La cena
Los días que no pude estar
frente a ella significaron en mi interior un terrible deseo de sentir el olor
de su preciosa cabellera castaña. Contemplar de cerca la forma de sus manos y
esa sonrisa tímida cuando no podía contener su alegría.
De qué manera podría olvidar
esa mezcla de flores y almíbares que impregnaban sus cabellos y cada poro de su
cuerpo sin imaginarme… ¿su dulce y ardiente mirada?
La última vez que conversamos
estuvimos en el lugar de siempre para tomar jugo de frutas.
Nos juramos por todos los
Dioses que nuestro próximo encuentro debería de darse en las afueras de la
ciudad, seguramente por Canta o Churin.
Debido a que ahí, el clima propone todo el esplendor de una exquisita luz e influenciaría a nuestros actos y en
el medio de esa fantasía que estuvimos compartiendo consecutivamente esta
última temporada, ya no me sentía del todo seguro que pueda hacerse realidad. Dado a que era tanta la felicidad.
Sólo imaginarme junto a ella me
parecía irreal que algo así pueda
suceder, al menos para mí. Cuando veo que las cosas son tan hermosas o tan
plenas; nunca son eternas y siempre sucede algo para dar el giro inminente,
para hacerme aterrizar con la realidad que mi felicidad solo puede permanecer
en instantes, y nada más.
Pero mi ego se resistía, y no
me quería aceptar a mí mismo. Ahora que
faltaba tan poco para volverme a ver con ella. Claro, si es que llega a presentarse
al lugar donde la cité.
Tampoco puedo olvidar aquella
vez que estuvimos tomando jugo mirándonos a los ojos. Conversando sobre nuestros proyectos
literarios.
En esos momentos mi mirada
recorría sus piernas incesantemente y fue ahí donde ella luego de un rato me
invitó a subir al segundo piso y en
tales circunstancias sensuales… nuestras manos se acariciaban como si
fuéramos lo único en el mundo. Cada peldaño que subíamos a nuestra habitación
soñada…
Pero nuestra amistad recién estaba iniciándose: Amándonos de tal forma que
dábamos riendas a nuestros deseos. Y por primera vez en mi vida tener su
cuerpo pegado al mío era sentirme como un ángel
de paz, un ángel creador de los más maravillosos sueños en cada minuto
que mi aliento recorría su cuerpo e inútilmente
deseaban eternizarlo todo, ahora veo que
repercutió en algo, en la medida que ahora no dejo de pensar en ella y recordar aquella
última cita.
Fue ahí donde entendí que la eternidad puede existir
pero desde otro punto de vista. Simplemente porque recordarla con cada día que
pasaba ya estaba cambiando mi vida.
Solo faltan dos días para la
cena soñada. Acabo de enviarle un mensaje a su correo personal. Su respuesta
fue inmediata y directa.
— Te
anhelo, tenerte, sentirte.
Solo tengo una cosa en mi
mente y son sus ojos rodeados de ese
enjambre de cabellos rubios y castaños que decoran la armonía de su rostro.
Cuando leí la frase “ te
anhelo, tenerte, sentirte”. El silencio me invadió y llenó mi aliento de
placer.
Sus ojos felinos y verdes…
atentos contemplarían como le recito algunos de mis versos… —Así me la imaginaba.
Solo tengo una cosa en mi
mente que estemos frente a frente, pero
mis deseos de carne, o mis deseos de sangre… poseen la imagen de su cuerpo
pálido y completamente extenuado que
nunca me detendría en seducirla.
Luego faltando un día para
vernos me envió un mensaje como para que lo vea todo el mundo por medio de aquella comunidad virtual. Solo yo sabía lo
que significaban esas palabras que entretejían otro mensaje oculto.
Yo conocía su sutileza… o su estilo narrativo, el verdadero
sentido que solo yo entendía.
Finalmente el día esperado llegó
y trajo consigo la cena. Charlar largo
rato. Subimos al segundo piso donde ya anteriormente había reservado una
habitación.
“Definitivamente las cosa más
hermosas en mi vida siempre suceden en el segundo piso de una casa”.
Cuando entramos no tardé en cubrirla con un abrazo, después
la solté para respirar de su aliento. Seguidamente con mi
brazo izquierdo me desvestí y con el derecho a ella; lento y firme, poco
a poco la rosaba por todas las partes de su tibio cuerpo, blando, tembloroso,
principalmente por sus senos medianos, excitados. Que me reclamaban en cada
latido y con ese ritmo no dudé en
desnudarla por completo.
Ella con la misma timidez de
siempre intentó protegerse apagando la luz, como si de esa manera se sintiera
más a gusto y cuando la oscuridad reinó…, sus labios me regaron con cada beso,
el beso más hermoso que solo puede dar una mujer cuando ama en silencio.
Esos besos que ardían con el aroma de su piel, invitándome a recorrer todo su cuerpo pero principalmente
con mis besos apasionados que se
dirigían a su vientre para buscar el
néctar de su esencia, y sin dejar más…, mis manos de escultor cogieron sus
piernas para ponerla de costado, por un lado, o por otro, diversas formas
mientras mi pene erecto no paraba de penetrarla.
Mis ojos ya no necesitaban ver,
mis labios no necesitaban besarla, escucharla gemir era el vórtice de mis
sentidos… aun así su lengua recorría mis
brazos.
Las horas como circulares
carreteras sobre su cuerpo dilatado
lleno de sudor formaba la figura de una escultura acuática.
Nos nutríamos de esa cena.
Solamente había pasado 3 días sin habernos visto y este encuentro maratónico de
nuestros besos y sus consecuencias; cada
vez la veía más bella con sus senos excitados, avivados. Y nuestros poros
copados de la escarcha de nuestra propia alma una que se unía a la otra en cada roce.
Otra parte encantadora era sus
piececitos fríos y delicados, tan
lozanos como todas las partes de su piel.
Cómo me gustaba tocarlos y conducirlos a que rocen la parte más excitada
de mi cuerpo para masturbarme y en esa posición donde la veo con las piernas
dobladas retorciéndose…, de nuevo vuelvo
a penetrarla, a complacerla, penetrándola cada vez más, con sujeción y arte.
Toda la experiencia obtenida en
mi vida me había conducido a ella.
Sentir el temblor de su cuerpo y ella sienta mi alma que la
llena por el resto de la noche eterna.