En tiempos modernos, donde la rapidez, la comodidad y la globalización han impuesto un estilo de vida marcado por lo efímero y lo superficial, resulta difícil comprender prácticas ascéticas que en otros siglos fueron símbolos de avance espiritual.
La figura de santos y mártires, como
Santa Rosa de Lima, suele ser hoy mirada con sospecha: se les acusa de
masoquismo o se les reduce a diagnósticos psiquiátricos y con cierto toque
humorístico y peyorativo… Sin embargo, esta lectura simplista ignora un trasfondo
esencial.
El dominio espiritual, en muchas tradiciones, no se alcanza únicamente a través de la reflexión mental o la bondad abstracta, sino también mediante una disciplina rigurosa que involucra cuerpo, mente y espíritu.
El sacrificio físico, lejos de ser un castigo irracional, era
concebido como un medio para trascender las limitaciones materiales y entrenar
la voluntad. En ese sentido, las tradiciones védicas poseen desde tiempos
inmemoriales diversas disciplinas donde el espiritualista o el buscador de la
verdad renuncia a la comodidad, la resistencia al dolor y la austeridad radical
constituían peldaños hacia una libertad interior que pocos podían alcanzar, y
por ende, pocos pueden entender.
Santa Rosa de Lima representa justamente esa
radicalidad: transformar el sufrimiento en un acto de evolución en un puente hacia lo
divino. Su vida no puede comprenderse bajo parámetros contemporáneos que
absolutizan el bienestar inmediato y rechazan cualquier noción de sacrificio.
El espíritu humano, en ciertos casos, demanda
caminos arduos y extremos para desplegarse en toda su potencia (evolucionar, la
única trascendencia) sin que se ofendan los ególatras o los autocomplacientes…
No todos estamos llamados a recorrer esas sendas.
Cada persona tiene su propio trayecto hacia la luz o la plenitud. Pero
descalificar a quienes, en su tiempo y bajo su fe, asumieron la vía del
sacrificio como un acto de amor y trascendencia, sería no solo un error
histórico, sino también una falta de respeto hacia formas de espiritualidad que
revelan la grandeza y la complejidad del alma humana.
Al principio es lamentable como algunos
intelectuales con micrófono en mano y programa propio en tv pueden posee tanta
seguridad para no solo descalificar a personas espirituales que han entregado
su vida a la meditación y la única trascendencia del ser, pero cuando ves con
detenimiento como el sentido bufonesco de la sociedad actual y muchas veces con
su irrefrenable miedo a que ellos sean percibidos como unos estúpidos con esa
clase de comentarios es precisamente en cómo ellos se revelan en sí, con una
ignorancia desbordante.
En última instancia, los santos y mártires no son
enfermos a los que haya que patologizar, sino testigos de que el espíritu
humano, en su diversidad, es capaz de llevar el dominio de sí mismo hasta
límites que nuestra sociedad de gratificaciones inmediatas apenas puede
concebir.
Y aun cuando uno no forme
parte de la Iglesia católica ni comparta todos sus postulados, ello no debería
impedir reconocer la vida y la obra de personas vinculadas con la santidad o en
camino hacia ella. Porque más allá de credos o instituciones, lo que permanece
es el testimonio humano de quienes, con valentía y entrega, hicieron de su
existencia un símbolo de meditación o de
búsqueda de lo eterno, o búsqueda de su
reconexión espiritual, o búsqueda de su
libertad, ( la auténtica ) y muchas
veces, para estos estados anagógicos de
conciencia no solo debes estar en paz, sino, te
debes a una transformación que es difícil categorizarla en palabras…
Enrico Diaz Bernuy
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