Ser normal es la meta de los fracasados.
Carl Jung
Es más fácil soportar el sufrimiento que entender su origen.
Emil Cioran
Vive ahora las preguntas, tal vez gradualmente, sin darte cuenta, vivirás junto con la respuestas.
Rainer Maria Rilke
Un lenguaje olvidado
por Enrico Diaz Bernuy
Nadie supo cuándo llegó, ni de dónde. Solo
se sabía que aquel hombre decía venir de otra galaxia. No traía equipaje, solo
una mirada profunda que parecía atravesar a las personas. Lo llamaban el visitante, y aunque parecía uno más, dentro
de él habitaba una certeza: en la Tierra, casi nadie decía la verdad.
Había recorrido plazas, avenidas, cafés y templos. Intentó conversar con los humanos sobre cosas simples —el clima, los gobiernos, el arte—, y esas charlas fluían sin dificultad. Pero cuando quiso hablar de lo esencial, de las grietas del alma, del vacío que lo había traído hasta este mundo, o el vacío que lo había atraído hacia ellos, todos se alejaron o fingieron escuchar.
El visitante
pronto descubrió que las palabras en la Tierra eran como monedas gastadas: se
usaban mucho, pero valían poco. Muchos sonreían mientras lo juzgaban; otros
fingían empatía con el interés de por medio, calculando qué podían sacar de él.
Aprendió que los humanos no se escuchaban para comprender, sino para responder.
Y comprendió algo
más doloroso aún: la bondad era una máscara social, un disfraz útil en una colmena
donde todos competían por parecer buenos o justos.
“He conocido muchos que se dicen buenos, y ninguno que reconozca su maldad”,
pensó. “Tal vez los verdaderos peligros son los que se creen justos.”
Cansado de tanto
ruido, se internó en un bosque. Allí, por primera vez desde su llegada, sintió silencio. En medio del silencio,
un árbol llamó su atención. Tenía forma femenina: el tronco curvado, senos, y
una abertura semejante a una vagina. Sus ramas se extendían como innumerables brazos.
Sin dudarlo, se acercó.
En su interior sintió la necesidad de contarle todas las cosas que no podía
decirle a nadie. Percibió que podía confiarle todo, quizá esperando un consejo
o un alivio. Se presentó con respeto, dijo su nombre real, mencionó dónde había
nacido y prosiguió a hablarle. En esos momentos tenía su teléfono celular en la
mano y, fingiendo que hablaba con alguien, se dirigió al árbol con mayor
libertad.
Entonces el
visitante habló como quien se libera de un peso antiguo: habló de la soledad,
de su planeta lejano donde aún se podía sentir sin miedo, y de otras cosas que
no pueden ser contadas por este medio.
El árbol no lo interrumpió ni lo
aconsejó, pero ante cada comentario parecía responderle con preguntas que
resonaban dentro de él. Era una voz apacible, madura y femenina. Por momentos
le hacía repreguntas, como si la naturaleza misma le devolviera su voz interior,
algunas de esas preguntas eran:
—¿Por qué necesitas que te comprendan?
—¿No basta con comprenderte tú?
El visitante no lloró, aunque por dentro algo se ablandó, como si una piedra se disolviera lentamente en el río de sus interiores. Entendió que, a veces, la sanación no llega al encontrar respuestas, sino al hallar un lugar donde poder hablar sin ser juzgado.
El árbol no le dio la respuesta que él esperaba, pero lo escuchó, y eso bastó. Cuando se alejó, algo cambió en su pensamiento. La conversación silenciosa con el árbol abrió en su mente una serie de revelaciones, como si cada hoja reflejara una verdad humana.
Mientras caminaba, las fue
comprendiendo una a una: “El ego no busca la dicha —pensó—, sino el triunfo de su voz sobre todo lo que
respira. Prefiere tener razón, aunque el precio sea el silencio, la ruina o el
amor perdido.
El cambio, esa corriente natural del universo, es temido por la mente humana.
El cerebro se aferra a lo conocido, incluso al sufrimiento, como quien teme
soltar una cuerda aunque se esté ahogando.
Por eso tantos eligen permanecer en su herida: no para curarla, sino para que
otros vean cuánto sangra.
La memoria guarda con más celo una palabra cruel que un gesto de ternura; el
dolor deja raíces más hondas que la alegría.
Las almas que no se aman buscan espejos rotos. Por eso, quien se desprecia
suele sentirse atraído por quien lo hiere: el desdén le resulta familiar, como
un eco de su infancia.
Y los que alzan la voz con furia casi siempre esconden viejas humillaciones que
no supieron llorar.
La mente, inquieta y vanidosa, adora lo prohibido; confunde el abismo con la
promesa de algo valioso.
Cuando la seducción se convierte en juego, ya no busca unión, sino adicción; un
vínculo bioquímico que esclaviza bajo el disfraz del deseo.
Y el ser humano —ese animal que siente y razona— puede justificar la crueldad
más oscura, si detrás de todo arde una emoción lo bastante intensa para
enceguecerlo.”
Al llegar al claro del bosque, el visitante sintió una gratitud profunda. Aunque esas reflexiones tenían poco que ver con sus verdaderas inquietudes, sirvieron de alivio, como una distracción del peso que lo acompañaba desde hacía años.
Recordó entonces
una historia que lo había marcado: una mujer que lo había amado en silencio y
luego se marchó sin despedirse.
Una noche, mucho después de su partida, él encontró una nota suya entre los
pliegues de un libro. Decía:
“En
realidad, no tengo nada que perdonarte.
Tú actuaste en beneficio de tu bienestar, de tu paz, y eso está bien.
A quien sí debo perdonar es a mí misma,
por haber estado triste pensando en alguien y que ese alguien se iría a olvidar
de cómo iba a estar yo.”
Aquellas líneas le dolieron en su momento, pero ahora, frente al bosque y al árbol que lo había escuchado sin decir palabra, comprendió su sentido: que amar también era dejar ir, y que perdonarse era una forma de regresar al origen.
Antes de partir, apoyó la frente y la mano sobre el tronco, sintiendo renacer en sí una ternura antigua. Murmuró:
No hubo viento ni melodías dulces; solo el silencio contundente del bosque, ese silencio que despoja al alma de sus disfraces.
—Gracias por dejarme hablar y, sobre todo, gracias por escucharme.
Y en esa hondura, el visitante se sintió, por fin, libre de muchas cosas. Luego
cuando llegó a su casa encendió el televisor y sin que lo esperaba había una
conductora de tv dando un breve discurso del problema que lo aquejaba. El árbol
estaría conectado ¿con el televisor o algo así?
Fue atravesado por una especie de escalofrío, pero
luego sintió que tenía una respuesta ante todas sus inquietudes, pero sobre
todo empezó a sentir una paz interior que desde hace mucho no experimentaba, y ya sabemos que viene luego de la paz; la lucidez.
