La felicidad
del
impersonalismo
del
impersonalismo
o una soledad Advertida
La gacela cósmica miró con intensidad a los ojos de la otra gacela
cósmica. Ellas no hablaban, a pesar que eran de la misma especie, cada una
mantenía una distancia como si esta les sirviera para algún tipo de bienestar
imaginario por el impersonalismo y la acritud del ego. El bienestar de
pretender disfrutar
la soledad, y aun así, ninguna daba el paso a intentar cambiar de ciénaga.
Con esta conciencia acertada o errada hizo que el tiempo pase. Lo
real es que una de esas gacelas sentía con total convicción que si se unieran o
decidieran dar, como dicen; ofrecer ese voto de confianza… su vida cambiaría
para un nuevo destino, renovador, constructivista desde lo sentimental.
la soledad, y aun así, ninguna daba el paso a intentar cambiar de ciénaga.
Parece que había sentido que deseaba volver a comenzar, recordaba los versos de la vieja estrofa de aquel volver a darse. Volver, con ese voto de esperanza no solo en él mismo sino en iniciar o retomar los himnos de eso que llaman amar.
Estoy seguro que la otra gacela sabía todo, ella estaba enterada
del verdadero color de la realidad. No en vano elogiaba el color negro. Sabía
que el color negro es la suma de todos los colores y prismas del universo. Ella
sentía todos sus secretos, a pesar de eso, ella no estaba segura y tampoco lo
sabía decir. Jamás pude desenredar el código que albergara su silencio. Que
historia habrá tenido detrás de esa puerta. Yo supe muchas cosas incluso más
que una infinidad, pero la razón que motivaba a su silencio, a eso jamás tuve
acceso. Quizás solo requería tiempo, —su tiempo—, su esperanza, superar sus
dudas hacia ella misma, él no era el culpable.
En sus recuerdos con convicción, latía dentro de sus venas la
sutileza del impersonalismo: como aquella flor que se le ofrece al vacío. / como ateos que
creen tener el universo en un guijarro y a la vez sentirse dioses.
Esta es una historia que se basa en dudar, en esperar… saber que
estaban dos gacelas cósmicas más bellas del universo frente a frente. A punto de cambiar sus dudas por una nueva
vida en la que por fin pueda un alma ser feliz más allá de su naturaleza
vivida. Pero como siempre algo tiene que interponerse, la duda, el requerir un
tiempo, el dejar las oportunidades de quererse ver y posponerlas, como si uno
de los dos pudiera esperar todo el tiempo del universo. La otra gacela vivía en
el Personalismo: la flor se le ofrece a Dios. / creyentes que creen que pueden
servir a una divinidad Pero eso no se lo puedes hacer entender a una gacela impersonalista.
Ella a pesar ser de la misma especie, demuestra así, que en verdad son de distintas especies. El tiempo imperecedero obra con placer o sadismo para que los algoritmos procreen o parasiten sobre las dos gacelas y dirigirlas probablemente a caminos bastante opuestos.
Ella a pesar ser de la misma especie, demuestra así, que en verdad son de distintas especies. El tiempo imperecedero obra con placer o sadismo para que los algoritmos procreen o parasiten sobre las dos gacelas y dirigirlas probablemente a caminos bastante opuestos.
La exigencia del tiempo o los tiempos es una condición antipoética.
Los grandes sentimientos no nacen en cada momento, es como si los
demás disminuyeran su importancia o su valor. Los grandes sentimientos son como
las grandes pinceladas de un artista, además hay una criminalidad de por medio. A ver, anda por ahí en la vida esperando que
puedan nacer los grandes poemas en el momento que se te venga en gana.
Los infantes son caprichosos. Comprendo que lo que le sucede a la
gacela no es un capricho, pero hay que reconocer que tiene bastante parecido.
Entonces en qué quedamos cuando hablamos de tomar decisiones, de tomar a la
vida o dejarte tomar por la vida como quien ofreces una flor al viento para ser
la presa del vacío o del impersonalismo. Pero si retienes los sucesos, si vas dando
pasos al costado, y con constancia todavía…, ¿en qué quedamos? o mejor dicho,
en dónde parará la gacela que le pidieron que Espere.
A veces un minuto de espera puede ser, la inmensidad de un delito, cuyo monte aplaca a un todo.
No hay que ser un docto para advertir el destino de la gacela... para saber que el acecho estará presente. Al fin y al cabo, el verano vendrá pronto y los leopardos estelares idolatraran el momento de encontrar una gacela cósmica, dulcemente solitaria.
No hay que ser un docto para advertir el destino de la gacela... para saber que el acecho estará presente. Al fin y al cabo, el verano vendrá pronto y los leopardos estelares idolatraran el momento de encontrar una gacela cósmica, dulcemente solitaria.
Enrico Diaz Bernuy