LA INCREÍBLE HISTORIA DE CARLOS CASTANEDA, EL CAJAMARQUINO QUE INQUIETÓ LA CULTURA NORTEAMERICANA
Escribe Ybrahim Luna
“- ¿Y tú de dónde eres? –preguntó” (don Juan)
– Vengo de Sudamérica – dije” (Castaneda)
“-Es grande ese sitio. ¿Vienes de todo él?
Sus ojos me miraban, penetrantes de nuevo.
Empecé a explicar las circunstancias de mi nacimiento, pero me interrumpió.
– En esto nos parecemos –dijo- Yo ahora vivo aquí, pero en realidad soy un yaqui de Sonora.
– ¡No me diga! Yo soy de…
No me dejó terminar.
– Ya sé, ya sé –dijo-. Tú eres quien eres”.
De esta manera don Juan impedía que su aprendiz revelase su nacionalidad original, y al mismo tiempo el autor lograba aplazar, oportunamente, el enigma de su procedencia para la expectativa mundial. ¿El escenario? El misterioso desierto de Sonora o la creativa mente del escritor. ¿El libro? Uno de los más bellos producidos por el chamán del siglo XX, “Viaje a Ixtlán”, 1973.
El hombre no era muy alto, tenía rasgos fuertes y alegres, una frente ovalada, el cabello negro y los hombros macizos. No se mostraba en público ni se dejaba fotografiar. Creía en la idea de borrar la historia personal para empezar de cero y surgir como un nuevo ser: un nagual.
Dicen que se hacía pasar por mexicano o brasileño, en algunos países lo tomaban por egipcio e incluso por persa. Ese gitano del mundo en realidad era peruano. Su nombre real es Carlos César Salvador Arana Castañeda, nació un 25 de diciembre de 1925 en la ciudad de Cajamarca, como consta en la partida de nacimiento a la que tuvimos acceso y que permanece en los archivos de la Municipalidad provincial de Cajamarca.
La partida registrada con el número 52, que luces unas enmohecidas cintas adhesivas en su parte inferior, data del 26 de diciembre de 1925. Un día después de navidad y dice a la letra: don César N. Arana, de profesión joyero, manifestó unacriatura nacida el veinticinco de “Dibre” de mil novecientos veinticinco a las nueve a.m., en la ciudad de Cajamarca,llamado Carlos Cesar Salvador Arana, hijo natural del Declarante y de Doña Susana Castañeda. Firman el Alcalde, el declarante, los testigos y el Jefe de sección. Esta información se corrobora con la partida de bautismo N° 1157 asentada en la Parroquia del Sagrario un año después, el 26 de diciembre de 1926, y que figura en los archivos del Obispado de Cajamarca. En este documento ya se omite el tercer nombre “Salvador”. En documentos posteriores como constancias de notas de los años 1940, 41 y 42 en los archivos del Colegio San Ramón, su nombre aparece como “César” o “César S.”, incluso con correcciones a mano sobre letras mecanografiadas.
El resto de la historia, al menos la oficial, se arma como un rompecabezas gracias al testimonio de sus compañeros y amigos cajamarquinos, limeños y mundiales. Castaneda estudió en el emblemático colegio San Ramón de Cajamarca y concluyó su formación en la ciudad de Lima en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe. Más tarde tentó las artes plásticas (donde fue amigo del escultor Víctor Delfín) en la Escuela de Bellas Artes, y tras la muerte de su madre, viajó a los EE.UU.
En de San Francisco se inscribe en Los Angeles City College en escritura creativa y periodismo. Logra graduarse como Bachelor of Arts en la UCLA y se doctora en Antropología.
“- Poco a poco tienes que crear una niebla a tu alrededor; debes borrar cuanto te rodea hasta que nada pueda darse por hecho, hasta que nada sea ya cierto. Tu problema es que eres demasiado cierto, tus empresas son demasiado ciertas. No tomes las cosas por hechas. Debes empezar a borrarte”. “-Siempre supiste mentir -dijo él-. Lo único que faltaba era que no sabías por qué hacerlo. Ahora lo sabes”. (Viaje a Ixtlán)
Para borrar su rastro, el cajamarquino tomó su segundo apellido como principal, obviando el paterno: Arana; el materno: Castañeda, perdió la eñe al nacionalizarse estadounidense en 1959 y por interés de sus editores gringos. Sus amigos peruanos preguntarían, entonces, por César Arana, pero del otro solo se hablaba de un Carlos Castaneda.
La poeta Rocío Silva Santisteban nos cuenta que su padre, el reconocido antropólogo Fernando Silva Santistevan, conoció a Castaneda cuando este solo era un chico común y corriente al que apodaban el negro Fashturo, y a quien solía ver por la entonces plazuela José Gálvez de Cajamarca o en las escaleras de la plaza San Pedro contando historias que él mismo inventaba. A ese chico le gustaba mucho el fútbol, el dibujo y aprender inglés. Nadie intuía su luminoso futuro.
“Por todo el valle donde vivíamos. (…) El grito súbito de un halcón me despertó. Abrí los ojos sin hacer ningún otro movimiento, y vi un ave blancuzca encaramada en las ramas más altas del eucalipto”. Castaneda describe en uno de sus libros una anécdota de su infancia pintando una perfecta campiña cajamarquina.
El Dr. Luzmán Salas Salas, docente cajamarquino, nos recibe en la biblioteca de su casa. Para él no hay duda de la procedencia de Castaneda y nos dice que sus compañeros de colegio, como Juan Jave Huangal o el ceramista Alejandro Vélez, aún deben recordarlo. En uno de sus ensayos revela: “Su prima hermana, la señora Lucy Chávez Castañeda, esposa de Carlos Arana de la Rocha, en entrevista personal que nos concediera en el año 2004, en Lima, nos refirió: “Carlos César era un niño introvertido; frecuentemente se encerraba para leer sus revistas preferidas “El Fausto”, “El Peneca”, “Aquí está”; dejaba funcionando el tocadiscos mientras dormía; le gustaba el idioma inglés; mi padre le compró discos en inglés; no participaba de las reuniones familiares y se aislaba en su cuarto para leer; era muy fantasioso y contaba muchas historias inventadas. Nació en Cajamarca en la casa ubicada en la esquina de los jirones Dos de Mayo y José Sabogal”. Salas nos comparte fotos de la infancia y juventud de Castaneda que le fueron proporcionadas por la misma Lucy Chávez. Fotos como estas vieron la luz inicialmente en una excelente crónica del periodista Arturo Granda en la revista Etiqueta Negra.
Llueve a cántaros en la Cajamarca en meses que no son de lluvia. Tras la tormenta cae la noche. En la zona alta de la ciudad nos reunimos con Juan Jave Huangal, profesor jubilado de 88 años y risueño anfitrión de una casa de techo alto y paredes gruesas. Jave fue compañero de aula de Castaneda en el colegio San Ramón y conoció a sus padres y a su prima hermana. Tiene recuerdos de él allá por los años 30, cuando el centro de Cajamarca era un pañuelo y todo el mundo se conocía y los alrededores estaban llenos de chacras y fincas. “Era un gran fabulador y estudioso a la vez”, nos dice. Lo describe como un niño correcto pero con las palomilladas normales de la edad. Le gustaba jugar el fútbol con sus zapatos planos, jalar choclos de su huerta y amarrar los ponchos de vecinos a manera de broma. Jave recuerda que a los de su salón, el “B”, les decían los soquetes, por su tamaño; y en venganza, a los del “A” los llamaban los eunucos.
Jave asegura que Castaneda, ya adolescente, partió a Lima en el año 43, y se estableció en una casa en el pasaje Villacampa, en el Rímac. Jave también se mudó a Lima y vivieron a unas cinco cuadras de distancia. En Lima Castaneda iba al cine y soñaba con conocer ese inquietante mundo en inglés que se proyectaba el ecran. En una ocasión Castaneda lo convenció de enrolarse en el ejército estadounidense ya que el país del norte necesitaba reservas ante un posible conflicto bélico. Ambos fueron a probar suerte a la embajada norteamericana. Castaneda salió mejor parado en la prueba de inglés pero ninguno de los dos fue a la guerra. Castaneda partiría años más tarde en barco hacia EE.UU. desde el puerto del Callao (entre 1949 y 1951) y Jave no supo más de su amigo por varias décadas hasta que algunas publicaciones revelaron su historia e identidad; entonces Jave leyó las obras del chamán y revivió el cariño por su querido Fashturo de la infancia. Desde entonces lo han buscado investigadores de Argentina, Francia e Italia para hablar del tema. Sobre la autenticidad de la obra de Castaneda, Jave cree que en algún momento su amigo se “chimbó” por consumir plantas alucinógenas.
Otro compañero de colegio, y quizá el único que Castaneda recrea como un personaje con apellido propio en uno de sus libros, es el reconocido ceramista Alejandro Vélez Abanto. A sus 89 años Vélez sigue trabajando en su taller, mantiene un gran afecto por su querido Fashturito, y nos cuenta que Castaneda fue un chico educado, un caballerito. Vélez recuerda cuando ambos iban a pescar shaganes (peces de 5 u 8 centímetros) al río Chonta con sus anzuelos caseros. Una técnica casera recomendaba moler una planta de barbasco y esparcir los restos en el agua para atontar a las criaturas acuáticas. No funcionó. Los peces eran pequeños y se aferraban tan bien a las piedras del fondo que mejor estrategia resultaba capturarlos con las manos. Castaneda en su libro “El lado activo del Infinito” cuenta una anécdota que Vélez reconoce en parte pero que confirma al instante, salvo por el nombre cambiado que era una estrategia demasiado peculiar en Castaneda: “Se llamaba Armando Vélez…en resumen un niño viejo. Los dos salíamos a pescar juntos. Pescábamos peces muy pequeños. (…) Debido a su comportamiento extremadamente digno, lo llamábamos Señor Vélez, pero el “Señor” se abreviaba a “Sho”, una costumbre típica de la región de Sudamérica de donde vengo”.
Dicha anécdota también relata que el niño Vélez lo retó a acompañarlo en una balsa siguiendo la ruta de un río peligroso que desembocaba en una caverna donde tendrían un desenlace fatal. No hubo tal desenlace. Sin embargo Vélez recuerda que en cierta ocasión utilizaron unos troncos de maguey, cruzados y amarrados, a manera de embarcación, y que cerca del río donde flotaban serenamente se ubicaba la cueva del Diablo, siempre llena de murciélagos. Vélez vio por última vez a su compañero César Arana en Lima, en 1945. Recuerda que su amigo se estaba preparando para postular a la universidad. Aquella vez hablaron poco y se despidieron. Nunca se volvieron a ver. Jave recuerda que a los de su salón, el “B”, les decían los soquetes,por su tamaño; y en respuesta, a los del “A” los llamaban los eunucos.
La docente Rosa Gaitán Rocha, quién comparte primos hermanos con Castaneda por vía materna, nos muestra la que fue la finca del abuelo del escritor y hoy es un jardín de niños que ya no conserva ni siquiera una pequeña edificación de adobe y tejas del espacio original. Rosa se autodefine como una fans de Castaneda y nos dice que para conocerlo no solo hay que leerlo de forma lineal, sino hay que entender sus enseñanzas de manera filosófica y vivirlas de manera divertida. Para ella entender al chamán es un hobby. Rosa nos aclara que el padre de Castaneda, el joyero y relojero César Arana, adoraba y admiraba a su hijo y sabía que llegaría muy lejos, por ello siempre lo incentivó en el campo intelectual y físico, compartiéndole libros de autores españoles e italianos o comprándole aparatos para hacer ejercicios.
En el florido patio de su casa, Rosa nos da su testimonio sobre Castaneda: “Él fue hijo de antiguas familias cajamarquinas. La mayoría cree que es mexicano. En mi opinión sí es mexicano, porque nadie como él dio a conocer el toltecayotl que es la filosofía, el conocimiento del mundo y de la vida que guió a los legendarios toltecas. Esta forma de vivir la vida hoy emerge deslumbrante, victoriosa, con mucha fe y lista para servir a los hijos de los hijos de los antiguos abuelos prehispánicos de toda nuestra América Latina, ahora que vivimos el colapso de la civilización occidental y la degradación de los seres humanos. Quiero decirle al mundo que mi paisano cajamarquino ha sido leído por millones de personas en todo el mundo, tiene décadas en el mercado de los best-seller y ha sido traducido a más de 20 idiomas”.
Ya en EE.UU., el cajamarquino tocó varias cimas luego de padecer varias dificultades. Al inicio vendió hamburguesas, fue taxista y hasta peluquero.
Ya en EE.UU., el cajamarquino tocó varias cimas luego de padecer varias dificultades. Al inicio vendió hamburguesas, fue taxista y hasta peluquero.
Sus experiencias de vida con el brujo yaqui, don Juan Matus, en el caluroso desierto de Sonora (entre EE.UU. y México), y el consumo peyote, plantas y hongos alucinógenos (cactus, daturas, yerba del diablo) lo llevaron a escribir varios libros sobre los “estados de realidad no ordinaria” (convertirse en cuervo, hablar con coyotes, volar) a los que uno puede acceder para “detener el mundo”, además de los sacrificios, el aprendizaje y la disciplina espiritual para llegar a ser un hombre de conocimiento. Su libro más famoso y base de su tesis en antropología (publicado como no-ficción en 1968) fue “Las enseñanzas de don Juan, una forma yaqui de conocimiento”. Libro que se convertiría en un éxito internacional con millones de ejemplares vendidos y que hasta hoy hace presencia en las librerías más disímiles del mundo. La primera versión en español fue prologada por el escritor Octavio Paz.
Otros libros: “Una realidad aparte” (1971), “Viaje a Ixtlán” (1973), “Relatos de poder” (1975), “El don del águila” (1981), “El fuego interno” (1984), “El arte de ensoñar” (1993), “Pases mágicos” (1999); entre otros.
Su obra ha sido considerada como un quiebre cultural en el campo de las ciencias sociales. El mismo Castaneda es calificado como padre de la antiantropología, un gurú post hippie, o como “El Padrino de la Nueva Era” (New Age) por la revista Time. Aunque para muchos solo fue uno de los más geniales embaucadores de la historia, el hombre que creó, sabiendo que toda era una manipulación, un nuevo mundo al que la desencantada cultura occidental admiraría por ser una forma de religión que planteaba lo inalcanzable como práctica común: el poder de ser y hacer más allá de nuestros simples sentidos. Un nagual, por ejemplo, es un brujo que puede transformarse a voluntad en cualquier animal.
Entre los admiradores de este iluminado cajamarquino se encuentran John Lennon, Deepak Chopra, William Burroughs, Federico Fellini, Jim Morrison, entre más nombres famosos. Entre los detractores que lo conocieron personalmente y lo catalogaron de advenedizo están Alejandro Jodorowsky o Timothy Leary (el zar del LSD), para muestra. Las referencias en la cultura popular sobre el chamán son innumerables, y van desde canciones del compositor argentino Luis Alberto Spinetta hasta un capítulo de Los Simpsons, donde el personaje Homero conversa con un coyote luego de consumir chiles picantes y alucinógenos.
En un capítulo de “Relatos de Poder”, mientras Don Juan y Carlos observan la irremediable muerte de un hombre citan al poeta peruano César Vallejo con “Piedra negra sobre una piedra blanca”.
“Ella (Yoko Ono) es mi Don Juan…yo soy su aprendiz”, dijo John Lennon en una entrevista para la revista Playboy en los años 80. El director de Star Wars, George Lucas, también reconoció haber leído las alucinantes historias de Castaneda. Para sus colegas guionistas es clara la relación de aprendizaje de un sabio Yoda y un inseguro Luke Skywalker, a través de “la fuerza”, con Don Juan y su aprendiz, a través del conocimiento
Muchos críticos, entre ellos escritores, periodistas y antropólogos de renombre internacional, han refutado la obra de Castaneda, catalogándola como meramente ficcional, llena de referencias genéricas, errores científicos y supuestos plagios. Pero aun así han reconocido su gran valor literario. La belleza de sus obras radica en su hipnótica sencillez y en el mágico sentido común de sus disertaciones filosóficas. Quizá el más entusiasta de sus perseguidores fue el escritor Richard de Mille.
En el 2006 una seguidora francesa de Castaneda, Janine Pinzon (seudónimo), hizo gestiones en Cajamarca para que se reconociera al chamán con una placa en el Complejo monumental de Belén (INC). En la ceremonia estuvieron presentes el alcalde y varios intelectuales. Tiempo después esa placa fue robada o removida por motivos desconocidos. Pero aún permanece, silencioso y empedrado, el Pasaje Carlos Castaneda en la parte trasera del Complejo.
Ya mayor y aislado del mundo público, Castaneda creó una disciplina bautizada con el nombre prestado de Tensegridad (Cleargreen Incorporated), fundamentada en “pases mágicos” como camino primordial al corazón del hombre, y supuestamente inspirada por 25 generaciones de chamanes toltecas. Para muchos una mezcla improvisada de pasos de twist y karate inventados por Castaneda, para otros una práctica que cura el alma y el cuerpo con resultados sorprendentes. Se lo acusó, entonces, de ejercer manipulación emocional con sus integrantes (¿y parejas?), mujeres generalmente jóvenes y susceptibles llamadas “las brujas de Castaneda”, algunas de ellas conocidas con los sobrenombres de Taisha Abelar, Florinda Donner, Carol Tiggs, Kylie Lundahl, Talia Bey, Nury Alexander (Exploradora Azul) o Tycho Thal (Exploradora Naranja); de quienes se dice habrían desaparecido en un exilio espiritual tras la muerte de su líder.
Incluso se dice que el FBI investigaba al gurú por diversos motivos como evasión tributaria o dirigir una secta peligrosa. No hay mucha información al respecto, pero según el libro “Carlos Castaneda. Drogas, brujería y poder personal”, de Andrés García Corneille, algo se cocinó: “Pero respecto de Castaneda, hasta el FBI tenía serios problemas con su filiación, sus datos y su paradero inmediato. Este hombre que ya solía salir de su domicilio con paradero desconocido para volver meses después a la misma dirección o mudarse a otra sin regresar jamás a la anterior, abandonando objetos personales, etcétera, era un enigma que no podía escapar al control del poderoso organismo federal”.
Sobre los hijos que tuvo (Carlton Jeremy Castaneda, Rosario Arana Lu, ¿adoptó a Patricia Lee Partin?), reales, autoproclamados o acogidos, y sobre sus matrimonios (Margaret Evelyn Runyan, Georgina Lu Corso) se puede decir que son parte natural del enigma. Sobre su vida privada se podrían escribir libros completos que sus detractores y seguidores convertirían en enciclopedias de lo absurdo o biblias de dogmas casi religiosos.
Carlos César Salvador Arana Castañeda, uno de los peruanos más universales y creativos, y quizá uno de los menos leídos en su patria y tierra natal, partió de este mundo a finales abril de 1998 en la ciudad de Los Angeles, afectado por un cáncer al hígado. Su albacea y seguidores anunciaron su deceso dos meses después de ocurrido y cuando las cenizas de su cuerpo cremado ya habían sido esparcidas, según su última voluntad, en México. No hubo un fuego interno que lo consumiera de dentro hacia afuera y lo envolviese en una luz terminal para ser llevado de este mundo a otra dimensión, como es que muere don Juan en uno de sus libros y como Castaneda previó su propia muerte.
Para sus lectores en todo el mundo no hubo tumba que visitar, ni cuerpo, ni cenizas. Castaneda se fue entre la controversia y el secretismo, legando fascinantes libros y más preguntas que respuestas.
Una última teoría plantea que Castañeda seguiría vivo, al mismo estilo de la leyenda urbana sobre Elvis Presley. La gente no vio el cuerpo del brujo ni sus cenizas, y no se hicieron pruebas de ADN. ¿Sus brujas se suicidaron o desaparecieron con él? ¿Despojarse del mito y del famoso nombre no sería acaso el último y más logrado acto de Castaneda? Para algunos el chamán huyó por última vez. Y quizá, con otros nombres y apellidos, esté disfrutando de su vejez en algún lugar apacible de EE.UU. o de ese México que amó tanto; quizá en alguna urbanización de clase media en Lima, o, por qué no, en su natal Cajamarca.
“La voz de don Juan me ordenó enfocar toda mi atención en la niebla, pero sin abandonarme a ella. Dijo repetidas veces que un guerrero no se abandona a nada, ni siquiera a su muerte” (Una realidad aparte)
(Esta es la ver