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Orígenes

Estimados lectores con placer y profundo aprecio a la literatura los invito a descubrir mi blog Café y escrituras con humo, un espacio donde la literatura respira con una libertad genuina, y donde cada cuento, relato o poema está tejido con esmero, ofreciendo mundos y personajes que buscan resonar en el alma. Es un rincón de lucidez y libertad de expresión, donde no existe censura ni rechazo, (ni de editoriales ni de fanzines) sino un llamado sincero a explorar juntos las profundidades de la imaginación y del pensamiento. Los textos son gratuitos y siempre bienvenidos a nuevos ojos, con la esperanza de que encuentren en ellos una chispa de inspiración o reflexión. ¡Los invito a tomar una pausa, servirse una buena taza de café, y sumergirse en la esencia de cada relato! , poema o artículos de mi autoría o de los escritores invitados. A continuación, dejo el índice del contenido:
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domingo, 12 de octubre de 2025

Artículo sobre los arquetipos... Mapas interiores para el arte o la literatura, por ENRICO DIAZ BERNUY / edición revisada /

“El hombre es un misterio. Hay que descubrirlo. Y si lo tienes 

que descubrir a través de toda tu vida, no digas que has perdido

 el tiempo; yo me ocupo de este misterio, puesto que quiero 

ser un hombre.” Carta de F. M. Dostoievski a su hermano

 Mijaíl, del 16 de agosto de 1839; PSS 28.1:63



 

"Hasta que no hagas consciente lo inconsciente, éste dirigirá tu vida y lo llamarás destino."

         Carl Gustav Jung 




Mapas interiores para el Arte o la

 Literatura

(Los arquetipos de Jung)

  por Enrico Diaz Bernuy


Desde mis inicios en la incursión artística, he observado cómo ciertos patrones recurrentes en los personajes que imagino o represento parecen responder a fuerzas internas que no siempre comprendo. No es que yo encarne estos arquetipos de manera literal, probablemente todos tenemos una medida de cada uno de ellos, más bien lo que he intentado es poner  atención al arquetipo del “huérfano” por la intensidad con la que se manifiesta frente a los demás y cómo resuena en la creación de vidas y conflictos en mis personajes. Es un arquetipo que refleja la lucha entre la vulnerabilidad y la resiliencia, entre la carencia y la posibilidad de hallarse completo, y que, desde la mirada creativa, ofrece un caudal inagotable de intuiciones sobre la psique humana. Observarlo y documentarlo ha sido para mí como excavar en una arqueología del ser, desenterrando capas de emociones, heridas y talentos que, aunque nunca me pertenezcan directamente, iluminan la construcción de vidas imaginarias y la comprensión de la existencia real. Es excavar en lo que fuimos, limpiar el polvo de nuestras emociones antiguas, hasta hallar las figuras que aún nos habitan y que el arte…,  quizás,  pueda servir  para  redimir.

Carl Gustav Jung llamaría a esa corriente el inconsciente colectivo, y a sus emanaciones más visibles, los arquetipos. No se trata de ideas abstractas, sino de estructuras vivas que respiran en la psique humana, como sombras y luces que se proyectan en nuestra imaginación.

He comprendido, a través del arte y de la escritura, que conocer nuestros arquetipos es conocer el mapa invisible del alma. Cada uno de ellos —el inocente, el sabio, el héroe, el amante, el creador, el cuidador, el bufón, el gobernante, el rebelde, el mago, el explorador y el huérfano— representa una forma de mirar el mundo, un modo de habitar la tragedia. No hay destino más humano que aquel que se construye sobre el reconocimiento de sus propias fuerzas interiores. Jung escribió que el arte es una confesión que brota del alma, una tentativa de reconciliarse con los dioses interiores. Y si el arte es esa confesión, los arquetipos son su gramática secreta.

Cada artista, consciente o no, camina con un séquito de símbolos a cuestas. El Inocente, por ejemplo, es el que confía en la pureza de la existencia, el que pinta la vida con los tonos de la esperanza. Es el niño interior que mira el mundo sin filtros y que, pese a las heridas, conserva la fe en la belleza. El Explorador, en cambio, representa la inquietud del alma que no se conforma, la que busca horizontes nuevos, la que convierte cada trazo, cada verso o viaje, en un intento por encontrar lo que no puede decirse. El Sabio observa desde la distancia, buscando patrones, interpretaciones, sentido. En su sombra, se oculta el peligro del cinismo: saber demasiado puede enfriar el corazón.

El Héroe, tan presente en la narrativa universal, es el que se lanza al combate contra la oscuridad, sin saber que esa oscuridad es también suya. Joseph Campbell, discípulo de Jung, diría que el héroe que regresa de su viaje trae consigo el elixir de la conciencia: aquello que ha aprendido de su caída. Sin embargo, en la vida real, el héroe rara vez retorna triunfante. En el arte, sí: porque cada obra concluida es una victoria sobre la inercia del vacío.

El Rebelde rompe, quema, renuncia. Su impulso es el de la demolición creadora. Necesario para toda vanguardia, su fuego es también su condena. El Mago, por su parte, es quien intuye la correspondencia entre los mundos; el que comprende que transformar la materia —un lienzo, un cuerpo, una palabra— es un acto sagrado. “El arte es la alquimia del alma”, decía Hillman, y el mago es su practicante.

El Amante encarna la fusión, el deseo, el vínculo. Es el arquetipo que nos empuja a crear desde la emoción, desde la entrega. En su sombra, puede caer en la dependencia, en el olvido de sí. El Creador, su reflejo más luminoso, es quien transforma esa pasión en obra. Vive poseído por el impulso de dar forma a lo invisible, aunque el costo sea su propia serenidad. Como el caso de Sylvette (musa de Picaso) que en una semana pintó mas de 60 cuadros solo sobre ella…

El Cuidador sostiene la existencia, protege lo frágil, se sacrifica por otros. En el arte, aparece como el que repara, el que restaura lo roto. El Bufón, en cambio, se burla del dolor para soportarlo. En su risa hay sabiduría: sabe que la tragedia, vista desde otro ángulo, puede ser un juego divino.

El Gobernante ordena, impone estructura, da sentido al caos. En la creación artística, este arquetipo es la disciplina, la forma, la arquitectura que sostiene el impulso creativo. Sin él, la inspiración se disuelve en confusión.

Y, finalmente, está el Huérfano, el más humano y el más doliente. El arquetipo que no busca conquistar ni gobernar, sino sobrevivir. Pero su destino es más alto: convertir la herida en obra, la pérdida en sentido. Si el héroe libra batallas, el huérfano libra silencios. Si el sabio observa el mundo, el huérfano lo sufre. Y solo quien ha sufrido profundamente puede crear algo que hable al alma de los otros, aunque estemos en una sociedad profundamente hipócrita.

Cada uno de estos arquetipos vive dentro de nosotros, disputando su lugar. A veces uno predomina; otras veces, se entrelazan. En el fondo, el artista no crea personajes: los despierta en sí mismo. Todo arte auténtico es un proceso de individuación —como lo llamó Jung—, un viaje hacia la totalidad interior.

Cuando escribo o pinto, no busco la perfección, sino la revelación. En cada gesto intento reconocer qué parte de mí está hablando: el inocente que aún cree, el rebelde que quema lo viejo, el mago que intuye correspondencias secretas, o el huérfano que aún tiembla en la oscuridad. Tal vez todos ellos sean uno solo, girando en torno al fuego central del alma, donde el arte actúa como espejo (espejo sobre el inconsciente) o purificación.

Entre todos los arquetipos, hay uno que siempre me ha perseguido, la persecución es a veces por los vínculos que uno sostiene, algo en ti, atrae gente así : el Huérfano, también llamado el “Abandonado”. No hablo de huérfanos únicamente literales, sino de aquellos que han sentido la ausencia de guía, amor y protección en los momentos cruciales de su infancia. Ese vacío no desaparece; se convierte en un silencio inquietante que se instala en la psique, en el pecho, en la mirada.

Observarlo ha sido como mirar un espejo de la fragilidad humana y de la fuerza que puede surgir del dolor. Este arquetipo no es solo un niño desprotegido (de mamá o papá); es un viajante de la vida que se enfrenta a enemigos internos y externos, a las heridas que el mundo o quienes deberían amarlo le han infligido.

El Huérfano se distingue por una respuesta instintiva de desaparecer, de hacerse invisible, de retroceder hacia la infancia cuando percibe amenaza o maltrato. Lo fascinante de este arquetipo es su llama interna, esa luz que nunca se apaga, aunque a veces no brille. La enciende y la protege la madre interna: no la madre externa que nutre con alimento, sino la madre simbólica que guía con conciencia, con amor reflexivo, que señala los aciertos y errores y pone luz en la oscuridad.

Cuando un bebé crece en condiciones normales, su mundo es un paraíso: hambre y frío son atendidos, y aprende a confiar en la vida. Pero el Huérfano que observo —ya sea en la literatura, el arte o la vida misma— es distinto.

Sus necesidades no son satisfechas; los que deberían guiarlo no saben o no pueden. Se cría a la defensiva, aprendiendo que la vida es hostil, que debe protegerse incluso de aquellos que deberían cuidarlo. Esta ausencia de guía externa lo convierte en un adulto “en alerta”, siempre perceptivo, capaz de intuir tanto las intenciones negativas como las positivas de quienes lo rodean.

La tragedia de este arquetipo se manifiesta en dos formas: abuso y negligencia. El abuso es explícito: golpes, insultos, humillaciones; la negligencia es silenciosa, sutil: la indiferencia de la madre que no atiende, que no ofrece seguridad, o papá ausente. Ambos caminos llevan al mismo lugar: un vacío interior que se traduce en melancolía, soledad, hambre de reconocimiento y amor que nunca llegó.

Lo fascinante es que, al poner luz sobre este arquetipo, incluso el dolor adquiere sentido. La circunstancia del abandono no es un sinsentido, sino la cuna de una intuición extraordinaria, de una creatividad inmensa. Los mejores sanadores, los artistas, los músicos, todos aquellos que viven con la mano puesta en el corazón, parecen emerger de esta misma llama apagada que logra encenderse pese al frío del abandono.

Llegando a la adolescencia, el Huérfano enfrenta la identidad. Quién es, quién será, cómo plantará raíces en un mundo que no ofreció tierra fértil, o que no hubo tierra.

El dolor de estar solo, de sentirse un árbol sin tierra, es profundo. Muchos desarrollan frialdad: dificultades para amar, inapetencia sexual o promiscuidad, (de polo a polo), o simplemente dificultades para vincularse, para sentirse seguros. Algunos son “los sin piel”, tan sensibles que cualquier estímulo externo hiere profundamente, y aún así esa sensibilidad es su fuerza, su brújula interna.

El Huérfano tiene hambre: hambre de compañía, de amor, de reconocimiento. Este hambre puede llevarlo a lugares oscuros, a hábitos destructivos, pero también es la fuente de su creatividad, su capacidad de empatía y de intuición. La enseñanza que me deja este arquetipo es que la verdadera batalla no es la de la supervivencia, sino la de la creación: darse y construirse una vida plena, a pesar del abandono. Cada cicatriz es un mapa de tesoros, un testimonio de resistencia.

“Observarlo y documentarlo ha sido para mí como excavar en una arqueología del ser; un viaje de descubrimiento en el que, como un argonauta, navega por los mares de la emoción y la memoria…”

Entendí incluso en la más extrema vulnerabilidad, en la soledad más profunda, se puede encontrar la posibilidad de prosperar, de convertirse en un creador consciente de su propia existencia. Y es esta paradoja —la fuerza nacida del abandono— la que hace del Huérfano un arquetipo indispensable para quienes estudian la psique humana, la literatura o el arte.

Al cerrar este recorrido por los arquetipos, siento que he desenterrado fragmentos de lo que somos, de lo que hemos sido y de lo que aún podemos llegar a ser.

Este trabajo no aspira a ser un catálogo académico; no pretende encasillar ni diagnosticar. Más bien, se trata de una cartografía hacia el  Ser, de un viaje por los corredores internos donde la supervivencia emocional nos ha enseñado a mirar, a sentir y a crear. Es un mapa de luces y sombras, un registro de cómo las fuerzas que nos habitan pueden convertirse en impulso para la creación.

Cada arquetipo que he explorado —desde el Inocente hasta el Huérfano, desde el Explorador hasta el Creador— posee una fuerza que no siempre se ve en la superficie. No hablo solo de lo que somos, sino de lo que podemos ofrecer a quienes observamos, a quienes escribimos y pintamos, a quienes buscamos dar vida a personajes que respiren verdad.

Para quienes desean construir mundos literarios o artísticos, reconocer estos arquetipos es una oportunidad de dotar de profundidad y complejidad a los seres que emergen de nuestra imaginación. La documentación psicológica (respaldo científico) que sustenta estas observaciones aporta credibilidad, pero la esencia está en la intuición, en el contacto con la propia experiencia vital, en cómo nos reconocemos y reconocemos a otros en estas figuras.

El Huérfano, en particular, me ha enseñado que la fragilidad puede ser fuerza, que la ausencia de guía externa puede despertar una intuición y creatividad desbordantes. No se trata de mí, sino del arquetipo, del espejo que nos invita a ver lo que existe en otros y en nosotros mismos.

La batalla de este Huérfano no es la lucha por la supervivencia, sino la lucha por darse y crearse una vida plena, consciente, rica en significado, y paz sobretodo. Esa es la lección que resuena en todos los arquetipos: cada uno, a su manera, nos invita a transformar la vulnerabilidad en creación, el dolor en comprensión, la soledad en reflexión y en arte.

Al final, reconocer estos patrones no nos hace completos, pero nos hace conscientes por que meditar en esto quizás sirva como mapa cuántico a nuestros propios silencios… Nos recuerda que crear no es escapar del mundo, sino abrazarlo con todas sus complejidades, que la autenticidad de nuestros personajes y de nuestra vida surge de la atención que ponemos a estas fuerzas internas. Y así, al mirar los arquetipos y escucharlos, uno entiende que el verdadero triunfo no es la gloria externa, sino el acto constante de proseguir la vida con integridad, amor y creatividad, convirtiendo la experiencia en sabiduría y la sabiduría en creación.

Este viaje es, en definitiva, un recordatorio de que la arqueología del ser nunca termina; cada mirada hacia nuestro interior y hacia la vida de los arquetipos abre nuevas capas, nuevas posibilidades cartográficas para imaginar, escribir, pintar y vivir con profundidad y sentido. Y quizá, al final, eso es lo que distingue al creador: la capacidad de encender la llama interna y dejar que ilumine no solo su camino, sino también el de quienes se acercan a sus historias y obras.

Enrico Diaz Bernuy