©Enrico Diaz Bernuy
SUCUERPOERABLANDABLANCAYTIBIA
Ya no podía esperar a la noche, mi sangre recorría con más fuerza y mi piel hervía, su mirada ingenua oscura y temblorosa a la vez… provocadora: me envolvió con su sexualidad, hace tanto tiempo la venía deseando y tenerla frente a mí me llenó con su paisaje de tenerla desnuda.
La arrastré en un mar de palabras. Le narré incontables cosas en la que venía soñando y al final del túnel siempre la veía a ella, — con eso se sintió alagada—, quería marearla, como a todas las mujeres, envolverla en el mar de las palabras que puedan hacerla sentir la reina de un mar encantado.
El latido de su corazón agitaba sus senos brillantes, sudorosos como el rastro cristalino que hace las olas del mar. Mientras que su diminuta prenda íntima la froté con mis dedos con lentitud y arte. Como si la tela se desasiera en mi piel, sus gemidos me suplicaban, luego quedó más desnuda que nunca. Empezó a implorar que me detenga y eso me estimuló más… ser más rudo con ella comenzando por esa ubérrima cabellera castaña y húmeda de tantos esfuerzos que luchaba para quitarme encima sin embargo yo ni siquiera comenzaba recién estaba calentando motores.
Su cuerpo era blando, blanco y tibio. Sus latidos habían llegado a sentirlo solo con mirarla, y ella estaba agotada y la figura blanda y tibia de sus piernas poco a poco las abría cada vez más abierta y me embargaba, me absorbía y me estrangulaba…
Una vez más me sentí un demonio, un creador, o un devorador de la belleza que se encontraba entre sus dedos y entre sus piernas y entre la saliva que me coronaba agradeciéndome y sus suspiros jadeantes unificados con los míos. De alguna manera nos hicieron un ser lleno de insaciable apetito… por devorarnos a nosotros mismos.
En esos momentos habían pasado tres horas y recién comenzábamos…