Intentos órficos para las letras y las bellas artes

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jueves, 12 de marzo de 2020

Relato breve de Enrico Diaz



El hundimiento del silencio 
para la claridad

(episodio III)

Relato breve



En aquel tiempo logré algunos poemas, pero para ella, yo era inexperto. Yo sabía que iba por buen camino, pero todo lo hacía mal. Me refiero a los versos.
La extensa lista de poemas que le compuse, eran versos faltos de experiencia y poca profundidad, pero en el fondo sabía que debía continuar. No creo que esa haya sido la única loca razón para seguir en esto. Había algo más. El alma de poeta latía en mí ya desde esos momentos de ornamentos.   
Ese poco tiempo con ella  pasó rápido.  Cuando quise buscarla, ya no la hallé.  
Que si me arrepentí, —claro que lo hice—.  Y solo me quedé con mis poemas mal hechos, como grandes errores en el desván que se juntaban, con la imagen imaginaria, en la que ella solía aparecer.  Quizás para hacerme recordar que jamás la volvería a ver en persona.  —No sabía su segundo apellido—.
Creo que  nos conocimos poco, y nos amamos, o la amé. Sea como fuera; los  lápices que caen por los escondites de mi mente ya desde esa época,  tenían el mismo significado o geografía en el pulso de mi mano derecha. Mi mano escribidora de enramadas a  efectos verticales. A veces mi mano izquierda no se enteraba de nada. Al fin y al cabo ella no estaba, los versos mal hechos se quedaron aquí y al final me quedé con nada. De todo me deshice, como para resarcir al destino.  
Ambas manos con una intuición descomunal se solidarizaron conmigo y,  como sabían que por fin estaba solo, decidieron construir nuevos hechos indubitados.
En esa época muchas cosas las arrojaba. Mi vida recién comenzaba. Así que de la misma forma en que los inicios el ímpetu, no se ocultaba. Hoy a los escritos los restauro, los corrijo, los someto  a trasformaciones o experimentos  del instante.  Resultado de ello es que no le complace a los literatos, —pero yo soy feliz así. ‹‹Una felicidad parecida cuando  ella venía a mi imaginación…››.
A pesar que ella no estaba. Su mirada y su sonrisa varias veces impele  a mi mente. La suavísima textura de su piel dulcemente morena,   aparecía y desparecía como un lejano eco de alguna caverna que se encontraba en mi corazón. Un mal amigo me dijo que él había oído decir “a alguien”,  que ella había fallecido hace tiempo.
No le creí, pero sentía que jamás la volvería a ver, (ni siquiera por foto).   
El tiempo pasó y empecé a creer en la reencarnación, que el azar no existe y que todo lo acertado o desacertado es resultado de una ecuación diferencial en la que uno interviene. Así que la posibilidad en verla, jamás la descarté, sea en esta vida “o la próxima”.   Y como dije anteriormente: el tiempo pasó,  hoy recién tengo noticias de ella. La primera foto que vi de ella es su espléndida sonrisa, con  el mismo brillo de sus ojos al lado de una hermosa familia.     Y aún conservo la idea de conversar con ella algún día, desconozco que pueda ocurrir si estuviéramos frente a frente. Solo sé que cuando vi su fotografía actual, mi pecho tembló en latidos. Puse mi mano izquierda sobre mi pecho, temí sentir dolor. Sólo sentí muchos de mis latidos sobre mi mano lleno de dudas, y diversos sentimientos que son difíciles de examinar.   Sin embargo, apelo a la reciprocidad, que si fluyen las cosas o simplemente todo es  parte de un pasado cuyo lugar ya ocupa  mi corazón. 




jueves, 30 de enero de 2020

LAS CINCO PREGUNTAS QUE JAMÁS TE LAS HARÍA (Ficciones) Enrico Diaz.





Uno de los alumnos de Heidegger le preguntó:  ¿qué
consejos podría darles a las personas para que
sus vidas estén cercanas a la impecabilidad o a lo auténtico?
Visitar cementerios — respondió—.

&

O don Juan cuando afirmaba repetidamente que la muerte
 siempre está a un brazo de distancia de uno.
Y que la única verdad es su presencia, y quien ose
solicitarle consejos a la muerte, siempre pero siempre , será sabio. 
.


LAS CINCO PREGUNTAS QUE
JAMÁS TE LAS HARÍA






Entre las circunstancias de la existencia auténtica encontraras una sonrisa amorosa      
                    desde el fondo de tu miedo,  y el pleno sentir de ese mismo anhelo que hizo unirnos y que nos devuelve la razón para desear por un instante querer olvidarlo todo. 
   
     Así un día adoptamos una postura más confortable…, ¿recuerdas aquel día que visitamos un cementerio? —sentíamos tristeza—, quizás sentimos nuestra realidad... queríamos emborracharnos y nadie pudo escapar a sí mismo. Fue hasta que vi en mis manos algo sincero, auténtico. Sentí que algo acababa, no te lo dije porque creí que  ya lo  sabias… 
   
   Es parecido al mismo fin que cada noche experimento. A veces uno es consiente, uno se siente despierto y es grande el resplandor de ese encuentro de verse,  uno mismo cercano o imbuido a circunstancias de la existencia auténtica.       
    En donde encuentras una sonrisa amorosa, desde el fondo de tu miedo, y el pleno sentir de ese mismo anhelo.  Quizás hizo unirnos y  nos devuelve la razón para desear por un instante querer olvidarlo todo. ¿Se puede olvidar todo? Si estoy frente a este papel escribiendo estas cosas, tal parece que no. Al menos yo no puedo olvidar. Unirse a uno mismo en un recogimiento lleno en la grandeza con el bello silencio del corazón. 
  
    Entonces paso hablarte ahora del silencio. Un silencio que no abarca lo corpóreo. Ni mucho menos  esta masa muscular de tendones,  grasa y líquidos.  Es bueno especificar porque siempre se nos olvida que nosotros solo somos una sombra de este cuerpo, pero no somos este cuerpo. Y ya sabemos que lo que se basa en este cuerpo tiene un final, arrojado al factor tiempo,  y en su base,  un fundamento fruitivo de único destino: perecer. A pesar de este perecer o derrumbamiento aun así se basan relaciones sociales, relaciones sentimentales, relaciones sexuales. Todo fundamentado en lo tangible, lo corpóreo, la tajada de sacar el anhelado porcentaje.  Ya sabemos a qué tipo de porcentaje va esa insustancial felicidad: hacia tu número de cuenta bancaria  o tus genitales o porcentaje para comprar halagos, ¿sabes a lo que me refiero, no? A la felicidad efímera de decir, "hinchado de pecho": yo soy el más pendejo que todos. La pendejada. Pero en el fondo tu sabes que todos estamos aquí porque “estamos cagados”. Te  identificas con nosotros.
     
    No se trata que nos refiramos al más atractivo de los cuerpos, así como el manjar más exquisito apetece, la misma exquisitez también empalaga por ese motivo esas mujeres abandonan a sus maridos o esos hombres abandonan a sus mujeres, se hartan del dulce. Cuando todo se basa exclusivamente   en el placer del paladar o de los genitales, ya sabemos cuál es el destino, el empacho.
     
     Ahora,  si tu me dices que no crees en el destino  puedes olvidarte de lo que te acabo de decir. ¿Te acuerdas de las increíbles y blandas nalgas de ella? en realidad es increíble que te hayas hartado,  que decidiste largarla de tu vida. Te acuerdas cuando elogiabas sus senos pequeños que parecían,  "pequeños copos de nácar y miel a la vez".  —Parecías un poeta—

    Recuerdo cuando una vez te vi abrazándola,  dándole un beso enorme. Me sentí orgulloso por tu felicidad. Pero claro, ese tipo de cosas jamás te lo diría. Ella esperaba que la saques del hoyo de donde vivía ¿continuamos hablando del dinero o lo tangible?    —Parece que sí. 
Recuerdas cuando una vez me  dijiste: Enrico por que no pintas mujeres que carguen un letrero al cuello que diga: —quiero que me saques de este distrito—. 

    También quiero contarte que tengo una amiga que la veo muy poco.  Ella siempre dice que me adora, me quiere muchísimo. Incluso es de la clase de chicas inexpresivas parcas, aun así ella me dice esas cosas. Por su puesto que yo también correspondo a sus palabras.
     
     Ella es un encanto,  evito verla porque sé que me puedo enamorar,   o quizás ya lo esté. Solo que no quiero aceptarlo, el punto es que ella —no puede con su vida—, triplica los problemas que yo pueda tener en mi vida. Las pocas veces que la veo siempre trato de darle la mano. 

     Luego las sensaciones de pistantrofobia siempre se asoma  una sensación  de pena enorme al despedirme de ella…  Cuando la abrazo al despedirme respiro su respiración, me enternece. Acaricio sus brazos al decirle: nos vemos pronto. Pero nunca es así.
      
     Tres días después, me la imagino en mi cama. Y una vez más las conexiones a este cuerpo se revelan de forma rotunda  para terminar en mis genitales. Pero ser consiente de estas cosas ya cambia las cosas. 
      
    Abrir los ojos ante uno mismo pone a prueba lo que eres capaz de dar... entre las circunstancias de la existencia auténtica encuentras una sonrisa amorosa desde el fondo de tu miedo.


Enrico Diaz
2020
Lima, Perú