Lo políticamente correcto o
la muerte del creador libre
Existe una vieja teoría —o quizá un mito urbano que con el tiempo se volvió teoría— según la cual todo personaje literario es una proyección del propio autor. Si el protagonista de una novela es un ser mundano, cínico o de moral dudosa, se asume que el escritor también lo es. Esta confusión entre creación y biografía ha acompañado a la literatura desde sus orígenes, casi como un estigma.
Cuesta separar la voz poética del poeta, "el yo ficticio", del "yo real".
Así, cuando Charles Baudelaire publicó Las
flores del mal, fue acusado de inmoralidad, como si los pecados de sus versos
fueran una confesión personal. Lo mismo ocurrió con Flaubert y Madame Bovary, que le valió un juicio por
“atentar contra la moral pública”, como si el adulterio de su personaje fuera
su propia experiencia.
El segundo dilema —y quizá el más delicado— es cómo separar la obra del artista cuando su vida personal parece contradecir el mensaje de su creación. ¿Podemos admirar la espiritualidad de un escritor o pintor cuya conducta privada roza lo delictivo o lo inmoral? El debate se repite con nombres distintos en cada época: Ezra Pound, genial poeta, fue señalado por su simpatía hacia el fascismo; Woody Allen, talentoso director, es juzgado no solo por su cine sino por su vida íntima. O el famoso caso de Vicente Huidobro que abandonó a su esposa por irse con una niña de 14 años mientras que él tenía más de 40, sí el autor de TEMBLOR DE CIELO Y ALTAZOR, por su puesto que esos dos maravilloso poemas fueron escritos después de vivir para siempre con esa joven, y la lista es inmensa de autores así...
Surge entonces la pregunta esencial: ¿debe el arte ser juzgado por la ética
de su creador o por la profundidad de su obra? Es como si estuviéramos en
tiempos en que escribir está siempre “bajo sospecha” (ser o parecer).
Una teoría más
reciente sostiene lo contrario: que para triunfar como artista hay que
convertirse en el personaje que se escribe. La autenticidad —dicen— es el nuevo
valor de mercado; la marca, (eres una marca). Así, quien escribe al estilo de
Bukowski (solo por dar un ejemplo), debe
vivir al borde del caos, entre bares, alcohol y desencanto; quien aspira a ser
un nuevo Rimbaud debe llevar una existencia errante y maldita. La sociedad,
fascinada por el mito del genio autodestructivo, termina confundiendo la obra
con el espectáculo del autor. El artista deja de ser creador para convertirse
en su propia estrategia de publicidad o marketing.
Finalmente, en la
era de las redes sociales, esta confusión alcanza su punto máximo. Todos tienen
micrófono y todos opinan. Se juzga no solo la obra, sino cada gesto, cada post.
Exhibir un plato de comida puede interpretarse como banalidad o vanidad;
compartir una canción triste, como signo de debilidad o derrota. Lo
políticamente correcto impone una máscara emocional donde solo se permite
mostrar éxito, alegría, buen humor y estabilidad. Paradójicamente, los textos o
videos que abordan temas de profundidad, cuestionamiento, autocrítica o recogimiento espiritual suelen ser
objeto de burla o sospecha.
En este nuevo escenario, el autor se ve forzado a
construir una versión maquillada o editable de sí mismo: un yo pulido, vigilado y aprobado
por la multitud digital. Los amigos a distancia y que jamás te conocerán en persona.
Sin embargo, no siempre quien comparte una canción melancólica o un video
reflexivo lo hace porque atraviese un mal momento, (o el peor momento de su vida), muchas veces simplemente
encontró en ese contenido algo inspirador, una chispa que lo conmovió o una
idea que podría servir de consuelo o motivación a otros.
En ese acto hay
empatía, no exhibicionismo. Pero en una sociedad acostumbrada a leerlo todo en
clave de sospecha, hasta el gesto más genuino corre el riesgo de ser
malinterpretado.
Quizá lo que nos queda, en medio de tanta confusión o hipocresía, (hipócritas), es recordar que el arte no es la confesión del artista, sino su espejo distorsionado. Que detrás de cada poema o novela o cuadro, hay más imaginación que biografía, más verdad simbólica que literal. Y que juzgar a un creador por su vida es olvidar que la literatura, como toda forma de arte, es ante todo una máscara que revela mientras oculta…
Enrico Diaz Bernuy
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