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jueves, 5 de septiembre de 2024

Relato Breve | La ingeniería de las cadenas | de Enrico Diaz Bernuy

                                                 LA  INGENIERÍA
                  DE LAS CADENAS



Las ilusiones son peligrosas, no tienen defectos. 

Billy Wilder


Sin frutos, y al mediodía, el árbol de naranjo se mantenía en su lugar, como una antigua guardia de recuerdos. En medio de esta escena, Ciro alcanzó una conciencia que jamás había deseado, pero la distancia parecía la única manera de preservar su salud mental.   —Hablo del árbol de naranjo—.

Los días transcurrían, y con ellos, mensajes intrusivos llegaban a las puertas de su mente. Aparentemente, su vida se reconstruía a diario, pero en realidad, Ciro recorría un sendero interminable, donde las piedras se agrupaban en los oscuros meandros de su memoria, formando un todo complejo y abrumador.

 El árbol de naranjo, real en el jardín de su casa, simbolizaba la primera juventud de su mamá. Sus troncos rugosos y ásperos eran como marcas de un pasado distante.  Para Ciro, sin embargo, el árbol era una fuente de una nostalgia agotadora, reflejando la ausencia y los años perdidos más que cualquier vitalidad. (meditar en el pasado era vampirizante).

A punto de cumplir los 13 años, el reloj invisible en la mente de Ciro parecía a punto de estallar. Cada tic era un recordatorio de su fragilidad, manteniéndolo despierto en un estado de ansiedad constante. Anhelaba regresar a sus 12 años, a un tiempo de inocencia antes de que las responsabilidades sumado a  las sombras, se volvieran una carga pesada y en el medio de esa consistencia, él temblaba.

En su aldea, la tradición dictaba que a partir de los 13 años, los niños debían dejar de serlo. Esta costumbre, lejos de ser un rito de madurez, era una cadena mental que aprisionaba a todos. Aunque su origen no tenga tintes que enaltezcan  la condición humana, Ciro comprendía que escapar de ella requería enfrentar su peso.

Provenía de una familia numerosa: seis hermanos varones y cuatro hermanas. Como el menor, no tenía mucho valor para ellos. El hijo mayor cargaba con la mayor responsabilidad; si fracasaba, todo se derrumbaba. En su familia, el primogénito era casi una figura divina, mientras que los demás vivían en la sombra de su éxito o fracaso.

Ciro, la última sombra en esta jerarquía, guardaba silencio introspectivo. Nadie imaginaba que, a su corta edad, ya había experimentado un profundo despertar espiritual. Comprendía que su familia, atrapada en deseos insatisfechos y frustraciones, estaba perdida, encerrada en una jaula mental. Aunque las puertas de esa jaula estaban abiertas, nadie se atrevía a cruzarlas, por que nadie sabía que la jaula tenían puertas.

Mientras lidiaba con el torbellino de deseos truncos a su alrededor, Ciro decidió convertirse en el héroe de sí mismo. Su guía no sería su mente ansiosa, sino su inteligencia y su intuición. Entendió que las emociones de sus hermanos, sus frustraciones y deseos no cumplidos, (un anhelo profundo por alcanzar reconocimientos) eran las cadenas invisibles que los esclavizaban. Ciro dejó de sentir lástima por ellos y comprendió que esas cadenas eran poderosas, aunque invisibles.

El aroma del naranjo lo envolvía, dulce y cítrico, un recordatorio de lo efímero y hermoso. Pero esas fragancias también eran engañosas, como las sombras proyectadas por sus hermanos. La hipocresía, la falsedad y la lujuria por el poder y los objetos los habían devorado a ellos, y también a él. Debido a que él no podía expresar esta clase de males, sencillamente,  logró en Ciro un enjambre cuyas confesiones solo terminaban en el mismo destino; vivir  lo más lejos de ellos.

A pesar de sus 12 años, algo en él comenzaba a latir con fuerza. En medio de la oscuridad, encontró una motivación para buscar la luz y la redención. Aunque su entorno estaba lleno de personas con habilidades demoníacas, Ciro hallaba en esa oscuridad la inspiración para buscar la claridad y la liberación para él y su familia.
Las mentiras de sus hermanos eran como redes llenas de peces agrios y malolientes, cuyo único destino parecía ser un festín amargo. Este banquete marino, con su sabor áspero y ácido, prometía una exaltación pasajera, pero pronto hundía a quien lo probaba en un subsuelo de espinas y arenas movedizas. Era como esa jaula mencionada antes, con puertas abiertas, pero de la cual nadie podía escapar… excepto Ciro.

Caminando por el sendero de piedras, y con una soledad aparentemente profunda, sumido en los meandros oscuros de su memoria, fue entonces cuando la vio. Una joven de mirada serena lo observaba desde la distancia, como si siempre hubiera estado allí, esperándolo o buscándolo… Sus ojos claros, alargados y penetrantes parecían ver más allá de lo visible.


“Sabes, Ciro”, —le dijo con voz suave, “la cadena de la lujuria por los objetos y el tormento de un deseo frustrado, (el más vil de todos), es lo que ha atrapado a tus hermanos. Esa cadena los arrastra hacia una furia, (una furia doble). De esa ira brota la ilusión total, y de la ilusión, la niebla de la confusión en la memoria (merma la inteligencia). Y todo esto es como finas hierbas que flotan sobre un pantano, engañan, sugiriendo un jardín… Cuando la memoria se desvanece, la inteligencia se pierde; y al perderse la razón, el alma se precipita al lodazal de la existencia, un pantano engañosamente cubierto por esas hierbas.”
Ciro, al escuchar sus palabras, recordó a sus hermanos y padres, cada uno de sus rostros venía a su memoria, la conmiseración lo invadió. Comprendió que todos estaban atrapados en esa danza amarga de deseos, pero de deseos no resueltos. Pero ahora, con las palabras de la joven resonando en su interior, la niebla se disipaba.

La joven sonrió con dulzura y, con la misma sutileza con la que apareció, desapareció como un susurro felino. Ciro, iluminado por esta nueva verdad, entendió que la jaula siempre había tenido las puertas abiertas. Dio un paso más allá, aceptando que su vida había estado marcada por una libertad que siempre estuvo allí, aunque no la percibiera.  Finalmente, cruzó la puerta hacia un destino nuevo, libre de las sombras de la jaula, aunque sus puertas siempre estuvieran abiertas para aquellos que encuentren la liberación con tan solo decir una palabra.

 

  Enrico Diaz Bernuy