Me hallaba en un lugar donde el suelo era de tierra y las paredes de roca. Aunque todo parecía indicar que estaba en una caverna, tenía la certeza absoluta de que no lo era. El aire impregnado de humedad, el silencio quebrado apenas por una brisa invisible, generaban una atmósfera tétrica. No podía quedarme quieto: sentía la necesidad de huir de aquel sitio, pero mis pasos eran tan indecisos como constantes, buscando una salida en ese túnel sombrío, donde la luz ambarina —como si proviniera de antorchas ocultas— esparcía un resplandor sepulcral, y sobre todo cargado de soledad.
Finalmente, mis pasos me condujeron a una abertura. Apenas divisé el enorme orificio de la salida, respiré un aire más fresco. Descubrí entonces que emergía del interior de una pirámide terrosa, sin duda una construcción ancestral. Me encontraba a mitad de la estructura, en una especie de escalinata con una plataforma lateral para caminar. Avancé con mayor seguridad, como si me hubiera librado de aquel encierro cuyo origen desconocía, pues no recordaba cómo había llegado hasta allí.
Unos metros más adelante vi otro orificio (como una entrada). De él salió corriendo un muchacho de unos diecinueve años, vestido con uniforme escolar. Su rostro indígena estaba desfigurado por el llanto, y sus ojos, al cruzarse con los míos, revelaban el espanto de quien acaba de atravesar una pesadilla insoportable. Sin detenerse, huyó hacia el exterior. Segundos después apareció una muchacha algo menor que él, también llorando; pero su rostro, además de bañado en lágrimas, mostraba las huellas de haber pasado una brutal paliza. Llevaba el cabello largo y lacio, despeinado, y al verme giró la cabeza con un gesto rápido antes de correr tras el joven.
Me acerqué al lugar de donde habían salido: una caverna en el interior de la pirámide. Entré movido por la curiosidad y encontré un espacio inhabitable: leña amontonada, excrementos dispersos, un hedor nauseabundo y una atmósfera de encierro que más parecía sala de tormentos que refugio. Me retiré de inmediato, aunque unos metros más adelante descubrí otro pasadizo que descendía hacia un nivel inferior. La curiosidad me venció y lo seguí, adentrándome como si una parte de mi deseara buscar al corazón de la pirámide.
Ese túnel me condujo a un corredor que desembocaba en otra caverna. Allí, a la distancia, comenzaron a llegarme sonidos infantiles: risas, murmullos, voces de niños jugando o conversando El contraste con la atmósfera macabra del lugar me estremeció, pero la intriga me obligó a avanzar. Al llegar, descubrí un grupo de pequeños, de entre nueve y doce años, que conversaban y jugaban sin reparar en mi presencia.
Una voz interna me advirtió que no los interrumpiera. Permanecí inmóvil, aunque la urgencia de escapar aumentaba en mi interior.
Cuando por fin me disponía a alcanzar otra salida que había divisado, los niños se percataron de mí. Me rodearon y comenzaron a hablar en una lengua desconocida, sus miradas oscuras transmitiendo hostilidad. Uno de ellos se abalanzó y me sujetó la mano con fuerza inusitada, mientras pronunciaba palabras incomprensibles pero cargadas de agresividad. Entonces lo comprendí: aquello no eran simples niños…
Sus fuerzas eran desproporcionadas a sus cuerpos; pronto se lanzaron contra mí, golpeándome y sujetándome con violencia. En medio de la confusión, noté cómo uno de ellos estiraba su brazo con una elasticidad antinatural, revelando lo monstruoso bajo el disfraz infantil. Un escalofrío me recorrió, y en ese instante me convencí de que estaba atrapado en un sueño.
La lucha se volvió frenética. Usé toda mi fuerza contra ellos, golpeándolos con la brutalidad con que se enfrenta a adultos, sin piedad, pues su aspecto era solo una máscara para ocultar lo inhumano. La certeza de estar soñando me dio la frialdad necesaria para aplastar cráneos y destrozar cuerpos que, a pesar de su apariencia infantil, eran engendros monstruosos.
Finalmente logré zafarme y salir de aquel lugar. Mis pasos eran pesados, exhaustos, como si cada huida me costara la vida entera. Al recobrar el aire, me asaltó una duda abismal: ¿había sido todo aquello un sueño o, acaso, este estado de vigilia en el que me encontraba no era sino otro sueño dentro del sueño?
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