemente salían como reflejo de su interior, pero materializados en una voz gruesa pero salida de otra dimensión. Prueba de ello es el siguiente breve discurso. Una mezcla de las cosas que había leído, instruido y concluido, solo que a veces todo lo olvidaba y luego se revelaba en la voz de este personaje imaginario, fantasmal pero amistoso que siempre lo acompañaba.  La voz dijo:

 

Es aquí donde el plátano en la pared, nos guste o no, fue vendido en la casa de “subastas de arte” una de las más importantes de este planeta.  También tenemos que aceptar que ese sujeto italiano tiene cierto don por la creatividad, pero una creatividad que apela al absurdo como espejo de la realidad: Reflexionar cómo el sinsentido retrata, de manera indirecta, las paradojas del mundo contemporáneo.
Una idea que no es descabellada, pero que se basa prácticamente en un manifiesto sociológico, que invade una sala donde se exhiben obras de arte. O la vieja técnica del humor como subversión: Vincular la ironía con el uso del humor “para desarmar” lo solemne o lo predecible. Es como un petardo de dinamita para derrumbar todo lo hecho… Y a eso, algunos lo llaman arte, y a ese individuo italiano, algunos lo llaman artista.

«   Algo banal a algo extraordinario »,  sustentó uno de los críticos oficiales de Sotheby’s.

Y con esa escasa apreciación ni siquiera deseo mencionar el nombre del crítico. “Esto no es solo un truco publicitario. Que una obra de ese nivel llegue a una sala de arte o a una subasta (que es peor) también implica algo más: dinero, mucho dinero. ¿Quién se beneficia aquí?”

 

Es por ello que estamos frente a una  desarrollada técnica  de ingeniería fiscal, cuyo único fin es para evitar impuestos, por que si donas esa obra a un museo, pasas inmediatamente a recibir beneficios fiscales de hasta el 50% de tus deudas al fisco. Y si por casualidad lo compras a nombre de tu empresa en cualquier parte del mundo puedes señalarlo como ¡inversión a bienes culturales! Y luego lo donas a un museo  se deducen el 50% de tus impuestos. ¡Gambito de caballo!

Imagínate el 50% de 6 millones. O mejor aún, si dejas pasar 4 o 5 años, esa misma obra de los millones, subirá de precio, y si luego la donas al museo. ¡Gambito de caballo! Ahora, si fuera el caso que no lo donas, tienes idea lo conocido que será el nombre de tu empresa si tú lo compras (publicidad y marketing a nivel mundial  y de forma instantánea ) Y ¿quién más desea llegar a nivel mundial como el comprador, hoy actual propietario de una cripto divisa? ¡Gambito de caballo!

 

Esta clase de ideas venían cuando él miraba las paredes vacías, él huía de las paredes con cuadros, y empezó a recordar las palabras de su madre ¡tú solo vives en la luna!

John Izarnotegui continuó su recorrido habitual. Mirando las paredes vacías, pero mirando las paredes de su interior, ese interior lleno de dudas, y cosas que a nadie se las puede decir… Las paredes vacías eran como páginas que él deseaba descifrar algún mensaje de cúspides y cuarzos cuyos contenidos siempre son luchas, devoción e inocencias. El eco del discurso interior sobre el plátano y la especulación seguía resonando en su mente.”

 

 

. No tenía otra alternativa, hablarse asimismo era la mejor forma de asimilar la idea que con sus amigos no podía conversar este tipo de cosas.

Cada palabra le parecía un insulto, una burla disfrazada de análisis (recordando la mirada de aquel critico) Él, un vigilante al que nunca le alcanzaba el dinero, custodiaba esas "obras maestras" que valían  millones, pero no alimenta su vida ni le da respuestas."

.  Un soñador de maquetas, que siempre deseo ser arquitecto y lo máximo que tuvo oportunidad era estudiar diseño gráfico y terminar como vigilante en un museo.

 

Caminó lentamente por el museo, sus pasos resonando en las losas de mármol, y en los ecos de su arquitectura interior… Sus ojos se detuvieron en las vitrinas, en las etiquetas que describían las obras con una seriedad abrumadora, o “cargante de ideas sin destinos” y pensó en el absurdo y sus justificaciones... (la imperiosa necesidad del sustento) ¿Era eso el arte ahora? ¿Un simple movimiento de cifras, en donde la vistosidad al dibujo, y su virtud, o la pintura y su virtud quedan desplazados?  ¡El derrame del designio a las vagas subidas de los aires! ¡¿Una excusa para que los ricos eludieran impuestos?! o se llenaran de prestigio. ¿De eso se trataba la vida? ¿Eso es vanguardia? ¿prestigio? ¿Prestigio ante quién? ¿contemporáneo?

No, y yo digo NO.

 Pero ante este monologo de John  no puedo dejar de recordar también Capítulo 2, verso 47:
"Tu derecho está solo en realizar tu trabajo, pero nunca en sus frutos. No dejes que los frutos de la acción sean tu motivación, ni tampoco te apegues a la inacción."
Este verso subraya que uno debe enfocarse en hacer lo que corresponde según su dharma (misión de vida) sin que el resultado o el prestigio sea el objetivo.

Capítulo 3, verso 35:
"Es mejor cumplir con tu deber, aunque imperfectamente, que intentar cumplir con el deber de otro, aunque perfectamente. Es mejor morir realizando el propio deber, que vivir realizando el deber de otro."
Aquí Krishna recalca la importancia de seguir el propio dharma, lo cual está ligado a la misión personal en la vida, independientemente de cómo sea percibido por los demás. Pero este tipo de cosas no las podía recordar John , y a pesar de lo necesario que era para su inteligencia, él estaba cegado por su incomodidad de las desigualdades…

En ese momento, John  Izarnotegui se percató de que no estaba solo. Un leve murmullo provenía de la sala contigua, una de las galerías secundarias donde raramente entraban visitantes. Intrigado y algo molesto, caminó hacia allí. Quizá alguien había quedado rezagado o, peor aún, intentaba robar algo.

Lo que encontró no fue un ladrón, sino un inesperado encuentro con dos figuras que cambiarían por completo el curso de su noche. El museo cerró sus puertas, y John , el vigilante, comenzó su ronda nocturna. La rutina siempre le resultaba un consuelo: encender luces, revisar vitrinas, asegurar las obras y buscar algo que el público asistente haya  olvidado.

Esa noche, sin embargo, el eco de los discursos sobre Comedian (el plátano en la pared) lo perseguía como un mosquito molesto. Pensó en los millones que movía aquel absurdo y en cómo un salario insuficiente, apenas suficiente para pagar el alquiler."

Mientras caminaba por la sala principal, se sobresaltó al ver una figura sentada en el banco frente a una instalación. Una mujer con un vestido corto y tacones desgastados lo observaba con una media sonrisa.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó John , frunciendo el ceño.

—Relajarme. Un museo vacío es más tranquilo que las calles —respondió ella con desparpajo, encendiéndose un cigarro.

—No puedes estar aquí ¡y menos fumar!

—¿Y qué vas a hacer? ¿Llamar a la policía? —respondió la mujer mientras exhalaba el humo. Luego lo miró, divertida—. No seas tan rígido, hombre. No rompo nada, no toco nada. ¿No es eso lo que importa aquí?

John  se quedó en silencio, incómodo por su propia incertidumbre. La mujer le extendió la mano.
—Carmen.

—John  —respondió, estrechándola con torpeza y sintió un hielo que empezó a recorrer todo su cuerpo, y al poco rato se empezó a  vaporizar la figura completa de esa mujer quedando en evidencia que era un fantasma.  Fantasma en el roce de los crecimientos del pasado, enmienda, y avaricia perpetua…

 

Y en el medio de la calma de la sala se rompió con un crujido seco, como si algo se astillara. Él giró y ella ya no estaba. Una de las vitrinas estaba abierta. De su interior, una figura translúcida comenzó a tomar forma: un hombre alto, de rostro demacrado y mirada penetrante, con ropa de época.

—Todo esto es una mentira —dijo el espectro, señalando las obras. Su voz era como un eco distante.

—¿Quién eres? —preguntó John , incapaz de moverse.

—Fui un pintor olvidado, vendido por mis herederos al mejor postor. Ahora soy un nombre en las transacciones de los ricos, como lo serán estos absurdos que custodias.

Carmen apareció de improviso, sin rastro de miedo, enfrentó al fantasma.
—¿Y qué esperas que hagamos? ¿Lloremos contigo?

El fantasma la miró fijamente antes de desvanecerse, dejando solo un susurro:
—Recuerden que no se puede vender el alma sin perderla.

John  miró a Carmen, confundido pero impresionado por su valentía.
—¿Siempre eres así? —preguntó.

—Solo cuando me pagan bien —respondió con una sonrisa.

—Pues yo no te he pagado nada.

—Ella de nuevo cayó en silencio. Carmen, con su vestido desgastado y cigarro en mano, era más que una intrusa en el museo; era un reflejo de los sueños que John  había dejado atrás. Se presentaba como alguien que buscaba refugio en las paredes frías de aquel lugar, pero en realidad era una suerte de guía. Una entidad atrapada entre lo tangible y lo espiritual, su misión era desconectar a las almas de la banalidad, recordándoles que el arte no debía ser solo transacciones y vitrinas, sino un puente hacia la esencia de lo humano. “¿Qué haces cuidando lo que no entiendes?”, le dijo una vez a John . Para Carmen, el museo era su prisión y su campo de batalla, un lugar donde aún podía susurrar a los perdidos la posibilidad de redimirse.

El sol apenas se filtraba a través de los vitrales de la sala de arte, tiñendo los mármoles con destellos como si hilos de plata hicieran acupuntura para purificarlo todo. Había amanecido. Él observaba, con una serenidad inexplicable, cómo la chica de cabello ondulado (Carmen),  sonreía frente a un cuadro. A pesar del silencio entre ambos, John  sentía como si la conociera de mucho tiempo atrás.

Sus manos delicadas parecían dibujar en el aire las formas que admiraba. Había algo magnético en ella, algo que le hacía sentir que el tiempo no existía.

“¿Qué opinas de este?” preguntó ella, su voz dulce resonando como un eco lejano.

Él no respondió. Solo asintió, perdido en el reflejo de la luz en sus ojos. Aunque nunca recordaba cómo había llegado a ese lugar, sentía que ella llenaba un vacío que ni siquiera sabía que existía.

Cada día era igual. Paseos tranquilos por las galerías de aquel museo, risas compartidas y esa sensación de completa perfección. Hasta que, un día, un cuadro nuevo apareció. No estaba allí antes. Mostraba a un hombre sentado frente a un escritorio, firmando un pergamino con letras que parecían arder.

John sintió un escalofrío que recorrió su espalda. Algo en aquella imagen le resultaba familiar, pero cada vez que trataba de recordar, un dolor agudo le cruzaba la sien, como si su propia mente le gritara que se detuviera como en un fuerte dolor de cabeza, típico de los escritores.

“Es hermoso, ¿verdad?” preguntó ella, sin dejar de sonreír.

Él asintió lentamente. La tranquilidad volvía a rodearlo, como si el cuadro no fuese más que un detalle pasajero. Sus ojos volvieron a la chica, quien ahora lo miraba fijamente, con un amor tan perfecto que su corazón dejó de cuestionar.

Había encontrado su lugar en el mundo, aunque nunca sabría el precio que había pagado…

El sol comenzaba a filtrarse por los vitrales cuando John , aún con la mirada fija en el cuadro del hombre firmando el pergamino, sintió un peso extraño en su bolsillo. Al meter la mano, encontró un plátano envuelto en cinta adhesiva, y en el reverso, unas letras: “Nunca lo olvides: no es el arte lo que se vende, sino tu lugar en el museo”. Miró a su alrededor, pero la sala estaba vacía. La chica, el fantasma, y las sombras se habían desvanecido. El museo seguía cerrado, pero el plátano en su mano estaba en pleno proceso de descomposición como en verdad él se encontraba en su interior.  

Enrico Diaz Bernuy