dedicado al poeta, escritor y streaming
Guillermo Gutiérrez Lymha
La esencia del
artista, en muchos casos, está ligada a un empoderamiento personal, basado no
solo en la creación estética, sino también en la adhesión a ideologías —y a
veces a verdaderos dogmas— que configuran su visión del mundo, (el
ensimismamiento) Esta individualidad exacerbada, esta necesidad de ser una voz
única e irrepetible, termina generando un terreno donde los pequeños grupos
—los grupúsculos— proliferan, y cada uno lucha, consciente o
inconscientemente, especialmente por su propio liderazgo y legitimidad. Dejándonos
un panorama tan desolador como un infierno Luminoso.
La historia del arte y la literatura ofrece
abundantes ejemplos de esta tendencia a la división. Basta recordar las
vanguardias de principios del siglo XX. Movimientos como el futurismo, el dadaísmo,
el surrealismo, el expresionismo y otros, aunque compartían ciertos ideales de
ruptura con el pasado, terminaron desgarrándose en múltiples direcciones. Cada
manifiesto artístico era en el fondo, una declaración de independencia más que
una invitación a la unión.
El futurismo italiano, liderado por Filippo Tommaso
Marinetti, proclamaba la adoración de la velocidad, la tecnología y la
violencia. Mientras tanto, los dadaístas de Zúrich, como Tristan Tzara y Hugo
Ball, buscaban una anti-arte nihilista, una negación total de las convenciones.
Entre ellos no había posibilidad de alianza profunda: sus visiones eran
mutuamente excluyentes.
Incluso dentro de un mismo movimiento, como el
surrealismo, surgieron tensiones. André Breton, autoproclamado "Papa del
surrealismo", expulsó a numerosos miembros del grupo por diferencias
ideológicas o personales. René Magritte, Salvador Dalí, y hasta Louis Aragon,
fueron figuras que en algún momento chocaron con Breton. La necesidad de
destacar, de preservar una ideología "pura" o simplemente de seguir
el propio camino, disolvía cualquier tentativa de unidad.
Tampoco es casual que el ego sea un tema recurrente en
las biografías de artistas y escritores. El ego, en su forma creativa, impulsa
la obra; en su forma destructiva, impide el encuentro genuino con los otros.
Cada artista, ensimismado en su propio mundo interior, en su propia
"verdad", tiende a ver las diferencias no como matices
enriquecedores, sino como amenazas a su identidad.
Recordemos el caso de la llamada "Generación
Perdida" en París. Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y
otros compartían espacio y época, pero las rivalidades, las críticas soterradas
y las peleas de egos fueron constantes. Hemingway, por ejemplo, rompió su amistad
con Fitzgerald y escribió sobre él de manera poco amable en sus memorias.
Gertrude Stein, a su vez, fue famosa por menospreciar los talentos ajenos.
Aunque compartían un mismo tiempo y hasta ciertas angustias existenciales, la
unión sólida fue más mito que realidad.
Podría pensarse que la muerte, la última y más
democrática de las realidades humanas, sería capaz de hermanar a los artistas.
Pero ni siquiera ella logra, muchas veces, conmover a aquellos que se enarbolan
como portadores de una sensibilidad superior.
Un ejemplo claro es la relación entre Paul Verlaine
y Arthur Rimbaud. Tras vivir una historia de amor tormentosa, plagada de
violencia y traiciones, Verlaine jamás pudo reconciliarse realmente con el
recuerdo de Rimbaud, ni siquiera tras su muerte. En vez de honrar su genio,
Verlaine optó por mostrarse ambiguo, incapaz de rendirse ante el dolor o la
nostalgia.
Y por su puesto, yendo a caminos más contemporáneos
recientemente ha fallecido un poeta en Perú. El poeta Guillermo Gutiérrez en
completo abandono frente al Estado, incluso en abandono familiar, y social. Parece
un mal estigma en los artistas que están destinados a cargar.
Enterarnos que el poeta murió sin una enfermedad
conocida, una muerte repentina en condiciones de absoluta soledad, atragantado
en una cena solitaria no solo nos deja
una lección trágica, sino que esta tragedia se ramifica porque el cuerpo al
llevarlo a la morgue no iban familiares ni amigos. Pero los amigos al enterarse si aparecieron, un pequeño grupo comandado por los escritores
Edian Novoa , Mary Soto y Rodolfo Ybarra, quienes en un acto de absoluta generosidad
y civilización comandaron un activismo
para reclamar el cuerpo de la morgue. ¿Y
donde están todos los colectivos que se autoproclaman literarios o artísticos? ¿Dar
like, cuenta?
Aparentemente el poeta tenia un carácter áspero o
era un poco distante con los colegas, sea como
fuera los hechos es que en el proceso tramitologico (20 dias) para
sacarlo de la morgue terminó en una fosa común. Finalmente fue rescatado de esa
situación. Esta clase de escenas llenas de frialdad de los colegas deja mucho
que pensar. Frente a las instituciones y frente a nosotros mismos, no me
refiero únicamente a su muerte, sino a
cómo vivió. ¡como si estuviéramos en la torre de Babel! En resumen: en el Perú,
solidaridad, unión , muestras de respeto, muestras de cariño solo lo recibes
cuando mueres. Y como dijo el escritor Rodolfo Ybarra, ¡En el Perú te mueres y
te sigues muriendo!
También podemos recordar que incluso dentro de
movimientos o escenas aparentemente cohesionadas surgen divisiones tajantes.
Pensemos en los grupos literarios de América Latina en el siglo XX, como el
famoso "Boom latinoamericano". Mario Vargas Llosa, Gabriel García
Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes parecían formar una hermandad de
talentos. Pero las diferencias políticas —por ejemplo, la ruptura entre Vargas
Llosa y García Márquez— dejaron en claro que la unidad tenía límites muy
frágiles.
Es como que cada círculo, tarde o temprano, tiende
a cerrarse sobre sí mismo, como una torre de marfil. Se fragmentan en pequeños
clanes donde, aunque se hable de solidaridad artística, lo que realmente se
persigue es la primacía simbólica: quién dicta el canon, quién marca el rumbo,
quién es el verdadero "elegido".
En el arte contemporáneo, los colectivos de arte,
surgidos en parte como reacción al individualismo exacerbado, también han
demostrado ser efímeros o conflictivos. Los movimientos de arte urbano o las
cooperativas artísticas funcionan bien mientras hay un enemigo común —el
sistema, el mercado, la censura—, pero
una vez que se alcanzan ciertos logros o notoriedad, las diferencias afloran y
se disuelven las alianzas. Casos como los grupos literarios actuales es prácticamente
la lista es interminable, me consta.
La raíz del problema quizá resida en que el arte,
en su núcleo más puro, es un acto de rebelión solitaria. Cada artista confronta
al mundo desde una óptica única. Pretender que todos marchen al mismo ritmo,
con las mismas banderas, es negar esa esencia. Es por ello que también se me viene a la memoria cuando el cantante y poeta
Guille Lirick me dijo: Enrico, tú crees que algún día se unan todos los
colectivos artísticos y literarios
Le respondí que eso es casi imposible, jamás ha ocurrido
y jamás ocurrirá…
Incluso los intentos de formar "manifiestos
colectivos" —como el de los surrealistas, o el "Manifiesto
Comunista" en su versión cultural— terminan siendo apropiados y
reinterpretados de maneras múltiples, divergentes y a veces contradictorias. La
naturaleza del arte es, en última instancia, irreductible a la uniformidad.
La nobleza del sueño de un gremio de artistas sigue
viva, porque habla de una necesidad humana profunda: la de no estar solos en un
mundo social donde eres relegado, minimizado o invisibilzado (no es vendible
decir cosas profundas)
Pero la historia nos enseña que la fragmentación,
el ego y la lucha por el liderazgo, especialmente LIDERAZGO son fuerzas más
poderosas que el deseo de unidad. Principalmente el Liderazgo. LIDERAZGO.
(¡¿espejito, espejito, quien escribe más bonito?!).