Intentos órficos para las letras y las bellas artes

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lunes, 6 de julio de 2015

J.M. Coetzee / Arabella Kurtz

El buen relato

Traducción de Javier Calvo. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 192 páginas, 

J.M. Coetzee. Foto: Tiziana Fabi
La “novela del yo” es un género escasamente conocido en España, pero muy popular en Japón. El Nobel Kenzaburo Oé no se cansa de explorar sus posibilidades, mezclando hechos reales y ficción. El también Premio Nobel John M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) ha empleado esta fórmula en sus novelas autobiográficas: Infancia, Juventud y Verano. La última es particularmente desconcertante, pues es imposible distinguir lo objetivo de lo puramente imaginario. En Infancia, el padre del escritor es un brutal racista blanco, un afrikáner de origen holandés, que se identifica plenamente con el apartheid. EnVerano es un pobre hombre, introvertido y apático. ¿Cuál es la verdad? ¿Se puede exigir la verdad a un escritor, cuyo trabajo es urdir ficciones y hacer creíble lo inexistente? Coetzee dialoga con Arabella Kurtz, catedrática de psicología clínica de la Universidad de Leicester y psicoanalista en proceso de formación. Coetzee reivindica el derecho a fantasear con la propia vida, sin preocuparse de las distorsiones que producen las mentiras. La autobiografía no es un género libre, pero un escritor no está sujeto a otros límites que el juicio estético. A fin de cuentas, se limita a ejercer “la misma libertad que tenemos en los sueños, donde imponemos sobre los elementos de una realidad recordada una forma narrativa que es nuestra”.

Al margen de ese derecho, que es inseparable de cualquier actividad creativa, “¿se puede realmente asegurar que la verdad es el inequívoco camino hacia la libertad?” Platón acusa a los poetas de sacrificar la verdad, siempre que surge la alternativa de escoger entre la belleza y lo verdadero. Según Coetzee, el filósofo ateniense no repara en que para los poetas “la belleza constituye una verdad en sí misma”. ¿No es mejor elaborar una autobiografía “poética”, con una versión de la realidad que cure heridas y entierre experiencias amargas? ¿No puede ser más sana y terapéutica una mentira que una dolorosa clarividencia? El pasado sólo existe cuando es convocado. ¿Por qué no adaptarlo a nuestras necesidades? Lawrence de Arabia era un mitómano, un mentiroso compulsivo, pero sus embustes le hicieron más tolerable la vida y ayudaron a construir un relato colectivo, gracias al cual las tribus árabes adquirieron sentido nacional y conciencia de pueblo. Dostoievski se atribuyó crímenes aberrantes, que recreó en Los demonios, sacudiendo nuestra tolerancia al horror. Su confesión era falsa, pero nos ha permitido adentrarnos en los vericuetos del mal.

Arabella Kurtz considera que la mentira siempre es el síntoma de un malestar reprimido. Es imposible trabajar y amar, ser feliz y gozar de equilibrio psíquico, falsificando los recuerdos. Cada uno debe “ocupar la propia perspectiva, entenderla y poseerla, pese a toda su dificultad y complejidad, de forma tan consciente como sea posible”. Sin ese proceso, no hay libertad. Eso sí, la libertad real puede resultar “aterradora”. Por eso, huimos de ella con inhibiciones, represiones e invenciones. Coetzee y Kurtz hablan de Austerlitz, la última novela de Sebald, que relata la peripecia de un judío refugiado en Gales en la época nazi. Después de soportar el trauma de ser separado a los cuatro años de sus padres, su idioma y su lugar de origen, sufrirá una grave crisis de identidad al recomponer pieza a pieza su historia real. “Lo reprimido siempre regresa”, apunta Coetzee, que coincide con Marthe Robert, según la cual el origen de la novela es inequívocamente una impostura.La novela nace para “afirmar que las cosas no son lo que parecen, que nuestras vidas aparentes no son nuestras vida reales. Y el psicoanálisis, diría yo, tiene un interés parecido”.

Sería injusto calificar El buen relato como un libro menor, pues la escritura de J.M. Coetzee siempre obliga a reflexionar y profundizar. Su diálogo con Arabella Kurtz es un viaje a la raíz de nuestra identidad personal, una estancia en penumbra que esconde mitos, confusiones y lejanas turbulencias. Quizás bajar tan hondo no constituya un procedimiento curativo, pero sí es sumamente esclarecedor. El ser humano necesita explicarse, interpretarse, sincerarse, desmenuzarse, fabular. Si no lo hacemos, nunca podremos establecer una relación creativa con los otros, ni asumiremos la responsabilidad que implica nuestra propia vida.

@Rafael_Narbona