Hoy
nos despedimos del artista plástico y cineasta y escritor, David Lynch, cuya contribución al arte dejó una
huella innegable. Su obra, celebrada por la crítica y admirada por el público,
trasciende las fronteras del tiempo y se eleva como un testimonio del genio de
su sensibilidad.
De la talla de Salvador Dalí o David Bowie, pero sin el exceso de disfraces, David Lynch emerge como un hombre de "perfil bajo", (expresión común en mi país), con una vida social menos agitada que la de muchos de los colegas. A pesar de ello, su arte lo ha situado en la vanguardia, alcanzando notoriedad y popularidad gracias a su incursión en el arte abstracto-surrealista , mientras que en el cine surrealista-experimental. Teniendo en cuenta que es un caso extraño alcanzar la popularidad en el mundo del arte, más aun cuando lleva encima discursos tan vanguardistas.
Lynch
se ha consolidado como un creador prácticamente completo y absolutamente
independiente en tendencia y estilo. Su obra ha logrado no solo el
reconocimiento de los estudiosos, sino también una fama global, un logro al
alcance de pocos en el mundo del arte (un caso excepcional).
El
camino de artista plástico a cineasta resulta casi una extensión natural de su
talento, pues ambas disciplinas comparten una misma senda creativa. Con su
toque característico, Lynch explora un tipo de terror distinto, marcado por el
surrealismo y lo onírico, donde lo irracional y lo macabro se entrelazan para
crear atmósferas inquietantes.
David
Lynch, conocido también por películas como Blue Velvet y series
icónicas como Twin Peaks, trasciende el cine. Su obra pictórica y
cinematográfica comparte un universo común: un espacio onírico donde lo
cotidiano se transforma en algo inquietante. Antes de incursionar en el cine,
Lynch comenzó su carrera como pintor, y su lenguaje visual refleja esa
formación. Sus composiciones mezclan texturas, colores y elementos que evocan
un diálogo constante entre ambas disciplinas.
El
uso de la luz y el sonido en sus películas refleja una sensibilidad pictórica
única. Escenas aparentemente simples, como el silencio opresivo de un pasillo
vacío o la luz parpadeante de un ventilador en Eraserhead, adquieren
una cualidad táctil y visceral que conecta con su obra plástica. Lynch invita
al espectador a experimentar más allá de la narrativa lógica. Sumergiéndolo en
un viaje sensorial donde lo bello y lo siniestro caras de la misma moneda. Tanto en el lienzo como en la pantalla, Lynch construye mundos donde sueños y pesadillas se entrelazan.
Su obra invita a reflexionar sobre la naturaleza
humana y los límites de la percepción, consolidándolo como uno de los artistas
más influyentes e inquietantes de nuestro tiempo.


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