Las situaciones (IV): La boca pobre de Flann O’Brien
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Naturalmente, la situación es esta: la casa está apestada del olor de los cerdos y Bonaparte Ó Cúnasa, “a salvo en la cárcel y libre de las miserias del mundo” (9), lo recuerda de la siguiente forma:
“En tiempos de mi niñez, siempre olía mal en nuestra casa. A veces olía tan mal que le pedía a mi madre […] que me mandara al colegio. Quienes pasaban por allí no se paraban ni seguían andando normalmente, sino que corrían como locos hasta dejar atrás nuestra puerta, y no paraban de correr hasta que estaban a media milla de distancia del hedor. Siguiendo el camino, había otra casa a unos doscientos metros, y un día que nuestro olor era demasiado terrible, aquella gente se largó, todos se marcharon a América y nunca más regresaron. Se dijo que le habían contado a la gente de aquel lugar que Irlanda era un hermoso país, pero que el aire allí era demasiado fuerte” (21).
A pesar de los vecinos, la culpa del hedor no es de Irlanda (al menos no directamente) sino de Ambrosio, el cerdo que la familia de Ó Cúnasa mete cada noche en la casa para que no se lo roben y a cuya existencia pone fin un amigo de la familia llamado Máirtín Ó Bánasa, que obstruye la chimenea de la casa y tapa puertas y ventanas con barro y trapos para que el cerdo muera asfixiado por su propia pestilencia; pero las penurias de la familia Ó Cúnasa no acaban con la muerte de Ambrosio, ya que ésta vive en Corca Dorcha, donde habita “la flor y nata de los pobres” (11), el lugar que Flann O’Brien imaginó en el condado de Donegal, al oeste de Irlanda, como teatro de la miseria brutal de sus habitantes.
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Flann O’Brien se llamaba en realidad Brian O Nualláin y había nacido en 1911 en el condado de Tyrone, en el Ulster (murió en 1966), pero había estudiado en Dublín, donde había hecho carrera como articulista en el Irish Times (allí firmaba con otro de sus pseudónimos, Myles na gCopaleen; es decir, “Myles, el de los ponis”). Además de varias novelas en inglés (En nadar-dos-pájaros, El tercer policía, Crónica de Dalkey y La vida dura, todas ellas publicadas en español por la editorial Nórdica), que fueron elogiadas por Jorge Luis Borges, William Saroyan, Graham Greene y James Joyce, entre otros, escribió una novela en gaélico, la fantástica La boca pobre (1941), de la que proviene la historia del cerdo Ambrosio y su terrible pestilencia.
Aunque en Irlanda es considerado un autor fundamental, O’Brien es un perfecto desconocido fuera de ese país, y esto debido precisamente a haber nacido allí y no en otro sitio y al sistema de cuotas nacionales que emplean para escoger sus lecturas ciertos lectores, en el marco del cual la “casilla” irlandesa está ya ocupada convenientemente por James Joyce o por Samuel Beckett (o por George Bernard Shaw, George Berkeley o Jonathan Swift); que Irlanda haya podido dar más de un escritor extraordinario a pesar de ser un país tan pequeño y escasamente poblado puede ser motivo de reflexión para algunos (Borges, que siempre estuvo allí antes que los demás, se refirió a ello en un pasaje de su seminal El escritor argentino y la tradición), pero provocará sorpresa en todos los que lean La boca pobre.
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Y esto porque en ella, Irlanda (o Corca Dorcha, que es su sinécdoque) es un sitio del que solo pueden esperarse las peores calamidades: hambrunas, tormentas (“la gente joven pone la vista en Siberia esperando de ella un clima más benigno”, 11) y maltratos. También es el sitio donde nace Bonaparte Ó Cúnasa a “muy poca edad (ni siquiera había cumplido un día)” (15) y donde crece entre las cenizas que suelta la chimenea y la mugre de la choza que comparte con su madre, su abuelo (el “Viejo Canoso”), los cerdos, una vaca, gallinas, gatos. Todos ellos se alimentan de patatas, que es lo único que uno puede comer en Irlanda (otro personaje se dedicará más tarde a alimentarse de turba y después de focas que caza bajo el mar) y malviven sin otro consuelo que el “relatar historias de noche sobre las penalidades y penurias de los gaélicos en dulces palabras gaélicas” (31).
Claro que, como afirma el Viejo Canoso, “no hay vaca sin leche, galgo que no corra, ni dinero que no se pueda robar” (31), y así, los habitantes de Corca Dorcha siempre consiguen morigerar la brutal pobreza en la que viven mediante pequeños delitos y una feroz resistencia a cualquier iniciativa de carácter social: cuando el gobierno británico anuncia que pagará dos libras al año a las familias cuyos hijos hablen inglés, el Viejo Canoso cose unos trajes para sus cerdos y los hace pasar por niños irlandeses ante el inspector; cuando uno de los cerdos escapa solo para regresar después de que un folklorista lo haya confundido con un hablante de gaélico (“los mayores eruditos del Continente […] dijeron que jamás se había oído una muestra tan excelente de lengua gaélica, de un lirismo tan inigualable, y que era seguro que el gaélico no corría ningún peligro mientras se oyeran cosas semejantes en la Verde Erin”, 38), el Viejo Canoso organiza en Corca Dorcha un festival para atraer a los nacionalistas dublineses, ansiosos por experimentar una gaelicidad que creen en decadencia:
“El presidente ofreció una medalla de plata como premio para aquel que más seriamente se ocupara del gaélico. Entraron en concurso cinco competidores, que tomaron asiento sobre un muro. A primeras horas del día comenzaron a hablar gaélico poniendo en ello todo su empeño, sin apenas interrumpir el torrente de palabras y disertando únicamente sobre la lengua gaélica. Jamás oí un gaélico tan rápido, sólido y vigoroso como esta marea que fluía sobre nosotros desde el muro. Durante tres horas o así el parlamento fue melodioso y se podían distinguir unas palabras de otras. Por la tarde, la melodía y el significado habían desaparecido casi por completo de lo que decían, y sólo se percibían murmullos sin sentido y gruñidos broncos e incomprensibles. Al llegar la noche, un hombre cayó desmayado, otro se quedó dormido (aun sin callarse), y a un tercero se lo llevaron a su casa aquejado de una encefalitis que lo mandó al otro mundo antes del amanecer” (48).
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La boca pobre (expresión gaélica que se refiere a la queja, fundada o no, acerca de la miseria que uno padece) es una parodia de cierto tipo de literatura romántica del terruño del que no es difícil encontrar equivalentes en la literatura española y en las de los países de América Latina: O’Brien parodia aquí buena parte de los tópicos de esa literatura (en su novela, todas las casas están “en un rincón del valle a mano derecha según se va al oeste por el camino”, todos los ancianos son como los que aparecen “en los buenos libros” y todos los irlandeses se dedican a “saltar, saquear, pescar, cortejar, beber, robar, pelear, desjarretar, correr, maldecir, jugar a las cartas, moverse en la noche, cazar, bailar, fanfarronear y pegar palos”, que son las actividades que realizan en los libros que hablan de ellos, 54-55) y el lenguaje elegíaco y pomposo con el que hablan en ella (“Vaya, Miguel Ángel, dijo Máirtín Ó Bánasa, no es poca cosa lo que dices, y si estás en lo cierto no es mentira lo que has dicho, sino la pura verdad”, 14) y los presenta con la exageración humorística que convierte a su libro en un imprescindible incluso para aquellos que no tengan ningún interés en Irlanda y en sus habitantes. Así, en Corca Dorcha la tempestad “es demasiado tempestuosa”, la pestilencia “es demasiado pestilente”, la pobreza “es demasiado pobre”, la gaelicidad “es demasiado gaélica” y la tradición de los viejos “es demasiado vieja” (42).
A pesar de su ignorancia (nadie habla en Corca Dorcha otra cosa que gaélico y su escolarización se resume en una sucesión de brutales golpizas y la imposición del nombre irlandés por excelencia, James O’Donnell), los habitantes de Corca Dorcha saben de los libros que se han escrito sobre ellos y se ven obligados a imitarlos: en nombre de lo que se dice de ellos “en los buenos libros”, solo buscan esposa por la noche con “una botella de más de una pinta” (69) y las mujeres se reúnen en la playa en los atardeceres de tormenta para lamentarse por la suerte de sus maridos “y una pobre madre grita: ¿quién salvará a mi Mici?” (57).
Naturalmente, no es necesario que haya alguien llamado “Mici” entre los pescadores para que esta escena tenga que repetirse día tras día, ya que las tradiciones nacionales no suelen detenerse en estas nimiedades, y este es precisamente el aspecto más interesante de esta obra de O’Brien: años antes de que el término “nation making” (construcción nacional) se extendiese gracias al esfuerzo de autores como Benedict Anderson y Eric Hobsbawm, O’Brien parodió en La boca pobre la tradición de novelas del terruño, pero también (al admitir que la vida que supuestamente las ha inspirado solo las imita y que esa vida irlandesa solo existe en los libros) dio cuenta del hecho de que “lo irlandés” no es mucho más que una construcción literaria. Es decir, que no había nada que pudiese considerarse “lo irlandés”, a excepción de un puñado de textos que afirmaban que había algo llamado “lo irlandés” y la convicción extendida de que algo de la experiencia irlandesa era reflejada en esos textos y que esa experiencia tenía lugar en un territorio que merecía ser una nación independiente, no con la finalidad de mejorar de algún modo las condiciones de vida de sus habitantes (de un pobre de Corca Dorcha se dice, por ejemplo, que “los caballeros de Dublín que vinieron en coche a observar a los pobres lo alabaron mucho por su pobreza gaélica y afirmaron que nunca habían visto a nadie que pareciera tan verdaderamente gaélico. Una vez que Ó Sánasa tuvo una botellita, uno de los caballeros la rompió porque, según dijo, estropeaba el efecto”, 75), sino en nombre de una notable (y posiblemente deliberada) malinterpretación de los textos.
Al final de su relato, Bonaparte Ó Cúnasa afirma que “sufrí la miseria gaélica toda mi vida: infortunios, penurias, desastres, estrecheces, dificultades, oprobios, calamidades, necesidades y desgracias” (105); en estos días en que en España se discute acerca de las supuestas identidades nacionales, La boca pobre debería recordarnos que estas no existen sino como justificación y aliciente del mantenimiento de las condiciones materiales de vida que hacen posible existencias como las del desafortunado Ó Cúnasa: es decir, que Corca Dorcha está en todas partes, también entre nosotros.
Nota: La editorial española Nórdica publicó en 2008 la traducción directa del gaélico de La boca pobre a cargo de Antonio Rivero Taravillo que Ediciones del Serbal había publicado en 1989, acompañándola de una excelente nota introductoria a cargo del traductor.Publicado en Jot Down, Cultural Magazine, octubre de 2012.
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