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domingo, 22 de diciembre de 2024
martes, 17 de diciembre de 2024
¿Qué es un intelectual? Aquí se lo preguntan a Umberto Eco, y su respuesta es imperdible:
domingo, 15 de diciembre de 2024
sábado, 14 de diciembre de 2024
martes, 10 de diciembre de 2024
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Queridos lectores y amantes de las palabras, con placer y profundo aprecio los invito a descubrir mi blog Café y escrituras con humo, un espacio donde la literatura respira libre y genuina, y donde cada cuento y reflexión está tejido con esmero, ofreciendo mundos y personajes que buscan resonar en el alma.
Es un rincón de lucidez y libertad de expresión, donde no existe censura ni rechazo, sino un llamado sincero a explorar juntos las profundidades de la imaginación y del pensamiento. Los textos son gratuitos y siempre bienvenidos a nuevos ojos, con la esperanza de que encuentren en ellos una chispa de inspiración o reflexión.
¡Los invito a tomar una pausa, servirse una buena taza de café, y sumergirse en la esencia de cada relato! ✍️☕
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jueves, 5 de diciembre de 2024
OFF AA (Objetofilia a la forma fálica de algunos alimentos) de Enrico Diaz Bernuy
Objetofilia a la
forma fálica
de algunos
alimentos
(fetichismo
alimenticio, el plátano)
Una breve historia
sobre
mucho dinero
El erotismo es como la comida,
lo
llevamos en los instintos." – Octavio Paz
"Todo lo que vemos podría considerarse
un símbolo de algo más." – Oscar Wilde
Entonces entiendes de que no hay tanta estupidez de por medio, por lo contrario. En términos
del marketing logró el éxito: generar polémica y reconsiderar el valor en
la cultura contemporánea…
Para los que no están muy al tanto del individuo italiano; Maurizio Cattelan es el
autor de la obra “Comedian”, que consiste en una banana pegada a la pared con
cinta adhesiva, en 2019, Cattelan presentó Comedian en la edición de Art Basel
de Miami.
Y recientemente en 2024, la
obra se subastó en Sotheby's, Nueva York, por 6,2 millones de dólares. Lo
cual se puede tomar como manifiesto sobre lo efímero de estos tiempos y bla,
bla, bla, bla; ¡y bla!
La obra generó polémica y reabrió el debate sobre el valor del arte
en la cultura contemporánea.
Y a pesar que estamos en un
mundo y en unos tiempos globalizados, no es tan sencillo hacer conocer el nombre
de alguien en las personas, menos aún el nombre de un producto y mucho menos,
el nombre de una obra de arte.
Esta clase de noticias había invadido el muro de los espacios periodísticos que John solía revisar con cierta frecuencia. Y como era de costumbre en él, darle vueltas al asunto lo había hecho evaluar, investigar fuentes alternas que puedan nutrir sus especulaciones o sus confluencias. Como si dentro de él habitara un ser deseoso de la verdad, pero lo que él no consideró es que a veces hay verdades que no te conducen a la paz interior, simplemente porque no tienes la talla psíquica para sobrellevar las realidades…
John a veces atravesaba diálogos internos como si tuviera un interlocutor externo, una especie de fantasma que lo acompaña y le dice cosas. Cosas que probablemente salían como reflejo de su interior, pero materializados en una voz gruesa pero salida de otra dimensión. Prueba de ello es el siguiente breve discurso. Una mezcla de las cosas que había leído, instruido y concluido, solo que a veces todo lo olvidaba y luego se revelaba en la voz de este personaje imaginario, fantasmal pero amistoso que siempre lo acompañaba. La voz dijo:
Es aquí donde el plátano en la pared, nos guste o no, fue vendido
en la casa de “subastas de arte” una de las más importantes de este planeta. También tenemos que aceptar que ese sujeto
italiano tiene cierto don por la creatividad, pero una creatividad que apela al absurdo como espejo de la realidad:
Reflexionar cómo el sinsentido retrata, de manera indirecta, las paradojas del
mundo contemporáneo.
Una idea que no es descabellada, pero que
se basa prácticamente en un manifiesto sociológico, que invade una sala donde
se exhiben obras de arte. O
la vieja técnica del humor como subversión: Vincular la ironía
con el uso del humor “para desarmar” lo solemne o lo predecible. Es como un petardo de dinamita para derrumbar todo lo
hecho… Y a eso, algunos lo llaman arte, y a ese individuo italiano, algunos lo
llaman artista.
« Algo banal a algo
extraordinario », sustentó uno de los
críticos oficiales de Sotheby’s.
Y con esa escasa apreciación ni siquiera deseo mencionar el nombre
del crítico. “Esto no es
solo un truco publicitario. Que una obra de ese nivel llegue a una sala de arte
o a una subasta (que es peor) también implica algo más: dinero, mucho dinero.
¿Quién se beneficia aquí?”
Es por ello que estamos frente a una desarrollada técnica de ingeniería fiscal, cuyo único fin es para
evitar impuestos, por que si donas esa obra a un museo, pasas inmediatamente a recibir
beneficios fiscales de hasta el 50% de tus deudas al fisco. Y si por casualidad
lo compras a nombre de tu empresa en cualquier parte del mundo puedes señalarlo
como ¡inversión a bienes culturales! Y luego lo donas a un museo se deducen el 50% de tus impuestos. ¡Gambito
de caballo!
Imagínate el 50% de 6 millones. O mejor aún, si dejas pasar 4 o 5
años, esa misma obra de los millones, subirá de precio, y si luego la donas al
museo. ¡Gambito de caballo! Ahora, si fuera el caso que no lo donas, tienes
idea lo conocido que será el nombre de tu empresa si tú lo compras (publicidad
y marketing a nivel mundial y de forma
instantánea ) Y ¿quién más desea llegar a nivel mundial como el comprador, hoy
actual propietario de una cripto divisa? ¡Gambito de caballo!
Esta clase de ideas venían cuando él miraba las paredes vacías, él
huía de las paredes con cuadros, y empezó a recordar las palabras de su madre
¡tú solo vives en la luna!
John Izarnotegui continuó su recorrido habitual. Mirando las
paredes vacías, pero mirando las paredes de su interior, ese interior lleno de
dudas, y cosas que a nadie se las puede decir… Las paredes vacías eran como
páginas que él deseaba descifrar algún mensaje de cúspides y cuarzos cuyos
contenidos siempre son luchas, devoción e inocencias. El eco del
discurso interior sobre el plátano y la especulación seguía resonando en su
mente.”
. No tenía otra alternativa, hablarse asimismo era la mejor forma
de asimilar la idea que con sus amigos no podía conversar este tipo de cosas.
Cada palabra le parecía un insulto, una burla disfrazada de
análisis (recordando la mirada de aquel critico) Él, un vigilante al que nunca
le alcanzaba el dinero, custodiaba esas "obras maestras" que
valían millones, pero no alimenta su
vida ni le da respuestas."
. Un soñador de maquetas,
que siempre deseo ser arquitecto y lo máximo que tuvo oportunidad era estudiar
diseño gráfico y terminar como vigilante en un museo.
Caminó lentamente por el museo, sus pasos resonando en las losas de
mármol, y en los ecos de su arquitectura interior… Sus ojos se detuvieron en
las vitrinas, en las etiquetas que describían las obras con una seriedad
abrumadora, o “cargante de ideas sin destinos” y pensó en el absurdo y sus
justificaciones... (la imperiosa necesidad del sustento) ¿Era eso el arte
ahora? ¿Un simple movimiento de cifras, en donde la vistosidad al dibujo, y su
virtud, o la pintura y su virtud quedan desplazados? ¡El derrame del designio a las vagas subidas
de los aires! ¡¿Una excusa para que los ricos eludieran impuestos?! o se
llenaran de prestigio. ¿De eso se trataba la vida? ¿Eso es vanguardia? ¿prestigio?
¿Prestigio ante quién? ¿contemporáneo?
No, y yo digo NO.
Pero ante este monologo de John
no puedo dejar de recordar también Capítulo 2,
verso 47:
"Tu derecho está solo en realizar
tu trabajo, pero nunca en sus frutos. No dejes que los frutos de la acción sean
tu motivación, ni tampoco te apegues a la inacción."
Este verso subraya que uno debe enfocarse en hacer lo que corresponde según su
dharma (misión de vida) sin que el resultado o el prestigio sea el objetivo.
Capítulo 3, verso 35:
"Es mejor cumplir con tu deber,
aunque imperfectamente, que intentar cumplir con el deber de otro, aunque
perfectamente. Es mejor morir realizando el propio deber, que vivir realizando
el deber de otro."
Aquí Krishna recalca la importancia de seguir el propio dharma, lo cual está
ligado a la misión personal en la vida, independientemente de cómo sea
percibido por los demás. Pero este tipo de cosas no las podía recordar John , y
a pesar de lo necesario que era para su inteligencia, él estaba cegado por su
incomodidad de las desigualdades…
En ese momento, John Izarnotegui
se percató de que no estaba solo. Un leve murmullo provenía de la sala
contigua, una de las galerías secundarias donde raramente entraban visitantes.
Intrigado y algo molesto, caminó hacia allí. Quizá alguien había quedado
rezagado o, peor aún, intentaba robar algo.
Lo que encontró no fue un ladrón, sino un inesperado encuentro con
dos figuras que cambiarían por completo el curso de su noche. El museo cerró
sus puertas, y John , el vigilante, comenzó su ronda nocturna. La rutina
siempre le resultaba un consuelo: encender luces, revisar vitrinas, asegurar
las obras y buscar algo que el público asistente haya olvidado.
Esa noche, sin embargo, el eco de los discursos sobre Comedian
(el plátano en la pared) lo perseguía como un mosquito molesto. Pensó en
los millones que movía aquel absurdo y en cómo un salario insuficiente, apenas suficiente
para pagar el alquiler."
Mientras caminaba por la sala principal, se sobresaltó al ver una
figura sentada en el banco frente a una instalación. Una mujer con un vestido
corto y tacones desgastados lo observaba con una media sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó John , frunciendo el ceño.
—Relajarme. Un museo vacío es más tranquilo que las calles
—respondió ella con desparpajo, encendiéndose un cigarro.
—No puedes estar aquí ¡y menos fumar!
—¿Y qué vas a hacer? ¿Llamar a la policía? —respondió la mujer
mientras exhalaba el humo. Luego lo miró, divertida—. No seas tan rígido,
hombre. No rompo nada, no toco nada. ¿No es eso lo que importa aquí?
John se quedó en silencio,
incómodo por su propia incertidumbre. La mujer le extendió la mano.
—Carmen.
—John —respondió,
estrechándola con torpeza y sintió un hielo que empezó a recorrer todo su
cuerpo, y al poco rato se empezó a vaporizar la figura completa de esa mujer
quedando en evidencia que era un fantasma.
Fantasma en el roce de los crecimientos del pasado, enmienda, y avaricia
perpetua…
Y en el medio de la calma de la sala se rompió con un crujido seco,
como si algo se astillara. Él giró y ella ya no estaba. Una de las vitrinas
estaba abierta. De su interior, una figura translúcida comenzó a tomar forma:
un hombre alto, de rostro demacrado y mirada penetrante, con ropa de época.
—Todo esto es una mentira —dijo el espectro, señalando las obras.
Su voz era como un eco distante.
—¿Quién eres? —preguntó John , incapaz de moverse.
—Fui un pintor olvidado, vendido por mis herederos al mejor postor.
Ahora soy un nombre en las transacciones de los ricos, como lo serán estos
absurdos que custodias.
Carmen apareció de improviso, sin rastro de miedo, enfrentó al
fantasma.
—¿Y qué esperas que hagamos? ¿Lloremos contigo?
El fantasma la miró fijamente antes de desvanecerse, dejando solo
un susurro:
—Recuerden que no se puede vender el alma sin perderla.
John miró a Carmen,
confundido pero impresionado por su valentía.
—¿Siempre eres así? —preguntó.
—Solo cuando me pagan bien —respondió con una sonrisa.
—Pues yo no te he pagado nada.
—Ella de nuevo cayó en silencio. Carmen, con su vestido desgastado
y cigarro en mano, era más que una intrusa en el museo; era un reflejo de los
sueños que John había dejado atrás. Se
presentaba como alguien que buscaba refugio en las paredes frías de aquel
lugar, pero en realidad era una suerte de guía. Una entidad atrapada entre lo
tangible y lo espiritual, su misión era desconectar a las almas de la
banalidad, recordándoles que el arte no debía ser solo transacciones y
vitrinas, sino un puente hacia la esencia de lo humano. “¿Qué haces cuidando lo
que no entiendes?”, le dijo una vez a John . Para Carmen, el museo era su
prisión y su campo de batalla, un lugar donde aún podía susurrar a los perdidos
la posibilidad de redimirse.
El sol apenas se filtraba a través de los vitrales de la sala de arte,
tiñendo los mármoles con destellos como si hilos de plata hicieran acupuntura
para purificarlo todo. Había amanecido. Él observaba, con una serenidad
inexplicable, cómo la chica de cabello ondulado (Carmen), sonreía frente a un cuadro. A pesar del
silencio entre ambos, John sentía como
si la conociera de mucho tiempo atrás.
Sus manos delicadas parecían dibujar en el aire las formas que admiraba.
Había algo magnético en ella, algo que le hacía sentir que el tiempo no
existía.
“¿Qué opinas de este?” preguntó ella, su voz dulce resonando como un eco
lejano.
Él no respondió. Solo asintió, perdido en el reflejo de la luz en sus
ojos. Aunque nunca recordaba cómo había llegado a ese lugar, sentía que ella
llenaba un vacío que ni siquiera sabía que existía.
Cada día era igual. Paseos tranquilos por las galerías de aquel museo,
risas compartidas y esa sensación de completa perfección. Hasta que, un día, un
cuadro nuevo apareció. No estaba allí antes. Mostraba a un hombre sentado
frente a un escritorio, firmando un pergamino con letras que parecían arder.
John sintió un escalofrío que recorrió su espalda. Algo en aquella
imagen le resultaba familiar, pero cada vez que trataba de recordar, un dolor
agudo le cruzaba la sien, como si su propia mente le gritara que se detuviera como
en un fuerte dolor de cabeza, típico de los escritores.
“Es hermoso, ¿verdad?” preguntó ella, sin dejar de sonreír.
Él asintió lentamente. La tranquilidad volvía a rodearlo, como si el
cuadro no fuese más que un detalle pasajero. Sus ojos volvieron a la chica,
quien ahora lo miraba fijamente, con un amor tan perfecto que su corazón dejó
de cuestionar.
Había encontrado su lugar en el mundo, aunque nunca sabría el precio que
había pagado…
El sol comenzaba a filtrarse por los vitrales cuando John , aún con
la mirada fija en el cuadro del hombre firmando el pergamino, sintió un peso
extraño en su bolsillo. Al meter la mano, encontró un plátano envuelto en cinta
adhesiva, y en el reverso, unas letras: “Nunca lo olvides: no es el arte lo
que se vende, sino tu lugar en el museo”. Miró a su alrededor, pero la
sala estaba vacía. La chica, el fantasma, y las sombras se habían desvanecido.
El museo seguía cerrado, pero el plátano en su mano estaba en pleno proceso de
descomposición como en verdad él se encontraba en su interior.
Enrico Diaz Bernuy