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domingo, 6 de enero de 2013

PRESENTACIÒN DE LAS PRIMERAS PÀGINAS DE MI NOVELA


Enrico Diaz

 

 

Peluquería

del MAL

 

 

Ediciones Evaroz

 

2013

 

© Enrico Manuel Diaz Bernuy

Primera edición Enero del 2013

 

 

 

 

 

 

 

La crueldad tiene corazón humano

y la envidia humano rostro;

el terror reviste divina forma humana

y el secreto lleva ropas humanas.

 

William Blake

 

Capítulo I

 

 

En el transcurso de mi silencio, no pude olvidar jamás la terrible historia de las mujeres más bellas y perversas…, ¿cuál fue su destino  y qué repercusión tuvo en la vida de Hilse Forsen?

La verdadera historia  comienza en 1970,  cuando despertó a oscuras, la figura de la señora Petra se reflejaba en el ventanal como un “lienzo realista”. Parecía estar hecha a imagen de esos dictadores de la Roma pre-    cristiana.  Su cabellera envolvía el cuello sudoroso en forma de trenza, cubierta de metales dorados y redondas perlas tornasoladas como un sol.

Sus  aretes de fina filigrana  hilada a mano  en plata  y con gemas talladas, pendían quietas en sus orejas.

Ese hilado se mimetizaba con las extensas canas que poseía por cabellera,  y que se esponjarían como un encrespado enjambre.

Todo comenzó en el otoño. Para cualquiera que la conociera resultaba fácil deducir sobre su escasa formación académica. Poseía una picardía espectacular y una mirada que soslayaba su ironía; además, podía  reflejar un alto nivel social, ostentando ese brillo de su piel grasienta que formaba un ligero halo.

Una mujer con la nebulosa energía de “acometer” siempre en una constante condición, que solía manifestar principalmente con las personas que la rodeaban.  

Hablo de su familia, de los integrantes que día tras día coexistían cerca de ella, no solamente porque fuera grande la casa sino porque estaban sujetos a los mandatos de la circunstancia.

El clima era conducido por las fuerzas de su temperamento áspero desde el alma, y para el alma de las otras personas.  Empero tenía tanta ternura que ocultaba muy bien, mirando sus rosas, como mujeres voluptuosas y  desnudas.

Ella señalaba: “Esta es la mejor colección que tengo en mi vida”…

La frase era un poco ambigua  salida  de sus labios, pero sólo demostraba que en el fondo había un reino escondido que la  embargaba haciéndola contemplar sus rosas, con la extraña sensación como si esto sirviera, para eliminar el mundo que la rodeaba.

Esas rosas eran como cualquiera pero al verlas de cerca, sin ser muy entendido en el arte de la horticultura podría percibirse algo diferente, con sus pétalos  que bordeaban un corazón englobado. 

Las espinas que brotan cada una a dos centímetros, no necesariamente provocaban hincaduras.  Aunque  tuvieran la forma de garras de gato,  eran flexibles como la goma.

Una a una, llevando como pestañas en aquellos tallos de pequeños mástiles que izaban cada rosa, como barcas abiertas entonando una palabra quizás sólo oída por la señora  Petra Mendizábal.

En realidad su contextura no decía mucho, de estatura estándar (1.60mts) con prominentes caderas de haber expulsado a esas hijas e hijo que en sus entrañas fueron cultivados para el mundo que ella les vaya a mostrar.    Las circunstancias nefastas del vacío que siempre llevó en lo profundo de su ser, empero el momento más humano del que está hecha una mujer como es parir a un hijo con tan anhelado amor, y  entrega desviviéndose completamente.  

La misma vida de esa mujer se pone en juicio para que esté primero a la del recién nacido.  

Nunca dudó en hacer nacer a sus hijos, este era el momento que la hacía más noble y humana, motivo por el cual lo realizó en cinco ocasiones con todo  el amor de su alma.

A pesar de lo vivido soñaba con sus rosas.

Su rostro era oval (parecía una rosa), sus caderas octogonales, sus senos mofletudos...   En suma,─ tres rosas enormes algo, deformadas por la vejez, montadas sobre dos bastones que poseía por piernas.

Su rostro ceñudo también era aquilino, su piel  tersa y cobriza como de haber  estado en un día de verano por el sur  de Manhattan.

Pero en lo oscuro de su mirada corrían ciertos surcos plegados cuando las rabias salían de sus palabras y éstas  habían trazado un borde, como siluetas y sombras conformando la estructura de su rostro que expresaban   sus encolerizados sentimientos.

Referente a la casa su arquitectura estaba inspirada en el modelo de un fortín naval; mismos muros y matices,  tanques anfibios y navíos estáticos.

El tono concha de vino, en la entrada, daba un toque de señorial estilo.

…Su esposo;   Lisandro Surestada Brooks,  había llegado a la conclusión de  trabajar en su oficina, absorto y alejado a la vez.

En realidad, Petra era muy especial por demostrar íntegramente la exactitud completa de la perversidad de ese miserable universo idéntico a ella, pero que envolvía con unas redes tenaces a las demás personas que la rodeaban.

Estas  personas eran sus hijas, formadas con la autoestima por los suelos. Las redes que usó tenían aguijones de un calamar gigante.

La señora Petra les demostró que en esta vida se debe tener: una tendencia violenta y morbosa manifestando un  goce, causando y recibiendo humillación y dolor, así como ella lo hacía con su esposo.

Petra Mendizábal León  mostraba un sutil toque de bondad tímida en ese  clima nebuloso,  austero y sibilante de un sueño ahogado,  secreto, por los tantos tropiezos que la vida a las personas le  demuestra la débil raíz de su formación,  desde que se hacen niños y lo arrastran hasta cuando alcanzan la senectud.

Su esposo cuando llegaba del trabajo con ese tumulto de documentos apretados en su maletín encuerado y vetusto,  lo arrojaba, rendido sobre el sillón derecho del comedor. 

Perdiendo el aliento como si hubiera estado en una persecución inesperada, del día tras día, corriendo y cargando esos documentos. Como los abogados que suben escalones  en los edificios con sus ventiladores antiguos, elevadores de ácaros.  Abogados que en el fondo de todo,  a pesar de todo, gozan de su trabajo.

Así llegaba a su hogar por decirlo de alguna manera.

Pero él sentía que era como un nido, al fin y al cabo ahí estaban sus hijas e hijo.

Definitivamente la delegación de responsabilidades como en aquellos tiempos fijaba con ese  patrón pre determinado; que la madre tenía toda la responsabilidad frente a los hijos en  educarlos, mientras que el hombre de la casa tenía que  llegar del trabajo,  verlos que estén durmiendo tranquilos y sanos.

Liriana se  llama la mayor; siendo pequeñita aparentaba cantar, de ahí se le ocurrió al padre ponerle el nombre inspirado en la palabra: Lírica en Liriana. Y Ana porque era el nombre de su madre (la abuela).

 Lisurana: salida del vientre cogió con toda su manito el dedo de su padre, él sintió una  tersura jamás inimaginable. Ahí se le ocurrió ponerle el nombre inspirado en la lisura que poseía, por la palabra compuesta Lisurana.

La tercera es Libana, de libar o absorber suavemente una cosa. Desde pequeña absorbía de su mamadera con una habilidad muy extraña. 

La cuarta hija, Liebrana,   porque antes de gatear demostró tantísima agilidad que parecía una pequeña liebre.

Pedro,  el último hijo; su nombre se origina  por su madre Petra. Su misma madre se vio obligada a ponerle el nombre ya que su esposo nunca le consultaba qué nombre elegir.

El hijo menor  (Pedro) tenía problemas respiratorios desde muy pequeño; nació con las terribles deficiencias de una endeble salud física agravándose con insuficiencias renales y sus respectivas consecuencias.

Requería hemodiálisis, tratamiento clínico que se utiliza para excluir los materiales de desecho de la sangre porque no presentaba  una función renal efectiva.

Su mente se estaba enfermando, situación que involucraba a todo el hogar porque la responsabilidad no sólo era  de la madre.  Sino de las amanecidas y aquellas idas a las farmacias en horas de la madrugada que se encargaba el esposo.

Sentirse el hijo maltrecho, en él caía el remordimiento como si fuera el culpable de algo y  no hallando respuestas, por consecuencias provocó de alguna manera ciertos rasgos esquizoide;  percibía voces y más…

Definitivamente esto atiende un perfil enteramente genético al que pertenecía su completa percepción, en una actitud imparable.

La señora Petra tenía sus piernas  tensadas a manera de una pretina de cuero seco.  Siempre se  quejaba de sus caderas: “ ¡Ay de este cuerpo!”  Entonando con su  voz atrabiliaria y aguda.

Mirando al espejo hablaba hacia ella misma, entendiendo que el único que puede escucharla no era nadie más que ella, proclamando de esta manera a un futuro padecimiento. Proyectándose  a una vida con el destino de una salud quebrada.

La espera de una vida fraterna se había desvanecido. 

Aun así estaban sus hijas que participaba de ese círculo. Y estas niñas que sobrepasaban los 29 años de edad, se encontraban completamente atadas a los lazos de su madre.

Su rostro ceñudo fundamentaba la amarga  vida que atravesaba y la indiferencia en no haberse puesto a pensar o qué anhelaba cada una de sus hijas.

Su adustez  también era el rasgo del esfuerzo de estar constantemente fiscalizando  y dirigiendo a los seres que la rodeaban, convirtiéndola en un ser castrador.

Cada hijo de sus entrañas la marcó para hacerla recordar que estaba unida a esa alma muy por dentro noble pero corroída de las experiencias que había dejado a su vida. Herida por heridas, no en la carne sino en su mente y estos empezaron a gobernar como voces indescifrables.

A veces veía ciertas sombras que se desvanecían por el corredor cerca al jardín de la casa;  cuando era de día sentía voces, similar a un cuadro psicótico.

Finalmente pudo entender que eran sonidos de aquellos que vienen de los álamos mecidos,   silbadores por el viento, como si fuera el eco de la casa de lado. 

Al final de todo toca en uno elegir qué verdad creer o mejor dicho qué verdad conviene creer. Lo real es que situaciones así como las antes mencionadas sobre los niveles de la percepción  que esta señora poseía.  A nadie le podría generar sosiego. Quizás ese fue un elemento más de su rostro ceñudo.

En términos científicos se podría decir que sufría  de “migraña”.

Al menos eso le dijo el médico y con el ánimo de consolarla le explicó que es un mal muy propio de las mujeres que pasan de los cuarenta años.

El nacimiento de sus hijos uno a uno reconsideraba su vivir y definitivamente tener una esperanza por la vida.

Sus brazos repolludos significaban haber tenido ese pasado de haber  dedicado incalculables horas, días,  años. Ofrendada voluntad después de ver que no había otra opción,  asumió su rol.

Todos los vecinos argumentaban que su mirada era muy similar a la de un reptil que contempla a su presa, estudiándola previamente.  Esos labios que solamente formaban dos líneas como una tenaza carmín y deslucida. 

Sus piernas estaban tensadas y cuando andaba con sus  zapatos de suela dura sonaba como un cascabel  gastado y cierta cadencia delataba un cansancio.

Siempre se quejaba de sus caderas:   “¡¡Ay, este cuerpo!!”, proclamaba como si fuera muestra de un futuro padecimiento. No sé, si esta carencia en sí daba el pilar de tener un hijo maltrecho, era pues la única razón que los podía unir.

 Tener un hijo malherido desde nacimiento, siendo este el elemento que los condujo de una u otra manera a estar más unidos.

Claro está a un niño no se le puede culpar que los padres vivan distanciados, únicamente cumpliendo el papel del “acto de presencia” frente a ese mundo que formaban y que día a día irían contrayendo como ligeras barcas que circundan el remolino de unas aguas de un sólo cauce e intención: “introducirlos a un centro.”

En realidad la energía que arremolina ese clima no sólo lo creaba más lúgubre sino muy enfermizo engendrando así  una ausencia que pueda únicamente  sin reparo  querer fulminar a los que la rodeaban.  Irreflexiva y con el estrépito de sus expresiones crudas delatando así las zonas ocultas de su interior.

Cuando en las noches  cenaba direccionaba cierto discurso religioso. Su lugar de preferencia era la cabecera de la mesa.  Nadie podía probar bocado alguno si es que ella no lo había hecho antes.  Era como una tradición;  ¡ay, que si alguien se olvidara!, de ella  podría esperarse lo que sea.

Siempre argumentaba diciendo la  misma frase: “¡Te vas de la mesa ya que olvidaste el respeto por tu madre!” Esa persona se iría a comer en la alacena.

Cada sílaba era dicha con un tono irónico y a su vez con una emblemática postura (como estatua de bronce que conmemora a una emperatriz romana).

Y por contradictorio que suene lo siguiente sus discursos religiosos por las noches denotaban una enorme sintonización como si estuviera hablando con Dios, su estado de contrición formaba una singular encrucijada…  ¿mamá estará arrepentida?

Parecía estar hecha en bronce.  Al hablar vocalizaba tanto e izaba con los brazos “un rigor”.   No  paraba de moverlos con esas manos señalando lo que es correcto y lo incorrecto en la vida. Esas mismas manos tan rígidas como si se alistaran a dar un golpe de kun-fu en compás  con su dicción.

Sus prominentes venas como hilos abultados aún así eran manos finas, manos lisas, manos suaves, no tenía callos, ni estaban cuarteadas. 

Sin embargo, el esposo silencioso, reservado, culto y enconchado, parecía un escritor.  Se concentraba en su único objetivo: terminar de comer para que finalmente pueda irse a leer sus documentos en lo que su oficio le obligaba a dedicarse cada noche antes de dormir, para poder litigar con destreza para el día de mañana. “Era un abogado genial”.

Así, día tras día, y con toda la predilección se daba paso rápidamente a que corran los años y se pase la vida en ese estilo.   ¡Genial para el mundo!   Pero en su hogar: ¡casi era un fantasma!…

No era un hogar disfuncional, más bien  estaba constituido por un padre, una madre que vivían bajo el mismo techo, y sus respectivas hijas e hijo.

La señora tenía una hija predilecta: Liriana y también  a la antítesis o sea a la “ovejita negra”:  Lisurana. 

A ésta la atormentaba con exigencias y privaciones constantes; andaba siempre prohibida de salir a la calle. Únicamente  podía asomarse por las ventanas y si vieran algún vendedor de helados irlo a llamar.

Se  había ensañado con Lisurana porque era la única que no le daba el amén a su madre; por suerte siempre recibió el apoyo moral de su padre.

La señora Petra siempre desearía su apetecible postre de fresa, como el mismo color de sus rosas.  Seguramente la presión alta de la que padecía era ocasionada por su mal humor, o la presión alta la ponía de pésimo humor. 

Todo el mundo le decía que debería de reconsiderar su actitud porque su rostro se enrojecía con ronchas y tenía que tomar urgentemente pastillas, día tras día, para que luego quede sedada. Dos, tres, cinco días fue su record.

Los ojos de su padre se llenaban de desdicha dándose cuenta de las pequeñas esferas vitrificables de la sustancia más pura pero a su vez, más adolorida de su alma. Su mirada no podía mentir. Cuando él contemplaba  a su hija y sentía la gran tristeza que ella vivía. Acongojada de la enorme necesidad de atención exclusivamente por su madre.  La señora Petra  definitivamente  tenía por preferencia  a su hija que la llamaba  coloquialmente  “la negra”, refiriéndose a su hija Liriana.

Las hijas fueron creciendo al igual que sus responsabilidades mientras que la madre poco a poco  se alejaba.

Como si los años  hubieran moderado lo áspero de su carácter, esto significó, poco a poco, dejarlas en paz.

Pero el padre continuando con su misma manera de vivir presente pero ausente a la vez.

Sus hijas igual lo amaban. Al pasar el tiempo cada una entendió que su padre siempre estaría donde tiene que estar. Su lugar al que  pertenece, acechando,  vigilando a la distancia a sus hijas.

Las hijas en sí ya habían madurado intelectualmente y también en lo moral, salvo una excepción.

La hija insurrecta era Libana. Ser mimada por su padre le condujo hacer por ende  lo que le daba en gana.

Las hijas fueron creciendo al margen de las responsabilidades mientras que la madre, poco a poco, ya se alejaba tomando distancia; excepto el padre que continuaba con su mismo estilo de vida.

Ellas parecían bien educadas y con la suficiente formación moral.

El ejemplo es lo que prima en la formación de las personas.  A veces no faltaba los sartenazos e incluso se lanzaban tenedores y hasta cuchillos de cocina.  En  medio de los pleitos las hijas aturdidas de tamañas escenas,  deseaban  abandonar el escenario diciendo que de una vez por todas: “¡mejor se terminen matando!”

Pregonando en un tono atrabiliario, Pedro decía:

¡¡¡Ojalá que se maten para que acabe este infierno!!!!

Sin embargo, para que suceda ese crimen se necesita perder la cordura y la razón. Cosa que ella dominaba un control total y al ver a su esposo estallar de ira, se daba cuenta que ya no iba a contenerse.  Entonces optaba con muchísima cautela irse a su dormitorio, cerrarle la puerta con doble llave  y no abrirle hasta que se le pase.

– Tiempo estimado tres horas–.

Ese era el límite hasta donde alcanzaba su esposo, colmado de la indignación perdía el control con el arrebato seguía sufriendo con el acaloro que embargaba esa agitación.

Unido entre las serpientes que marcaban los remesones en el pecho y vientre que sentía  destruido por semejante mujer altanera,  y siempre  desafiante, como si estuviera poseída.

A esto tendríamos que agregarle que usaba también unas pestañas postizas tan desproporcionadas y “un pincel especial” para el embellecimiento de las mismas, tenía un tinte negro y brillante.

Que convertían a su mirada en dos diminutos gorgojos negros con enormes  tentáculos finísimos en impudicia, ─ así eran sus pestañas…

Nadie en la familia se  podía imaginar algo bueno o noble de ella salvo su hija Liriana (la preferida).

La señora Petra  nunca paraba de acicalarse con gel humectante y esas sustancias cremosas,  perfumadas con esencias delicadas. Obviamente esto demandaba cierto presupuesto además esos vestidos púrpuras, flores abigarradas de estilo ingenuo similar a las rosas que cultivaba. 

Tantas cosas se podrían decir de ella y sobre sus rosas que  poco le faltaba por adorarlas quizás lo único que llegó a desvivirse. Pero tamaña propuesta demandaría mezquindad de mi parte.

Con su alma así y con una incógnita que siempre lucía en sus labios inclusive cuando salía a regar las plantas o arbustos que estaban en la fachada de su casa, no tenía aspecto de ser un ama de casa, sino, como una mujer que por motivos casuales estaba haciendo esa actividad.

Otra de sus frases celebres era:

“¡Mujeres más bellas que yo, quizás!...  ¡Pero con mi elegancia jamás!” De esta manera cada uno de sus discursos llenos de contradicciones constantes y  frente a sus hijas e hijo.  Pero fue su hija mayor (Liriana) la que comentaba a escondidas:    “¿cómo es que mi padre antes de casarse con ella no se dio cuenta que era así?”

Lisurana dijo:

– ¿Y quién dice que mi padre no se dio cuenta?

Libana contestó:

– ¡Mi padre es un alma de Dios!

Liebrana estuvo escuchando toda la conversación e intervino de la siguiente manera:

– Mi padre, es “padre” a causa de  dedicarse en velar a su hijo preferido…

Lisurana  respondió:

– Es obvio, Pedro padece de enfermedades… Si mi padre no lo hiciera no estaría vivo nuestro hermano y por ende tampoco tendríamos padre, porque ese título lo lleva gracias a su hijo.

Pedro  que estaba presente, conteniendo su furia les dijo:

–Tú, gringa; principalmente tú deberías de ser la primera en visitar a un psiquiatra…

Enfurecido,  poco le faltaba para levantar la mano contra cada una de sus hermanas; pero su endeble musculatura le ocasionaba en el  mismo momento un ligero temblor, y apoyarse sobre la mesa con la mano izquierda era un tremendo esfuerzo para mantener el equilibrio y a veces la dignidad.

Lisurana  dijo:  “Todos hablan demás”.

Él con su figura endeble pero ciertamente afilada como una vara de metro ochenta de alto,  se encogía un poco al dar cada paso. De perfil parecía como si se viera de frente.  Así de delgado era.

No obstante en ese corazón sólo estaba lleno de amor al cine; en consagrarse como un cinéfilo incurable.

Completamente indignado  con el sabor en sus labios  de haber bebido un brebaje amargo, se dirigió automáticamente a su dormitorio,  a su paso deseaba tirar al suelo cualquier objeto que se encontrara  en su camino, pero no lo hizo, aún le quedaban fuerzas para contenerse.

Cuando entró al  dormitorio se tumbó sobre la cama. 

Dos hilos que se disipaban,  dejaron dibujado una línea tensa pero curvilínea. Al pasar los segundos  la misma línea  formó  la figura de una bailarina casi desnuda,   sobre esa bóveda color hueso que tenía por  cielo  en su dormitorio. La misma figura en cuestión de segundos se convirtió como una túnica gris. Entonces recordó que debía abrir la ventana.  Fumar con las ventanas cerradas le causaría más daño que lo normal.

Después de fumar se puso a descansar y se quedó dormido queriéndose olvidar de todo.

Al día siguiente cuando despertó  recordó las palabras de su profesor de sociología que exponía con  una risa sardónica las ideas sobre; en cada hogar siempre existe un “hijo predilecto” y siendo esto lo más innegable como un mandato biológico, todos los padres tienden a negarlo como una de las tantas ironías  de lo que está hecha la vida. 

Cada padre ve en el hijo cierta continuación de un legado, ciertamente es una “señal pura”, Lo triste es que cuando pasan los años, los niños crecen hasta que se convierten en hombres que toman caminos tan distintos al de sus padres; y es ahí donde continúa y se  renueva el drama de la condición del que está preso el ser humano, que la eternidad no existe. Salvo para las cosas que no están frente a nuestros ojos como el alma.

Liebrana en esa época tenía 31 años, e iría a recibir a su amigo Xavi. Cada cierto tiempo se veían. Al principio cada quince días. 

Luego de unos  meses  las citas fueron  acortando el plazo, porque después de tres días sin verse, cada uno buscaba un pretexto para volverse a ver con el otro.

Esta vez la fecha esperada era “nueve”; caía día sábado  y justo dio la casualidad que en casa de Liebrana no se encontraba nadie.

Xavi, cuando hizo sonar, por segunda vez, el chillido de aquel timbre, intempestivamente Liebrana le abrió la puerta como si quisiera sorprenderlo, pero lo que ella no se imaginaba era ver a su amigo que sostenía una caja enorme cuyo moño ostentaba ser un regalo.

Él tenía una sonrisa tan impetuosa,  vivaz, feliz, que no le permitía decir palabra alguna.  Su amiga, definitivamente, se encontraba sorprendida.

La escena demoró escasos segundos;  ambos la finalizaron con un: ¡Hola! (a la vez).

Liebrana se hizo a un lado para que pueda ingresar su amigo con tamaño paquete. Ella presentía que era algo especial.

Xavi, mecánicamente caminó por el ingreso de la vivienda. Un tanto encorvado por el esfuerzo que hacía.

Le dijo:

Recibe esto.    ¡Es para ti!

¿Dónde lo pongo?...

Liebrana le dijo:

¿Qué has hecho?    ¿Cómo te has molestado en gastar dinero?

Dime,  ¿dónde lo puedo poner? 

Liebrana le respondió:

Espera un segundo…  Ponlo aquí… señalando con la mirada  a la cómoda.

Xavi dijo:

Ok.  

Cuando recibió el canasto supo perfectamente que se trataba de una mascota, porque en el transcurso de la escena pasada  se había percatado que en esa caja algo por dentro se movía.

Su amigo Xavi estaba tan enamorado de Liebrana; aún así poseía una pizca de duda y cierto temor en que quizás su amiga le dijera:

“¡Discúlpame pero no puedo recibir este regalo!”

Sin embargo, esos segundos duraron tanto tiempo por el vivo reflejo que algo mágico se estaba dando. 

Luego  su amiga destapó el tul,  la cinta refulgente y tersa con ese moño que parecía un clavel ahuecado.

El canasto se zarandeaba  por los saltos que el pequeño cachorro daba. Con una destreza impensada rápidamente destapó la tapa del canasto, y conforme lo que ella imaginaba dijo:

– ¡Sí! ¡Es un perrito!─exclamando con un rostro iluminado por la alegría que la embargaba.

Mientras que su amigo Xavi la contemplaba como si solamente esa respuesta para él ya quedaría como algo  inolvidable.

Aún no le había declarado el amor que  sentía por ella, pero con esa experiencia  se sentía completamente agradecido y satisfecho, pero como todos los jóvenes nunca sería suficiente.

No poseía mucha destreza al declarar sus sentimientos por eso le gustaba tanto la pintura, ese fue el medio para esbozar su voz, pero aún así poca gente lograba entenderlo salvo su amiga. En ese aspecto había comprensión. 

Liebrana le dijo:

¡¿Qué perrito tan extraño?! ¿Parece pertenecer a una raza en especial?,─  le preguntó.

Xavi le respondió:

– Sí, es de una selecta raza.  ¡Y se llama Bull Terrier! Son oriundos de Europa.

Solamente te digo que según la teoría más aceptada todos los perros de hoy descienden del lobo, que en tiempos remotos había sido domesticado poco después de que el hombre dominara el fuego.  

Aunque no lo parezca, todas las razas que hemos desarrollado en miles de años, probablemente la primera relación genética hecha por el hombre son de la misma especie, antes del advenimiento de la máquina. El hombre usó diversos animales para hacer su trabajo.

Liebrana no paraba de examinar al pequeño cachorro mientras que Xavi la ilustraba con su presentación, que denotaba documentarla para que logre entender qué es lo que significa tener un perrito en casa, y que poco a poco, este ser vaya a integrar parte de su familia.

Xavi le continuaba diciendo:

“Todos esos animales  fueron reemplazados, excepto el perro.  La relación entre el hombre y el perro es ciertamente especial. A través de miles de años, además de ayudarle a cazar, hacer de guardián, cuidar el ganado, y más...  El perro ha sido un compañero y hoy los ecologistas lo catalogan como uno de los últimos vínculos del hombre urbano con la naturaleza”.

Liebrana se quedó tan pensativa mientras el pequeño cachorro no paraba de dar volteretas. Ella se quedó muy desconcertada por la atención que le dio al cráneo que tenía este cachorro con esos vivaces y diminutos ojitos negros.

El cráneo visto de costado era completamente oval, similar a una pelota de fútbol americano. Su pelaje corto y duro como una alfombra persa semejaba a una armadura, debido a la estructura de su cuerpo.

Xavi le dijo:

– Tiene sólo dos meses…, pero  le faltan vacunas.

Liebrana:

¿Y cuál es su nombre?

–No lo sé. Se supone que tú deberías de ponérselo, elije uno…

– Pues es machito; dijo, Liebrana.

– A ver… como su cabecita es lo que más me extraña, me  hace recordar a un pulpo… ─ concluyendo ambos con sonrisas. jajaja.

¡Entonces lo llamaré Pulpi!...

Xavi le dijo:

– ¡¡Vaya nombre!! No sé, dijo con un suave , mohín, Liebrana, qué es lo que dirá mi familia al respecto. Principalmente mi madre, que ella cuida tanto sus rosas. Ojalá que Pulpi no afecte el jardín, que ella tanto cuida sus rosas. En esos momentos se quedó tan pensativa mientras que el cachorro como si entendiera perfectamente sus palabras empezó a lamer la mano de su nueva dueña,  haciendo unos sonidos guturales a modo de decirle que él sería  bueno.

Ella al percatarse del  lenguaje que había esbozado el cachorro, se enterneció más de lo que ya se encontraba.

Xavi le dijo:

“Tienes que hablar bien con tu madre”. 

   Le pediré ayuda a mi hermana Liriana.  Claro recuerdo que mi madre siempre la escucha a ella.

 Xavi le dijo:

¿Verdad no?

En todas las familias siempre tienen a un consentido, ¿no?  Diles también que es un regalo hecho con muchísimo cariño de parte mía  por  Navidad. << Ojalá lo comprendan. >>

Liebrana le dijo:

Pues, imposible, lo dudo. De igual forma lo intentaré.

Xavi y Liebrana se conocieron por medio de la literatura. Ella solía tomar asiento cerca de la fachada de la Biblioteca del Ayuntamiento.

Él, un día, se le acercó para decirle:

Disculpa. Me parece, o en tus manos está la obra,   “Gambito de Caballo” de William Faulkner. ¡Hace días que lo vengo buscando!

Ella le dijo:

–Sí.

Xavi le respondió:

– El bibliotecario  dijo lo siguiente: “Una señorita la tomó prestado varios semanas y aún no lo devuelve”.

Ella, sonriendo, le respondió:

¡Sí!  ¡Esa soy yo!

Xavi le dijo:

– ¿Para cuándo terminarás con la obra?

En realidad ya terminé solamente le estaba dando una ojeada a ciertas páginas que me habían intrigado.

Xavi amistosamente le dijo:

Perdona que no me haya presentado… Mi nombre es Xavi Brialen. Extendiendo su brazo para brindarle la mano mientras que ella instintivamente le  correspondía con una sonrisa prudente y educada.

Sus palmas frías de él al tocarse con el saludo se  entibiaron de inmediato.

Él recibió “eso” como una primera impresión donde ahí surgió el deseo de conocerla y entablar amistad.

─ ¿Dime cuál es tu nombre?

Me llamo Liebrana.

Lindo nombre. ¿Es Polaca  tu familia?

Ella sonrió y le dijo:

dime,  ¿siempre eres tan “entrador” con las chicas?

 A  veces… Para ser honesto muy pocas veces.”Espero no molestarte.

No te preocupes Xavi, no pasa nada.  Lo que ocurre, Xavi, es que así como tú, varios chicos me abordan; principalmente cuando la miran a una leyendo  sola; no sé que les hace pensar que  ¿una es tonta?

Ambos en esa época tenían aproximadamente 27 años de edad.

Era primavera.  Estaba vencido el musgo para poblar cada canto de los parques en un jardín verdísimo.

El viento tenue y las noches eran muy cortas. Sin embargo, para los jóvenes de esa época siempre encontraban el camino para que radicara la eternidad en cada instante. 

Ella ya estaba disfrutando de la compañía de su nuevo amigo.

No era lo que buscaba pero  a ella le sienta bien romper un poquito de esa soledad como si el universo le pusiera una oportunidad más a su vida.

Solamente había un detalle, ella guardaba un secreto.

Llegar tarde a casa ocasionaba temor, un miedo muy grande a su madre. Un miedo innombrable ante su amigo Xavi.

Las noches llegaban a partir de las nueve, el alumbrado público no funcionaba por intervalos cortos, y en su casa acostumbraban tener las luces apagadas. Solamente estaban encendidas aquellas donde se encontraba alguien y como la casa era tan grande constituida por tres pabellones dispuestos sobre una línea paralela, se veía un tanto sombría.

Su casa,  compuesta por una zona central de vivienda que incluye una cocina tipo despensa, un área exclusiva para los padres en el extremo  norte y otra para los hijos en el lado opuesto.

Incluso una especie de tejado bastante ondulado como si una brisa marina estival le hubiera dado la curvatura de una furia infinita.  
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