La restructuración de un poema es como la vida misma, lleno de luchas...
Enrico Díaz Bernuy
La restructuración de un poema es como la vida misma, lleno de luchas...
Enrico Díaz Bernuy
Infinito cuenta la historia de Evan McCauley, un hombre atormentado por recuerdos y habilidades que nunca aprendió, (casi como un autodidacta) visiones de lugares donde jamás estuvo y la sensación de cargar con vidas que no son suyas. Creyendo que padece esquizofrenia, descubre que en realidad pertenece a un grupo secreto llamado los Infinitos, personas que renacen una y otra vez recordando
—en mayor o menor medida— sus existencias pasadas. Dentro de este círculo milenario se enfrentan dos facciones: los Creyentes, que protegen la humanidad aceptando el ciclo de la reencarnación, y los Nihilistas, liderados por Bathurst, que desean acabar con ese ciclo eterno de renacimientos y están dispuestos a borrar la existencia usando un artefacto devastador conocido como el Huevo. Evan se convierte en la pieza clave de esta guerra, pues en sus memorias ocultas guarda la localización del dispositivo.
En medio de esta
misión surge un vínculo esencial con Nora
Brightman, miembro de los Creyentes. La película no desarrolla un
romance convencional, pero sí plantea una relación que trasciende el tiempo y
la carne: Nora mira en Evan no solo al hombre confundido que tiene delante,
sino al compañero de otras vidas, al aliado y quizá amante que una y otra vez
ha encontrado en distintas encarnaciones. No necesitan palabras grandilocuentes
ni escenas apasionadas; basta la manera en que ella lo guía, la firmeza de su
confianza y la ternura contenida en sus gestos para revelar que entre ambos late
algo más profundo que la amistad. Evan, aun incrédulo, siente esa atracción
magnética, esa familiaridad inexplicable que lo desarma y lo sostiene al mismo
tiempo. Ella lo silencia de alguna forma y lo hace sentir completo.
Así, el romance se
presenta como un amor antiguo, (o almas gemelas) donde la reencarnación toma un papel implícito,
que se insinúa en miradas, en la cercanía de los cuerpos durante el peligro, en
silencios que dicen más que un beso interrumpido por la urgencia de salvar al
mundo. Mientras Evan lucha por desbloquear sus memorias y aceptar quién es
realmente, también descubre que Nora es su ancla emocional, el eco de un amor
que ni la muerte ni las reencarnaciones han podido extinguir. En el trasfondo
de la batalla entre quienes quieren perpetuar la vida y quienes anhelan
destruirla, la relación entre ellos se convierte en el recordatorio de lo que vale
la pena defender: no solo la existencia, sino la posibilidad de reencontrarse
una y otra vez con aquel ser que da sentido a cada nueva vida, como algo que deben concretar como si tuvieran una predestinación...
Cuatro canciones para Daniela
(Poesía)
Luna Roja
I
Tu pasado fue un caracol encendido en capacidad a tu sabiduría.
En contra de todos los destinos hubo un árbol que abrazamos.
Y sin que lo sepas había
una parte tuya que nacía de nuevo.
Sembrando en aquellas mismas espirales.
De ese caracol que
albergaban tus pasados sobre mí.
El ramaje hacía retumbos,
tu sonreías y mirándome, me silenciabas;
Así coincidimos en el
mismo latido y fe.
Ese mismo árbol que nos
acompañó como tres almas.
Tus ojitos pequeños pero
ardientes hicieron sentirme lleno y completo.
En las formas que
germinaban sobre mí.
Desiertos de café usado y nácar
servían así para enfocarme.
Para atender mejor a tus aromas
en tus poros sobre mis besos.
y las licencias.
Así navegué con la humedad
de un sueño delirante, dimensional.
En donde el desierto se
volvió mar, y yo anclé con la tensión de tus cabellos
Para dibujarte mejor con
estas manos que pintaron tus sombras.
Así hallé tu hondura que
me embriagó, dibujándote hallé tu luz y así.
Un camino se deslizó para
encenderlo todo.
Volcánico me involucró en
otras majestuosidades.
Con mi rudeza y una ternura al mismo tiempo.
Como un pétalo que buceó.
En los confines que recién
dábamos paso…
II
Los colores más parecidos
a ese café.
En donde inició nuestro
segundo comienzo.
Entre los dibujos de tus
pasos.
Sobre todo se alzó una
magia sin nombre.
Mi nombre encriptado en tu
apellido.
Como una llama unida y
similar a la luna roja.
Como su reflejo sobre un
océano de canela que posa.
Como la que alberga todas
las partes de tu piel.
Mi apellido encriptado en
tu destino.
Contigo sentí muchas ganas
a seguir escribiendo.
Sobre el libro sagrado que
tanto amo. Me sentí con luz, lleno, completo.
Contigo fui otra clase de
humano con la sangre de Nuestra sangre…
Eso era completitud.
Tu sabiduría era una
luna roja sobre canela.
En las tensiones de mis desiertos.
Tú no eras de tu edad y yo
contigo ya no me sentía en este cuerpo.
Porque en mi sangre corres
tú y eres el desafío.
III
Al final declinaste, la
falta de reciprocidad se reveló sin disfraces ni máscaras,
mi remplazo inmediato
reveló que toda mi historia era una fantasía llena
de mis propios vacíos…
Una ficción en la que el único culpable era yo.
Tejiendo e hilvanando una urdimbre con palabras,
pedrería fina para esculpir tus silencios,
con mis besos y mis sueños
Que por
mi fortuna no llegué a decirte algunas cosas.
Palabras que quedaron en la sombra recogida
de una promesa jamás dicha, y mis teorías.
Salvándome del eco de aquel abismo de mis fantasías…
La luna roja quedó zurcida sobre
la sangre de mi sangre.
IV
Mi reemplazo inmediato fue para mí, como un incendio sobre una mesa vacía.
Una llamada sin contestar.
Evidencia brutal de un vidrio empañado,
de ese espejismo, de esa paradoja, y de ese silencio.
Un puñal que empuñaba la
raíz del más hondo hielo.
Mis sueños en naufragio a
urdimbre de sombras…
Dejó una parte de la luna
roja, en mí, en una línea roja sobre mi brazo.
Una marca secreta de una
historia.
Fui culto al ocultarte
palabras que hoy hubieran sido eco de un abismo.
Yo, único culpable,
tejiendo e hilvanando con la ceguera de un dios caído
una urdimbre hecha de letras,
de tu piel convertida en palabras,
de mis besos que nunca fueron más que humo,
de mis sueños que encallaron como náufragos sin costa.
Palabras que quedaron en la sombra,
extendida de una promesa jamás dicha.
Un oxímoron en el centro de mi pecho.
Como una tesis a lo
sentimental,
pero que hoy termina en
una despedida.
En el mismo lugar donde la
luna roja iluminó,
y me dejó con las
espirales de aquel mismo caracol.
Enrico Diaz Bernuy
En tiempos modernos, donde la rapidez, la comodidad y la globalización han impuesto un estilo de vida marcado por lo efímero y lo superficial, resulta difícil comprender prácticas ascéticas que en otros siglos fueron símbolos de avance espiritual.
La figura de santos y mártires, como
Santa Rosa de Lima, suele ser hoy mirada con sospecha: se les acusa de
masoquismo o se les reduce a diagnósticos psiquiátricos y con cierto toque
humorístico y peyorativo… Sin embargo, esta lectura simplista ignora un trasfondo
esencial.
El dominio espiritual, en muchas tradiciones, no se alcanza únicamente a través de la reflexión mental o la bondad abstracta, sino también mediante una disciplina rigurosa que involucra cuerpo, mente y espíritu.
El sacrificio físico, lejos de ser un castigo irracional, era
concebido como un medio para trascender las limitaciones materiales y entrenar
la voluntad. En ese sentido, las tradiciones védicas poseen desde tiempos
inmemoriales diversas disciplinas donde el espiritualista o el buscador de la
verdad renuncia a la comodidad, la resistencia al dolor y la austeridad radical
constituían peldaños hacia una libertad interior que pocos podían alcanzar, y
por ende, pocos pueden entender.
Santa Rosa de Lima representa justamente esa
radicalidad: transformar el sufrimiento en un acto de evolución en un puente hacia lo
divino. Su vida no puede comprenderse bajo parámetros contemporáneos que
absolutizan el bienestar inmediato y rechazan cualquier noción de sacrificio.
El espíritu humano, en ciertos casos, demanda
caminos arduos y extremos para desplegarse en toda su potencia (evolucionar, la
única trascendencia) sin que se ofendan los ególatras o los autocomplacientes…
No todos estamos llamados a recorrer esas sendas.
Cada persona tiene su propio trayecto hacia la luz o la plenitud. Pero
descalificar a quienes, en su tiempo y bajo su fe, asumieron la vía del
sacrificio como un acto de amor y trascendencia, sería no solo un error
histórico, sino también una falta de respeto hacia formas de espiritualidad que
revelan la grandeza y la complejidad del alma humana.
Al principio es lamentable como algunos
intelectuales con micrófono en mano y programa propio en tv pueden posee tanta
seguridad para no solo descalificar a personas espirituales que han entregado
su vida a la meditación y la única trascendencia del ser, pero cuando ves con
detenimiento como el sentido bufonesco de la sociedad actual y muchas veces con
su irrefrenable miedo a que ellos sean percibidos como unos estúpidos con esa
clase de comentarios es precisamente en cómo ellos se revelan en sí, con una
ignorancia desbordante.
En última instancia, los santos y mártires no son
enfermos a los que haya que patologizar, sino testigos de que el espíritu
humano, en su diversidad, es capaz de llevar el dominio de sí mismo hasta
límites que nuestra sociedad de gratificaciones inmediatas apenas puede
concebir.
Y aun cuando uno no forme
parte de la Iglesia católica ni comparta todos sus postulados, ello no debería
impedir reconocer la vida y la obra de personas vinculadas con la santidad o en
camino hacia ella. Porque más allá de credos o instituciones, lo que permanece
es el testimonio humano de quienes, con valentía y entrega, hicieron de su
existencia un símbolo de meditación o de
búsqueda de lo eterno, o búsqueda de su
reconexión espiritual, o búsqueda de su
libertad, ( la auténtica ) y muchas
veces, para estos estados anagógicos de
conciencia no solo debes estar en paz, sino, te
debes a una transformación que es difícil categorizarla en palabras…
Enrico Diaz Bernuy