Intentos órficos para las letras y las bellas artes

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jueves, 28 de junio de 2018

ARTE, POLÍTICA Y EROTISMO… EL "JUEGO" Y LA MODERNIDAD

No me imaginé descubrir tantas novedades este mes de Junio y como si fuera despedida de mes,  hoy 28 de Junio acabo de recibir a otro colaborador con el siguiente artículo. Titulado Arte, Política y Erotismo. "El juego de la modernidad".   Del señor Julio Cesar Ocaña.


ARTE, POLÍTICA Y EROTISMO… EL "JUEGO" Y LA MODERNIDAD
Por: Julio César Ocaña



-Schiller y Safranski sobre Schiller- ¿Qué es más importante, el arte o la política? ¿Qué tiene que ver en este contexto “serio” el erotismo y el juego? ¿Y qué es lo que está en juego finalmente, sino la libertad del hombre, como individuo y como sociedad? En su colosal trabajo biográfico “Schiller o la invención del idealismo alemán”, el filósofo alemán Rüdiger Safranski nos desvela trascendentales hallazgos del titánico poeta, dramaturgo, filósofo, historiador y médico alemán, en torno a cuestiones fundamentales para el entendimiento de la sociedad actual.
Adelantándose a Hegel, Marx, Nietzsche, Freud, y Weber, por mencionar sólo algunos de los más relevantes pensadores del siglo XVIII, XIX y XX, Friedrich Schiller intuye y esboza conceptos y realidades que, posteriormente, los genios mencionados desarrollarán con amplitud y lucidez avasallantes.
Enajenación, fetichismo de la mercancía, la explotación como categoría económica, el antagonismo de las fuerzas como instrumento de la cultura, el pragmatismo y el utilitarismo de la era postmoderna… aparecen como visiones de una realidad que hoy nos subyuga brutalmente.
Comparto a mis amigos, pero principalmente a quienes han elegido el arte como su ámbito de realización humana, y no menos a mis otros amigos, los que ven en la política, muchos de ellos más bien en la politiquería (en ese banal y tan arcaico como inútil chismerío, en el que inmersos se hallan y en el que, a pesar de simular, no pueden ocultar la nefanda ambición que les mueve y que, no exenta de narcisismo y vanagloria, les hace creer que moverse en los vericuetos del poder, les da luz, cuando en realidad les opaca y oscurece), las siguientes reflexiones, alusiones, citas, y, en suma, clarividentes y certeros hallazgos en el genio alemán, de uno de los filósofos contemporáneos más lúcidos y más lucidos, Herr Rüdiger Safranski, para quien va todo mi respeto y admiración por su rigor y meticulosidad, y no menos por su juicio y raciocinio, poco menos que geniales.
El texto que a continuación sigue son extractos de uno de los capítulos de la obra arriba mencionada, misma que recomiendo ampliamente, para su estudio más que para su lectura. Las frases entrecomilladas corresponden a palabras textuales de Friedrich Schiller, salvo en los casos en que se especifique la autoría de alguien más. (Lo que va en paréntesis son irrupciones técnicas de un servidor).
Schiller comienza con unas preguntas: ¿por qué se da el arte en general?, ¿por qué vale la pena pensar sobre él?, ¿no hay cosas más importantes que esta bella cosa secundaria? Por ejemplo, la política? En ella está en juego el destino de la sociedad y con ello también el del individuo. Lo ha demostrado la Revolución francesa, y Napoleón, su heredero, dirá: “la política es el destino”.
¿Por qué preocuparnos “de un código para el mundo estético”, cuando las circunstancias del tiempo nos exigen tan insistentemente “ocuparnos de la más perfecta de las obras de arte, de la construcción de una verdadera libertad política”?
Cuando Schiller designa la “construcción” de la libertad política como “la más perfecta de todas las obras de arte”, el que habla es todavía el autor de Los bandidos y de Fiesco, o sea, el republicano. Para él, que se mantiene distanciado de la política cotidiana, contribuir a la libertad política sigue siendo la tarea más noble. A esta tarea están ordenadas las reflexiones estéticas. (Hay, sin embargo, que matizar, porque Schiller distingue entre) la política cotidiana, muy ligada a la “politiquería”, y lo relativo a las reflexiones políticas en el terreno de los principios (que se exponen a continuación).
¿Cómo se comporta el mundo estético con la mencionada tarea principal de la libertad política? ¿En qué relación está la obra de arte estética con la obra de arte política del Estado libre? Antes de responder a esta pregunta, Schiller lanza una mirada a la Revolución francesa, a la vanguardia de la lucha política por la libertad. Conocemos ya su juicio: en un instante histórico en el que va perdiendo terreno el “Estado natural”, basado en la opresión, y parece estar dada la posibilidad de “entronizar la ley, de venerar finalmente al hombre como fin en sí, y de convertir la libertad en base del vínculo político”, se pone de manifiesto que el “instante generoso” topa con una “generación insensible”. La gran masa de los hombres todavía no está interiormente a la altura de la libertad externa que han conquistado. Pero ¿cómo van a erigir una libertad externa si todavía son esclavos interiormente?, ¿qué significa ser interiormente libre? No hay que depender de los deseos, bien sea que los sigamos en forma ruda y carente de civilización, bien que los sigamos con el refinamiento de la civilización. De una y otra manera el hombre está dominado por la naturaleza, sin poder dominarse a sí mismo. Ahora bien, ¿no vivimos en la época de la ilustración y de la ciencia, en un periodo de florecimiento del espíritu libre e investigador? No, dice Schiller, no hay que sobrevalorar los logros actuales. La ilustración y la ciencia se han mostrado como una “cultura” meramente teórica, como un asunto externo para “bárbaros internos”. La razón pública todavía no se ha apoderado del núcleo de la persona, todavía no lo ha transformado. ¿Qué hay que hacer? ¿No es la lucha política por la libertad externa el único camino para la liberación del hombre interior? De hecho la libertad sólo se aprende en cuanto se lucha por ella políticamente, objetarán Fichte y otros amigos de la libertad contra Schiller, que rechaza este concepto de “aprender haciendo”. Su argumento: si se debilita o disuelve demasiado pronto la pinza del Estado autoritario (“Estado natural”) a través de la lucha política, la consecuencia necesaria es la “anarquía” y, con ello, el múltiple poder y la arbitrariedad de los egoísmos. “La sociedad desatada, en lugar de ascender con brío hacia la vida orgánica, cae en el reino de los elementos desligados”. Más bien, en cierto modo hay que abrir al hombre un terreno de ejercitación de la libertad; mientras perdura el “Estado de la naturaleza”, que asegura la “existencia física” de los hombres, hay que crear los fundamentos espirituales sobre los cuales se alzará el Estado libre del futuro. No se puede destruir primero el “mecanismo de relojería del Estado” y luego inventar otro nuevo; más bien, hay que cambiar “la rueda en movimiento durante su revolución”.
¿Por qué precisamente el arte y el contacto con él han de producir este cambio de la rueda en movimiento, esta revolución de la manera de pensar? Porque “a través de la belleza caminamos hacia la libertad” Eso es fácil de decir, y por ello mismo permanece abstracto. A fin de que esta frase parezca verosímil, Schiller elige un camino que conduce a través de las espesuras de las contradicciones en la moderna sociedad burguesa. Examina el sistema de la división del trabajo con sus consecuencias epocales. Schiller es uno de los primeros que analizó con extraordinaria claridad y anticipación el destino de un presente que todavía no ha pasado. Hegel, y más tarde, Marx, Max Weber y Georg Simmel se apoyarán explícitamente en sus análisis. La sociedad “moderna”, escribe Schiller, ha hecho progresos en el campo de la técnica, de la ciencia y de la artesanía como fruto de la división del trabajo y de la especialización. A medida que la sociedad en su conjunto se hace más rica y compleja, el individuo se empobrece en lo que se refiere al desarrollo de sus disposiciones y fuerzas. Mientras el todo se muestra como una totalidad rica, el individuo deja de ser lo que en la Antigüedad debió de ser de acuerdo con un prejuicio idealizante: una persona como totalidad en pequeño. En lugar de eso, encontramos hoy entre los hombres meros “fragmentos”, lo cual tiene como consecuencia “que hayamos de andar preguntando de individuo en individuo para congregar la totalidad del género humano”. Cada cual entiende solamente su obra especial, sea en lo material, sea en lo espiritual.

También la política se ha convertido en una “máquina” de especialistas del poder; ya no radica en el mundo de la vida, ni es una expresión orgánica del poder unificado de los individuos:
“Se han separado el disfrute del trabajo, el medio del fin, el esfuerzo de la retribución. El hombre, eternamente atado a un único fragmento pequeño del todo, se forma a sí mismo sólo como fragmento, el individuo, con el oído pegado eternamente al ruido monótono de la rueda que maneja, y lejos de expresar a la humanidad en su naturaleza, se convierte en mera copia de lo que realiza”.
Para desarrollar las disposiciones del género humano como un todo, sin duda no había otro medio que el de dividirlo entre los individuos e incluso oponer a éstos entre sí. Schiller designa el “antagonismo de las fuerzas” como el “gran instrumento de la cultura” por el que se realiza en el todo social la riqueza de las fuerzas esenciales del hombre, sin que esta riqueza llegue a la masa de los individuos.
En este análisis encontrará Hölderlin la clave para comprender sus sufrimientos en el presente. En el Hiperión leemos:

“Ves artesanos, pero no hombres, ves pensadores, pero no hombres… ¿No es como un campo de batalla, donde las manos y los brazos y todos los miembros están mezclados en pedazos, mientras la sangre derramada de la vida desaparece en la arena…? Todo esto habría de fundirse, si los hombres no han de carecer del sentimiento que se requiere para toda vida bella”.
La fractura y la mutilación son también para Schiller una razón de que en Francia la Ilustración como “cultura teórica” se haya convertido en mera ideología y a la postre, tal como lo muestra el ejemplo de Robespierre, en terror de la razón, que no sólo arremetió contra las antiguas instituciones, sino también contra la antigua fe en el corazón del hombre.
Schiller describe con tanta profundidad y agudeza las deformaciones de la civilización moderna y su ruda y sublime barbarie, que no es fácil ver por qué precisamente la suave fuerza de lo bello haya de poder emprender algo contra todo esto. Sin duda es posible afirmar, tal como él hace, que el arte bello forma y refina los sentimientos. Esa sería su aportación a la eliminación de la barbarie. Pero Schiller no se conforma con eso. El mundo estético no sólo es un terreno de ejercicio para refinar y ennoblecer los sentimientos, sino que es además el lugar en el que el hombre experimenta explícitamente lo que de manea implícita es siempre: el homo ludens… Se trata de una tesis de antropología cultural con amplias consecuencias para la comprensión de la cultura mediante la educación estética. Esa tesis está formulada en los siguientes términos:

“Por decirlo finalmente de una vez, el hombre juega tan sólo cuando es hombre en el sentido pleno de la palabra, y sólo es enteramente hombre cuando juega”.
Si esto es así, la breve fórmula para el diagnóstico de la enfermedad en una conclusión invertida sólo puede ser ésta: la modernidad ya no favorece al hombre que “juega”, por ello amenaza con hacerse inhumana.
Lo decisivo de la modernidad no está incluido todavía en las consecuencias de la división del trabajo, en la fragmentación del hombre y en el predominio de la cultura meramente “teórica”. La modernidad es también y sobre todo una cultura que se halla bajo el dictado de la utilidad. La modernidad es seria, no juega, dice Schiller, no tiene ninguna antena para la bella carencia de fin. Él la describe como un sistema cerrado de la racionalidad que conduce a un fin y de la razón instrumental como una máquina social, casi ya como aquella “jaula de hierro” de la cual hablará un siglo más tarde Max Weber para caracterizar la sociedad moderna. Schiller escribe:

“La utilidad es el gran ídolo del tiempo, al que sirven todas las fuerzas y han de prestar homenaje todos los talentos. En una balanza tan tosca no tiene ningún peso el mérito espiritual del arte, y éste, privado de todo aliento, desaparece del ruidoso mercado del siglo”.
Schiller define el concepto de juego como libertad frente a lo coactivo y como lo opuesto a la acción meramente útil, más exactamente, a una acción que no tiene su fin en sí misma, sino que lo tiene fuera.
¿Qué hacemos propiamente cuando jugamos? En la respuesta a esta pregunta Schiller cala con toda la profundidad en la antropología cultural. Schiller es uno de los primeros que fundadamente ha señalado que el camino de la naturaleza a la cultura pasa a través del “juego”, y eso significa que pasa a través de rituales, tabúes y simbolismos. A la seriedad de los impulsos –sexualidad, agresividad- y a las angustias ante la muerte, la enfermedad y la decadencia, se les quita algo de su poder arrebatador y coactivo de la libertad.
La sexualidad es seria, coactiva; el hombre impulsado por su sexualidad no es libre. Es víctima de un apetito. En la sexualidad pertenecemos enteramente al mundo animal, nada nos distingue de los chimpancés. Pero en el juego erótico la sexualidad comienza a hacerse humana. El erotismo tiene “juego”, lo mismo que decimos de una rueda que ha de tener “juego”, pues de otro modo no puede moverse sobre su eje. El erotismo mantiene la distancia frente al deseo, juega con él. La cultura en general es la escenificación de distancias, de aplazamientos. La cultura mantiene lo que en nosotros es naturaleza en la cuerda larga de la disponibilidad. El erotismo escenifica el juego de las distancias. Se juega también con deseos de los otros y, si hay éxito, juegan entre sí los dos miembros de la pareja. Por eso en el juego hay encubrimientos, ardides, adornos e ironías, con lo cual se producen admirables duplicaciones: se disfruta del disfrute, sentimos el sentimiento, amamos el hecho de amar, somos a la vez actores y espectadores. Ese juego permite el incremento refinado, mientras que el apetito desaparece en la satisfacción y así se encamina deplorablemente al punto muerto: post coitum animal triste. El erotismo es un reino de significaciones, mientras que la sexualidad es tautológica. En el ejemplo del erotismo puede estudiarse cómo entra en juego la libertad cuando logramos jugar con las coacciones de la naturaleza. El juego abre espacios de libertad. Somos tan libres que logramos jugar también con los casos serios. La cultura es el gran intento de transformar en juego las amenazas de los elementos serios o, simplemente, cargantes, como en la sexualidad. Hay, pues, mucho en juego cuando la cultura pierde su capacidad de juego, cuando retorna el poder –no sublimado (Freud)- de la mala seriedad….
El juego artístico permite al hombre congregar las fuerzas astilladas y hacerse un todo, una totalidad en pequeño, aunque sólo sea por un instante limitado y en el ámbito limitado de la belleza artística. En el disfrute de lo bello el hombre del arte experimenta el gusto anticipado de una plenitud que está todavía por venir en la vida práctica y en el mundo histórico. No se da por satisfecho, el horizonte de su esperanza es amplio, no capitula ante el llamado principio de realidad.

El arte y el juego van juntos, pero el juego abarca mucho más que el arte. Sin embargo, cuando Schiller propone el juego como terapia de la cultura, piensa casi exclusivamente en las bellas artes. Su hallazgo de que la modernidad no anima ni favorece al hombre que juega, sin duda es acertado en lo que se refiere al destino de las artes en la sociedad burguesa. Pero si, por otra parte, pensamos que en la época de los medios electrónicos de masas se ha ampliado enormemente la dimensión del juego, hemos de llegar a la conclusión de que la utopía de Schiller sobre la sociedad lúdica se ha realizado de forma sorprendentemente banal. Desde que la televisión se ha convertido en un medio de dirección, pasamos crecientes de la vida en el mundo de la apariencia, aunque en la mayoría de los casos no sea la bella apariencia lo que atrae. También en la política y la economía, que son ámbitos “serios” de la vida, se buscan ciertos tipos de juego, y las escenificaciones están en uso por doquier. La originaria actitud estética del “como si” extiende su legítimo campo de validez, un campo donde el “como si” pertenecía a las reglas del juego. El principio de realidad pierde su atractivo e induce a dejarse llevar. Cada vez son más los asuntos de la vida que se dejan al antojo de los particulares. Se disuelve lo que tradicionalmente vinculaba y se declara asunto de gusto; el mal gusto goza de buena conciencia. Los campos de juego se extienden sobre casi todo el espacio del movimiento social. No era esto lo que pretendía Schiller, y no era lo que deseaba como cumplimiento de su utopía. En la frase “el hombre… sólo es enteramente hombre cuando juega” pensaba sobre todo en el juego noble del arte…
Por eso el gran peligro de la modernidad es para Schiller la mala artificiosidad y el mecanismo sin alma…

Julio César Ocaña

@JulioCesarOcanaAutor