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Féliz Alvarado
En hebreo, nesuma significa alma.
La palabra en transliteración al español de un término que nos llega
a Occidente por vía del yidis.
La palabra en transliteración al español de un término que nos llega
a Occidente por vía del yidis.
Cuentan que robar el nesuma es el pecado de quitarle a otro la felicidad, de arrebatarle la esperanza que da alegría. Visto así, es un pecado grande. Porque sabemos que la vida es dura, pero se hace más pasadera cuando hay esperanzas que le dan sentido. Y que, aunque sea dura, si hay alegría se olvida el dolor. Por eso no solo es cruel quien apaga alegrías, sino que es un canalla el que arrebata esperanzas. Esto ayuda a entender cierta paradoja que usted seguramente ha experimentado. Por una parte, aún para gente generosa es relativamente fácil quedarse indiferente ante un indigente en la calle, incluso ante un niño. La razón es que nadie está actuando de forma específica para hacerle mal allí, en ese momento. Simplemente existe en su miseria.
Por el contrario, el caso de las niñas quemadas en el hogar seguro[1] es capaz de levantar condenas incluso entre gente relativamente endurecida. No es por la cotidiana desatención que hierve la sangre. Ni por la indolencia burocrática del Estado, que igual la encontramos en toda la administración e incluso en mucho del mundo comercial. Lo que activa la indignación es la crueldad intencional de los guardianes, dispuestos a apagar la alegría de esas niñas víctimas cuando su responsabilidad era darles paz. Lo que punza el corazón es el deliberado robar la esperanza, primero a las jóvenes mismas, luego a sus familias, que no pueden siquiera aspirar al sosiego de saber que la responsabilidad fue admitida o al menos perseguida.
Este es el mismo motor de indignación que mueve la condena a Ríos Montt. Una condena moral, sin duda, así nunca alcance a ser jurídica. Lo que suscita la reacción en contra de ese general no es que haya despachado su tarea de soldado con más ahínco del indispensable y menos consideración de la deseable, tramando, atacando y matando al contrincante en armas. Aunque eso ya fuera problema por la injusta, ineficiente y larguísima guerra en que lo hizo. El problema mayor es que él y su gente se empeñaron en robar el nesuma de sus víctimas. A vidas que ya eran duras, durísimas, les arrancó, con crueldad y para siempre, la felicidad que hacía pasable una vida de campesino en pobreza, de marginado eterno. Y a los sobrevivientes les roba hasta el día de hoy la esperanza de que su dolor no fue en vano. Incluso, ese robo se transforma en empresa familiar en la persona de su hija, intoxicada con el cinismo suficiente para citar la poesía de las víctimas en defensa de su malhechor padre.
Pero en estas tierras parecemos tener una veta inagotable de ruindad. También en cosas menos lacerantes pero más grandes resulta que hay quien se apunta a robar el nesuma. No contento con que en esta tierra de democracia sofocada haya una tenue luz al final del larguísimo túnel de la corrupción, hay alguno suficientemente canalla para robar la esperanza de la ciudadanía afirmando que sí hay que luchar contra la corrupción, pero no contra estos corruptos en particular. Hay quien se apunta a la bellaquería de ver un presidente que recibe un bono ilegal (y que lo devuelve solo porque lo descubrieron) y afirmar, en público y ante testigos, que no lo toma como un presidente corrupto.
Hoy es fácil afirmar que las mafias se reorganizan. Es entretenido echarle en cara a la ciudadanía progresista que no logra presentar un frente común. Así sea más que obvio que las mafias harían lo que mejor saben hacer: organizarse para delinquir. Y aunque sea esperable que tome tiempo aprender a organizarse tras seis décadas de desconfianza. Pero lo que no tiene excusa es que haya quien, sin tener nada que perder, con todo el poder y toda la riqueza ya en sus manos, vea la necesidad de posarse tras un podio para apagarle la alegría a la plaza. No hay disculpa para quien roba la esperanza de que sí podríamos ser mejores cuando al fin parpadea en la oscuridad el pábilo de la justicia. Por eso, a quien hace bellaquerías escasamente debe sorprenderle que luego sea considerado un bellaco.
Quitarle el nesuma o robar
el nesuma= aguarle la fiesta a alguien.
(ruindad en estado puro)