James Turrell

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domingo, 27 de octubre de 2024

Recuerdo de 2015 Prosas en honor al Pisco, de Enrico Diaz Bernuy

 LA GOTA DE UN

 ALMA
 de Enrico Diaz Bernuy
En el recurso insólito de esa noche, el lóbrego camino sirvió de alguna forma para empecinarme... hallar la misma ubicación de aquel encuentro. Como si llegar a ese escenario de aquel suceso, sirviera para retroceder el tiempo.  Creyendo que volver al mismo lugar los detalles vendrían con más claridad o mejor dicho, volver a vivir tal cual sucedió, cada escena en su momento. 

Visitar el lugar solo me conducía a escribir poesía.  Luego me daba cuenta que mejor debía pintar. O cada vez que me dedico a pintar me doy cuenta que esa misma historia debería ponerla en prosa. En el recurso de la   prosa transfigura muchas imágenes que tengo de ella: en una osa blanca y delgada de ojos claros y rasgados.  Como si ella hubiera descendido de algún lugar cuya   turbidez,  dé una combinación súbita: de sutiles dulzuras.  Como si se tratara de un líquido destilado que ha aterrizado para mirarme.  

Sin embargo, y a pesar de todos estos misterios el tiempo con su paso lleno de insistencias ofreció desde el principio la clara realidad que ella ya no me escribe como antes.  Eso me condujo aceptar que la escultura está pendiente… También llegó a mi memoria la escena de mis manos mojadas con la arcilla o con el tornasol de la cerámica plástica. La escultura con sus esencias aromáticas me sensibiliza en este confort.  Apelo a la poesía.  Me conmuevo. Tiemblo pensando que, si el verso es similar a la escultura, y sudo. 

La humedad nuevamente me recuerda al lienzo, pero hoy sonreí porque estoy en vísperas de terminar un cuadro.  Mientras tanto, significa que mi vida camina sobre el mismo verso que espero lograr o con la misma esencia esmaltada que será el destino sobre el lienzo, (reflejo de aquel verso).  Como si fuera el reverso del trazo que intenté pintar para que luego se vuelque a la prosa, y su senda.   Pero al final siempre aparecen sus profundos ojos claros como si se tratara de una revelación llena de fluidos irregulares. Voces ocultas. Suspendidas de un manglar verdoso, con contenidos profundamente poéticos de una vegetación microscópica. Pura en función al oxígeno, o similar a fuerzas antiguas provenientes   de cepas pisqueras. 

En resumen, sus ojos eran como dos copas de agua ardiente macerada. Extraída de aquel manglar y respiraciones. Esto corresponde a reconocer que por fin había llegado al lugar; "Vista Alegre, Ica".  

Precisamente en un árido verano (febrero), y a pesar que me encontraba solo…, cada vez rescataba muchas formas de ella. De esta forma, me armaba de todos los instrumentos para poder describirla.   Reconocerla como el ser que una vez cambió mi vida y ahora me siento decidido. Pero ahora tengo el presentimiento que debía haber algo más, como si haber llegado a este lugar me pueda proveer de algo. Al fin y al cabo, ya estaba aquí y la montaña de imágenes venían.  Todas esas imágenes eran símbolos familiares. Sentía que algo faltaba. Entonces en pleno reconocimiento visual del lugar me asomé por aquel lado del tronco del árbol en el cual estuvimos cómodamente conversando en aquella tarde diáfana.  

Después de todo,  el peso del tiempo transcurrido (casi dos años).  Volvió a mi memoria los gestos que ella hizo con las manos cuando expresó su afecto hacia mí y las dudas frente al futuro. 

También recordé mi silencio que albergaba muchas cosas que quería decirle, mientras que mis manos; una sobre mi rodilla izquierda, la otra, sujetando una cilíndrica copa pequeña que contenía un límpido e incoloro líquido.  Cuyo cuerpo intenso del alcohol tenía la cualidad de ser, suave al paladar, con una fina estructura sin perfumes.  Me parece increíble que a pesar del tiempo esa sensación retorne a estos momentos como si hubiera acabado de suceder. 

Es una sensación que al volver a este lugar retorne a pesar del tiempo con tanta fuerza. Siendo así que una antigua gratitud se renueve y una vez más esté presente en mi vida. Por lo tanto, cómo poder pasar por alto aquella “agua ardiente” de la zona, la copa cilíndrica, el viento áspero y seco del desierto costero en que nos encontrábamos.  En seguida recordé que aquella botella de la exquisita bebida la habíamos dejado abandonada, así que instintivamente me propuse buscarla. 

Guiado por la nostalgia y también para saber la marca de aquella agua ardiente. Por ende, lo primero que hice fue hacer un recorrido visual por el lugar.  Hasta que vi unas ramas de eucaliptos que formaban un pequeño montículo cuya apariencia semejaba a desmoronados restos de una escultura. Como si la fuerza del viento hubiera guiado cada rama con el fin de ocultar algo. Entonces me puse a remover toda esa maleza, hasta que encontré la preciada botella. La alcé hacia el cielo como si por un instante me sintiera un niño y pretenda lucir mi hallazgo a alguien.  Luego de unos instantes un rayo solar cayó sobre la última gota que se encontraba en la botella. Tenía un tono esmeralda claro, me extrañó por que ese no era el color original del agua ardiente que bebí.
Con honda curiosidad acerqué mi nariz para tratar de reconocer a qué se debe ese tono de color. Sentí el olor profundo del eucalipto que había impregnado al agua ardiente. Comprendí que las partículas de esas ramas se habían sumergido en la última gota del “agua ardiente” y fue en ese instante cuando empecé en asociar ese tono verde claro del eucalipto con los ojos de mi amada, o las formas abstractas de las ramas del eucalipto similar a los horizontes rutilantes que plasmaba en mis cuadros de aquella época. En esa gota verde sentí la textura y esencia de lo que viví con mi amada. Comprendí que hay momentos que tienen alma y esa era “la gota de un alma”.

Enrico Diaz