En
relación a la sonrisa
En el fondo de las rasgaduras
que hacía la lluvia sobre el parabrisas, en el centro del fingimiento o mejor
dicho, del acto caprichoso de sentirse
muy superior a muchos… Hubo una vez un tapiz
de asiento que había sido cocido y zurcido por unas manos expertas de una
anciana. El tapiz era piel de vacuno y la vanidad de ese destino, a
pesar que puede ser no distante a cualquier infierno, llevaba sobre sí, un
sentimiento de gloria, pero que en
realidad había un sutil “culto al fracaso”.
Casi llegando a los límites de su vanidad no había esperanza en que tome
conciencia de su realidad.
Dentro del automóvil también
existía una medalla de origen desconocido de un metal lleno de aleaciones. La medalla al contemplar al tapiz con tanta superioridad
injustificada. Le dijo: — cuidado con tu vanidad. “Mente del deseo consiente”… Ese era el eslogan de cada parte del lujoso
automóvil. La forma de la impresión era mediante el susurro de ese motor de
control electrónica de dos
bancadas, de 6 cilindros con cárter y cigueñal común
a ambas.
Y el tapiz le respondió en
abundante vilipendio: — ¡mira quién lo dice!
El tapiz comenzó a reír con
unas carcajadas como si fotogramas que suceden entre sí, para terminar creando
un efecto de animación en bucle.
—No te creas mucho, cuidado
con la vanidad te supere (finalizamos con el tema del deseo consiente)
El conductor era ajeno a esta
realidad que se daba dentro de su automóvil. Él estaba más cautivado por la
conversación con los volubles o cambiantes comentarios de sus amigas, las putas. Precisamente en esos momentos no sabía qué
ruta tomar si ir por el camino luminoso de la avenida próceres o seguir colina
abajo rumbo al Lima norte. Hablaba en alta voz con una fulana, mientras que a
la otra puta le enviaba mensajes de texto y en el transcurrir el tiempo ambas
cambiaban de opinión.
Purezas a la deriva, vísceras
apresadas en las vísperas del placer.
La palanca de cambio se sentía
asqueada de sentir la huesuda mano del conductor, sudada, además. Mientras que
el timbre de cada notificación de las redes sociales reventaba en aturdidores
sonidos, propios del auge de las redes sociales y el internet. —La gran burbuja
que pronto estallaría—. (La palabra es
vana e impele a las cifras de estos
tiempos) o mejor dicho un tiempo regido por la ausencia...
Y las plegarias de la medalla
oxidada cada vez más consiente del inminente destino que se acercaba por la
simple razón que todo se basaba en lo más burdo. Solo algo corrupto de una
mente podía lograr la combinación de las putas con el tapiz hablante o los cinco minutos que todo volvía
a repetirse para que el inútil conductor aun no sepa que sendero tomar.
Sin embargo, el gobierno
mundial ya encamina a cada ciudadano a vivir en esos niveles de incertidumbres,
claro para los que son conscientes que ya hay un gobierno mundial.
Quizás faltó la mente de un
artista o de un poeta. No había
inspiración en el conductor su visión iluminada era por factor monetario y los
efectos de la distancia.
Él jamás pensaría que el discernimiento del parabrisas
puede darle una señal más acorde a trascender por la búsqueda del infinito. Al fin y al cabo, bajó la velocidad vio una
luz roja y tuvo que detenerse. El ronroneo de ese motor asustó a un ser que habitaba
dentro de una roca.
La venerable anciana que coció
ese tapiz había reencarnado en esa roca
y todo ocurrió al lado del semáforo.
La medalla y el tapiz
saludaron con notable cortesía. La roca dio un gesto de reverencia sin saber
que, a quien ofrecía sus respetos era a su, propia creación de alta costura y
también yacía los límites de su retórica para su anhelado sosiego.
El conductor se rascaba las
orejas sin sentido alguno. Una de sus amigas, la puta número tres le envió una
foto en donde salía una caricatura estampada de su nueva camiseta. Ahí salía
con gesto adusto Sigmund Freud con fondo celeste.
Y dijo en voz muy alta: —me jodí ella luce a un tipo que pasó su
vida metiendo sus narices en la diarrea mental de los trastornados. Que buena
foto, ¡era todo lo que tenía que saber de ella, para descartarla! —Sonrió—
Quizás es la programación
mental por los buenos coches o las putas de lujo, o los mafiosos mal llamados
héroes que te interponen entre las fuerzas de la corrupción. O los niveles de odio para introducir
enfermedades en el papel higiénico. Como lo que ha sucedido con
la devaluación de la moneda. Cómo la credibilidad hacia las personas, e
incluso, escondidas admiraciones uno pueda tener para que luego por medio del
devenir del tiempo todo termine en la nada. Grandes figuras representan solo espectros
del asco, de vuelos de escasa gloria o escasa grandeza. En donde los grandes reyes impelen antiguas vanidades.
Por otro lado, al cableado
lateral para los hipócritas o las visitaciones del interés dirigen los
favorecimientos: acciones
de reconocimiento, acciones de
alabanza, acciones de corrupción, acciones de compra, acciones entre fantasmas por el recogimiento
hacia el materialismo, acciones entre
los disfraces despedazados, ¡impetuosidad de fantasmas autoproclamados!
Mi canto es brizna y sedición
hacia mis amigos, la medalla sobre el tapiz ya no partencia a nadie, parece que alguien la había abandonado.
Quizás como una metáfora a los zombies muertos que se comen a los vivos, sujetos que
comen cerebros a los vivos, como zombis -sujetos que se
creen "cerebros" y por dentro están muertos. Que solo buscan
impermeabilizar futuras rentabilidades para sentirse alagado. Como el tapiz del asiento… Reconocimientos hasta el empacho, el
soñado empacho. Tal cual, lo que ofrece
la programación mental de estos tiempos panoplia de este mundo.
Enrico Diaz Bernuy
No hay comentarios:
Publicar un comentario