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jueves, 26 de junio de 2025
miércoles, 25 de junio de 2025
Respecto a Cipolla | Escribe: Jennifer Delgado Suárez | LA ESTUPIDEZ HUMANA |
Las 5 leyes fundamentales de la estupidez humana, según Cipolla.Compartir en Email
“Los estúpidos son más temibles que la mafia, que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista. Son un grupo no organizado, sin jefe ni norma alguna, pero que pese a ello actúa en perfecta sintonía, como guiado por una mano invisible.
“Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá al improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente”.
Son las palabras del famoso profesor de historia económica Carlo Cipolla, quien impartió clases en la Universidad de Pavía y la Universidad de Berkeley y publicó trabajos académicos en los que analizaba la superpoblación a lo largo de la historia pero que ha pasado a la posteridad gracias a su “Teoría de la Estupidez”, condensada en su libro “Allegro, ma non troppo”, un tratado sobre la estupidez humana con tintes satíricos.
Las 5 leyes fundamentales de la estupidez humana
- Siempre e inevitablemente, cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
Que existen personas estúpidas no es una novedad. Pero Cipolla estaba convencido de que subestimamos su número e influencia en nuestras vidas y en la sociedad. Afirmaba que “cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación”.
Basta pensar, por ejemplo, en esas personas que habíamos catalogado como inteligentes pero que de repente comienzan a comportarse de manera insensata y obtusa. O basta salir a la calle para constatar cómo muchas personas se empeñan en obstaculizarnos, sin ninguna razón aparente más que la estupidez.
- La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.
Cipolla estaba convencido de que la estupidez era una característica más, como tener el cabello rubio o los ojos negros. Por tanto, se encuentra distribuida en todos los círculos de la sociedad en una proporción más o menos similar. Cita un estudio sobre el nivel de estupidez en los cuatro grandes estratos que componen las universidades: bedeles, empleados, estudiantes y docentes. En ese análisis se comprobó que la distribución de la estupidez era uniforme, sin importar cuánto ascendiéramos en el nivel educativo.
“Tanto si uno se dedica a frecuentar los círculos elegantes como si se refugia entre los cortadores de cabezas de la Polinesia, si se encierra en un monasterio o decide pasar el resto de su vida en compañía de mujeres hermosas, persiste el hecho de que deberá siempre enfrentarse al mismo porcentaje de gente estúpida”, concluyó.
- Una persona estúpida es aquella que causa daño a otra persona o grupo sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí o incluso causándose un prejuicio.
Cipolla no consideraba la estupidez como una cuestión de cociente intelectual, sino más bien de falta de inteligencia relacional. Parte de la idea de que al relacionarnos podemos obtener beneficios y proporcionar beneficios a los demás o, al contrario, podemos causarnos perjuicios o causar daños a los demás. Una persona estúpida es aquella que daña a los demás y a menudo también a sí misma.
Su comportamiento es irracional y difícil de entender, pero es probable que recuerdes a más de una persona que te obstaculizó el camino generando dificultades, frustraciones y perjuicios, aunque no ganase absolutamente nada con ello. Según su teoría de la estupidez humana, “existen personas que, con sus inversosímiles acciones, no solo causan daños a otras personas, sino también a sí mismas. Estas personas pertenecen al género de los superestúpidos”.
- Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas.
Según Cipolla, olvidamos continuamente el peligro que representan las personas estúpidas. Afirma que “los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido”.
Generalmente su ataque nos toma por sorpresa e incluso cuando lo sufrimos, nos resulta difícil organizar una defensa racional porque el ataque en sí mismo carece de racionalidad. Al subestimar su poder, nos quedamos vulnerables y, por ende, a merced de su imprevisibilidad.
También podemos caer en el error de pensar que una persona estúpida solo puede hacerse daño a sí misma, que somos inmunes a sus acciones, pero con este pensamiento confundimos la candidez con la estupidez y, al creernos invulnerables, bajamos nuestras defensas.
- La persona estúpida es la más peligrosa que existe.
“Todos los seres humanos están incluidos en cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos […] La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora. El estúpido no está inhibido por la autoconciencia”, escribió Cipolla para perfilar la última ley fundamental de la estupidez humana.
Cipolla representa en este gráfico los 4 tipos de personas teniendo en cuenta a quién benefician o perjudican sus comportamientos:

Y nos alerta además de que “algunos estúpidos causan normalmente solo perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de […] la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad”.
¿Cómo protegerse de la estupidez humana?
“La inteligencia y la estupidez no son lo contrario una de la otra, ni la estupidez es la falta de inteligencia, sino que la inteligencia es el producto, mas o menos fracasado, de una serie continuada de intentos para dominar, o escapar, a la estupidez constitutiva de todo lo humano”, escribió Matthijs Van Boxsel.
Más allá de etiquetar a las personas, es importante comprender los riesgos que representa la estupidez. En realidad, todos podemos comportarnos de manera estúpida, si no medimos el alcance de nuestras acciones o palabras. Si no desarrollamos un pensamiento crítico y nos olvidamos de la necesaria introspección, podemos convertirnos en víctimas de la estupidez, sufriéndola o ejerciéndola.
Un estudio muy interesante realizado en la Universidad Eötvös Loránd nos da otras pistas para ganar en autoconciencia al determinar las 3 causas de la estupidez humana:
- Ignorancia o exceso de confianza. Sería el grado de estupidez más elevado y aparece en las personas que asumen riesgos de cualquier tipo, aunque carecen de las habilidades o conocimientos necesarios para afrontarlos.
- Falta de control. Es un grado medio de estupidez que corresponde con las personas impulsivas, que carecen de autocontrol y actúan dejándose llevar por el primer impulso.
- Distracción. Sería el grado más leve de estupidez, que se manifiesta en quienes no logran realizar algo debido a que no ponen atención o no destinan los recursos suficientes, esforzándose inútilmente.
Fuentes:
Acze, B. et. Al. (2015) What is stupid? People’s conception of unintelligent behavior. Intelligence; 53: 51-58.
Cipolla, C. M. (1988) Allegro ma non troppo. Barcelona: Crítica
martes, 24 de junio de 2025
lunes, 23 de junio de 2025
jueves, 12 de junio de 2025
Cuento de Enrico Diaz Bernuy: ECDISIS Y EL CÓDIGO DEL OLVIDO
RESEÑA – Ecdisis y el código del olvido
(una
pasarela, entre el símbolo y el silencio)
Ecdisis y
el código del olvido es una
propuesta literaria y performativa de gran ambición estética y filosófica. Lo
que a primera vista parece un desfile se revela, en realidad, como un viaje
interior a través de cinco actos, donde cada segmento representa una etapa del
autoconocimiento y la transformación del yo. El vestuario no es adorno, sino
lenguaje existencial: una piel que se muda, una máscara que interroga, una
forma que revela lo informe.
Uno de
los mayores logros del texto es su estructura escénica, inspirada en la
lógica del arte total: recuerda a Wagner, a los manifiestos de Artaud o incluso
al happening contemporáneo. Cada acto tiene su propia atmósfera, referencias
visuales y carga simbólica, conformando una experiencia más cercana al rito que
a la simple narrativa.
Destaca,
además, la riqueza intertextual. El autor entrelaza influencias tan
disímiles como los diseñadores Margiela, Iris van Herpen o Haider Ackermann,
con pensamientos filosóficos de Camus, conceptos científicos como la serotonina
y guiños culturales que van desde Iggy Pop hasta la tradición vaishnava. Esta
pluralidad convierte al texto en un verdadero palimpsesto, donde el
lector puede encontrar ecos culturales diversos y profundos.
El estilo
es deliberadamente fragmentario, poético y ensayístico. Los personajes
(Rubí y Rafael) no están ahí para desarrollar una trama clásica, sino para
encarnar ideas: la negación del origen, la construcción del doble, la explosión
del símbolo… Cada escena es una metáfora viviente. La prosa está cargada de
imágenes, frases reflexivas, y un tono lírico que exige del lector atención y
apertura simbólica.
Ahora
bien, es importante advertir que este no es un texto de lectura convencional.
Su naturaleza híbrida —entre cuento, manifiesto y ensayo— y su enfoque
altamente simbólico pueden resultar herméticos para quien busque una
historia lineal o un mensaje directo. Hay cierta dispersión en el estilo y
momentos en que la carga conceptual sobrepasa la claridad expresiva.
Aun así,
lo que propone Ecdisis y el código del olvido es raro en el panorama
actual: una experiencia estética que obliga a pensar con el cuerpo, a sentir
con el pensamiento. Es, en suma, una narrativa del alma vestida con
trajes metafísicos.
Una
lectura desafiante, pero necesaria, para quienes aún creen que el arte puede
transformar, no solo representar.
Ecdisis y el código del olvido
«El absurdo nace cuando el ser humano busca
sentido en un universo indiferente.
Pero de ese absurdo surgen tres fuerzas: la rebeldía,
la libertad y la pasión. Aceptar que la vida carece de sentido
inherente no es resignación, es un llamado a vivir
plenamente, a crear significado en cada acto, porque
incluso en el silencio del mundo,
la existencia merece ser abrazada».
Albert Camus
Acto I – La negación del origen
Inspiración: Maison Margiela (etapa Martin
Margiela), Yohji Yamamoto.
Estética: Ropa despersonalizada, sin logos. Colores apagados (beige,
gris, crudo). Prendas oversized, sin género definido.
Concepto visual: Modelos con rostros parcialmente cubiertos (como en
Margiela), caminan como si fuesen piezas anónimas.
Mensaje: El rechazo del yo social, la renuncia al pasado y a las
etiquetas.
Un
personaje rompe con su pasado, rechaza su nombre (se lo cambia), familia o
lugar de nacimiento. Quiere ser otro. Pero ahí no acaba el problema: aún no
sabe quién es.
Tema: El desapego como primer paso
hacia la transformación.
De su
mirada surgía el eco de aquellas palabras cuando mirábamos el río.
Así nos
gustaba hablar, contemplando la naturaleza, mientras discutíamos de negocios o
lealtades, o de cómo la tecnología nos ha desconectado de nosotros mismos,
incluso de nuestro entorno.
Hablábamos
del velo del olvido, cómo nos ciega, y cómo la saturación nos impide
profundizar en algo. Es posible rasgar ese velo y ver la historia real del
porqué estamos aquí, y cómo estos avances tecnológicos suministran las dosis
necesarias para que sigamos dormidos, sin rostro, donde el baluarte es el
"cara-libro" (Facebook). Como la negación del origen misma…
Ese
caminar era zombificado. Lo dije anteriormente: caminantes como piezas
anónimas. Aquella pasarela parecía salida de una arquitectura del propio
desierto. Eran princesas del desierto, eso debe quedar claro.
Acto II – El descenso al caos
Inspiración: Rei Kawakubo para Comme des
Garçons, Alexander McQueen (etapa 1998–2001).
Estética: Volúmenes inestables, cortes caóticos, materiales reciclados o
fragmentados. Colorido disruptivo, contrastes violentos.
Concepto visual: Sonido metálico o disonante. Movimiento errático.
Posible interacción entre modelos (coreografía).
Mensaje: La desintegración de la identidad en la búsqueda de libertad.
La belleza del colapso.
El
personaje busca nuevas formas de vida. Fracasa, se pierde, se autodestruye.
Vive sin rumbo, creyendo que la libertad es hacer lo que quiera.
Tema: La libertad mal entendida y el
vacío de lo inmediato.
Aquel río
descansaba frente a la primera pirámide llamada Tilkapoma, Perú. En sus
manuscritos se establecía que el nacimiento de la conciencia humana no fue solo
un acto divino, sino que intervinieron agentes externos cuya vestimenta
revelaba que no eran de esta constelación. Ese mismo río contemplábamos el día
en que me encontraba con Rubí.
Hablábamos
del fracaso y de cómo nuestra especie —según fuentes fidedignas— pasó de ser
homínidos elementales, situados en la mera supervivencia, a alcanzar cierta
espiritualidad.
¿En qué
momento ocurrió esta evolución? ¿Cómo y por qué?
También
recordé a Iggy Pop, con sus 800 millones de dólares, viviendo y vistiendo como
un mendigo, aparentando serlo, pero con dinero suficiente para vacacionar todos
los años en Europa o el Caribe, incluso para ser mecenas de algunas bandas
contraculturales. Se me vienen algunos nombres a la mente... Pero en fin,
aquella pasarela era un rompimiento con la naturaleza mediante objetos
metálicos. Una estructura de apariencia errática, como si no hubiese rumbo. Por
eso las modelos no usaban tacones altos. Eran princesas después de una devastación.
Eso debe quedar claro.
Acto III – El encuentro con el espejo
Inspiración: Iris van Herpen, Hussein
Chalayan.
Estética: Textiles futuristas, prendas con elementos reflectantes o
espejados. Simetría en los diseños, estructuras envolventes.
Concepto visual: Modelos se detienen frente a espejos o pantallas
reflejantes. El ritmo se vuelve introspectivo.
Mensaje: El individuo se ve por primera vez a sí mismo. La moda como
revelación interior.
Se
enfrenta a un doble, un enemigo o una imagen de sí mismo que lo confronta
brutalmente. Aquí comienza el reconocimiento interior.
Tema: La sombra como guía del
autoconocimiento.
Y para
ese caso, no había mejor disfraz para él que actuar como Aniceto: brujo
mediocre y lascivo, pero con un toque dark y cómico —sobre todo,
dicharachero, a lo Nicomedes Santa Cruz (humor satírico). Con cierto toque de
cantinfleo, por supuesto.
En
resumen, alguien con quien sería imposible tener un debate serio. Pero ese era
su enmascarado personaje, el que le permitía mantener a los demás a raya:
“Mientras más lejitos, más bonitos. ¡Compá!”
Esa era su frase favorita.
Los
espejos envolventes de aquel vestuario sin duda dejarían muchas preguntas sobre
cómo se evalúa la salud mental en el país y a qué nivel hemos llegado.
Una
pregunta interesante (vinculada indirectamente) sería: ¿De qué manera se puede
evaluar la conciencia y, sobre todo, qué entienden las personas por conciencia?
Al menos
me quedó claro que la soledad me condujo a cierta sofisticación. Sí, una
soledad sofisticada. Y debo reconocer que, en cierto grado, pude saborear una
sutil satisfacción: su elegancia.
Acto IV – El aprendizaje del límite
Inspiración: Phoebe Philo para Céline, The
Row.
Estética: Líneas limpias, colores sólidos (negro, blanco, azul marino).
Diseño minimalista, pero con corte preciso.
Concepto visual: Pasarela en calma. Andar seguro, con iluminación suave.
Mensaje: La madurez estética nace del control, del saber elegir. La
elegancia como consecuencia del límite.
Aprende a
decir no, a elegir, a disciplinarse. Descubre que crecer es perder ciertas
cosas.
Tema: La renuncia como forma de
madurez.
Rubí,
dentro de su complejidad y madurez, atravesaba la peor de las depresiones: la
que nadie nota. La silenciosa. La que se enmascara con sonrisas y un ritmo
frenético de actividades, pero por dentro estás hecho mierda.
Y te
vuelves una mierda que habla, sonríe, camina a pasos agigantados (viviendo al
límite).
En los
laberintos de los centros comerciales, buscando un producto vendible pero
económico, pequeño pero utilitario, sobrio pero que remita a recuerdos útiles.
Por ejemplo: un pequeño universo en formato holográfico dentro de un cristal
diáfano y luminoso, cuya función era dar al cuarto una luz de descanso, una luz
de reposo, y a la vez recordarte que tú habitas —en formato microscópico— una
constelación frente a la vastedad de un universo de proporciones
inconmensurables.
Recordarla
con sus cabellos rizados y azabaches me hizo pensar también que la traición de
sus amigos no era cuestión de maldad, sino de ambición y ego.
Y como la
mente suele jugarnos malas pasadas al proyectar nuestras experiencias, solo nos
queda la intuición: ese saber suprarracional con el que verdaderamente hemos
nacido.
Acto V – La acción verdadera
Inspiración: Valentino (Pierpaolo Piccioli),
Jean Paul Gaultier (alta costura), Haider Ackermann.
Estética: Colores potentes (rojo, dorado, índigo), símbolos culturales
reinterpretados. Prendas que mezclan lo clásico con lo vanguardista.
Concepto visual: Música ascendente. Coreografía final en grupo.
Presencia fuerte y afirmativa.
Mensaje: La integración de todas las etapas anteriores. La moda como
acción consciente, no como disfraz.
Actúa por
convicción, sin buscar aprobación. Ha integrado su pasado, su caos y sus
decisiones. Ahora puede construir o crear.
Tema: La autenticidad como forma de
evolución.
Él, por
su parte, podríamos decir que había convertido su pasión en una auténtica
pesadilla —o en lo más parecido a eso. Parecía un pintor, un artista, y eso lo
hacía auténticamente hermético. Era un sujeto difícil de descifrar, y esa era
su riqueza.
Vestirse
como un mendigo, pero viajar cada año como si nada a Europa o el Caribe. Para él, viajar era como dar la
vuelta a la esquina.
Casi como
la realidad misma de una interfaz al algoritmo cotidiano. Pero un algoritmo que
siempre le dejaba las mejores fichas, y aun así nada le bastaba. Siempre
deseaba más. Solo le faltaba que lo veneraran. Y aunque algunos se rendían a
sus sobornos, nada era suficiente.
Fusionar
lo clásico con lo vanguardista, como esos colores del acantilado junto al río,
se siente como algo maduro y evolutivo… Pero no puedes aplicarlo en la vida
real. Porque en esas dos horas que conversaron Rubí y Rafael, no lograron un
acuerdo sobre el desfile de modas.
Y a eso,
en este mundo, le llamamos justicia.
Fue
complejo, sin duda. Rafael y Rubí no solo compartían el amor, sino también el
proyecto profesional más ambicioso de sus vidas: uno que prometía —al menos en
apariencia— la tan anhelada libertad…
Lo
pensaron mucho, cada uno desde sus propias sombras. Pero al final lograron
ponerse de acuerdo. Decidieron lanzar su firma de modas, uniendo estética y
discurso, deseo y estrategia.
Y así,
bajo luces y telas, con heridas aún frescas pero las ideas más claras, se
lanzaron al vacío.
A eso, en
este mundo, le llaman libertad.
Enrico Diaz Bernuy
Bonus
Existenzialis
En tiempos en que la ciencia se
entrelaza con la cultura popular, muchas veces las explicaciones sobre la
felicidad se simplifican peligrosamente. Una de las confusiones más frecuentes
consiste en atribuir a la serotonina —ese famoso neurotransmisor— un papel
absoluto en la experiencia de la felicidad. Pero ¿es la serotonina el fruto de
la felicidad o su causa? ¿Puede una sustancia química, por sí sola, ser
equivalente al bienestar profundo y duradero que llamamos felicidad?
Para empezar, es necesario distinguir
entre placer y felicidad. El placer es, en
términos neurológicos, un estado momentáneo asociado a la liberación de ciertas
sustancias como dopamina, endorfinas, oxitocina y
en algunos casos, serotonina. El placer tiene que ver con la
gratificación inmediata: comer chocolate, tener relaciones sexuales, comprar
algo deseado, recibir un halago. Es fugaz, episódico, o transitorio y aunque
puede formar parte de una vida feliz, no constituye su esencia.
La felicidad, en cambio, es una
experiencia más compleja. Filosóficamente, puede entenderse como una forma de
plenitud, equilibrio o sentido. Fisiológicamente, se trata de un estado
emocional sostenido que implica más que una simple descarga química. Requiere
de estructuras cerebrales integradas (como el sistema límbico y el córtex
prefrontal), hábitos mentales, y muchas veces, una interpretación subjetiva del
propio existir.
Ahora bien, ¿qué es la
serotonina realmente? Es un neurotransmisor implicado en la regulación
del estado de ánimo, el sueño, el apetito, la digestión e incluso la percepción
del dolor. No es una molécula exclusiva de la felicidad, sino un regulador
del bienestar emocional.
Niveles bajos de serotonina pueden
estar vinculados con estados depresivos, ansiedad o irritabilidad, lo cual ha
llevado a pensar que altos niveles equivalen a felicidad. Pero esto es una
reducción peligrosa.
Decir que la serotonina "es la
hormona de la felicidad" es tan impreciso como decir que el cemento es una
casa. Puede ser un componente necesario, pero nunca suficiente.
La serotonina no causa la felicidad;
más bien, ciertas experiencias felices o la percepción de sentido pueden
generar un entorno biológico donde aumente la producción de serotonina.
En este sentido, la serotonina podría
ser entendida como un fruto químico de un estado emocional más
profundo, no su motor inicial.
Esto abre una reflexión crucial:
confundimos placer con felicidad porque ambas producen sensaciones placenteras,
pero solo el placer es adictivo y momentáneo.
La felicidad no se puede
dosificar ni provocar de forma inmediata; es más afín a una trayectoria vital,
a un equilibrio entre lo que somos y lo que buscamos.
El error moderno ha sido
reducir la dicha a un fenómeno fisiológico o químico, olvidando su raíz más
elevada. La verdadera felicidad no se resuelve en estados corporales
ni en niveles de serotonina, sino en estados anagógicos de conciencia, es
decir, elevaciones del alma hacia dimensiones superiores del ser.
No hablamos aquí de la disolución
impersonal del yo, como propone cierta vertiente budista, sino de la
experiencia personalista del amor divino, según la tradición vaishnava, donde
la conciencia alcanza su plenitud en la relación amorosa y sobre todo;
devocional con lo absoluto, encarnado en la figura de Krishna.
Enrico Diaz Bernuy
miércoles, 11 de junio de 2025
domingo, 1 de junio de 2025
La última puerta....
jueves, 29 de mayo de 2025
CINCO FUEGOS QUE APAGAN UNA VELA !!!!!!!! ( soplando velitas ) ----- Enrico Diaz Bernuy
CINCO FUEGOS
QUE APAGAN UNA VELA
y la flama que nos
acompaña…
Dicen que las amistades verdaderas no mueren, solo se transforman. Pero eso es lo que decimos cuando no queremos confesar que algo se rompió. Que lo que fue llama ahora es humo. Que lo que fue risa ahora es eco. A veces, cuando ya no queda nadie en la sala y todo está en silencio, uno se atreve a decirlo en voz baja: hay fuegos que no calientan; fuegos que apagan una vela.
La
amistad, cuando es genuina, germina como una promesa involuntaria. No nace de
la obligación ni de la sangre, sino de esa chispa silenciosa que ocurre cuando
dos almas se reconocen en su extrañeza………… No se elige a un amigo como se elige
una prenda, se lo encuentra. Y sin embargo, una vez encontrado, puede perderse
con la misma facilidad con que una ráfaga arrasa una llama descuidada.
El
primer fuego que apaga la vela es el de la envidia. No se presenta con nombre
propio ni toca la puerta de frente. Llega disfrazada de sonrisa, de consejo o
de elogio tibio. Al principio, uno no lo nota: todo parece igual. Pero en el
fondo, la mirada del otro ya no es clara. Algo se ha nublado. Donde antes había
celebración, ahora hay cálculo. Donde antes había abrazo, ahora hay distancia
no dicha. La envidia no necesita grandes escenas. Le basta con instalarse en el
hueco que deja el amor no correspondido, y desde ahí empieza a arder. Apaga la
vela porque consume el oxígeno de la sinceridad. No deja hablar con libertad ni
compartir sin miedo. Uno empieza a sentirse culpable de sus alegrías frente al
otro. Y cuando uno se calla la alegría; la amistad empieza a morir.
El
segundo fuego es la traición sorda, la pequeña deslealtad que no se confiesa
pero se percibe. No hablo del puñal que uno espera del enemigo, sino de la
fractura mínima que llega de quien uno creía aliado. Es una confidencia
revelada, una promesa no cumplida, una defensa ausente en medio del ataque. A
veces, la traición ni siquiera es activa; basta con la omisión. Con no estar.
Con mirar hacia otro lado cuando debías sostenerme. Es un fuego tibio y
constante, como una fuga de gas: no lo ves, pero al final asfixia. Uno puede
perdonar una traición,……… pero no puede olvidar que ocurrió. Y cuando la
memoria empieza a pesar más que el afecto, la vela titila, insegura…….
El
tercer fuego es la desproporción. Dar sin recibir. O recibir sin dar. El
desequilibrio desgasta hasta el lazo más fuerte. Hay amistades que se sostienen
sobre una cuerda floja donde uno entrega todo y el otro solo habita. Uno
escucha, acompaña, sostiene, pero nunca es sostenido. Y al principio, uno lo
justifica: "es que está pasando un mal momento", "es su forma de
ser". Pero con el tiempo, la cuerda se tensa. Y el que da se cansa. Porque
hasta el agua más clara se agota si nunca se repone. Este fuego es menos
visible, porque se esconde en el hábito, en la rutina del cuidado unilateral. Pero
es fuego al fin. Apaga la vela lentamente, hasta que uno despierta una mañana
sin ganas de llamar.
El
cuarto fuego es el crecimiento. Sí, crecer también puede alejarnos. No porque
el otro se vuelva enemigo, sino porque ya no compartimos el mismo lenguaje, los
mismos códigos… Cambian los intereses, los miedos, los paisajes internos. Lo
que antes nos unía ahora nos resulta ajeno……… A veces, uno quiere arrastrar al
otro en su transformación, pero no se puede. Cada quien tiene su ritmo, su
camino. Y cuando los caminos ya no se cruzan, el fuego se vuelve una brasa
inútil: caliente, sí, pero lejana. Este fuego no arde con odio, sino con
nostalgia. La vela se apaga porque ya no tiene sentido encenderla. Porque lo
que iluminaba ya no está.
El
quinto fuego (el más cruel de todos), es el de la lucidez. Ese instante en que
uno ve con claridad. Cuando el velo cae. Cuando ya no hay excusas, ni afectos
que maquillen la realidad. A veces, escribir te lleva hasta ahí. Como si cada
palabra fuese una escoba que barre la niebla incluido a tus interiores. Con la
lucidez, uno entiende por qué esa amistad ya no era tal. Comprende los gestos
pequeños que había ignorado, las frases que prefirió no escuchar, las heridas
disimuladas. Pero uno en el fondo es un memorioso y sueles poner atención en
como se sentaba el otro o en que dirección ponía los pies…
Y
entonces, no hay marcha atrás. Porque ver, verdaderamente ver, implica una
pérdida irreversible. Este fuego no quema por rencor, sino por verdad. Y la verdad,
cuando se revela tarde suele tener doble efecto en su dosis de crueldad, llega
para consumar lo que estaba a punto de caer. Al
fin y al cabo la verdad no llega nunca desnuda, la verdad espanta:
siempre viste el rostro de quien más detestas, y por eso duele, porque no viene
a halagarte, sino a desarmarte…
Pero
hay otro fuego, uno que no cabe del todo en estas cinco llamas, y que sin
embargo puede ser más doloroso porque nace de lo concreto, (los hechos). Es el
fuego del aprovechamiento.
Cuando un amigo te pide algo más allá de tus posibilidades —como ser su representante legal en un
trámite delicado, sin considerar tu situación económica, tus
límites, tu momento vital— y uno, por cariño, por compromiso o por no querer decepcionar, acepta sin poder. Y luego se
retracta. Ahí se rompe algo profundo…
No solo por el pedido insensible, sino por la contradicción que implica decir
que sí y luego retractarse.
Ambos fallan: uno por pedir sin mirar, el otro por aceptar sin convicción, sin
sinceridad.
Esa contradicción enciende un fuego breve pero feroz.
Uno
siente que la amistad fue usada, que era solo un medio para un beneficio. Y
después de eso, de aquella amistad, ya no queda nada. Nada. Y el vínculo se
quiebra, no solo por la negativa, sino porque uno descubre que solo era amigo
mientras servía a un propósito. Nada mata más la llama que saberse usado.
Cinco fuegos. Y uno más. Seis llamas que arden donde antes hubo refugio. Seis maneras de apagar la misma vela. A veces ocurre todo de golpe. A veces, uno enciende la vela una y otra vez, con paciencia, o con fe. Pero el fuego es traicionero. Y si no abriga, destruye.
Escribir sobre esto es también encender otra clase de llama: la que no busca iluminar al otro, sino entenderse a uno mismo. Pero incluso eso tiene su precio. Porque cuando uno escribe desde la herida, desde el desengaño, desde el encaro de las falencias de uno mismo o desde esa lucidez que duele más que la mentira, también empieza a alejarse de ciertos espacios. Lo que uno gana en claridad, lo pierde en pertenencia. A veces, escribir es como volver a casa con una vela en la mano, solo para descubrir que ya nadie vive allí.
Y
uno se queda así, con la vela apagada, contemplando el humo que sube por las
paredes anaranjadas de tu cuarto.
No
hay rencor, no hay odio, simplemente ya no hay amigo
A veces, perder una amistad no es una tragedia. Es un cierre, es como un acto de amor propio. Un gesto de verdad. Porque no todas las velas deben seguir encendidas. Algunas deben apagarse para que podamos ver la luz que nace desde adentro.
Y
entonces, en ese silencio, en esa penumbra recién asumida, uno comprende que no
está solo. Que hay otras velas encendidas en otros cuartos. Que la vida —como
la amistad— no se acaba con un fuego
emanado por una vela, más bien que ello de alguna manera interceda en
nuestros adentros a reconsiderar que hay llamas más poderosas a las que podemos
encontrar… Y no hablo de un lugar lejano al que tengas que viajar. Todo lo
contrario; la flama de esa vela divina solo habita en el interior que nos
acompaña, silenciosa como una doble alma que todos llevamos en nuestros adentros
desde que hemos llegado hasta que nos vamos, y eso se llama paramatma…परमात्मा)
Enrico Diaz Bernuy
lunes, 19 de mayo de 2025
jueves, 15 de mayo de 2025
Artículo de Enrico Diaz Bernuy | "Los Sin Voz !!!! | CONMUÉVETE BASURA |
ARTICULO SOBR EL MALTRATO ANIMAL | de
Enrico Diaz Bernuy
No creo en el concepto de infierno,
pero si lo hiciese, pensaría en él como
lleno de gente que fue cruel
con los animales
Gary Larson
La grandeza de una nación y
su progreso moral
puede ser juzgado por la forma
en que sus animales son tratados
Mahatma Gandhi
Durante siglos, la humanidad ha intentado definirse a sí misma como una especie superior. En nombre de la civilización, ha levantado templos, rascacielos y sistemas jurídicos bastante ambiciosos y a veces poco fiables; ha trazado mapas del conocimiento y ha conquistado el espacio (teóricamente ha conquistado el espacio) mediante discursos bastante discutibles y filmaciones suficientemente cuestionadas como para dudar.
Sin embargo, entre tanto alarde de grandeza, algo esencial se ha perdido: la capacidad de respetar la vida que no habla nuestro lenguaje, que no camina sobre dos patas, que no construye máquinas ni ciudades, ni mucho menos posee nuestro ego, pero que sí siente, respira, sabe ofrecer amor, y sobre todo, sufre.
El maltrato animal, generalizado y
normalizado, es quizá uno de los signos más alarmantes de que hemos dejado de
ser una civilización para convertirnos en una maquinaria que encaja en los cánones
de cali yuga.
El maltrato animal no es solo una
manifestación de crueldad individual. Es un fenómeno estructural que atraviesa
industrias, políticas públicas, discursos culturales y hasta religiones. En sus
diversas formas —desde la industria cárnica hasta los espectáculos con
animales, desde la experimentación en laboratorios hasta el abandono doméstico—
revela una ética fracturada, una sociedad desconectada de la compasión y del
equilibrio ecológico. ¿Cómo podemos proclamarnos civilizados si sostenemos
nuestro modo de vida sobre la tortura sistemática de millones de seres
sintientes?
Según el Diccionario de la Real Academia Española
Civilización es definido de la siguiente
manera:
f. Conjunto de costumbres, saberes y artes propio de una sociedad humana. La civilización china, occidental.
Sin.:
cultura, mundo.
f. Estadio de progreso material, social, cultural y político propio de las sociedades más avanzadas. Los beneficios de la civilización.
Sin.:
progreso, adelanto, perfección.
Entonces si nos ajustamos estrictamente
a lo que dice el Diccionario podríamos determinar que la idea de
civilización esta ausente en estos
tiempos.
Por otro lado, me permite dilucidar que todo empezó a desfigurarse bajo el peso de la industrialización, el colonialismo, el capitalismo salvaje y la técnica erigida como fin en sí misma. El declive comenzó desde el siglo XIX, y algunas claves que sustentan esta idea son evidentes:
―La Revolución Industrial:
con ella, el hombre dejó de ser el centro para convertirse en un engranaje más
de la máquina. El trabajo se deshumanizó. Se empezó a devastar la naturaleza a
una escala sin precedentes. El tiempo dejó de ser cíclico o espiritual para
volverse un horario productivo.
―El colonialismo "civilizador": Europa justificó el
saqueo de pueblos enteros bajo la máscara de llevarles "la
civilización", cuando en realidad impuso modelos económicos y culturales
que aniquilaron cosmovisiones milenarias.
―El positivismo como religión moderna: la razón técnica suplantó a
la ética. Se creyó que todo lo que podía medirse era verdadero. Las emociones,
la espiritualidad y los vínculos fueron relegados. Se instauró la dictadura del
dato, anticipando lo que hoy vivimos con los algoritmos.
―El nacimiento del capitalismo globalizado: el siglo XIX marca la
consolidación de un sistema donde el valor de las cosas ya no se basa en su
utilidad ni en su belleza, sino en su capacidad de generar dinero. La bolsa
reemplazó al ágora. El mercado, al templo.
Y todo este proceso histórico de insensibilización estructural tiene hoy sus expresiones más crudas y cotidianas. Recientemente, en la ciudad de Trujillo, Perú, un individuo, tras una acalorada discusión con su enamorada, se cruzó con un pequeño perro que caminaba amigablemente moviendo la cola. Metros más allá, vio a otro perro más grande suelto en la calle. Entonces, este sujeto tomó al perrito pequeño y, en un acto de crueldad y cobardía inaudita, lo arrojó repetidas veces al suelo hasta quitarle la vida. Una vez logrado su objetivo, se marchó caminando con total tranquilidad.
Toda esta escena fue documentada por medio de un video y los
testimonios de testigos que no hicieron nada. Lo único que se logró fue
viralizar la noticia, pero sin que ello tuviera efecto alguno en la captura del
agresor.
Esa es la sociedad que hemos construido: una que observa, graba y
comparte, pero que ha perdido la capacidad de reaccionar éticamente. La
maquinaria del progreso técnico y económico continúa girando, pero su corazón
—si alguna vez lo tuvo— no solo está oxidado por la indiferencia, esta en
estado de putrefacción.
Esta clase de impunidad se
debe a un vacío jurídico eficaz. En otras palabras, la cabeza del organismo
—nuestra sociedad— está enferma y putrefacta. Estamos atravesando un proceso de
descomposición. Basta ver cómo, en los noticieros, tiene más trascendencia un
carterista o un fulano infiel que arma un show tragicómico, mientras que las
noticias sobre el abandono animal o los asesinatos de nuestros hermanos menores
no tienen ninguna resonancia. Ni siquiera entre quienes se jactan de tener
agudeza mental y sensibilidad, o se autoproclaman directores, jefes o jefaturas
vivientes —como si se tratara de títulos nobiliarios— y se adjudican el derecho
de enarbolar una supuesta sensibilidad superior.
Esa sensibilidad, en la
práctica, está más dedicada a rendirse culto a sí misma mediante el alarde,
dejando mucho que desear frente a la creciente insensibilización que nos
corroe. Probablemente, desde el siglo XIX hemos dejado de ser una civilización para
convertirnos en una maquinaria tecnocrática y mercantil que destruye
solapadamente todo aquello que no puede convertir en espectáculo ni monetizar.
Si el 15 de mayo se celebra
el Día de la Familia, entonces también debería incluirse a los animales que
conviven con nosotros como parte del entorno familiar, como integrantes con
quienes compartimos afectos, rutinas y silencios. Negarles ese lugar es seguir
replicando una mirada que excluye y jerarquiza según el beneficio que puede
obtenerse.
Y si hacemos un poco más de historia en este recuento occidental, podemos
apreciar que, desde la antigüedad, el pensamiento dominante ha colocado al ser
humano en la cima de una jerarquía que desprecia todo lo que no se le parece.
Aristóteles consideraba a los animales carentes de logos, y por ende, inferiores. Descartes, siglos después,
los llamó “máquinas sin alma”, negándoles cualquier capacidad de sufrimiento
verdadero. Esta visión mecanicista, aunque ampliamente superada por la ciencia
contemporánea, sigue impregnando la mentalidad moderna: los animales no son
sujetos, sino objetos útiles o desechables.
Sin embargo, no todas las culturas compartieron esta visión. En
muchas tradiciones orientales —como el jainismo o el budismo— los animales son
considerados seres con conciencia, merecedores de atención, comunicación y,
sobre todo, compasión. Y en algunos casos, veneración.
En pueblos originarios de América,
África y Oceanía, la vida animal es sagrada, parte del equilibrio cósmico. La
"civilización" moderna, en cambio, al imponer su paradigma
utilitarista y productivista, ha globalizado una lógica de dominación y
explotación que arrasa con toda forma de vida que no puede ser convertida en
mercancía.
Frente a este panorama sombrío, ha surgido una resistencia global que plantea una nueva relación entre humanos y animales. El movimiento vegano, el activismo por los derechos animales, las campañas de concientización, el periodismo de investigación que expone las atrocidades de la industria, todos ellos representan una luz en medio de la barbarie.
Estas iniciativas no solo denuncian el sufrimiento animal, sino que proponen una ética del cuidado, una economía compasiva, una ciencia no violenta. También fomentan un nuevo lenguaje para nombrar a los animales: no como "recursos", sino como individuos. Este cambio de paradigma es, quizás, una de las revoluciones morales más importantes del siglo XXI.
La educación, en este contexto, juega un rol clave. Enseñar desde temprana edad el respeto a todos los seres vivos, promover una dieta consciente, visibilizar la vida emocional de los animales, son gestos que pueden transformar sociedades enteras. Porque lo que está en juego no es solo el bienestar animal, sino la posibilidad de una civilización futura que merezca ese nombre. En lineamientos lingüísticos no merecemos el titulo de civilización si la población humana incurre en el deterioro o menosprecio a los animales que nos rodean.
-Mascota
En términos lingüísticos vemos que estamos frente a un problema de raíz cuando la Definición por la Real Academia
Española de mascota es
Del fr. mascotte.
f. Persona, animal o cosa que sirve de talismán, que trae buena suerte.
Sin.:
amuleto, fetiche, talismán.
f. Animal de compañía. Tienda de mascotas.
Sin:
animal1.
f. And. Sombrero flexible.
Normalmente los animales que acompañan a un ser humano se convierten en sus amigos, hermanos menores e incluso hasta en un hijo mas en la familia, ese es el estatus en una persona sana.
Pero cuando al significado de la palabra mascota es vinculado según el diccionario con la palabra “cosa o con algo que trae buena suerte”, nos encontramos que el problema sigue siendo de raíz.
Entonces cuando una sociedad maltrata, explota o ignora el sufrimiento animal, lo que hace, en realidad, es romper el espejo donde podría ver su propia humanidad. Cada jaula, cada matadero, cada experimento doloroso, cada abandono en la calle, es una grieta en el edificio moral que decimos habitar. No somos civilización si nuestro bienestar se construye sobre la sangre de quienes no pueden defenderse.
Recuperar la compasión, resignificar la palabra civilización, asumir la responsabilidad de ser una especie con poder, pero también con deberes, es una tarea urgente. La historia futura nos juzgará, no por nuestras obras arquitectónicas o los libros de nuestras egoicas elucubraciones y "egoicas elucubraciones"..., ni por nuestros logros tecnológicos, sino por cómo tratamos a los más vulnerables, a los sin voz, a los que simplemente querían vivir y darnos amor. Amor...
Enrico Diaz Bernuy