EL TAROT AMUNN
Aquel que culpa a otros tiene un largo
camino que recorrer en su viaje…
Aquel que se culpa a sí mismo,
está a mitad de camino…
Aquel que no culpa a nadie
ha
llegado a su destino.
Proverbio chino
I
La máquina de escribir era un artefacto que la mantenía anclada al
presente, un refugio en medio de la multitud de pensamientos que se agitaban en
su mente. Una muestra directa ante un desafío (el papel en blanco, el
cuadrilátero donde su mayor adversario lo esperaba con los puños en alto; ella
misma ante ella misma. Un adversario que sacaría lo mejor de ella, o lo peor.
Su mente era una especie de montaña rusa de ideas o de laberintos de lo que
ella no se podía desconectar, pero esa máquina de escribir era un artilugio que
la hacía aterrizar, lograban en ella ponerla en una carretera (de una sola
vía). Ordenaba ideas con un inicio y un final.
La vieja máquina de escribir se
había convertido en la única vía de desconectarse de las notificaciones
visuales, ni timbrados, que lo único que lograban era desconcentrarla.
Sofía había viajado a Egipto buscando lo que Perú no le había podido
dar: inspiración. Sin embargo, las camisetas con diseños vinculados a la
medicina precolombina, en especial la trepanación craneana, habían fracasado.
El mercado peruano nunca había entendido su visión, una mezcla entre
arte y ciencia, el mercado peruano era el mercado peruano (un mercado con bastantes
limitaciones), pero en Egipto, todo parecía tener un significado oculto, un
propósito por descifrar… Propósito.
Cuando apretó con sus dos dedos índices uno en la tecla "L" y
el otro en la letra "E". El sonido de las teclas era como el eco de
los pasos de un antiguo viajero de un desierto urbano, (el desierto de sus
sueños). Devastación.
Pero en la soledad de su habitación de hotel, con las cortinas apenas
levantadas para dejar entrar una brisa tibia, las palabras empezaron a fluir.
No estaba segura si lo que estaba escribiendo era una historia o una crónica de
su propia vida, pero el hecho de escribir sobre Egipto, con su aire pesado y su
agua diferente, le daba una perspectiva única, más allá de las cosas que había
soñado.
Aquel país le ofrecía más que un paisaje
deslumbrante o las huellas de una civilización milenaria. Había algo en el
aire, algo en el sabor de los alimentos, en la forma en que la gente se vestía,
que la conectaba con una realidad distinta, una que no había conocido nunca
antes.
Sentía que cada rincón de El Cairo, el
bullicio de sus mercados, para ella eran
susurros que remitían a antiguas metáforas vinculadas a antiguas deidades pero
paganas…, y cada piedra en las pirámides, le hablaban de algo más grande, de
algo que no entendía por completo.
Como enormes ladrillos blancos que
parecieran formar puntos de propulsión de algo olvidado o escondido intencionalmente
hacia nuestra especie. Mientras que las personas con sus vestimentas
atemporales y la arquitectura poco amigable
casi con aires épicos y místicos a la vez.
Una tarde, mientras paseaba por un mercado
local buscando tejidos para sus diseños, algo peculiar ocurrió. En una de las
tiendas, una máquina de escribir similar a la suya, pero más antigua estaba
expuesta entre un montón de antigüedades.
Sofía no pudo evitar acercarse. La máquina
tenía un aire familiar, algo en sus teclas, su estructura metálica, la manera
en que la tinta se impregnaba sobre el papel, que la hizo sentir una conexión
inexplicable. En esos momentos ella no recordaba que ese mismo modelo ya lo
había visto en una vieja fotografía, donde su abuelo usaba cuando trabajaba en
un estudio de abogados.
—¿Te gusta? —preguntó una voz suave desde
el umbral de la tienda.
Sofía giró y vio a un hombre joven, de ojos
oscuros y una sonrisa tímida que
albergaba otros códigos referente a los modales. Su presencia era algo
reconfortante, como si su rostro la hubiera acompañado a lo largo de su vida.
Recordó de inmediato a su mejor amigo de la
escuela secundaria, alguien con quien había compartido sus sueños y su visión
del mundo, visión del mundo cuando no sabes nada del mundo; pero eso también es
una visión. El ímpetu y las ilusiones por la grandeza suelen dar sus primeros
pasos en esa edad…
Pero este hombre no era él. No podía serlo.
Sin embargo, algo en su manera de mirar la máquina, en el modo en que sus manos
tocaban las teclas, le dio un escalofrío por el cuello y su rostro.
—La verdad es que sí. Siempre he encontrado
en estas máquinas una especie de... conexión —respondió Sofía, sus palabras un
poco vacilantes.
El hombre la observó por un momento y luego
sonrió, como si supiera exactamente lo que ella quería decir, puesto que si la
hubiera entendido sin esfuerzo.
—Yo también tengo una. Aunque no la uso
mucho. Pero a veces, cuando quiero concentrarme en algún proyecto, no hay nada
mejor que escribir en una de estas.
Sofía se sintió extrañamente atraída por la
manera en que él hablaba e identificada por ese tema en común. Le invitó al
salón de recepciones en aquel hotel que
ella se encontraba alojada. Compartieron una taza de té local, y hablaron sobre
los proyectos que ambos tenían. Para ella, la conversación fluía con
naturalidad, como si de alguna manera sus caminos se hubieran cruzado antes, tal
vez en otra vida.
El hombre, que se presentó como Ahmed, le
mostró fotos de su propio trabajo. Estaba involucrado en el diseño de textiles
con influencias de la medicina tradicional, pero sus enfoques eran diferentes a
los de Sofía.
Sin duda una marcada coincidencia en
oficios debido a que el diseño era el tema fundamental que los empezó a
compatibilizar más entre ambos, algo increíble y a la vez, algo real.
Aún así, podía ver en sus ojos el mismo
deseo de capturar la esencia de lo inexplicable, de lo oculto en el tiempo y
sobre los conceptos de ciencia.
Pasaron los días, y Sofía comenzó a confiar
más en él. De alguna manera, su presencia la tranquilizaba, como si de algún
modo, estuviera reviviendo momentos con su amigo de la infancia.
Ahmed le ayudó a reinterpretar su proyecto,
sugiriendo que no se tratara solo de los diseños, sino también de la historia
detrás de ellos. Le propuso una colaboración para hacer que su concepto tomara
forma de una manera que ningún mercado, ni siquiera el peruano podría rechazar.
Lo que comenzó como una idea aislada, un
sueño que parecía imposible de realizar, tomó nueva vida. Pero mientras
trabajaban en conjunto, Sofía no podía evitar sentir que había algo más. Algo
que había dejado atrás en Perú. Los recuerdos de su fracaso la acosaban, la
nostalgia por su país la envolvía, y aún así, Egipto le ofrecía un respiro, un
resquicio de esperanza donde lo imposible parecía volverse posible, probablemente
por un estándar económico distinto a Perú.
II
En la quietud de una noche egipcia,
mientras las estrellas brillaban sobre el desierto, Sofía comprendió que el
proyecto que había fracasado en Perú no dependía solo de ella. A veces, los
mercados son inquebrantables, la percepción de lo valioso cambia y el control
se escapa de las manos. A veces uno no puede evitar a gente que solo
tienen el ánimo de lucirse, escriban en el muro de uno (facebook). Gente de
poca empatía que lo único que generaba en ella, era desarrollar un plan de
mayor distancia. Y usar más su máquina de escribir.
Gente autoritaria que todo lo sometían a
una lupa de tecnicismo ridículamente mezquinos (que ya dice mucho de ellos).
Gentes que se sienten vivos generando polémicas como si de esa forma reflejaran
el tamaño de sus esencias, o la pobreza de sus interiores…
Pero había algo que sí podía controlar: su
forma de ver el mundo, su capacidad de adaptación y el poder de crear, y sobre
todo el poder de distanciarse de las personas. Y en ese momento, en la compañía
de Ahmed, comenzó a superar la nostalgia, a comprender que las distancias
físicas no son las que definen el regreso a lo que se ha perdido.
Al día siguiente, mientras la brisa del
desierto acariciaba su rostro, Sofía miró su máquina de escribir. Ahora
entendía que no era solo un instrumento, sino una llave hacia otros mundos,
otros tiempos.
La máquina le había permitido encontrar lo
que había buscado en su país natal, pero de una manera que nunca habría
imaginado. Una especie de susurro en el desierto.
Sofía y Ahmed trabajaban en silencio, solo
interrumpidos por el tenue sonido de las teclas de la máquina de escribir. La
habitación del hotel se había convertido en un taller improvisado.
Los bocetos de los diseños inspirados en la
trepanación craneana colgaban de las paredes como fragmentos de un
rompecabezas. Ahmed aportaba ideas frescas sobre cómo incorporar patrones
egipcios antiguos, mientras Sofía se encargaba de fusionarlos con las raíces
precolombinas de su proyecto. Ella decía; si lo crees y él la interrumpió
diciendo, ¡lo creas! Y esa frase empezó a tomar papel como un eslogan entre
ellos.
Luego de unas semanas, mientras revisaban
un diseño, Ahmed sacó una caja pequeña envuelta en tela. La desplegó con
cuidado, revelando un artefacto que parecía un antiguo sello. Era de cobre y
tenía grabados que Sofía no reconoció de inmediato.
—Esto lo encontré en el bazar hace unos
años. Me dijeron que lo usaban para marcar tejidos ceremoniales. Quizá
podríamos usarlo como inspiración —dijo Ahmed, colocando el objeto frente a Sofía.
Ella lo tomó con cuidado. El grabado le
recordó las formas geométricas que había visto en los cráneos trepanados que
tanto la fascinaban. Por un instante, sintió cierto estremecimiento.
—Es perfecto, Ahmed. Esto une nuestras
culturas de una forma que jamás imaginé.
Pero no todo era inspiración y trabajo creativo. Durante una de sus
noches de charla filosófica, Ahmed le habló de Slavoj Žižek, un filósofo cuya
perspectiva sobre la ideología resonaba con sus propias reflexiones.
"Žižek habla sobre la fantasía ideológica", —dijo Ahmed—. "Esa
ilusión que nutre nuestras percepciones, que nos hace actuar como si no
supiéramos que estamos siendo parte de algo mucho más grande y fabricado".
Sofía asintió, intrigada. "¿Como cuando sabemos que el arte ha sido
mercantilizado, pero seguimos creando porque creemos que podemos trascender esa
lógica?" ─Ahmed afirmó─.
─ Exactamente. “La fantasía ideológica es esa doble ilusión: sabemos que
lo que hacemos está atravesado por sistemas que no controlamos, pero actuamos
como si pudiéramos escapar de ellos.” Pero lo cierto, es que nadie escapa…
El concepto resonó profundamente en Sofía. Cada vez que tocaba las
teclas de la máquina, sentía que estaba escribiendo más allá de las
limitaciones del tiempo e incluso de las limitaciones de su propio pensamiento.
Era como si la inspiración la conectara con una fuente etérea, como una
pantalla invisible frente a sus ojos del que recibe información.
Similar a lo que hoy conocemos como archivos akashicos. Término que proviene del sánscrito "akasha",
que significa "éter" o "espacio". En tradiciones
espirituales…, el akasha es considerado un plano sutil donde toda la
información está almacenada, y para algunos es asequible.
Además queda en evidencia que Akasha (éter)
en El Bhagavad
Gita, Capítulo 7, verso 4,
donde Krishna describe los ocho elementos de la naturaleza material que
constituyen su energía inferior. El verso dice:
"Bhūmir āpo’nalo vāyuḥ khaṁ mano buddhir eva ca ahaṅkāra itīyaṁ me
bhinnā prakṛtir aṣṭadhā"
Traducción:
"La tierra, el agua, el fuego, el aire, el éter (akasha), la mente, la
inteligencia y el ego constituyen mis ocho energías materiales separadas."
Aquí, akasha
(éter) se presenta como uno de los componentes fundamentales de
la creación. Este concepto se conecta con la idea de un espacio universal y a
la vez; sutil que podría relacionarse en interpretaciones modernas con los "archivos akáshicos."
Pero referente a su proyecto
sabía que era, en el fondo, una forma de
entrar en el mercado global, también sentía que su fusión cultural era “un acto
de resistencia” y a la vez una especie de innovación disruptiva.
Era su manera de demostrar que el arte podía ser más que una mercancía,
que podía conectar almas a través del tiempo, y sobre todo superando a los odios…
Un día mientras continuaban trabajando, (ya
había pasado un mes), Sofía notó algo extraño en el sello. Bajo la tenue luz de su lámpara, parecía emitir un
leve brillo que titilaba, casi como si estuviera vivo.
No le dio demasiada importancia, pero al
acostarse esa noche, soñó con un hombre que usaba un objeto similar para trazar
símbolos en las arenas del desierto.
Al despertar, sintió que el sello era más
que una simple herramienta; parecía tener una historia que quería ser contada.
Con todos los días que habían pasado
llegaron a los dos meses, y el proyecto estaba casi listo.
Sofía y Ahmed habían creado una línea de
diseños que mezclaba símbolos de la trepanación craneana y patrones egipcios
antiguos, logrando un equilibrio entre el misticismo y la modernidad. Decidieron
presentar sus creaciones en un mercado artesanal local, confiados en que su
trabajo destacaría entre la multitud.
Era una confianza que hace muchos años Sofía
había perdido. Una confianza llena de pureza, aquella que experimentas solo
cuando eres niño.
El día de la presentación, mientras
instalaban el puesto, una mujer mayor se detuvo frente a los diseños. Observó
cada polo con detenimiento, poniendo especial atención a uno que tenía un patrón inspirado en el
sello de Ahmed.
—Este símbolo... no lo había visto en años
—murmuró la mujer en árabe, pero Ahmed lo tradujo para Sofía.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Sofía.
—Es un símbolo de sanación, pero también de
protección. En el pasado, se usaba para marcar los límites entre lo humano y lo
divino.
La mujer continuó hablando, y aunque Sofía
no entendía las palabras, sentía que su tono era de advertencia. Cuando la
mujer se fue, Ahmed parecía pensativo.
—¿Crees que hemos cruzado alguna línea con
estos diseños? —preguntó Sofía, con una sensación de incomodidad.
Ahmed negó con la cabeza, pero sus ojos
mostraban duda.
Esa noche, Sofía volvió a soñar con el
hombre que marcaba símbolos en la arena. Esta vez, lo vio detenerse y mirarla
directamente, como si estuviera enviándole un mensaje.
Sofía despertó agitada y encontró el sello
en su mesita de noche. No recordaba haberlo llevado allí. Lo observó con
detenimiento, y por un instante, creyó escuchar un susurro, como si el objeto
quisiera hablarle.
Sofía decidió investigar más sobre el sello.
Convenció a Ahmed para que la llevara al bazar donde lo había encontrado.
Mientras caminaban entre los puestos llenos de antigüedades, especias y telas
vibrantes, algo en el aire le pareció distinto, como si el lugar estuviera
cargado de una energía densa.
Y en el medio de esa densidad y con las bulliciosas calles de El Cairo,
Sofía pensó en Žižek y en su análisis de la ideología. Quizá, al final, todos
somos prisioneros de nuestras fantasías, pero dentro de esas prisiones
encontramos momentos de verdadera libertad. Y en esos momentos, como el que
ella vivía ahora, el arte dejaba de ser un producto para convertirse en un acto
de “revelaciones” o de “Fe”.
Finalmente, encontraron al comerciante que
le había vendido el sello a Ahmed, un hombre de cabello encanecido y arrugas en
el rostro como si hubiera experimentado toda clase de adversidades.
Cuando Sofía le mostró el artefacto, el
hombre frunció el ceño, como si hubiera visto algo que prefería olvidar.
—Ese sello no es solo un símbolo —dijo con
voz grave—. Pertenecía a un grupo de sanadores de épocas muy antiguas. Ellos
creían que cada marca trazada con este diseño tenía el poder de sanar o
maldecir, dependiendo de la intención de quien lo usara.
Sofía sintió un escalofrío recorrerle el
cuello y los hombros. La idea de que los diseños que habían creado pudieran
tener un impacto más allá de lo estético la inquietaba.
—¿Deberíamos preocuparnos? —preguntó Ahmed,
intentando mantener la calma.
El comerciante asintió con lentitud.
—El sello solo responderá a la voluntad de
quien lo posea. Si sus intenciones son puras, no tendrán de qué temer. Pero si
hay algo oscuro en su corazón, el sello lo sacará a la luz.
—¡¿Y si este símbolo se popularizara en
toda la población?! — preguntó Ahmed.
—Pues como van las cosas, quizás acelere el
fin de esta humanidad… —con una sonrisa grotesca y con una inocultable
indiferencia.
Esa noche, Sofía volvió a soñar. Esta vez,
el hombre que marcaba símbolos en la arena le habló directamente.
—El arte tiene poder. Pero recuerda: cada
creación lleva una parte de su creador. Lo que transmitas a través de tus
diseños será juzgado por los ojos que lo vean.
Despertó sobresaltada, con una sensación de
urgencia. Los días siguientes trabajaron con ahínco para preparar una
exposición formal en El Cairo. Cada polo fue ajustado para reflejar no solo la
unión de culturas, sino enfatizando la similitud de culturas, que, por otro
lado, inducir esperanza y el respeto hacia ambas tradiciones.
El evento fue un éxito rotundo. Los diseños
capturaron la atención de locales y turistas por igual. Pero lo más
sorprendente ocurrió cuando una periodista local se interesó en la historia
detrás de los polos. Al escuchar sobre el sello, decidió incluirlo en un
reportaje que llegó a manos de coleccionistas de arte y académicos.
Sin embargo, una noche, tras el éxito de la
exposición, Sofía y Ahmed notaron que el sello brillaba con mayor intensidad.
Decidieron guardarlo en una caja segura, pero al día siguiente desapareció sin
dejar rastro.
Ahmed intentó tranquilizarla, asegurándole
que el sello había cumplido su propósito: unir sus culturas y darle vida a su
proyecto. Pero Sofía no estaba del todo convencida.
En el fondo, sabía que el sello había sido
más que un objeto; había sido un puente entre lo humano y lo divino.
III
De regreso a Perú, Sofía se llevó más que
un éxito comercial: se llevó la certeza de que el arte, cuando nace de
intenciones puras, puede trascender fronteras y sacar pensamientos nuevos sobre
la realidad de quien es uno. De pronto la historia más profunda puede ser del
Uno, el Ser… Pero cada vez que se sentaba frente a su máquina de escribir, no
podía evitar pensar en el hombre de sus sueños, el desierto, y el sello que
cambió su vida.
“Si lo crees, lo creas”. Si penetramos en el esqueleto de la ideología, según Žižek, veremos que
ésta siempre tendrá un punto de cinismo. (Eso necesitaba Sofía) La ideología es cínica
ya que implica un mínimo de conocimiento por parte de sus integrantes.
Es evidente que hay una ignorancia de los verdaderos resortes, de la
dirección de la maquinaría, sin embargo, en el fondo, algo sabemos acerca de
cómo funciona las maquinaciones y dogmatismo. Dogmatismo.
La ideología tiene que pasar desapercibida, debe sustraerse a todo
reconocimiento. Eso es evidente. Si no lo hace, cesa su sortilegio. Ahora bien,
su funcionamiento debe contar con la complicidad de la ciudadanía, con los
favores del sujeto. Y, como no podía ser de otra forma, éste entra en el lance
sin tapujos. Soltura.
Sabe que la realidad social se diferencia de la estructura ideológica, existiendo una brecha entre ambas, pero, incluso y así,
prefiere mantener su ignorancia como base de su existencia social. Es mejor
malo conocido que no bueno por conocer, (podríamos añadir). O también, la
ignorancia es la felicidad, (ir al circo del futbol).
En cierta manera, esta característica de lo ideológico entronca con la
naturaleza del síntoma, a saber: configuración ritual cuya forma y consistencia
implica un desconocimiento. En términos
de mercadotecnia ella se sentía reconfortada con el vínculo de ese punto de
vista fusionado al filosófico de Žižek.
Aquel día que
llegó Sofía a San Miguel, (su distrito),
un lugar lleno de brisas marinas, profundamente bohemio pero inmoral (cero
valores), y con un contundente hambre y
sed de protagonismo (el distrito), gran competidor de su vecino San Isidro (otro
distrito). Y como es sabido, solo compite quien no esta seguro de lo que vale…
Cuando descendió del autobús y
sintió el aire familiar de la ciudad envolviéndola. La maleta en su mano
parecía más ligera que las emociones que traía consigo. Al mirar los pocos edificios
de san miguel que de santo no tenía
nada, desde que conocía desde niña, no pudo evitar que un pensamiento se
deslizara como una sombra a través de su mente, uno que había estado rondando
durante su ausencia.
"Te odian, pero te
necesitan", pensó mientras caminaba por las calles pavimentadas debidamente teñidas con ese tesón que
caracterizaba a todo el distrito. También recordando rostros y palabras que
había dejado atrás. "Son demasiado mezquinos para felicitarte; el peso de tu éxito les
arde como un fuego que nunca logran extinguir. Y sin embargo, ahí están,
siempre pegados a ti, observando cada movimiento como buitres que rondan el
aire neblinoso tan limeño, tan húmedo y
envolventemente gris, esperando el más leve error para alimentarse."
Su mirada se perdió entre las luces que iluminaban el emblemático parque
media luna.
"Te odian, ─sí, pero
no pueden apartarse psíquicamente.
Analizan cada paso que das,
no con la intención de aprender, sino buscando con desesperación un desliz que
los alivie de la sombra de tu logro, (esos eran sus vecinos). No es admiración
lo que sienten, no. Es una obsesión malsana, una lucha constante por encontrar
en ti la confirmación de su propio fracaso o su propia mediocridad."
Sofía suspiró, deteniéndose frente a la fuente donde solía jugar de
niña. "Lo
cierto," reflexionó, "es que no ocupas un solo espacio en sus
vidas, pero en sus mentes eres omnipresente.
Día tras día, pensamiento
tras pensamiento, sus energías se consumen en la penumbra de tu éxito. Y
mientras tú avanzas, ellos se quedan atrapados en un laberinto de rivalidad y
desgaste o un escaso amor propio."
Su mirada se alzó hacia el cielo. "Así que sigue. Sigue ganando. Sigue avanzando.
Porque lo único que les queda es su sombra, mientras tú eres el faro que los ilumina,
aunque no lo quieran admitir."
Con ese pensamiento, Sofía continuó su camino. Su ciudad la recibía como
siempre, igual de hermosa e implacable. También llegaron a su mente recuerdos
de su hermano Sebastián fallecido en la época del covid. El recuerdo más vívido
que tenía de él era su costumbre de adquirir objetos antiguos y llevarlos a un
taller de restauración conocido como: Restauraciones Da Vinci.
Ahí trabajaba un sujeto muy educado pero de pocas palabras, en cambio, conocido por su eficiencia en las
antigüedades. En esa época ella era una niña.
Pero ahora ella era una mujer que volvía a su ciudad con un
aire distinto, como quien sabe que su existencia misma, incomoda a quienes no tienen acceso a ella.
Uno de los diseños que Sofía y Ahmed crean comienza a tener un efecto
extraño en las personas que lo usan. Aquellos que llevan camisetas con el
símbolo del sello experimentan sueños intensos o sentimientos de claridad, lo
que genera un interés inesperado en su trabajo, pero también una serie de
preguntas éticas.
En los sueños de Sofía, el hombre que marca la arena se volvió cada vez
más nítido. Al principio, solo observaba sus movimientos desde la distancia,
pero pronto comenzó a señalar con mayor intención, trazando líneas y símbolos
que parecían emerger de algún lenguaje olvidado. Las figuras danzaban en su
mente como si pertenecieran a un tiempo anterior al tiempo.
Una noche, el sueño dio un giro extraño. El hombre se acercó más de lo
habitual y, con un dedo en la arena, escribió una palabra: Amunn.
Sofía despertó sobresaltada, la
palabra palpitando en su mente como una estrella recién nacida. La máquina de
escribir, que yacía sobre la mesa, parecía brillar con un fulgor sutil. Sin
saber por qué, se sentó frente a ella y comenzó a escribir.
Cada tecla que presionaba resonaba como un eco en la habitación vacía.
Las palabras fluían desde sus dedos sin esfuerzo alguno, como si una energía
externa la guiara. Las frases que emergían eran fragmentos de algo más grande,
un mensaje que se extendía más allá de su comprensión inmediata. Pero había un patrón,
un ritmo en los textos que parecían conectar los símbolos precolombinos y
egipcios que Ahmed y ella habían estudiado juntos.
Entonces lo entendió: el hombre del sueño no era solo una figura
onírica, sino un puente entre lo tangible y lo divino. La máquina, cargada con
la esencia de lo humano y lo místico, no solo era un medio para crear, sino una
herramienta para descifrar un conocimiento ancestral.
Sofía escribió hasta el amanecer, cada palabra resonando como si
completara una profecía. Al detenerse, supo que había descifrado algo único. No
era solo un mensaje, sino el inicio de un nuevo destino. La creación de un
nuevo tarot al que le puso el tarot Amunn.
Luego de varias noches sin parar de escribir, al terminar la titánica
obra de cartomancia, ella terminó desmayada luego de varias horas de ese
profundo sueño, al despertar se encontró con una mirada profunda pero en un estado vegetativo como si hubiera
ingresado en una dimensión del cual el ingreso la dejó sin salida.