- Escrito por Sebastián Beringheli
Las figuras retóricas que florecen en la poesía desafían algunas regiones del cerebro, mucho más de lo que puede hacerlo la narrativa (novelas y relatos) o incluso el cine, con sus impresionantes efectos visuales.
A nuestro cerebro le gustan las figuras retóricas, en especial, aquellas que estimulan el área frontal.
Basta un sencillo oxímoron, es decir, dos palabras con significado opuesto que al unirse originan lo imposible, por ejemplo: "nieve negra", "agua seca" o "ruidoso silencio", para que el área frontal de nuestro cerebro se regocije como un niño que recibe un regalo inesperado.
La poesía, cuando es buena y abunda en figuras literarias, genera un tipo de actividad cerebral única.
El Basque Center on Cognition, Brain and Language, de San Sebastián (España), realizó un interesante estudio al respecto de la poesía y su influencia en el cerebro.
Al parecer, nuestro cerebro presta especial atención a algunas figuras literarias, desde luego, no todas tan felices como las que transitan el hecho poético. A menudo una frase o un aforismo logran el mismo efecto.
A nuestro cerebro le gusta la poesía por una razón muy simple: para procesar la información de un oxímoron o de una metáfora el cerebro utiliza más recursos de lo habitual, por ejemplo, que los empleados para descifrar un letrero publicitario.
En cierta forma podemos decir que la poesía nos ayuda a pensar más y mejor.
Ahora bien, la poesía estimula al cerebro más y mejor que las imágenes, justamente porque en muchos casos debe procesar datos que no existen, por ejemplo, aquella "nieve negra", que citábamos anteriormente.
Alguien podrá decir que en muchas películas se ven cosas que no existen, lo cual es cierto, pero no para el cerebro. Lo que captan nuestros ojos, aún en una pantalla de cine, nunca desafía a nuestro cerebro, precisamente porque lo visual no puede ser una abstracción.
Si pintamos en un cuadro aquella "nieve negra", nuestro cerebro la admitirá como una rareza, es cierto, pero una rareza real. Sin embargo, el cerebro necesita esforzarse para procesar las grandes abstracciones que proceden de las figuras retóricas, porque éstas no existen ni provienen del registro visual.
El experimento realizado consistió básicamente en la medición de la reacción y la actividad cerebral de la parte frontal (íntimamente relacionada con el lenguaje) cuando los sujetos investigados leían cuatro expresiones distintas: una incorrecta, otra neutra y dos figuras literarias: un oxímoron y un pleonasmo; éste último, un vocablo superfluo que se utiliza para añadir expresividad.
Las expresiones eran las siguientes:
- "Monstruo geográfico" (incorrecta).
- "Monstruo solitario" (neutra).
- "Monstruo hermoso" (oxímoron).
- "Monstruo horrible" (pleonasmo).
De los encefalogramas realizados sobre los individuos mientras leían estas expresiones se desprende que la expresión neutral (monstruo solitario) es la que menos recursos cerebrales consume para procesarse, con 300 milisegundos de reacción luego de percibirla.
La tercera es la expresión incorrecta (monstruo geográfico), con 400 milisegundos de tiempo de respuesta. El pleonasmo se lleva el segundo puesto (monstruo horrible), con 450 milisegundos. Y el oxímoron (monstruo hermoso) venció a las demás al obtener 500 milisegundos de respuesta.
Como queda demostrado en este experimento, no es necesario conocer de poesía o siquiera estar familiarizado con la estructura de una figura retórica para que el cerebro la disfrute.
La expresión neutral (monstruo solitario) no exige en absoluto al cerebro, de modo que su tiempo de respuesta es el normal; la expresión incorrecta (monstruo geográfico) fatiga ligeramente a nuestro cerebro, que detecta en su estructura algo equivocado; el pleonasmo (monstruo horrible) sigue esta misma línea, ya que el cerebro parece trabarse un poco frente a lo redundante; y el oxímoron (monstruo hermoso) logra obtener de él su máxima atención y, por lo tanto, un tiempo de respuesta más prolongado en el área frontal.
Y no solo eso, las figuras retóricas que florecen en la poesía desafían otras regiones del cerebro, mucho más de lo que puede hacerlo la narrativa (novelas y relatos) o incluso el cine, con sus impresionantes efectos visuales.
El secreto de la poesía reside en que su lectura activa simultáneamente las conexiones del área frontal del cerebro y el hipocampo, ambas implicadas en el procesamiento del significado.
En cualquier caso, la poesía parece ser un excelente ejercicio para nuestro cerebro, y lo que es aún mejor, un ejercicio que genera hábito.
Después de leer Las flores del mal (Les fleurs du mal), de Baudelaire, por ejemplo, nuestro cerebro reduce su tiempo de respuesta frente a ciertas figuras retóricas que ya conoce, de modo que no puede ser fácilmente estimulado con material de menor calidad.
Fuente: El Espejo Gótico