(Las bondades del semáforo)
Esplendentes sonrisas del semáforo y su sadismo, con esmalte, dan las libertades —para el recinto de una esquina— en los piececitos de esos niños o de esas niñitas. O en sus bocas y sus lágrimas recipientes sin fondo y harapos de un color (extravagante)… Manitos que se retuercen por una moneda a las intimidaciones del aire libre, con sus cielos abiertos, grises y precipitados. Ideales para una mala persona.
En realidad, como
si se tratara de una vorágine silenciosa, oída solo por ellos: los que mendigan, y en ese espanto, las
sonrisas de kali yuga. De tal forma, ensombrecen la mirada y el parpadeo de los
niños que veo en la calle uniformada de temas insípidos. Pero ellos con sus manos pequeñitas y tiesas, como si
dependieran del semáforo y sirviera incluso como su sol del mediodía a fuerza
inherente, del diseño…
Ese también es su
sol para las noches. Pero el fin de todo, son fines coercitivos. El
espanto.
Esas manitos algún
día conducirán un vehículo, usarán algún día un lápiz o una púa. O un gatillo.
Esas manitos serán como armas. Esa manitos y esas sonrisitas
muertas, dirán las palabras de este destino, y el verdadero espectáculo será tu
mirada. El destino de no decir,
para no hacer nada, o mirar a otro lado. Aplaudiéndonos
entre nosotros, ensimismados en un refinado y sutil sadismo, —son
fines del sadismo—. Fines sin fin, lo pulcro sin
historia.
Como si
las sonrisas de kali yuga nos abrasaran. En algún momento los llamé
los niños bala. De cavernas o arenales
de donde son, tierras que encobrizan todo, hasta sus fuerzas cogen otros
rumbos. Silbidos pegajosos como un verso bien hecho, así es y así fueron hechos
los helechos sin ramas, sin sangre o sin alma…DE FIGURAS ACERADAS, DE FIGURAS
ACERADAS, DE FIGURAS GURU, ACERADAS, sin
alma.
Las insignificancias en nuestros gestos, nuestros
disfuerzos noctámbulos… Como quien damos
una moneda para qué bolsillo irá a parar, o a palpar, o pagar… Pero
nosotros montamos nuestras montañas de cemento salvaje. Cemento montado con ladrillos
aulladores, si los soplas te miras a ti mismo. Y te encolerizas
de tus espejos, tus muestra de insignificancia, tu apuesta por lo
vacuo. Tu día a día, y tú: tu sonrisa corrupta (insignificante ante
la cámara de un teléfono). De
sopor totalizante que encabrita cosechas
de un ardor: De un candor. —Clamor y afecto
al silencio—, siendo el caso que a muchos siempre logra el mismo
efecto: mirar a otro lado. Probablemente
los demás, se quedaron sin palabras al caso de ese mismo clamor.
Oigo tu respirar
como un recuerdo ¡se parece a una mala amada! Una palmera tendida, al incendio,
de qué porvenir insano: tu respirar como siempre, no dice nada.
Como quien llamas a tu amiga o a tu amigo a las dos
de la madrugada y jamás recibes una palabra.
Hablo de tu
respirar que alguna vez fue mío y en ese desdén recordé a las viejas madres que
dejaron de ser madres. Albas alabanzas mustias de un ritmo electro-kaliyugico. A
compás y marcha de gestos en las manitos de esos niños que tocan las paredes. En
el muladar de cada poste y semáforo y el asco lo invade todo. DE
CANDOR A TODO VAPOR, A TODO VAPOR y fuego.
Nadie usa máscaras
y tu maldita moneda deja a todo en un sinsentido,
bramante invisible: Sinsentido. Indivisible. ¡Y lo peor de todo,
tangible!
¡Cacas! ¡y más
cacas! son las ropas de ellos como si una rueda giratoria en contra de las
agujas del reloj lo abrazaran todo. Se han
ensañado en albricias para triturarnos mejor, para que de nosotros sea un
epigrama a la indiferencia. Ese es el
bocado emblema, (sostenible). La aguja de las abejas en donde las colmenas nos
reflejan normalmente nuestra peor parte, nuestro lado más impuro, más
superficial, más obsceno.
Para que esa misma
rueda descanse en el piñón a donde los niños duermen, entre ellos y sus
recuerdos, —costras y estertores—. Suena una marcha
fúnebre, cada día que veo un niño por el metro. Las guirnaldas por la marcha fúnebre
esta puesta con bastante claridad sobre el asfalto.
Y sobre tantas
iluminaciones la sombra aqueja en burla contra todos, en especial contra sus
pasos. Ellos, esos pequeños, no conocen
la palabra esperanza, son sabios, (ya no les puedes mentir). Lo que ellos
tienen son vividas matanzas. Niños y niñitas que ya no les queda ni la mirada
en la orbitas que alguna vez hubo luz y ciénagas a amargas ansias entre la cal,
la caca. La arenisca de los hechos. Pero aquí están más
preocupados en uno. Insignificantemente independientes, autónomos aislados
que en realidad más están refugiados en la distancia. Inusitadas alabanzas a
herirse en esa masturbación. ¡¡Insignificancia
de insignificancias !! y sus cúmulos mientras que “ellos” esos niños
y esas niñas serán nuestros jefes, serán nuestras autoridades. Ellos nos asaltarán, nosotros dependeremos
de ellos porque ellos serán el congreso, esa será su venganza. Su
progreso. “El poder”. Y así es nuestra mal llamada humanidad, “consejo
expiatorio” (el placer del momento). Lo efímero de una cañería así misma.
Nosotros se lo hemos demostrado a esos niños limpiadores de calles.
Sonreirían en el palacio de gobierno o el congreso o como altos mandos de
“capos” a navaja o machete. Finalmente, con tardío hecho le devolveremos la
mirada. Ahora ellos nos miraran como
si recordaran el tridente luminoso del que provienen. Con sus tres
colores, tres púas que accionaran el percutor de una palabra o el cobro de una
herida. Como en lo que todo comenzó: Aquel mástil estéril que
desemboca; quien pasa, quien se detiene, y quien espera por su vida.
Enrico Diaz Bernuy