Intentos órficos para las letras y las bellas artes

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domingo, 8 de septiembre de 2013

Edmundo Paz Soldán

 

Edmundo Paz Soldán, entre el Norte y la creatividad


-SUSTRAIDO DEL DIARIO EL NUEVO HERALD-
 


El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa se ha referido al escritor boliviano Edmundo Paz Soldán como “una de las voces más creativas de la actual literatura hispanoamericana” y eso es un espaldarazo (añadiría yo, merecido) que el propio Paz Soldán considera una gran responsabilidad.
Nacido en Cochabamba, Bolivia, en 1967, Paz Soldán alcanzó notoriedad internacional como escritor en la década de 1990. Su ascendente carrera comienza con Días de papel, novela finalista en el concurso Letras de Oro 1991, convocado por la Universidad de Miami (a veces los finalistas logran más trascendencia) y desde entonces ha publicado numerosos libros y recibido destacados reconocimientos como el Premio de Cuento Juan Rulfo (1997) y el Premio Nacional de Novela de Bolivia (2002). Además, fue finalista del Premio Hammett 2012 (Semana Negra de Gijón) y ha recibido la prestigiosa beca Guggenheim (2006).
Desde 1988 reside en Estados Unidos, donde ha obtenido numerosos títulos académicos, entre ellos el de Ciencias Políticas en la Universidad de Alabama y Lengua y Literatura Hispana en la Universidad de California, en Berkeley. En la actualidad se desempeña como profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. En su extensa obra destacan Amores imperfectos (2000), Sueños digitales (2001). Desencuentros (2004), Palacio quemado (2007), Los vivos y los muertos (2009) y la más reciente novela Norte (2012), que ha tenido notable aceptación y que presentará el viernes 13 de septiembre en la librería Books & Books, de Coral Gables.
La visita a Miami de Edmundo Paz Soldán se inserta también en las actividades denominadas Rumbo a la 30 Feria Internacional del Libro de Miami que organiza el Miami Dade College. El escritor se presentará en el Koubek Certer el sábado 14, para ofrecer la clase magistral Análisis y creatividad literaria.
Una de las razones de su visita a Miami es presentar su novela Norte. ¿Podría resumirnos la esencia del libro?
Norte es una historia de desarraigo y violencia ambientada en Estados Unidos. Este es un país muy grande en el que muchos latinoamericanos no logran crear una comunidad de afectos y se pierden; la novela narra tres historias de latinoamericanos perdidos en Estados Unidos. Es, también, un diálogo con el género policial, en el que me interesa más explorar la mente del criminal que la del detective.
Es decir, que en la novela convergen inmigrantes y delincuentes. ¿Qué se propuso al diseñar esos personajes?
Con Martín quise explorar la conexión entre locura y arte, y con Jesús la conexión entre locura y violencia. De alguna forma, los extremos se tocan. Michelle es un punto entre ambos mundos, una creadora que intenta convertir esas historias en mitos de origen para su comunidad.
¿Cómo espera que reaccione el lector al leer Norte?
Que ojalá sea una lectura adictiva que lo haga perder el sueño.
¿Qué ha representado para usted vivir en Estados Unidos todos estos años?
Estados Unidos me ha permitido desarrollar mi vocación al máximo. Me ha dado un segundo hogar, que, con los años, se ha convertido en el primero. Tengo dos hijos nacidos aquí y eso ha cambiado mi relación con el país, la ha hecho más íntima.

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sábado, 7 de septiembre de 2013

REFLEXIONES

 
 
En la sociedad moderna la posesión es recibida con horror. El espíritu apolineo de la mesura impera sobrado y desde su plataforma en la altura exilia todo aquello que denota el paroxismo del instinto. Queremos distanciarnos de los animales, desprendiéndonos de aquello impulsos que adjetivizamos como bajos –imaginando una perenne pirámide de ascenso hacia los mundos superiores de la razón. No nos gusta, en el papel, ensuciarnos las manos, empaparnos de líquidos vitales, de excremento, saliva, semen, sangre; a la vez, añoramos la intimidad, la pasión, aquellas sensaciones que nos hacen sentir vivos –más allá de nuestros trajes y  herramientas– y estremecernos en las fibras profundas de la existencia: dios, el amor, el arte. Rechazamos toda violencia, toda agitación, todo acto irreflexivo, pero paradójicamente aquello que deseamos fervientemente está ligado a una especie de furor, de fiebre, de acto que no admite la duda y el  análisis –o que al hacerlo pone en riesgo el arrebato de los caudales de energía y la espontaneidad propia de lo extraordinario.
“Un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar, y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, y un tiempo para construir”, dice el Eclesiastes. Hay un tiempo para pensar, pero también un tiempo para no pensar, para actuar sin pensar; un tiempo para dejarse arrastrar, un tiempo para ser caudal –en la fortuna del vehículo– de lo numinoso. La concepción del mundo de la Grecia clásica, de los Vedas y otras tradiciones  místicas ancestrales estaba poblada de dioses o energías numinosas–no tan disímiles de las emociones. Los dioses, podemos conjeturar, buscaban entrar al mundo, interactuar, embaucar y hasta gozar de la creación: su medio para hacerlo eran los hombres. Esto tal vez no ha cambiado del todo: los dioses que “han apartado su rostro de nosotros”, según Holderlin, quizás yacen aún aquí, en nosotros, inmanifiestos en tanto que bloqueamos y condenamos sus apariciones, pero latentes debajo el umbral de la percepción (“se han convertido en enfermedades” según Jung). ¿Serán los dioses ocultos los que influyen en nuestros actos, sin que nos entregemos a los ritmos secretos? Y, al no recibirlos, al no abrir las puertas de nuestra conciencia, ¿se convierten en inexorable hado que hace de nuestro inconsciente un destino?
 

La posesión de cualquier forma parece inevitable. Somos innegablemente sistemas abiertos, nuestra piel y nuestra menete es permeable por el ambiente, por sus campos semánticos y magnéticos y sus dimensiones implicadas. Nuestras relaciones como norma son interpenetraciones, pululaciones de lo otro; me convierto en aquello que conozco (nuestros rostros son la fijación de un espejo en movimiento). Envueltos en la narrativa del diálogo interno y de la identidad como construcción social: “somos poseídos por nuestra identificación personal, un fantasma, tan fácilmente desatado, un cúmulo de respuestas habituales y memorias a las cuales nos aferramos tan intensamente que comúnmente nos perdemos de los beneficios de tomar otro tipo de agencia personal. Especialmente cuando empezamos a notar que la posesión no termina en el cuerpo, o en el ser, sino que existe dentro de una red de relaciones más amplias y memorias ambientales”, escribe David Metcalfe.
Como bien nos han enseñado las películas de terror, no hay nada que podamos hacer para resguardarnos de un fantasma –¿cómo blindar nuestra morada ante aquello que atraviesa paredes y se filtra por cualquier ducto, mental o material? La mejor manera, ya sea que querramos deshacernos  o utilizarlo, es entablar un diálogo con el fantasma (el exorcismo mismo es un diálogo en tanto que reconoce su existencia, su diferencia). Es importante reestablecer un diálogo con la posesión y resignificarla en nuestro contexto actual –en el mismo espíritu de reconocer las fuerzas del inconsciente como un síntoma del “malestar de nuestra época” y de abirnos a las potencias de nuestra sombra. En este sentido volteemos a ver la labor del colectivo Foolish People, quienes han creado un movimiento teatral (Theater of Manifestation) en torno al juego de la posesión, y, por supuesto, a Roberto Calasso, quien de su extenso estudio de la cultura griega y védica ha extraído, sobre todas las demás epifanías de su ahinco literario, la importancia de reconocer la intrusión divina como un hecho consustancial y cotidiano. John G. Sabol Jr, del colectivo Foolish People, escribe en Bodies of Substance, Fragments of Memories: An Archaeological Sensitivity to Ghostly Presence: 
Somos fantasmas dentro de estos recuerdos y memorias al llamar a la mente nuestras experiencias, y una conexión asimétrica entre el pasado y el presente empieza a filtrarse. Revivimos nuestro comportamiento pasado a través de momentos resonantes que nos vinculan, a través de nuestro performance contemporáneo, con aquellos eventos pasados inacabados (y todavía sentidos). Esta es una forma de “teatro fantasmal” y una odisea de performance que nos lleva a través de la cultura fantasma de nuestra vida. No hay nada peor… o mejor… que este camino. Dentro de estos viajes espaciales y temporales ya hemos conocido los fantasmas que buscamos en nuestra investigación, incluso sin darnos cuenta de su existencia y de su presencia continua. Una consideración importante en estos viajes a través del espacio y del tiempo es si podemos diferenciar entre fantasmas internos, y aquellos que son extraños a nuestros sentimientos personales y valores culturales.