El legado interior
Uno no viene al mundo con la
intención de escribir un poema acerca de otro poema. Sin embargo, si este
postulado fuese erróneo y en verdad las personas llegaran al mundo con un
propósito determinado, como se dice, una misión secreta que la mayoría
desconoce, entonces esta es la historia del señor Rubén Peña.
Rubén comenzó a creer en la
audaz idea de que uno "no debe repetirse" y que la aspiración a la
evolución es, sin duda, una de las acciones más nobles y de los caminos más
difíciles. A menudo se desviaba de esa senda imaginaria que había trazado para
sí mismo. No repetirse implica no replicar lo que hicieron nuestros ancestros,
es también romper pactos, uno de los desafíos más arduos de la vida. La toma de
conciencia sobre el legado de los ancestros ocurrió cuando tenía nueve años y
estaba junto a su padre.
En aquella época, su padre
solía cantar o entonar melodías de ópera todos los días, y cuando no lo hacía,
encendía un viejo equipo de sonido donde siempre se escuchaba música clásica.
En ese ambiente donde la música culta predominaba, los padres organizaban
reuniones familiares en las que no solían integrar a sus hijos. Eran reuniones
en las que ellos debían ser las estrellas, mientras que a los hijos los
consideraban una compañía o adorno, como si no estuvieran a la altura de ser
hijos. Tal vez, este fue el motivo por el cual algunos de sus hijos
desarrollaron una limitada capacidad de sociabilización.
Rubén, uno de los hijos, había desarrollado a la fuerza una sensibilidad por la música y solía visitar la casa de su tía, una pintora. Como es habitual en la casa de los pintores, su hogar era como una galería de arte. Quizás esto afinó aún más la sensibilidad de Rubén, al punto de sentirse cautivado por las diversas tendencias artísticas que allí descubría. La tía era una señora proclive a la obesidad, pero de sanas intenciones en su discurso artístico.
Lo interesante es que Rubén dio sus
primeros pasos en el conocimiento del mundo con la música culta de su padre y
las innumerables esculturas y pinturas de su tía. Cautivado de una manera que
no podía expresar, absorbía esos mundos como una esponja. Mundos que, de alguna
forma, iban de la mano, todo mediante la contemplación silenciosa fomentando
el hermetismo de Rubén.
Mientras guardaba poco a poco
un tesoro en su interior, el tesoro de amar al arte, el oculto encanto de esos
universos no pasó desapercibido para su padre. Desde que Rubén tenía ocho años
hasta que cumplió dieciocho, su padre siempre le decía una frase: "Por si
acaso, solo los millonarios se dedican al arte. La otra opción es que no tengas
mujer e hijos o que los abandones. Así que, para ser artista hay esas dos opciones.
Por eso yo tuve que abandonar mi carrera de cantante, porque no quería
abandonarlos a ustedes, y siempre he amado mucho a tu madre", sostenía con
determinación.
Rubén nunca otorgó
credibilidad a aquellas palabras; sin embargo, de una manera u otra, cada
decisión en su vida quedó inexorablemente influenciada por una cierta distancia
hacia cualquier proximidad con el arte, incluso hasta el punto de alejarse de
su propia vocación artística.
Y fue mediante el
distanciamiento entre padre e hijo que, de alguna manera, eso sirvió para que,
por fin, Rubén tomara poco a poco un camino adecuado para el sacrificado
sendero del arte y la literatura. En contra de todos los pronósticos que se le
habían augurado, comenzó a redactar algunas estrofas de sonetos, rimas, versos
libres y breves relatos.
Y es aquí donde empieza a
esculpir el rompimiento del pacto, el pacto con los ancestros, en el que una parte de Rubén se estaba revelando hacia el exterior de una forma prácticamente
incontenible, a pesar de que él ya tenía una vida establecida, cursando una
carrera universitaria. Paralelamente, estudiaba dibujo de anatomía, paisajismo,
perspectivas, teoría del color, etc. Todo por su cuenta Su hermano mayor,
riéndose, le decía: ¡¿Tú estudias en la universidad o estudias en bellas
artes?!, en tono de broma pero con reproche.
Luego tuvo su primera
enamorada, una morena a quien jamás olvidó, porque como en muchos primeros
amores, el culpable de todo lo fallido "siempre es uno". Pero durante el tiempo
que estuvo con ella, no tuvo muchas oportunidades para expresarle sus primeros
versos; parecía que ella no era accesible o temía que se burlara. Luego a la
segunda enamorada la pintó, y desde entonces comenzó a retratar a todas las que
amaba. El problema surgió cuando una de ellas al terminar la relación, arrojó
los cuadros en la puerta de la casa de Rubén. Fue un dolor que casi no podía
describir en aquellos momentos. ¡Las otras le arrojaban sus manuscritos por la cara! jajajaja
No sé cómo, pero él ya se
había acostumbrado a que le devolvieran sus manuscritos o sus cuadros. Ahora,
al recordar esa escena que me contó con tanto dolor, la veo con cierto humor.
¡A él no le robaban sus cuadros o sus poemas, se los devolvían! Jajajaja. Al
final, siguió pintando, pero mujer que tenía, mujer a la que jamás regalaba un
cuadro; creo que aprendió la lección. Hasta que conoció a una que se distinguió
de todas con las que había estado.
Lo interesante de su
desarrollo es que rápidamente se dio cuenta de que, en el arte, lo que prima es
el contenido, la profundidad filosófica que carecía su obra en aquella época,
como si una parte de él aún fuera adolescente. Por cierto, atravesó una
adolescencia sin grandes contratiempos ni complicaciones, a diferencia de otros
que sufren una rebeldía incontrolable.
Con la pintura tuvo su primer
llamado espiritual, un llamado que le hacía ver el vacío de su obra, la falta
de esencia. Entonces, atinó de forma intuitiva a seguir aprendiendo mediante la
realización de réplicas de obras maestras como las de Monet, Rembrandt, Da
Vinci, etc. Incluso hizo esculturas en técnicas de baseado. El motivo de
aprender a hacer copias era mejorar su técnica y, de paso, obtener algún
ingreso. Después de esa breve temporada, decidió hacer las copias bajo pedido,
pero quería dedicarse a pintar con su propio estilo.
Con la literatura tuvo un
llamamiento existencial. Al principio, retrató su confusión, con escasos
horizontes y poca profundidad, pero a pesar de todo, tenía algunas preguntas
interesantes. Fue hasta que encontró un libro de colorida portada y, aunque no
estaba preparado para comprenderlo, lo leyó de todos modos. Obviamente, no
entendió nada; solo sintió que el libro era algo sagrado. Lo interesante de los
libros es que prima la racionalidad, la intelectualidad, incluso en las obras
maestras, como profundos laberintos en los que hay que trazar un croquis del
paisaje de la obra o de los personajes. O enrevesados discursos y escenarios
como "Rayuela", donde, al mínimo descuido, el libro te deja en un
abismo. O frente a la esfinge de la ciudad de Tebas y su laberinto que solo es el reflejo de tu propia mente... Entonces, cuando un libro llega a tu corazón, es algo raro. De la misma
manera en que algunas personas tienen la habilidad de llegar al corazón de los
demás.
El libro era un canto épico y
una cumbre del conocimiento trascendental, un conocimiento que exige un
esfuerzo en nuestra conciencia, un culto a las preguntas que prácticamente no
tienen respuestas (las mejores preguntas). Además, son preguntas que nadie
quiere escuchar porque no están preparados para las respuestas, ni para
escucharlas, mucho menos para creerlas. Sin embargo, en el papel de cada página
estaba todo dicho. En esos momentos, cuando el libro llegó a la vida de Rubén,
coincidió con la llegada de su nueva amiga. Él quería compartir su felicidad
(el libro) con ella.
No estaba seguro de leerle
algunas partes del libro o de prestárselo, porque en una de sus páginas
señalaba que asesinar a ciertas personas era un acto lícito y, en algunos
casos, un “bien para la humanidad”.
Sin duda, asimilar un concepto depende de la experiencia de cada persona, de su conocimiento adquirido por la lectura o de las lecturas de sus vidas pasadas. Estas ideas jamás las entendería, lo tomaría por loco o alguien que, en probabilidades o en constancia, el universo mental deviene en los conocimientos del ser, y lo que uno ignora queda claro que no existe para uno. Entonces, el Uno se resume a los conocimientos, el universo se resume al tamaño del saber de cada quien. A pesar de que en aquella época Rubén solo había leído la primera mitad del libro y ella lo desconocía por completo, le resultaba bastante difícil hablarle de lo que le estaba cambiando la vida.
Llevaba una vida secreta, la
cara oculta de su existencia, en la que se iban tejiendo lazos sensibles con el
autoconocimiento espiritual, las acciones almáticas, kármicas, etc.
En resumen, la única forma en
que algo ocurriera entre ella y Rubén era que ella leyera el libro. Pero él
tampoco estaba dispuesto a que ella no lo comprendiera. Había una parte de
Rubén que no quería correr el riesgo de perderla. Al fin y al cabo, la historia
entre ella y él recién comenzaba, recién se hacían amigos. No quería arriesgarse
a que leyera el libro y le dijera que no entendía nada o no sentía nada; eso
sería realmente peor. Eso lo desilusionaría por completo, tenía que prepararla.
Sabía que, si ella percibía
eso, no dudaría en alejarse, quizás por la misma razón por la que jamás hablaba
con sus amigos sobre ese libro. Y en eso coincido con Rubén, porque hay libros
que logran espantar a las personas de estos tiempos. Además, Rubén venía de
varias relaciones basadas en la desconfianza y una autosuficiencia imbécil que
aún no había solucionado en su vida.
Sin embargo, lo único que
tenía claro en esos momentos era poder entender ese libro. Después de muchos
años, llegó a la conclusión de que debía escribir un poema sobre ese libro,
siendo esa la única forma de llegar al alma de la obra mediante la poesía. Y
fue así como su amiga se sumó al entendimiento, aunque ella no participaba en
ese proyecto. Fue la primera en decirle: "Sabes, creo que algún día podrías escribir un libro."
Enrico Diaz Bernuy