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jueves, 20 de marzo de 2014

LA CENA. -Relato breve-

La cena 

Los días que no pude estar frente a ella significaron en mi interior un terrible deseo de sentir el olor de su preciosa cabellera castaña. Contemplar de cerca la forma de sus manos y esa sonrisa tímida cuando no podía contener su alegría. 
De qué manera podría olvidar esa mezcla de flores y almíbares que impregnaban sus cabellos y cada poro de su cuerpo sin imaginarme… ¿su dulce y ardiente mirada?
La última vez que conversamos estuvimos en el lugar  de siempre para tomar jugo de frutas.
Nos juramos por todos los Dioses que nuestro próximo encuentro debería de darse en las afueras de la ciudad, seguramente por Canta o Churin.
Debido a que ahí, el  clima propone todo el esplendor de una exquisita luz e influenciaría a nuestros actos y en el medio de esa fantasía que estuvimos compartiendo consecutivamente esta última temporada, ya no me sentía del todo seguro que pueda hacerse  realidad. Dado a que era tanta la felicidad.
Sólo imaginarme junto a ella me parecía irreal que algo  así pueda suceder, al menos para mí. Cuando veo que las cosas son tan hermosas o tan plenas; nunca son eternas y siempre sucede algo para dar el giro inminente, para hacerme aterrizar con la realidad que mi felicidad solo puede permanecer en instantes, y nada más.
Pero mi ego se resistía, y no me quería  aceptar a mí mismo. Ahora que faltaba tan poco para volverme a ver con ella. Claro, si es que llega a  presentarse  al lugar donde la cité.
Tampoco puedo olvidar aquella vez que estuvimos tomando jugo mirándonos a los ojos.  Conversando sobre nuestros proyectos literarios. 
En esos momentos mi mirada recorría sus piernas incesantemente y fue ahí donde ella luego de un rato me invitó a subir al segundo piso y en  tales circunstancias sensuales… nuestras manos se acariciaban como si fuéramos lo único en el mundo. Cada peldaño que subíamos a nuestra habitación soñada…
Pero nuestra amistad  recién estaba iniciándose: Amándonos de tal forma que  dábamos riendas a nuestros deseos. Y por primera vez en mi vida tener su cuerpo pegado al mío era sentirme como un ángel  de paz, un ángel creador de los más maravillosos sueños en cada minuto que mi aliento recorría su cuerpo e inútilmente  deseaban eternizarlo todo, ahora veo que  repercutió en algo, en la medida que ahora  no dejo de pensar en ella y recordar aquella última cita.
Fue ahí  donde entendí que la eternidad puede existir pero desde otro punto de vista. Simplemente porque recordarla con cada día que pasaba ya estaba cambiando mi vida.
Solo faltan dos días para la cena soñada.  Acabo de enviarle un mensaje a su correo personal. Su respuesta fue inmediata y directa.
 —  Te anhelo, tenerte, sentirte.
Solo tengo una cosa en mi mente  y son sus ojos rodeados de ese enjambre de cabellos rubios y castaños que decoran la armonía de su rostro.
Cuando leí la frase “ te anhelo, tenerte, sentirte”. El silencio me invadió y llenó mi aliento de placer. 
Sus ojos felinos y verdes… atentos contemplarían como le recito algunos de mis  versos… —Así me la imaginaba.
Solo tengo una cosa en mi mente  que estemos frente a frente, pero mis deseos de carne, o mis deseos de sangre… poseen la imagen de su cuerpo pálido y completamente  extenuado que nunca me detendría  en   seducirla.
Luego faltando un día para vernos me envió un mensaje como para que lo vea todo el mundo por medio de   aquella comunidad virtual. Solo yo sabía lo que significaban esas palabras que entretejían otro mensaje oculto.
Yo conocía su  sutileza… o su estilo narrativo, el verdadero sentido  que solo yo entendía.
Finalmente el día esperado llegó y trajo consigo la  cena. Charlar largo rato. Subimos al segundo piso donde ya anteriormente había reservado una habitación.
“Definitivamente las cosa más hermosas en mi vida siempre suceden en el segundo piso de una casa”.
Cuando entramos  no tardé en cubrirla con un abrazo, después la solté para respirar de su aliento. Seguidamente  con mi  brazo izquierdo me desvestí y con el derecho a ella; lento y firme, poco a poco la rosaba por todas las partes de su tibio cuerpo, blando, tembloroso, principalmente por sus senos medianos, excitados. Que me reclamaban en cada latido y con  ese ritmo no dudé en desnudarla por completo. 
Ella con la misma timidez de siempre intentó protegerse apagando la luz, como si de esa manera se sintiera más a gusto y cuando la oscuridad reinó…, sus labios me regaron con cada beso, el beso más hermoso que solo puede dar una mujer cuando ama en silencio.
Esos besos que ardían  con el aroma de su piel, invitándome  a recorrer todo su cuerpo pero principalmente con  mis besos apasionados que se dirigían a su vientre para  buscar el néctar de su esencia, y sin dejar más…, mis manos de escultor cogieron sus piernas para ponerla de costado, por un lado, o por otro, diversas formas mientras mi pene erecto no paraba de penetrarla. 
Mis ojos ya no necesitaban ver, mis labios no necesitaban besarla, escucharla gemir era el vórtice de mis sentidos…  aun así su lengua recorría mis brazos.
Las horas como circulares carreteras sobre  su cuerpo dilatado lleno de sudor formaba la figura de una escultura acuática.
Nos nutríamos de esa cena. Solamente había pasado 3 días sin habernos visto y este encuentro maratónico de nuestros besos y sus consecuencias;  cada vez la veía más bella con sus senos excitados, avivados. Y nuestros  poros  copados de la escarcha de nuestra propia alma una que se unía a  la otra en cada roce.      
Otra parte encantadora era sus piececitos fríos y delicados,  tan lozanos como todas las partes de su piel.  Cómo me gustaba tocarlos y conducirlos a que rocen la parte más excitada de mi cuerpo para masturbarme y en esa posición donde la veo con las piernas dobladas retorciéndose…,  de nuevo vuelvo a penetrarla, a complacerla, penetrándola cada vez más, con sujeción y arte.
Toda la experiencia obtenida en mi vida me había conducido a ella.


Sentir el temblor  de su cuerpo y ella sienta mi alma que la llena por el resto de la noche eterna. 




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