POEMA
El crepúsculo siempre deja el trazo en el barro
para dar alas a una voz que llevamos
o dar brazos y garra a un
corazón y de un socavón surge como ramas
hacia otro esfuerzo
cuya intensión destila y sumerge en cada uno un mensaje distinto.
El crepúsculo obra sin medida a cada uno
sobre el pesado paso de los días o en el paso de las noches son
eternos como una partida sexual o una escultura callada que aplasta en un
desproporcionado azul oscuro de la noche.
***
La soledad está presente, su
mimo embriaga nuestros fondos o nuestras riquezas. La
soledad hace extrañar a alguien
que uno no conoce en una voz imaginada que por fin refugia un sentido que
estalla y crea un reino dentro de uno e invisible para el otro o la otra.
Y el todo se parece
a una escultura que está encallada como
un gemido eterno, el “todo” se vuelve
una palabra común como una atmosfera que posee una voz de un esfuerzo contenido
como caballos a toda máquina.
***
Hay afuera un beso de odio todavía
y ahí adentro un amor incompleto por
su vanidad…
El dios lo mira todo y el todo tiene la esencia de nuestra sangre y el polvo de
los subsuelos nutren los colmillos de
los troncos en la garra madura o la mulata de hierro que se dibuja así misma en los cielos
que concede
y devela lo infinito, batiente en ardor, siniestro a lo silvestre
o los cementerios de las sonrisas
en unas islas parecidas a las burlas. O
la niña solitaria que se toma fotos buscando a alguien en si misma…
***
A la distancia dulces coronas que vibran en el
vano silbido: teje desmedida la urdiembre áulica del horror
sobre el cielo
cenizo se derrama
la misma esperanza sumisa que arremete
y surca rutas que nos unen y fuerzan como un ruido que lo
aplasta todo así crece un desierto versátil
y nuestra sed nos une a todo, nos aplasta jaspeada
con gestos de quien humilla a lo humano en el medio de este cielo.
***
El pintor pinta las gravillas doradas en las miradas de
los amantes
Todo lo eterno se hace con esa misma fuerza
y los besos no amados de tanta esperanza perdida y a ello:
cuando me acordé de ella…, pensé en dos gatos,
uno blanco y el otro no tenía color.
La sombra de uno tenía dos cabezas como dos mentes
y la sombra del otro solo tenía garras
Pero la vida tiene tantos finales
invisibles como los engranajes de las horas
de un solo juego que nace y renace
en lo oscuro de un motor
o una rueda inmensa
cuyo único latido sádico es una gramática en clave
como una mirada fría
de herrumbre en invierno
de una historia con final
a tantos nombres.