“Es la extrañeza capitalista y burguesa pensar que los trabajadores no tenemos nada que ver con la cultura”,
critica Enrique Ferrari.
Once de la noche y el metro cierra en Buenos Aires. A esa hora Enrique “Kike” Ferrari baja al mundo subterráneo para trapear la estación. Entre baldes y escoba pule su próxima novela negra, género que editó en seis países y publicó en cuatro idiomas.
“Es la extrañeza capitalista y burguesa pensar que los trabajadores no tenemos nada que ver con la cultura”, se queja Kike, harto de que lo llamen “el escritor del subte”.
Su novela “Que de lejos parecen moscas” recibió en 2012 el galardón a la mejor ópera prima en la Semana Negra de Gijón, España, y le abrió las puertas para que su obra sea editada en Francia, México e Italia, además de Argentina.
En ese libro Kike cumple el sueño de muchos: transformar la vida del jefe en pesadilla cuando en plena dictadura argentina un millonario prepotente encuentra un cadáver en el baúl del auto.
Antes, en 2009, ya había sido premiado en Cuba por “Lo que no fue”, una novela política que transcurre en Barcelona durante la guerra civil española.
Con cinco novelas, dos libros de cuentos, ensayos y una decena de antologías, Kike es a los 44 años un prolífero escritor del género negro. “¿Vivir de la literatura?, por ahora la guita (dinero) no alcanza”, dice, meneando la cabeza.
- Por amor al arte –
En un cuartucho de dos por dos, Kike aprovecha el breve descanso que le da el trabajo nocturno en el metro para corregir sus textos en una vieja computadora que lo acompaña a todas partes.
“Escribo cuando puedo y donde puedo, aunque mi obsesión diurna es encontrar un momento para dormir”, confiesa a la agencia AFP, ojeroso por su “doble vida” de operario y escritor.
Sin formación académica, Kike es un voraz lector y padre de tres hijos pequeños cuyas necesidades no cubren, por ahora, las exiguas ganancias de su labor de escritor.
En su departamento del barrio de Once, su otro escritorio de trabajo es una diminuta mesa en un rincón, atiborrada de libros que van a engrosar la biblioteca del sindicato del metro, donde Kike representa al personal de maestranza. “El de más baja categoría”, aclara.
“Entiendo la extrañeza, pero no soy un bicho raro, está lleno de ‘laburantes’ (trabajadores) que escribimos, hacemos arte o música”, asegura.
La necesidad lo llevó por todas partes, siempre en empleos de poca monta y con la literatura a cuestas. Fue panadero, conductor, vendedor e inmigrante ilegal en Estados Unidos, adonde fue a probar suerte y volvió deportado tres años después, pero con su primera novela bajo el brazo: “Operación Bukowski”, editada en Buenos Aires en 2004.
- Submundos –
“Yo trabajo en una ciudad abandonada. Sé cosas del humor social o si hizo frío o calor por la basura que deja la gente. En un universo que está siempre superpoblado, yo llego después de la fiesta”, describe con prosa literaria su trabajo en el metro, un submundo que encaja a la perfección en el género que representa y del que piensa escribir algún día.
Fanático de club de fútbol River Plate y del rock and roll, Kike creció en una casa humilde despoblada de libros. Asegura que su padre marcó su destino de escritor cuando a los ocho años le regaló “Sandokán”, del autor italiano Emilio Salgari.
“Este regalo es importante, esto nos diferencia de los monos”, le dijo su padre que sin embargo sólo sabía de Sandokán a través de los radioteatros.
La casualidad quiso que el libro tuviera una biografía del autor. “Y yo en vez de soñar con ser pirata, soñaba con escribir sin parar, como Salgari”, relata.
Pese a los galardones que ha recibido y los elogios de reconocidos autores del género, como el mexicano Paco Ignacio Taibo II que incluso lo ha invitado a disertar con él en México, Ferrari permanece al margen del radar de las grandes editoriales argentinas.
“No pienso en la literatura en términos de carrera, aunque a las once menos cuarto, quince minutos antes de ir a baldear el piso, sueño con ganarme el premio internacional de literatura o que (Steven) Spielberg quiera filmar uno de mis libros”, dice.
Se reivindica como “un escritor libre que vive de baldear el subte”. En todo caso también tiene presente el trágico final de la vida de Salgari como un espejo en el cual no quiere reflejarse.
“Salgari termina suicidado, cansado de que los editores le chupen la sangre y les deja una carta donde dice ‘me despido rompiendo la pluma’. Yo me voy a tatuar esa frase”, dice Kike y suelta una carcajada.
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