Quien es autocomplaciente, no irradia luz.
Quien se jacta de sí mismo, carece de auténtico valor.
Quien se glorifica no durará mucho tiempo.
Tao Teh Ching de Lao Tse
PICHELINGUE DE BAR
(Los hombres viven su muerte y mueren su vida)
Por Enrico Diaz Bernuy
Frente a los
misterios de cuando estas lejos, (el consumo aumenta, siempre). Arremeterte
contra tus logros truncos, tus bohemias vaciadas sobre la pared sucia de tus
diversiones. Al fin y al cabo, muchas
veces la libertad económica más juventud y sin contar con autoridades
familiares te vuelve en un degenerado total. Ensamble a que eres muy sociable con aquellos
alardes en las noches donde al día siguiente pierdes una lágrima… En el fondo te
das cuenta que las cosas no van bien pero luego, lo olvidas…
El tiempo pasó y
mientras que tomaba en un bar, nos pusimos a conversar. Luego se me ocurrió
invitarte algo. Fui generoso y tú
empezaste desde el inicio con tu sinceridad. Solo por eso te respeté. Esa misma
noche conocimos a un sujeto que se
disfrazaba de los indignados. Él era más acaudalado que cualquiera. Incluso más
acaudalado que tú y yo juntos. El tipo era una alevosía…, de rutilante sonrisa
y cigarrillos finísimos.

Sin duda era un “acaviarado
del submundo” con sus grandes
viajes, derroches profanos que opacaban a cualquiera, únicamente en los
márgenes de lo visual. Tú y yo nos
miramos para decidir si lo integrábamos al clan o lo lapidábamos. Nuestra conversación nos había enviado de
forma tácita a un pacto, la amistad, el club, la noche. Porque al fin y
al cabo estábamos en el mismo camino y sentíamos que en esos momentos teníamos
que ayudarnos. Sin embargo, frente a ese sujeto teníamos nuestras dudas. En
realidad, es muy común mirar a todo el mundo con una desconfianza descomunal
principalmente en esos lugares. Lo interesante es que, si todos sabemos que eso
vamos a sentir, la pregunta cae de madura, ¿por qué todos terminamos en esos
lugares?
Sabemos
perfectamente que ahí jamás vas a conocer al amor de tu vida. Tendencia por la
rebelión (poco probable), al menos esa apariencia tenía toda la historia, todo
el discurso incendiario, explosivo, y muy crítico. Por su puesto que toda
crítica era hacia los poderes. Jamás esa misma severidad se dirigía hacia
nosotros mismos. Aquí éramos muy buenos criticando los poderes y sus abusos,
pero jamás escuché a alguien tener la misma severidad con nuestra propia
hipocresía, nuestra doble moral, la poca bondad en nuestros corazones. Donde a
la hora de la hora lo primero en ponerse los tapa bocas éramos nosotros. Ahí
rogando siempre por las pseudo vacunas.
O cuando
andábamos siempre distanciados, muchos líderes y pocas cabezas, todos
separados. Cada uno quería ser famosos con su club, ser la cabeza de su club,
ser como una pequeña estrella del club. El punto es que el tema de la autocrítica era cero, siempre.
Eso nos
debilitaba y tú y yo sabíamos que jamás nos íbamos a unir. Estábamos ahí por
nuestros egos y nuestros egos a la vez nos separaban. Pero eso nadie lo
criticaba, éramos muy buenos “en plan de
crítica o plan burla”, pero jamás en autocritica.
Autodestrucción,
decaimiento, o simple y vana soledad. Probablemente todas las alternativas
mencionadas, es como un cóctel servido en vaso de plástico. Al final el
sujeto nos presentó a tres poetizas como si hubieran salido de un cuadro de Rubens. Tan blandas por fuera y nacaradas.
Ninguno de los
dos podía negarse a una presencia así. Imprimían sobre sus sonrisas hondos
delirios parecido a la canela y algún cítrico que anhelábamos descubrir,
anhelábamos lamer de ellas… En el fondo de todo había insanas acciones
entre nosotros, nada más que navegantes yugos, (esas mujeres nos habían
cautivado).
El otro fin de
semana nos volvimos a ver y no sé, cómo se me ocurrió hablarte de mi ex mujer…
Y tú, lleno de la inclemente semilla del
infinito, me dijiste: —“sé el alma que
llevas y certidumbre solo hacia las alturas”—. Luego con tus
silencios me ayudaste a creer en mí. —Sé que esa no era tu intención, o tal vez
si—. Nunca lo tuve claro. Nunca.
Así nació el
conjuro, nuestra nueva familiaridad donde la razón no posee fuego, sino
cenizas. Y a un metro estaban las poetizas.
Ahí se inició cierta competencia entre tú y yo. Sin embargo, por una
extraña razón y en el medio de todos estos malabares ahí empezamos a ser
amigos. Hay algo importante
en esta historia; el fulano y sus poetizas estaban presentes. Ya éramos un
grupo. Pero eso no era garantía de nada.
A veces disfrutábamos contemplar “al
nuevo del clan”. Lo mirábamos como se
comportaba usando a las personas como marionetas y lo peor aún, con
hilos construidos por migajas todo para rendirle aplausos. Él era un creador de
mendigos que recibían migajas en un plato sobre una banca de plástico.
Un sujeto a estar acostumbrado en
hacer sentir mal a los demás, o a comprarlos. Adaptarte a esto no solamente te
vuelve pobre, sino que vivir así es un constante abismo. En donde tú mismo
cavas para honras fúnebres en vida.
Ondrar para quedar en el círculo de los sobornados, los
indignados… Cómo compraba a esa pobre gente, con putas, drogas o limosnas. Con
total claridad un espectro ondular. Sin embargo, el clan trataba de este
tipo de historias sobre las máscaras, los sueños en el arraigo de la condición
humana, el ego sobre todo. En cierta
forma, un mandato biológico que nos toca enfrentar para vivir con estas
miserias. Siendo así que el verdadero sueño era romper estos grilletes: La
evolución, la libertad, y no estar al lado de un sujeto sujetado a su hedonismo como
un manojo de banalidades.
Sin embargo, esta clase de cosas
eran parte del clan, “el camino”. Estas
cosas eran como piedras en el camino. Luego entendimos que las piedras en la
vida, eran el camino mismo. De esta forma, nuestra evolución es el camino y el
camino, es una piedra. La piedra en mención, tenía superficies que arañan te
hieren y luego te hace más fuerte. Parte de esta carga era convivir con alguien
y su protuberante hedonismo. O como diría mi hermano: “tiene ego como mierda”.
Al menos desmotivado no vivía el hombre, y sabía divertirse, —eso hay que
reconocer—.
Pasó el tiempo y empecé a sentir que todo tendría
fecha de caducidad. Incluso mi atracción por la narizona o la piernona, en
realidad cualesquiera de las dos eran atractivas. Ambos sabíamos que quien
tenía ventaja en ese tema era nuestro nuevo amigo del gabán negro, al fin y al
cabo él las trajo. Él tenía mas dinero que nosotros y para esa clase de mujeres
solo tienes su atención con dinero, como a las putas o a las mujercillas.
A veces pensaba que ni siquiera él
se siente atraído por ellas, solo las tomó como trofeos (ellas eran artistas). Era una
verdad tácita. La técnica era en no publicarla, pero todos sabíamos que ellas
eran sus mujeres cuando él lo deseaba, cuando él las compraba o él las
sobornaba. Así era todo, y eso sirvió para irle perdiendo el respeto poco a poco, también le perdí la admiración. Y una
vez, entre copas le dije: —si tan galán de galán eres, solo te respetaré cuando
me presentes a tu nueva mujer una acaudalada que viva en las casuarinas, esas
millonarias que pertenecen al club Rotary.
—Me respondió: Eres un suicida de
hablarme así. Sin duda confirmas, una
vez más tu tendencia equilibrista como aquellos que disfrutan de la cuerda
floja, abusar del equilibrio como tantos deportes que se basan en eso, aquellos
que practicas, jajajaja. Te hago recordar que en estos momentos no estás haciendo
tus piruetas. En estos momentos el inconsciente simbólico (mismo la
decodificación) lo revelas de forma preponderante, así como pintar, como si en
tu vida no hubiera habido “colores”.
—Le dije: —Quizás tengas algo de razón, pero gracias a
tu engreimiento ni en el peor de los momentos perderás tu tendencia a ser “prepotente”
y siempre doblemente engreído. Además, no me acuses de suicida que por ahí vamos
en la misma senda, y tú lo sabes.
Insistió: —Jajajaja y tú, tanto
museos, bah , ¿Que hubo en el pasado que no pudiste reconstruir o sanar?
—Todo lo que quieras pero a mí nadie me soborna ni humano, ni extraterrestre sobre este
planeta. Yo no soy como tus amigos de escasa autoestima o tus mujercillas.
Su mirada se llenó de dolor porque sabía que yo no estaba mintiendo. Inmediatamente se puso de pie y se fue de la mesa. Probablemente estaba conteniendose de levantarme la mano, se retiró lleno de dolor e ira que practicamente son lo mismo. Yo estaba listo para lo que sea, incluso
para pagar las cervezas que habíamos tomado y él como siempre con su aprovechamiento
me dejó con la cuenta pendiente, en fin.
Nuestra nueva familiaridad estaba
jurada, sabíamos demasiadas cosas uno del otro y cuando se fue cargando su
mochila se acercó al mozo como para despedirse y volteo a mirarme, me señaló
con el dedo. Estaba seguro que le decía que yo iría a pagar las cervezas. Ya no
me extrañaba nada de él.
Me dispuse a prender otro cigarro, pero hasta las ganas de
fumar había perdido. Empecé a sentirme insatisfecho (me estaba pareciendo a él), a pesar
que le dije todas sus verdades, sentía que algo faltaba, no sabía que. Ya
quería irme. Y cuando me fui pensaba en mi alma, el alma de sus mujercillas, el
alma de mi amigo. Recordé lo que una “hechicera y erudita” me dijo una vez: él
ha sido tu hermano en un vida pasada. Esa idea me hizo entender porque lo
estimaba tanto. No lo merecía, pero yo lo estimaba. El problema es que él es un alma joven, —señaló la erudita—,
aparentemente tiene pocas reencarnaciones. Eso me hizo deducir por que era
como actuaba, y comprenderlo, porque todo lo vivido es tan perecedero como un sueño que todo comienza frente a uno mismo, mirandote frente a un espejo y contemplando los yoes de tus hechos.