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lunes, 1 de julio de 2019

Relato breve de Enrico Diaz Bernuy // junio 2019


En relación a la sonrisa

En el fondo de las rasgaduras que hacía la lluvia sobre el parabrisas, en el centro del fingimiento o mejor dicho,  del acto caprichoso de sentirse muy superior a muchos… Hubo una vez  un  tapiz de asiento que había sido cocido y zurcido por unas manos expertas de una anciana.  El tapiz era  piel de vacuno y la vanidad de ese destino, a pesar que puede ser no distante a cualquier infierno, llevaba sobre sí, un sentimiento  de gloria, pero que en realidad había un sutil “culto al fracaso”.  Casi llegando a los límites de su vanidad no había esperanza en que tome conciencia de su realidad.  
Dentro del automóvil también existía una medalla de origen desconocido de un metal lleno de aleaciones.  La medalla al  contemplar al tapiz con tanta superioridad injustificada. Le dijo: — cuidado con tu vanidad. “Mente del deseo consiente”…  Ese era el eslogan de cada parte del lujoso automóvil. La forma de la impresión era mediante el susurro de ese motor de control electrónica de dos bancadas,  de 6  cilindros con cárter y  cigueñal común a ambas.
Y el tapiz le respondió en abundante vilipendio: — ¡mira quién lo dice!
El tapiz comenzó a reír con unas carcajadas como si fotogramas que suceden entre sí, para terminar creando un efecto de animación en bucle.
 Era como una figura siniestra que rebotan entre los asientos de tan exclusivo automóvil, para que luego después de un rato prolongado empezó a silenciar por voluntad propia, ahí empezó a yacer la hipocresía. De esta forma, la escena insiere una realidad poco aceptada.
—No te creas mucho, cuidado con la vanidad te supere (finalizamos con el tema del deseo consiente)
El conductor era ajeno a esta realidad que se daba dentro de su automóvil. Él estaba más cautivado por la conversación con los volubles o cambiantes comentarios de sus amigas, las putas.  Precisamente en esos momentos no sabía qué ruta tomar si ir por el camino luminoso de la avenida próceres o seguir colina abajo rumbo al Lima norte. Hablaba en alta voz con una fulana, mientras que a la otra puta le enviaba mensajes de texto y en el transcurrir el tiempo ambas cambiaban de opinión.
Purezas a la deriva, vísceras apresadas en las vísperas del placer.
La palanca de cambio se sentía asqueada de sentir la huesuda mano del conductor, sudada, además. Mientras que el timbre de cada notificación de las redes sociales reventaba en aturdidores sonidos, propios del auge de las redes sociales y el internet. —La gran burbuja que pronto estallaría—.  (La palabra es vana e impele a  las cifras de estos tiempos) o mejor dicho un tiempo regido por la ausencia... 
Y las plegarias de la medalla oxidada cada vez más consiente del inminente destino que se acercaba por la simple razón que todo se basaba en lo más burdo. Solo algo corrupto de una mente podía lograr la combinación de las putas con el  tapiz hablante o los cinco minutos que todo volvía a repetirse para que el inútil conductor aun no sepa que sendero tomar.
Sin embargo, el gobierno mundial ya encamina a cada ciudadano a vivir en esos niveles de incertidumbres, claro para los que son conscientes que ya hay un gobierno mundial.
Quizás faltó la mente de un artista o de un poeta.  No había inspiración en el conductor su visión iluminada era por factor monetario y los efectos de la distancia.
Él jamás pensaría que el discernimiento del parabrisas puede darle una señal más acorde a trascender por la búsqueda del infinito.  Al fin y al cabo, bajó la velocidad vio una luz roja y tuvo que detenerse. El ronroneo de ese motor asustó a un ser que habitaba dentro de una roca.
La venerable anciana que coció ese tapiz  había reencarnado en esa roca y todo ocurrió al lado del semáforo.  
La medalla y el tapiz saludaron con notable cortesía. La roca dio un gesto de reverencia sin saber que,  a quien ofrecía sus respetos era a su, propia creación de alta costura y también yacía los límites de su retórica para su anhelado sosiego. 
El conductor se rascaba las orejas sin sentido alguno. Una de sus amigas, la puta número tres le envió una foto en donde salía una caricatura estampada de su nueva camiseta. Ahí salía con gesto adusto Sigmund Freud con fondo celeste. 
Y  dijo en voz muy alta:   —me jodí ella luce a un tipo que pasó su vida metiendo sus narices en la diarrea mental de los trastornados. Que buena foto, ¡era todo lo que tenía que saber de ella, para descartarla! —Sonrió—
Quizás es la programación mental por los buenos coches o las putas de lujo, o los mafiosos mal llamados héroes que te interponen entre las fuerzas de la corrupción.  O los niveles de odio para introducir enfermedades en el papel higiénico. Como lo que ha sucedido con la devaluación de la moneda.  Cómo la credibilidad hacia las personas, e incluso, escondidas admiraciones uno pueda tener para que luego por medio del devenir del tiempo todo termine en la nada. Grandes figuras representan solo espectros del asco, de vuelos de escasa gloria o escasa grandeza.  En donde los grandes reyes impelen antiguas vanidades. 
Por otro lado, al cableado lateral para los hipócritas o las visitaciones del interés dirigen los favorecimientos:   acciones de reconocimiento, acciones de alabanza, acciones de corrupción, acciones de compra, acciones entre fantasmas por el recogimiento hacia el materialismo,  acciones entre los disfraces despedazados, ¡impetuosidad de fantasmas autoproclamados! 

Mi canto es brizna y sedición hacia mis amigos, la medalla sobre el tapiz ya no partencia a  nadie, parece que alguien la había abandonado.  Quizás como una metáfora a los zombies muertos que se comen a los vivos, sujetos que comen  cerebros a los vivos, como zombis  -sujetos que se creen "cerebros" y por dentro están muertos.  Que solo buscan impermeabilizar futuras rentabilidades para sentirse alagado.  Como el tapiz del asiento…  Reconocimientos hasta el empacho, el soñado empacho. Tal cual,  lo que ofrece la programación mental de estos tiempos panoplia de este mundo. 

Enrico Diaz Bernuy



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