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lunes, 19 de agosto de 2024

Cuento | EL GRAN ROBO A LA BIBLIOTECA NACIONAL DE PERÚ | Autor: Enrico Diaz Bernuy

  

 Por Enrico Diaz Bernuy

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El gran robo a la Biblioteca

Nacional de Perú

Moldeamos nuestras vidas, y luego nuestras

 vidas nos moldean a nosotros.

Churchill

Todos tenemos nuestros demonios, no en vano estamos aquí, con este libre albedrío, para negociar con nuestras fieras, o para que ellas hagan “negocio de nosotros”, o para que logremos sobreponernos a todo. ¿Y qué significa sobreponerse a todo? Es difícil de expresarlo; imagina lo complicado que sería hacerlo.

Como casi siempre, las últimas opciones tienen pocas probabilidades de éxito, y nadie trasciende este estado mundano. Lo más común es encontrarse con amigos que son como Barrabás, otros que evocan a Kurt Cobain o Henry Miller. Hay Barrabases por todas partes, dentro y fuera del colegio; es el ciudadano común. Algunos Cobain después de trabajar se ponen su disfraz de Cobain, otros Barrabases después de ser exitosos gerentes se quitan su disfraz de Barrabas y son muy sociables en los clubes, (las máscaras se imponen).

Estableciendo que lo habitual es emular a Cobain o Baudelaire o Barrabases (el camino fácil), la vida pone a prueba nuestra resistencia frente a nuestros sutiles intentos de suicidio: el suicidio del pensamiento, el profundo deseo de olvidarlo todo, o a todos. Ahí nos encontramos con el libre albedrío con el que vinimos a este mundo para conquistarnos a nosotros mismos, ese es el tema teórico, pero como de teorías nadie vive, la realidad es otra: los hechos.

Por ello, casi nadie triunfa en esta cabalgata, aunque el intento sea tácito; todos lo perciben. Al final, cada uno es distinto, pero todos terminan como una mala copia al carbón, dejando un sinsabor, una sutil desilusión que se lleva en lo más profundo de uno mismo, y que repercute de alguna forma. Estos elementos fueron los que Alex empezó a experimentar a temprana edad. Con el tiempo, las experiencias se repiten con ciertos matices, pero de alguna manera revelan un ciclo con un tono de rigurosidad…

Es como cuando lees un libro a los 17 años y, después de 10 años, lo vuelves a leer, y entiendes algo diferente, algo que nunca habías percibido. Es una experiencia que puede llenarte de “gratitud o de desilusión”. Así que, ten cuidado cuando te impresione algún joven escritor; quizás dentro de unos años, al leer ese mismo libro, solo te provoque desarrollar buen humor o un agudo y entusiasta sentido por el “raje”.

Así pretendo esclarecer la percepción de Alex: sus confinamientos, sus extravíos, sus esperanzas y su malsana decisión de entregarse a la bebida. Sin embargo, de alguna manera, su mentalidad se había vuelto evidentemente lógica. Aunque jamás se expresaba de forma frívola, empezó a sentirse con la desesperación por encontrar pocas oportunidades laborales, lo que lo llevó a una sensación de desesperanza absoluta.

Y en medio de esta desolación, su fuerza empezó a atraer a su vida a amigos que ya estaban habituados a sobrevivir sin actividades laborales conocidas, sujetos que se dedicaban a delinquir. Sin embargo, este camino resultó ser más duro que cualquier trabajo para Alex.

Adusto, con un corte de pelo rapado por los costados y una engañosa contextura delgada, caminaba medio encorvado, pero con una resistencia física tal que, cuando se ponía a correr después de haber sustraído alguno de esos teléfonos móviles que solía hurtar, las paredes se volvían árboles y el suelo encementado, se transformaba en un jardín áspero y blando, en que él se volvía más rápido que un leopardo.

De pronto, esas calles se convertían en una selva, y él creía ser algo parecido a un rey. Pero no lo era. De acuerdo con la fantasía de la “selva de cemento” y su equivocada “autopercepción como rey”, solo lo conducía a recordar que todo, todo, quizás sea una obra de teatro. Y en esa obra, siempre hay alguien que escribe el rol de los personajes, pero él no era ese escritor.

En medio de esta fantasía dantesca, quizás comenzó con el oficio que provenía de sus padres: actores callejeros. Gente rudimentaria, pero genuina, de buen corazón y excelente sentido del humor, sin embargo, de intelecto limitado debido a la falta de una adecuada formación en valores y principios morales. Esta escasez, originó desconocer ciertos límites que no se debían traspasar. Alex cruzó varios límites y terminó rodeado de ciertas amistades, conocidos como la "gentita fina".

A pesar de su habitual cautela, le gustaba exteriorizar tintes de poseer otra esencia (su alter ego), y esa otra esencia lo llevó a rodearse de los amigos indicados para sus nuevos rumbos: delinquir. Probablemente, esa otra esencia era su verdadera naturaleza.

Todo comenzó con pequeños atracos a quioscos, robando mercadería; luego, asaltó bodegas y, a medida que escalaba, se dio cuenta de que para continuar necesitaba armas largas, fusiles, etc. Fue entonces cuando se encontró con otra frustración: la falta de armamento le negaba las posibilidades de seguir en ese camino.

Un día, en el bar "Los Martillos" —llamado así porque los dueños eran los hermanos Martínez, quienes habían pasado dos generaciones al frente de una cantina legendaria, conocida como anfiteatro de ciertos asesinatos y grandes tertulias donde se reunían escritores de todas las categorías—, Alex tomó conciencia de una realidad diversa. En contraste con los actores, los escritores exhibían una personalidad más reservada.

Aunque Alex venía de una familia de actores, personas de una timidez inherente que se transformaban en “volcánicamente extrovertidos” mediante la acción corporal, los escritores representaban la contraparte. Mientras los actores se destacaban por su habilidad para expresar emociones de manera enérgica y física, los escritores recurrían al poder del verbo para manifestar sus sentimientos y opiniones. Mediante el uso del lenguaje, lanzaban indirectas y traiciones, reflejando rencillas o frustraciones.

El cultivo del arte verbal les otorgaba la capacidad de difamar, exagerar e incluso inventar palabras que solo ellos comprendían, mostrando así una pretensión evidente. Tenían una lengua destinada para “el raje”, una forma sutil y compleja de confrontación verbal que contrastaba con la expresividad más directa de los actores.

Por otro lado, estaban los músicos, quienes eran insuperables en bohemia, prolongando las reuniones hasta el amanecer, y más allá. Como si, en el fondo, hubiera un espíritu suicida que los unía.

Parecía que coqueteaban con la muerte, mostrando un deseo de que sus historias terminaran de una vez. Mientras que otros, con cierto sadismo, querían vivir más, aunque sus vidas fueran un infierno: un infierno con sus mujeres, sus padres, sus hermanos, o hasta con los vecinos.

Pero antes de hablar del infierno, deberíamos situarnos primero, especialmente en la capacidad neuronal propia. La capacidad neuronal no solo se refleja en la habilidad para solucionar dificultades, sino en la neuroplasticidad: "el poder de cambiar". En algunos casos, la gente no cambia sus vidas, no porque no quieran, —sino porque no pueden—. Debido a que esa carencia se debía a un tema genético, traumatológico o por el consumo de alguna sustancia…

Aunque Alex se encontraba en el centro de esos pequeños mundos, con sus respectivas “jefaturas, cuarteles o patrullas”, algo verdaderamente delirante o infantil; conceptos que, en términos vedánticos, no se alejaban en absoluto de la esencia |shudra o s͞udra| algo que, para los entendidos, no puede generar otra cosa que, lástima.

A pesar de todo, Alex se dio cuenta de que estos mundos no le servirían de mucho para planear un futuro atraco. Sin embargo, sus pasos lo habían llevado por malos caminos, el hecho de estar en ese bar reflejaba algo que en esos momentos no podía definir con claridad. Fue en una de esas visitas al legendario bar cuando, de forma involuntaria, escuchó una conversación inusual entre un poeta que siempre iba con corbata y un artesano que también era escultor.

Yo considero que Alex, al permanecer en ese bar y sentirse atraído por esas personas, reflejaba en cierta medida un nivel óptimo en su neuroplasticidad. Esta flexibilidad mental le permitía adaptarse a entornos distintos y encontrar en ellos un espacio de comodidad, incluso cuando sus amigos de fechorías ya lo habían abandonado; ellos preferían ir a bares donde había mujeres y música más actual. En contraste, el bar "Los Martillos" era un lugar donde simplemente no había música de fondo y rara vez se veía alguna mujer.

Aun así, Alex había encontrado familiaridad en ese ambiente; cada mesa, con sus parroquianos, ponía sus teléfonos móviles para acompañarse con música, lo que en conjunto creaba un ruido ensordecedor. Sin embargo, de alguna forma, este caos sonoro lo hacía sentir como en su antiguo hogar, cuando sus padres aún vivían juntos.

A pesar de que todo ese pasado quedó para él como fotografías en blanco y negro, todos los personajes de aquellas escenas eran entusiastas e impulsivos como una película muda llena de gestos y emociones intensas. Sin embargo, la vida de Alex había tomado un giro más oscuro, y ahora las imágenes en su mente se teñían de sombras y tintes de desesperanza.


La conversación que escuchó en el bar aquella noche despertó algo en su interior. Hablaban sobre el "Malleus Maleficarum" o "Martillo de las Brujas". que, según decían, se encontraba la primera edición guardado en vitrina  en la Biblioteca Nacional de Perú. Un obra valiosa de estudio, tanto histórica como económicamente, que había sobrevivido a los incendios y saqueos que arrasaron con gran parte del patrimonio cultural del país en épocas pasadas. Alex, aunque no lo admitiera, siempre había sentido una atracción por los libros, un vestigio de su infancia, cuando su madre le leía historias antes de dormir.

Esa noche, mientras el poeta y el escultor seguían hablando, Alex empezó a trazar un plan. Si lograba robar ese manuscrito, no solo conseguiría dinero para escapar de su vida actual, sino que también obtendría un tipo de redención personal. Una forma de demostrar, aunque fuera solo para él mismo, que aún quedaba algo en que podía destacarse, el robo.

El plan era simple en su concepto, pero requería precisión en su ejecución. Durante las siguientes semanas, Alex observó la Biblioteca Nacional, sus horarios, y sus pocos guardias, y por medio de la investigación por internet, se enteró de la existencia de un túnel subterráneo, construido hace décadas, que conectaba la biblioteca con un edificio cercano de estilo afrancesado con enormes tallados y alegorías que remitían a un  esplendor cultural y olvidado por la mayoría.

El día del robo, Alex se adentró en el túnel con una linterna y una mochila vacía. Mientras avanzaba, el aire se volvía más denso y el silencio era abrumador. Al llegar a la biblioteca, el túnel desembocaba en una sala de archivos antiguos, polvorientos y llenos de historias olvidadas. Con manos temblorosas, buscó entre las estanterías hasta encontrar el manuscrito del que tanto había oído hablar.

Lo sostuvo en sus manos, sintiendo el peso de la historia, el olor de esas páginas y una energía especial que no podía definir y por un momento, dudó. 

¿Estaré haciendo lo correcto? —Se lo dijo en sus adentros.

Sabía que lo que estaba a punto de hacer era ilegal y moralmente cuestionable, pero el deseo de escapar de su vida actual era demasiado fuerte. Con el corazón acelerado, guardó el libro en su mochila y regresó por el túnel.

Al salir, fue recibido por la oscuridad grisácea  de la noche limeña. Caminó rápidamente hacia su refugio, un pequeño departamento que se encontraba a dos cuadras de la plaza Italia, donde ya lo esperaban los intermediarios que le darían el dinero a cambio del manuscrito. Sin embargo, algo en su interior cambió al entregar el libro. Sentía que había traicionado algo más que las leyes del hombre; había traicionado la esencia de lo que alguna vez fue su niñez.

El dinero en sus manos no le trajo la satisfacción que había imaginado. Era un papel frío, sin vida, carente de la calidez y profundidad que había sentido al sostener el manuscrito. En su interior, algo se rompió definitivamente. Se dio cuenta de que, a pesar de su robo exitoso, había perdido algo mucho más valioso: su último vestigio de humanidad, su última conexión con su infancia y los sueños que alguna vez tuvo.

Alex, con el dinero en su bolsillo y un vacío en su alma, decidió desaparecer. Salió de Lima y nunca más se supo de él. Algunos dicen que terminó sus días en un pequeño pueblo, lejos de todo, viviendo en una soledad autoimpuesta, castigándose por un crimen que iba más allá del robo de un libro. Otros creen que encontró una forma de redimirse, devolviendo en secreto el manuscrito a la Biblioteca Nacional, sabiendo que era su único acto de justicia hacia sí mismo y hacia la memoria de su madre.

Sea cual fuere la verdad, el nombre de Alex se desvaneció con el tiempo, pero el manuscrito que robó, ese pedazo de historia, sigue siendo parte de la Biblioteca Nacional de Perú, un testimonio silencioso de una vida llena de errores y arrepentimientos, de un hombre que intentó escapar de sus demonios, solo para darse cuenta de que los llevaba consigo.

Y así, la historia de Alex se convirtió en una más, en esa larga lista de historias perdidas en el tiempo, dejando tras de sí solo un eco de lo que alguna vez fue, un eco que aún resuena en las paredes de la Biblioteca Nacional, recordándonos que la vida, como la historia, es frágil y llena de decisiones que nos marcan para siempre.  Siempre.