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Orígenes

Estimados lectores con placer y profundo aprecio a la literatura los invito a descubrir mi blog Café y escrituras con humo, un espacio donde la literatura respira con una libertad genuina, y donde cada cuento, relato o poema está tejido con esmero, ofreciendo mundos y personajes que buscan resonar en el alma. Es un rincón de lucidez y libertad de expresión, donde no existe censura ni rechazo, (ni de editoriales ni de fanzines) sino un llamado sincero a explorar juntos las profundidades de la imaginación y del pensamiento. Los textos son gratuitos y siempre bienvenidos a nuevos ojos, con la esperanza de que encuentren en ellos una chispa de inspiración o reflexión. ¡Los invito a tomar una pausa, servirse una buena taza de café, y sumergirse en la esencia de cada relato! , poema o artículos de mi autoría o de los escritores invitados. A continuación, dejo el índice del contenido:
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jueves, 29 de mayo de 2025

CINCO FUEGOS QUE APAGAN UNA VELA !!!!!!!! ( soplando velitas ) ----- Enrico Diaz Bernuy

 

CINCO FUEGOS

QUE APAGAN UNA VELA
y la flama que nos acompaña…




Dicen que las amistades verdaderas no mueren, solo se transforman. Pero eso es lo que decimos cuando no queremos confesar que algo se rompió. Que lo que fue llama ahora es humo. Que lo que fue risa ahora es eco. A veces, cuando ya no queda nadie en la sala y todo está en silencio, uno se atreve a decirlo en voz baja: hay fuegos que no calientan; fuegos que apagan una vela.

La amistad, cuando es genuina, germina como una promesa involuntaria. No nace de la obligación ni de la sangre, sino de esa chispa silenciosa que ocurre cuando dos almas se reconocen en su extrañeza………… No se elige a un amigo como se elige una prenda, se lo encuentra. Y sin embargo, una vez encontrado, puede perderse con la misma facilidad con que una ráfaga arrasa una llama descuidada.

El primer fuego que apaga la vela es el de la envidia. No se presenta con nombre propio ni toca la puerta de frente. Llega disfrazada de sonrisa, de consejo o de elogio tibio. Al principio, uno no lo nota: todo parece igual. Pero en el fondo, la mirada del otro ya no es clara. Algo se ha nublado. Donde antes había celebración, ahora hay cálculo. Donde antes había abrazo, ahora hay distancia no dicha. La envidia no necesita grandes escenas. Le basta con instalarse en el hueco que deja el amor no correspondido, y desde ahí empieza a arder. Apaga la vela porque consume el oxígeno de la sinceridad. No deja hablar con libertad ni compartir sin miedo. Uno empieza a sentirse culpable de sus alegrías frente al otro. Y cuando uno se calla la alegría; la amistad empieza a morir.

El segundo fuego es la traición sorda, la pequeña deslealtad que no se confiesa pero se percibe. No hablo del puñal que uno espera del enemigo, sino de la fractura mínima que llega de quien uno creía aliado. Es una confidencia revelada, una promesa no cumplida, una defensa ausente en medio del ataque. A veces, la traición ni siquiera es activa; basta con la omisión. Con no estar. Con mirar hacia otro lado cuando debías sostenerme. Es un fuego tibio y constante, como una fuga de gas: no lo ves, pero al final asfixia. Uno puede perdonar una traición,……… pero no puede olvidar que ocurrió. Y cuando la memoria empieza a pesar más que el afecto, la vela titila, insegura…….

El tercer fuego es la desproporción. Dar sin recibir. O recibir sin dar. El desequilibrio desgasta hasta el lazo más fuerte. Hay amistades que se sostienen sobre una cuerda floja donde uno entrega todo y el otro solo habita. Uno escucha, acompaña, sostiene, pero nunca es sostenido. Y al principio, uno lo justifica: "es que está pasando un mal momento", "es su forma de ser". Pero con el tiempo, la cuerda se tensa. Y el que da se cansa. Porque hasta el agua más clara se agota si nunca se repone. Este fuego es menos visible, porque se esconde en el hábito, en la rutina del cuidado unilateral. Pero es fuego al fin. Apaga la vela lentamente, hasta que uno despierta una mañana sin ganas de llamar.

El cuarto fuego es el crecimiento. Sí, crecer también puede alejarnos. No porque el otro se vuelva enemigo, sino porque ya no compartimos el mismo lenguaje, los mismos códigos… Cambian los intereses, los miedos, los paisajes internos. Lo que antes nos unía ahora nos resulta ajeno……… A veces, uno quiere arrastrar al otro en su transformación, pero no se puede. Cada quien tiene su ritmo, su camino. Y cuando los caminos ya no se cruzan, el fuego se vuelve una brasa inútil: caliente, sí, pero lejana. Este fuego no arde con odio, sino con nostalgia. La vela se apaga porque ya no tiene sentido encenderla. Porque lo que iluminaba ya no está.

El quinto fuego (el más cruel de todos), es el de la lucidez. Ese instante en que uno ve con claridad. Cuando el velo cae. Cuando ya no hay excusas, ni afectos que maquillen la realidad. A veces, escribir te lleva hasta ahí. Como si cada palabra fuese una escoba que barre la niebla incluido a tus interiores. Con la lucidez, uno entiende por qué esa amistad ya no era tal. Comprende los gestos pequeños que había ignorado, las frases que prefirió no escuchar, las heridas disimuladas. Pero uno en el fondo es un memorioso y sueles poner atención en como se sentaba el otro o en que dirección ponía los pies…

Y entonces, no hay marcha atrás. Porque ver, verdaderamente ver, implica una pérdida irreversible. Este fuego no quema por rencor, sino por verdad. Y la verdad, cuando se revela tarde suele tener doble efecto en su dosis de crueldad, llega para consumar lo que estaba a punto de caer. Al  fin y al cabo la verdad no llega nunca desnuda, la verdad espanta: siempre viste el rostro de quien más detestas, y por eso duele, porque no viene a halagarte, sino a desarmarte…

Pero hay otro fuego, uno que no cabe del todo en estas cinco llamas, y que sin embargo puede ser más doloroso porque nace de lo concreto, (los hechos). Es el fuego del aprovechamiento.
Cuando un amigo te pide algo más allá de tus posibilidades —como ser su representante legal en un trámite delicado, sin considerar tu situación económica, tus límites, tu momento vital— y uno, por cariño, por compromiso o por no querer  decepcionar, acepta sin poder. Y luego se retracta. Ahí se rompe algo profundo…
No solo por el pedido insensible, sino por la contradicción que implica decir que sí y luego retractarse.
Ambos fallan: uno por pedir sin mirar, el otro por aceptar sin convicción, sin sinceridad.
Esa contradicción enciende un fuego breve pero feroz.

Uno siente que la amistad fue usada, que era solo un medio para un beneficio. Y después de eso, de aquella amistad, ya no queda nada. Nada. Y el vínculo se quiebra, no solo por la negativa, sino porque uno descubre que solo era amigo mientras servía a un propósito. Nada mata más la llama que saberse usado.

Cinco fuegos. Y uno más. Seis llamas que arden donde antes hubo refugio. Seis maneras de apagar la misma vela. A veces ocurre todo de golpe. A veces, uno enciende la vela una y otra vez, con paciencia, o con fe. Pero el fuego es traicionero. Y si no abriga, destruye.

Escribir sobre esto es también encender otra clase de llama: la que no busca iluminar al otro, sino entenderse a uno mismo. Pero incluso eso tiene su precio. Porque cuando uno escribe desde la herida, desde el desengaño, desde el encaro de las falencias de uno mismo o desde esa lucidez que duele más que la mentira, también empieza a alejarse de ciertos espacios. Lo que uno gana en claridad, lo pierde en pertenencia. A veces, escribir es como volver a casa con una vela en la mano, solo para descubrir que ya nadie vive allí.

Y uno se queda así, con la vela apagada, contemplando el humo que sube por las paredes anaranjadas de tu cuarto. 

No hay rencor, no hay odio, simplemente ya no hay amigo

 A veces, perder una amistad no es una tragedia. Es un cierre, es como un acto de amor propio. Un gesto de verdad. Porque no todas las velas deben seguir encendidas. Algunas deben apagarse para que podamos ver la luz que nace desde adentro.


Y entonces, en ese silencio, en esa penumbra recién asumida, uno comprende que no está solo. Que hay otras velas encendidas en otros cuartos. Que la vida —como la amistad— no se acaba con un fuego  emanado por una vela, más bien que ello de alguna manera interceda en nuestros adentros a reconsiderar que hay llamas más poderosas a las que podemos encontrar… Y no hablo de un lugar lejano al que tengas que viajar. Todo lo contrario; la flama de esa vela divina solo habita en el interior que nos acompaña, silenciosa como una doble alma que todos llevamos en nuestros adentros desde que hemos llegado hasta que nos vamos, y eso se llama paramatma…परमात्मा)

Enrico Diaz Bernuy

 

 

lunes, 19 de mayo de 2025


"Hay una especie de tristeza que surge cuando se sabe demasiado, cuando se ve el mundo como realmente es.
Es la tristeza de comprender que la vida no es una gran aventura, sino una serie de pequeños e insignificantes momentos, que el amor no es un cuento de hadas, sino una emoción frágil y fugaz, que la felicidad no es un estado permanente, sino un raro y fugaz atisbo de algo a lo que nunca podremos aferrarnos.
Y en esa comprensión hay una profunda soledad".
Virginia Woolf
 

jueves, 15 de mayo de 2025

Artículo de Enrico Diaz Bernuy | "Los Sin Voz !!!! | CONMUÉVETE BASURA |

 

ARTICULO SOBR EL MALTRATO ANIMAL  |  de Enrico Diaz Bernuy

 

 

 

 

No creo en el concepto de infierno,

pero si lo hiciese, pensaría en él como

lleno de gente que fue cruel

 con los animales

 

Gary Larson

 

 

 

La grandeza de una nación y

 su progreso moral

puede ser juzgado por la forma

en que sus animales son tratados

 

Mahatma Gandhi

 

 

Durante siglos, la humanidad ha intentado definirse a sí misma como una especie superior. En nombre de la civilización, ha levantado templos, rascacielos y sistemas jurídicos bastante ambiciosos y a veces poco fiables; ha trazado mapas del conocimiento y ha conquistado el espacio (teóricamente ha conquistado el espacio) mediante discursos bastante discutibles y filmaciones suficientemente  cuestionadas  como para dudar.  

Sin embargo, entre tanto alarde de grandeza, algo esencial se ha perdido: la capacidad de respetar la vida que no habla nuestro lenguaje, que no camina sobre dos patas, que no construye máquinas ni ciudades, ni mucho menos posee nuestro ego, pero que sí  siente, respira, sabe ofrecer amor, y sobre todo, sufre. 


El maltrato animal, generalizado y normalizado, es quizá uno de los signos más alarmantes de que hemos dejado de ser una civilización para convertirnos en una maquinaria que encaja en los cánones de cali yuga.

El maltrato animal no es solo una manifestación de crueldad individual. Es un fenómeno estructural que atraviesa industrias, políticas públicas, discursos culturales y hasta religiones. En sus diversas formas —desde la industria cárnica hasta los espectáculos con animales, desde la experimentación en laboratorios hasta el abandono doméstico— revela una ética fracturada, una sociedad desconectada de la compasión y del equilibrio ecológico. ¿Cómo podemos proclamarnos civilizados si sostenemos nuestro modo de vida sobre la tortura sistemática de millones de seres sintientes?

 Según el Diccionario de la Real Academia Española

Civilización es definido de la siguiente manera:

f. Conjunto de costumbres, saberes y artes propio de una sociedad humana. La civilización china, occidental.

Sin.:

cultura, mundo.

f. Estadio de progreso material, social, cultural y político propio de las sociedades más avanzadas. Los beneficios de la civilización.

Sin.:

progreso, adelanto, perfección.

 

Entonces si nos ajustamos estrictamente a lo que dice el Diccionario podríamos determinar que la idea de civilización  esta ausente en estos tiempos.

Por otro lado, me permite dilucidar que todo empezó a desfigurarse bajo el peso de la industrialización, el colonialismo, el capitalismo salvaje y la técnica erigida como fin en sí misma. El declive comenzó desde el siglo XIX, y algunas claves que sustentan esta idea son evidentes:

―La Revolución Industrial: con ella, el hombre dejó de ser el centro para convertirse en un engranaje más de la máquina. El trabajo se deshumanizó. Se empezó a devastar la naturaleza a una escala sin precedentes. El tiempo dejó de ser cíclico o espiritual para volverse un horario productivo.

―El colonialismo "civilizador": Europa justificó el saqueo de pueblos enteros bajo la máscara de llevarles "la civilización", cuando en realidad impuso modelos económicos y culturales que aniquilaron cosmovisiones milenarias.

―El positivismo como religión moderna: la razón técnica suplantó a la ética. Se creyó que todo lo que podía medirse era verdadero. Las emociones, la espiritualidad y los vínculos fueron relegados. Se instauró la dictadura del dato, anticipando lo que hoy vivimos con los algoritmos.

―El nacimiento del capitalismo globalizado: el siglo XIX marca la consolidación de un sistema donde el valor de las cosas ya no se basa en su utilidad ni en su belleza, sino en su capacidad de generar dinero. La bolsa reemplazó al ágora. El mercado, al templo.

Y todo este proceso histórico de insensibilización estructural tiene hoy sus expresiones más crudas y cotidianas. Recientemente, en la ciudad de Trujillo, Perú, un individuo, tras una acalorada discusión con su enamorada, se cruzó con un pequeño perro que caminaba amigablemente moviendo la cola. Metros más allá, vio a otro perro más grande suelto en la calle. Entonces, este sujeto tomó al perrito pequeño y, en un acto de crueldad y cobardía inaudita, lo arrojó repetidas veces al suelo hasta quitarle la vida. Una vez logrado su objetivo, se marchó caminando con total tranquilidad.


Toda esta escena fue documentada por medio de un video y los testimonios de testigos que no hicieron nada. Lo único que se logró fue viralizar la noticia, pero sin que ello tuviera efecto alguno en la captura del agresor.

Esa es la sociedad que hemos construido: una que observa, graba y comparte, pero que ha perdido la capacidad de reaccionar éticamente. La maquinaria del progreso técnico y económico continúa girando, pero su corazón —si alguna vez lo tuvo— no solo está oxidado por la indiferencia, esta en estado de putrefacción.

Esta clase de impunidad se debe a un vacío jurídico eficaz. En otras palabras, la cabeza del organismo —nuestra sociedad— está enferma y putrefacta. Estamos atravesando un proceso de descomposición. Basta ver cómo, en los noticieros, tiene más trascendencia un carterista o un fulano infiel que arma un show tragicómico, mientras que las noticias sobre el abandono animal o los asesinatos de nuestros hermanos menores no tienen ninguna resonancia. Ni siquiera entre quienes se jactan de tener agudeza mental y sensibilidad, o se autoproclaman directores, jefes o jefaturas vivientes —como si se tratara de títulos nobiliarios— y se adjudican el derecho de enarbolar una supuesta sensibilidad superior.

Esa sensibilidad, en la práctica, está más dedicada a rendirse culto a sí misma mediante el alarde, dejando mucho que desear frente a la creciente insensibilización que nos corroe. Probablemente, desde el siglo XIX hemos dejado de ser una civilización para convertirnos en una maquinaria tecnocrática y mercantil que destruye solapadamente todo aquello que no puede convertir en espectáculo ni monetizar.

Si el 15 de mayo se celebra el Día de la Familia, entonces también debería incluirse a los animales que conviven con nosotros como parte del entorno familiar, como integrantes con quienes compartimos afectos, rutinas y silencios. Negarles ese lugar es seguir replicando una mirada que excluye y jerarquiza según el beneficio que puede obtenerse.

Y si hacemos un poco más de historia en este recuento occidental, podemos apreciar que, desde la antigüedad, el pensamiento dominante ha colocado al ser humano en la cima de una jerarquía que desprecia todo lo que no se le parece. Aristóteles consideraba a los animales carentes de logos, y por ende, inferiores. Descartes, siglos después, los llamó “máquinas sin alma”, negándoles cualquier capacidad de sufrimiento verdadero. Esta visión mecanicista, aunque ampliamente superada por la ciencia contemporánea, sigue impregnando la mentalidad moderna: los animales no son sujetos, sino objetos útiles o desechables.

Sin embargo, no todas las culturas compartieron esta visión. En muchas tradiciones orientales —como el jainismo o el budismo— los animales son considerados seres con conciencia, merecedores de atención, comunicación y, sobre todo, compasión. Y en algunos casos, veneración.

En pueblos originarios de América, África y Oceanía, la vida animal es sagrada, parte del equilibrio cósmico. La "civilización" moderna, en cambio, al imponer su paradigma utilitarista y productivista, ha globalizado una lógica de dominación y explotación que arrasa con toda forma de vida que no puede ser convertida en mercancía.

Frente a este panorama sombrío, ha surgido una resistencia global que plantea una nueva relación entre humanos y animales. El movimiento vegano, el activismo por los derechos animales, las campañas de concientización, el periodismo de investigación que expone las atrocidades de la industria, todos ellos representan una luz en medio de la barbarie.

Estas iniciativas no solo denuncian el sufrimiento animal, sino que proponen una ética del cuidado, una economía compasiva, una ciencia no violenta. También fomentan un nuevo lenguaje para nombrar a los animales: no como "recursos", sino como individuos. Este cambio de paradigma es, quizás, una de las revoluciones morales más importantes del siglo XXI.


La educación, en este contexto, juega un rol clave. Enseñar desde temprana edad el respeto a todos los seres vivos, promover una dieta consciente, visibilizar la vida emocional de los animales, son gestos que pueden transformar sociedades enteras. Porque lo que está en juego no es solo el bienestar animal, sino la posibilidad de una civilización futura que merezca ese nombre. En lineamientos  lingüísticos no merecemos el titulo de civilización si la población humana incurre en el deterioro o menosprecio a los animales que nos rodean.

-Mascota

En términos lingüísticos vemos que estamos frente a un problema de raíz cuando la Definición por la Real Academia Española  de mascota  es

Del fr. mascotte.

f. Persona, animal o cosa que sirve de talismán, que trae buena suerte.

Sin.:

amuleto, fetiche, talismán.

f. Animal de compañía. Tienda de mascotas.

Sin:

animal1.

f. And. Sombrero flexible.

Normalmente los animales que acompañan a un ser humano se  convierten en sus amigos, hermanos menores e  incluso hasta en un hijo mas en la familia, ese es el estatus en una persona sana.


Pero cuando al significado de la palabra mascota es vinculado según el diccionario con la palabra “cosa o con algo que trae buena suerte”, nos encontramos que el problema sigue siendo de raíz.

Entonces cuando una sociedad maltrata, explota o ignora el sufrimiento animal, lo que hace, en realidad, es romper el espejo donde podría ver su propia humanidad. Cada jaula, cada matadero, cada experimento doloroso, cada abandono en la calle, es una grieta en el edificio moral que decimos habitar. No somos civilización si nuestro bienestar se construye sobre la sangre de quienes no pueden defenderse.

Recuperar la compasión, resignificar la palabra civilización, asumir la responsabilidad de ser una especie con poder, pero también con deberes, es una tarea urgente. La historia futura nos juzgará, no por nuestras obras arquitectónicas o los libros de nuestras egoicas elucubraciones y "egoicas elucubraciones"...,  ni por nuestros logros tecnológicos, sino por cómo tratamos a los más vulnerables, a los sin voz, a los que simplemente querían vivir y darnos amor.  Amor...

Enrico Diaz Bernuy

Un poema para todos los perros del mundo | de Enrico Diaz Bernuy | Lima, Perú. 2025

 Si recoges un perro hambriento y

lo haces próspero, no te morderá.

Esa es la principal diferencia entre

un perro y un hombre

Mark Twain



Hasta que uno no ha amado un animal,

una parte del alma sigue

 sin despertar

Anatole France


Los amigos sin egos

Dedicado a los perros

 

La tierra del errante, y del sueño,

Habita en el pelaje de nuestro Hermano menor,

Lúdicas y lúcidas muestras de otros conocimientos,

Una travesía, influjos en las extensiones de su olfato,

Su intuición, su Sabiduría y sus juegos,

Ellos suelen acompañarnos,

Con su cuatro patitas, llenos,

Y sin verbo logran como los Querubines,

Decirnos o hacernos sentir, protegidos,

Que muchas veces ellos son los indefensos,

Ellos los sintientes, ellos son  sin egos,

Y llenos de ese puro amor a quien esté con ellos.

De influjos y bravíos una Escuela,

Donde la mayor lección, es ser un Hogar,

De extensiones en la ciencia de un juego,

La espiritualidad de un palpito, con los silbidos que ellos atesoran,

Como un abrazo hasta lo más alto;

En el cielo  de su naricitas, y sus abrazos…

 Enrico Diaz Bernuy

miércoles, 14 de mayo de 2025

 

Si realmente el sufrimiento diera lecciones,

el mundo estaría

poblado solo de sabios”.

 Freud

jueves, 1 de mayo de 2025




 

Según mi criterio, hay dos clases de poeta...

Existen, en esencia, dos arquetipos de poeta. El primero es aquel que domina los saberes lingüísticos y, con astucia calculada, se amolda a las preferencias del jurado para obtener premios y reconocimientos. Es el poeta funcional al sistema, instrumento de una prostitución institucionalizada de  la literatura,  (el vendido).  

El segundo, en contraste, habita al margen, ya sea por elección consciente o por una ajenidad natural al engranaje cultural dominante. Prescinde de la necesidad de ser publicado, pues su aspiración no radica en la difusión ni en el prestigio, sino en la epifanía misma del verso logrado. Para este creador, el nacimiento del poema constituye su consumación total: ha dicho lo esencial y ha cumplido su sentido en el acto mismo de ser concebido. 

Enrico Diaz Bernuy




SALVO MUY POCAS EXCEPCIONES