¿Quién fue León Tolstói? Cuando Stefan Zweig viajó en 1928 a la
Unión Soviética para asistir a los actos conmemorativos del centenario del
nacimiento del genio ruso, el vienés quedó impresionado por la sencillez de su
tumba en la finca de la familia Tolstói, en Yásnaia Poliana, cerca de Moscú.
Aquel edificio de blancos muros y tejado verde que parece perdido en medio de
la espesura del boscaje fue peculiar objeto de pugna entre soviéticos y
alemanes trece años después. Viendo perdida la propiedad ante el avance del 2º
Cuerpo Mecanizado Panzer, los rusos pusieron dinamita tanto en la finca como en
la propia tumba del célebre escritor, no sin antes llevarse de ella todo objeto
considerado de valor. Nadie se atrevió a dinamitar aquel lugar. Heinz Wilhelm
Guderian, general nazi al mando de la columna blindada, sabiendo cuál era la
tierra que estaba pisando, ordenó retirar las minas enemigas y respetar la
integridad de aquel lugar casi como si fuese un lugar sagrado.
León Tolstói sigue despertando tanta admiración
como desprecio fue capaz de reunir en vida. Extremo, prolífico y vivaz hasta el
último instante de su existencia, su legado ha trascendido con creces el peso
del papel y la impronta de la tinta. Y fue el mismo quien, desde que cumplió el
medio siglo de edad, se hizo, una y otra vez, la misma pregunta. ¿Quién soy
yo? ¿Quién es León Tolstói?
Hijo de nobles rusos y el cuarto de cinco hermanos,
León Tolstói quedó huérfano en su infancia y bajo la tutela de sus tías. En su
juventud, tuvo muy claro que no quería estudiar ni dedicarse a una vida
consagrada a la academia y que prefería, en cambio, ocuparse de la finca de
Yásnaia Poliana. En este transcurso, fue enviado a Kazán a estudiar Derecho en
la Universidad, carrera que cambió por la de Lenguas Orientales, que también
terminó abandonando.
Aceptando este fracaso en los estudios como una
liberación, pasó su juventud en Moscú y
en San Petersburgo, donde se entregó a una vida
ociosa y libertina donde el alcohol animó
las largas noches de juego, borrachera y sexo con
prostitutas, tal y como él mismo reconoció
en sus autobiografías Infancia, Adolescencia y Juventud, como también en Confesión.
En este periodo contrajo deudas y peligrosas
amistades. Mientras tanto, estalló la Guerra de
Crimea entre el Imperio Ruso y el Imperio
Otomano y sus aliados, los imperios británico y
francés, además del Reino de Cerdeña. Su hermano
mayor Nikolái le propuso acompañarle al frente de batalla en el Cáucaso,
petición que aceptó el futuro escritor. Ya en la región, descansó en unos baños
termales, donde se hizo amante de una cosaca.
Tolstói pidió permisos para
regresar a los baños termales donde, aburrido, comienza a dedicarse a la
escritura
A León Tolstói nunca le agradó el
ejército ni su ambiente. Es más, le desilusionó por completo. Sin embargo, Aleksandr
Bariátinski, comandante en jefe, reparó en él y lo reclutó como suboficial en
la misma batería de artillería en la que servía su hermano. Pudo conocer el
terrible sitio aliado a Sebastopol, la violencia de los combates, la
inoperancia del mando ruso, que perdió una guerra que, incluso con la ayuda de
las dos grandes potencias de Europa occidental, creía ganada. Antes de que
terminase el conflicto, Tolstói pidió permisos para regresar a los baños
termales donde, aburrido, comienza a dedicarse a la escritura.
En 1852 terminó el primer libro, el ya
mencionado Infancia. También comenzó a escribir sus diarios. De su relación
con la cosaca, los relatos escuchados y la experiencia vivida escribió novelas
y relatos inspirados en el contexto del Cáucaso y de Crimea, como la
novela Los cosacos o los relatos El sitio de Sebastopol y La tala del bosque, pero el recuerdo de aquellos días
nutrió para siempre su obra posterior en su descripción del ejército, de la
corrupción del Estado, del comportamiento libertino de los jóvenes, en especial
de los soldados, y de la violencia que vertebraba la sociedad rusa de la época.
Una de sus más grandes novelas, Hadjí Murat, escrita
en 1904 ya en su senectud y donde rescata en una demostración de maestría
literaria el final del guerrero checheno, es un buen ejemplo del poder
transformador que tuvo esta etapa en su vida.
Pues, a pesar de que regresó a la vida libertina
terminada la guerra, pronto sintió vacía esta forma de vivir, y decidió asentar
la cabeza definitivamente y dedicarse a la finca. Pero antes, Tolstói cosechó cierta fama tras la publicación de Los
cosacos. Viajó por países como Alemania, Francia y Suiza y llegó
a tener sus más y sus menos con otro maestro de la literatura universal, Iván
Turguénev, a quien retó a duelo en 1861, aunque finalmente se acabaron disculpando. No volvieron a dirigirse la
palabra durante los siguientes diecisiete años.
Sofía Behrs, mucho más que una esposa
Un año después del violento encontronazo con
Turguénev, Tolstói conoció a la joven Sofía Behrs, también
escritora y pionera de la fotografía. Aquella joven de dieciocho años quedó
rendida frente a un hombre hecho y derecho que contaba los treinta y cuatro
años, admiraba como escritor y acumulaba una personalidad tan intensa como sus
vivencias. En 1862 la pareja contrajo matrimonio. Fue el comienzo de una relación colmada de luces y de sombras.
A la escritura de la polémica
novela ‘Sonata a Kreutzer’, Sofía Tolstáia respondió con su propia novela, ‘¿De
quién es la culpa?’
Behrs fue su interlocutora, su copista y su
compañera, además de su mujer. Acompañó a su marido en sus aciertos y en sus
desatinos, que en multitud de ocasiones fueron notorios. León Tolstói, como le
sucedía a la mayoría de los hombres de aquella época, no era precisamente
demasiado igualitario: conforme envejeció, además, se volcó más en sus ideas
con un cierto sesgo totalitario, de manera que, por ejemplo, se negó a usar
preservativos ni a que su mujer usara las técnicas de anticoncepción de la
época. Ambos tuvieron trece hijos en común, abortos naturales al margen. De
ellos, solo ocho sobrevivieron a la infancia.
Ya desde la noche de bodas, Tolstói, una vez
casado, le permitió leer sus diarios a su mujer, quien al leer sus actos
durante la juventud se echó a llorar. Es probable que su admiración
hacia el maestro ruso se quebrase aquel mismo día. Así parece
reflejarse de los Diarios de la autora. No
obstante, hubo tiempos de felicidad conyugal y familiar que nutrieron la
relación de la pareja y la mantuvieron con mayor o menor grado de abnegación y
con ciertos arrebatos de abandono por parte de Sofía. A la escritura de la
polémica novela Sonata a Kreutzer, Sofía Tolstáia
respondió con la suya, ¿De quién es la culpa?
Tolstói llegó a afirmar que no creía en
el amor,
entendido como el amor romántico. El matrimonio ante el que se encontraba Sofía
Tolstáia no se pareció en absoluto a aquel idílico que describió el escritor
en La felicidad conyugal, que publicó lleno de pasión en
1858.
El tropiezo y la iluminación
Uno de los focos de tensión en el matrimonio
Tolstói tuvo que ver con la libertad de cada uno de los cónyuges para dedicarse
a su pasión artística. El cultivo de Sofía de la
literatura y la fotografía había quedado prácticamente desecado bajo el peso
del cuidado de la hacienda, de los hijos y del arrollador
carácter de su marido. Por su parte, Tolstói se sentía a menudo cuestionado por
su mujer y no en pocas ocasiones coartado en su libertad.
El escritor ruso se dedicó a hacer prosperar
Yásnaia Poliana y a desarrollar sus ideales pedagógicos hacia los hijos de los
campesinos, que en aquella época tenían, en muchas ocasiones, una situación más
que precaria: de hecho, podían ser vendidos como parte de la propiedad, aunque
no representen la figura del esclavo azotado y atado a unas cadenas que la
trata africana ha asentado en el imaginario popular. Dedicó esfuerzos
personales y dinero por enseñar e ilustrar a los niños que vivían en su finca,
así como a otros que viniesen de poblaciones cercanas. Fruto de esta
experiencia surgió la novela autobiográfica La mañana de un terrateniente,
donde comenzó a reflejar su decepción con las clases bajas, no siempre
inclinadas hacia el aprendizaje y el refinamiento intelectual.
De este periodo surgieron las dos obras
más leídas, Anna Karénina y Guerra y Paz, además
del grueso de su obra, entre la que destacaron libros como Dos húsares, Iván el tonto, Las memorias de un padre, El prisionero del Cáucaso, Resurrección, El cupón falso, Amo y criado y El padre Sergio,
entre decenas de novelas y relatos. Para sus hijos y luego para sus nietos
escribió multitud de fábulas y cuentos infantiles con moraleja y de gran
belleza.
Pasados sus cincuenta años de edad, Tolstói sufrió
una crisis vital. Nada le satisfacía, todo le resultaba vacío. Comenzó a
cuestionarse sobre quién era él y qué sentido tenía su vida. Buscó la respuesta
en la ciencia, en la fe, en la filosofía, nutriéndose de un poderoso acervo
cultural e intelectual. Como no encontró respuesta se propuso a buscarla él
mismo. Así nació el León Tolstói filósofo, moralista en su expresión más
literaria, y también su fecunda obra ensayística, que tan intensamente sigue
influyendo en personas de toda procedencia y periodo histórico.
Tolstói desencadenado: sus últimos días
En esta defensa de la ética y del conocimiento de
la realidad, Tolstói comenzó a exponer sus conclusiones y
su reflejo sobre la sociedad de su época. Antes, como otros
literatos como Dostoievsky, Gorki o Chernishévski, entre tantos, se había
limitado casi exclusivamente a esbozar este retrato tras la máscara de la
literatura, pero ahora había tomado el camino del propio Chernishévski, de
Herzen y de los filósofos para escribir su obra ensayística.
Nada le satisfacía, todo le
resultaba vacío, por lo que comenzó a cuestionarse sobre quién era él y qué
sentido tenía su vida
Terminó excomulgado por la Iglesia
Ortodoxa Rusa tras su crítica a la religión tal cual está
establecida y su revisión de los Evangelios. Escribió polémicos libelos y
ensayos como El reino de Dios está en vosotros y
Contra aquellos que nos gobiernan, en los que propone la
no violencia, la resistencia pacífica, el vegetarianismo y su crítica tanto al
capitalismo burgués como a los pujantes movimientos emanados del marxismo,
ambos por ser caras de la misma hipocresía que destruye el bienestar y el alma
humana, en opinión del genio ruso. No calló ante las misivas que le llegaban,
unas de apoyo, otras airadas, desde diversos rincones de Europa, y contestó con
fiereza a todas aquellas que consideró pertinente para defender sus ideas y su
posición política.
En 1901, con el nacimiento de los
Premios Nobel, le fue negado el primero, en parte, por su posición anarco
cristiana, causando un gran revuelo entre la intelectualidad del
viejo continente, quien no podían comprender el castigo a uno de los mayores
escritores de su tiempo. Tolstói respondió a este desaire afirmando que, de
haberle concedido el premio, habría donado el dinero a la causa antimilitarista
y a la protección de los insumisos que se negaban a cumplir el servicio militar
obligatorio, que consideraba una barbarie. Ni durante los años que le quedó de
vida ni tras su muerte recibiría jamás este galardón.
Sus últimos años fueron de gran angustia, en parte,
por el aumento de las tensiones con Sofía Behrs, quien se
negaba a que su marido dilapidase la fortuna familiar y la herencia de sus
hijos en sus nobles causas. Como rebelión a la negativa de su esposa a esta
decisión, el escritor abandonó el hogar, falleciendo en la casa del jefe de
estación de Astápovo, a los ochenta y dos años. Cuando su mujer llegó, una vez
avisada, no se le permitió entrar donde el filósofo estaba agonizando. «Amo a
todos», se dice que pronunció, como últimas palabras, para el sufrimiento
definitivo de su esposa.
¿Quién fue León Tolstói? ¿El literato, el filósofo,
el más que cuestionable esposo? ¿Quien, durante unas vacaciones en Crimea,
desilusionó a uno de sus grandes admiradores, Chéjov, al recibirlo con frialdad
y cierta sorna? ¿O la persona que influyó a personalidades como Gandhi? Su obra
y su existencia prevalecen por separado, en todo su esplendor y en toda su
complejidad, para mantener viva esta pregunta, probablemente, hasta la
eternidad.
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