Escribe @alepholo
Nietzsche,
el filósofo del individualismo y la voluntad de poder, escribió en Aurora:
"La forma más segura de corromper a un joven es instruyéndolo a tener más
alta estima por aquellos que piensan igual que por aquellos que piensan
distinto". Aquellos que piensan igual, en el pensamiento de Nietzsche,
tienen la mentalidad de masa de un esclavo, suelen ser perezosos y
cobardes; no se atreven a seguir el llamado sin cuartel de la tierra, el
fuego de su propio camino. Curiosamente, el "ecosistema
mediático" en el que vivimos, "fiesta expiatoria" y "juego
sagrado" que la sociedad ha inventado para llenar el vacío
de la "muerte de Dios" que Nietzsche tanto celebró, se rige exactamente por este modelo. El algoritmo de Facebook se basa en la proposición: si te gusta esto, te gustará esto otro, es decir, alimentando a las personas de lo que ya piensan. Se crea lo que ha sido llamado una "cámara de ecos" o una "burbuja de filtros". La generación like no es sólo la generación de los "me gusta", de la expresión de la opinión, es también la generación "alike", igual.
Vivimos en lo que
Roberto Calasso ha llamado "la sociedad secular", la religión de la
sociedad, de la opinión pública. Reina la Gran Bestia que introduce Platón
(curiosamente, un filósofo aborrecido por Nietzsche) en La
República para alegorizar a quien basa sus gustos y toma sus opiniones
de lo colectivo, a quien piensa que es "bueno" todo lo que le gusta a
la bestia y "malo" todo lo que le disgusta. Simone Weil escribe
sobre esta bestia social:
La Gran Bestia [la
sociedad, el colectivo], es el único objeto de idolatría, el único ersatzde
Dios, la única imitación de algo que está infinitamente alejado de mí y que es
yo.
A la sombra de la
"muerte de Dios", en una modernidad en la que el individuo
está en perenne búsqueda de sentido, pero ya no acepta lo
religioso y sin embargo no se basta a sí mismo, crece la Gran
Bestia social. Su crecimiento es el fracaso de la profecía celebratoria de
Nietzsche, si bien hay que decir que el filósofo alemán era consciente de que
el proceso de liberación individual que imaginaba tendría que atravesar
una serie de escollos poco menos que traumáticos.
En Schopenhauer
como educador, Nietzsche acuña uno de sus famosos aforismos:
habrá que cuidarse de "una época, que cifra su salud en la opinión
pública, es decir en las perezas privadas". Opinión pública, perezas
privadas. Nietzsche creía que su época se caracterizaba por esta
deleznable tiranía de la opinión pública, la suya había
sido "una era no regida por hombres vivos, sino por seudohombres
dominados por la opinión pública". Pero con júbilo y estruendo
él había sido el profeta del fin de esta era, de la era en la que había
imperado la moral cristiana, que el filósofo llamaba "platonismo para
las masas". Sin temor a equivocarse, uno puede estar seguro de que nuestra
era le provocaría una incontenible repugnancia. Nietzsche habla en el
mismo texto de sentir cierto asco al caminar por las calles europeas y ver
cómo la opinión pública regía a los individuos, quienes perezosamente se
ocultaban "detrás de costumbres y opiniones"; cediendo a la "demanda
de convencionalidad" que les hacía su vecino persistentemente, los
hombres parecían "productos de fábrica". Sólo puedo imaginarme la
reacción del filósofo si pudiera ahora navegar por las
"calles" de Twitter y Facebook, donde impera la tiranía de lo social
y el culto a lo políticamente correcto a una escala jamás vista,
justamente porque el hombre no ha sido capaz -y quizás no lo sea nunca- de
realizar una transvaloración de todos los valores y sigue necesitando de un
Otro, de algo más grande que él mismo para encontrar sentido, siendo incapaz de
la pura autoafirmación. "Después de la muerte de Buda, siguieron
mostrando su sombra por siglos en una cueva -una sombra, colosal,
horripilante", escribió en La gaya ciencia. Esa sombra del
dios muerto, es la sociedad secular -la opinión pública-. Nietzsche creía que
había que matar también la sombra de Dios. Esa sombra insidiosa que
hizo que Jung dijera que ahora los dioses son "enfermedades
mentales". Y que hace que ahora los grandes "líderes de opinión",
los CEOs de Silicon Valley, quieran convertirse ellos mismos en superhombres,
pero no ciertamente en superhombres nietzscheanos que aceptan trágicamente el
destino, con un amor fati, sino aquellos que quieren erradicar el
dolor, descarnándose y descargando su conciencia a una computadora, Homo
deus. ¿Y si todo esto lo que nos estuviera diciendo es que en realidad los
dioses nunca mueren -pues son nuestro propio instinto, lo más profundo de
nuestra conciencia-, y mejor que su sombra es la posibilidad de su esplendor,
esa ebriedad que no nace de la autoafirmación o de la voluntad de poder sino,
por el contrario, de la sumisión de la voluntad individual en una voluntad
universal o divina, abandonando el yo, haciéndose a un lado o vaciándose
para poder ser penetrado, lo cual es justamente la definición del éxtasis? Este
era justamente el sendero del amor, pues antes de la modernidad se tenía
el entendimiento del amor como caridad, compasión, ágape y no sólo
eros; un sacrificio, es decir, una ofrenda sagrada de la propia personalidad,
para donar el ser al amado y recibir así también su ser. Una pericóresis.
Por
último, regresando al principio, es necesario calificar la frase inicial
de Nietzsche. Ciertamente conformarse a la opinión pública, autocensurarse y
reprimir los propios instintos e ideas es una forma de corrupción del espíritu.
El deseo de pertenecer a un grupo, aunque anclado en la propia biología, puede
llegar a coartar la expresión vitalista de la individualidad en toda su
inclasificable diversidad. Pero habría que ser cautos en esto, pues
una forma más rauda y peligrosa de corromper el espíritu es vivir con una
actitud de rebeldía adolescente que no esta fundamentada en cierto nivel de
autoconocimiento y en cierta madurez estética y ética. En nuestra era el
libre albedrío, el hacer lo que uno quiere, el dar rienda suelta al placer
hedonista, se confunde notablemente con la auténtica libertad, que es más
bien la actualización del propio ser; no una elección, sino una
realización. La mayoría de las veces la persona que siente que está
siguiendo sus instintos está siendo persuadida o manipulada por el
ambiente mediático o social en el que se mueve. Paradójicamente, al menos
dentro de la civilización occidental, dentro de esta aldea tecnológica, el
hombre que quiere seguir su propia naturaleza hacia su máxima
expresión debe conocer su cultura y haberse educado para pensar
críticamente y decodificar las improntas de la sociedad de masas. De nuevo aquí
es Platón el que tiene la respuesta, pues el filósofo remarcó la importancia
de que la educación enseñara al hombre a pensar por su propia cuenta y le
permitiera abrir el ojo de la mente, con el cual puede discernir entre lo
que es mera opinión y lo que es auténtico conocimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario