TRIMURTI DE PROHIBICIONES
"La plenitud del silencio", "El lengua de yeso" y "la negra"
tres relatos inéditos de Enrico Diaz Bernuy
La plenitud del silencio
El
movimiento de las cosas deviene con el movimiento de la persona misma, el
movimiento de la persona misma viene con
sus cosas y los ladridos que acometen el mandato de la epopeya o brillo de
orión, a la calamidad de sus propias cosas,
en realidad esas cosas mismas son esculpidas desde su propio interior. La
resurrección de los límites de estos límites reales, aparentemente suelen trasgredir la fundición
al propio ser en tecnologías a la del oro.
El
movimiento de las cosas son la sustancialidad disfrazada de algo real; algo
vivo. Vivo porque uno le puso alma como en breves historias lingüísticas.
De esta manera puede salir el desvariante
desafío, de mirar al tiempo como los ladridos, que pusieron los ladrillos de
nuestros propios pensamientos, para
entender, de que todo movimiento es la armadura
de las cosas a nuestro propio vacío (trasatlántico con difuminaciones), en que
ayer fuimos una parte de las cosas y hoy somos los límites de este acuario
subterráneo, planetas, en la hondura de un placer efímero. Por lo tanto, no
escapemos del verdadero significado de lo que en verdad es la felicidad sempiterna, el verbo infinito. Ese que somos incapaces de decirlo en la
existencia contra el pasado. O al enfrentamiento contra el silencio, en el
que me he convertido en un tipo extraño.
Y en
el medio de mis rarezas, a tal
sabiduría de los acometimientos, vino a mis recuerdos la multiplicación donde
recae las infinitas posibilidades de…, para
tener en cuenta: el dudoso brillo de tus
ojos que me besaron, el alma de mis intenciones, o la hechizada blancura de tus mejillas y
tus lacios cabellos de estoicas espigas oscuras.
A estos
recuerdos le debo los engaños del internet como
elevados sembríos de "impertir espejismos"
¡qué engañoso este abismo! ¡Estas
que son tus fotos te hacen más hermosa, que como te tenía en el pasado délfico!
(Acometimientos en los estambres de una despedida), —emanaciones
que descansan así en alguna parte de
estas palabras. Las ilusiones que te puse; recuerdo tu soberbia y aun así, tú eras un
encanto.
A
este recuerdo donde las cosas no tienen un plan, tengo
una tendencia tremenda a imaginarme los
versos de que quizás pudimos tener una historia.
Ahora
estas tú en mi desvarío entre los sueños henchidos en el que jamás me acercaré
a tus brazos hermosos , tu cuello de errantes paraísos. Pero jamás conocerás las
palabras que podría darte en el lugar donde reinan mis besos a tus
caricias… en aquella época que me
rompiste el corazón y yo, aun ni nacía…. Yo no creo que te acuerdes de mis
besos, pero igual lo digo.
El
tiempo pasó con su forja, no sabes cuantas veces te busqué. Yo quería nacer a
tu lado, al final nací solo y elevé así
mis pinceles, a las palabras
desconocidas “y en esta clase de orfebrería” (las palabras) recayó todo.
Después de tantos
años apareciste con tu misma mirada, yo ya no soy el del ayer, hoy se tiñe
sobre mi destino; pronunciar la
oración perfecta que está en los pasos
de mi silencio, la oración no la escucharas de mis labios, y aunque una vez te
besaron, sé que algún día encontraras el destino del verdadero verbo con lo
hermoso que fue tu nacimiento y las plantas…
El lengua de Yeso
Puesto 26 era el lugar de su escritorio, su vehículo era una bicicleta cuya marca no recuerdo pero sí se me viene a la memoria que era un modelo de colección. Cada vez que Gabriel le entregaba más informes para que haga los respectivos resúmenes mostraba un inusitado semblante de satisfacción, era algo extraño, no por esa respuesta, sino porque solía conversar con todo el mundo. Se suponía que debía tener una vida muy solitaria, su trabajo era solitario, vivía en una zona solitaria y la ubicación de su oficina estaba la más alejada de todos. Un herbazal de papelería los separaba...
La función de todo el personal demanda muchísima concentración, pero él era un caso algo extraño. En aquellos primeros quince días de su asistencia al puesto laboral, aparentemente no había nada extraño, pero Gabriel con su experiencia sentía que algo guardaba entre manos. No solo se trataba de su excesiva tendencia en acercarse a los demás, sino sentí prontamente que había en él un misterio que en esos momentos no lo podía definir.
Luego apareció la negra, sí, aunque cueste de creer ese era su apellido. Su nombre completo era Valdemira La Negra Samaniego, pinta de promiscua y con un lenguaje que reflejaba provenir de las zonas aledañas al centro de Lima. No usaba maquillaje por lo que entendí luego de ella que en cierta forma había un poco de más sinceridad en ese sentido, que en cierta forma se puede tomar como un punto a su favor. Pero a pesar de ello, con esas características poco probable que alguien la tome en serio, además tenía fama de rompecorazones, así que si deseas que te hagan mierda, podías buscarla.
Ese es un tema bien interesante porque el estándar de la población era tener una autoestima por los suelos, así que imagino que “marido de turno” no le faltaría.
Por otro lado, trata en hacerle entender esa gran verdad, pero eso jamás ella lo creería simplemente porque las personas tienen a descubrir lo que buscan y sus ideas preestablecidas siempre se imponen y ella no buscaba saber sobre su apariencia u otredad.
Pero después, anda a ver como a solas se quejaba en que nadie la tomaba en serio. Tan contradictorio como la vida misma, así que ante este referente jamás le digas a alguien algo que jamás te pregunte, y esa clase de preguntas jamás ella te las haría.
Además, Gabriel ya había perdido el interés en tener más confianza con ella. Tampoco era bien para su carrera, eran colegas y vínculos íntimos en el trabajo casi nunca favorecen a ninguna de las partes.
En resumen, ellos estaban a cargo de Gabriel, y tenían que sacar los contratos más jugosos para que así logre su ascenso. Ya le había costado demasiado esfuerzo llegar a donde estaba. Las amanecidas, las investigaciones de mercado, los algoritmos, contratar por cuenta propia a un estadista para que supervise sus resultados hasta en la más mínima fracción o dividendo siempre era importante.
Gabriel (jefe de piso) si quería destacarse debía de contratar a gente que le ayude, gente que sea más eficiente que él. Sin embargo, aquel trabajo él tenía que hacerlo solo, pero gracias a que tuvo el apoyo de su padre pudo solventar a esos profesionales, al final, los laureles se los llevó y bueno ya saben a dónde llegó, nada más y nada menos que a la subgerencia del departamento textil.
Un puesto bastante envidiado, pero con una carga de responsabilidades enormes.
Tenían que ser un buen equipo, pero ahora que escribo estas palabras veo que perdió el pragmatismo en aquel momento, en involucrarse en sus vidas personales, en cómo ambos le robaron el corazón, luego lo traicionaron y él siguió su mismo plan y se volvió peor que ellos.
Ahora no hago mejor cosa que arrastrar los cuadros estadísticos sobre la pared de yeso, o contemplar sobre sus portarretratos; márgenes en yeso que quizás como sus ideas que aspiraran a cierta búsqueda tan blanca como el yeso, pero cuya fragilidad es también la misma a la del yeso.
Seguramente el área de Gabriel en la empresa quebró por inmiscuirse en sus vidas y dejar que ellos entren en la suya.
El cliente de la empresa Marks,s insumos, no estaba satisfecho con la propuesta creativa y eso significó más desafíos y debido a la falta de conceso con mi equipo me hacía tomar decisiones arbitrarias, por lo cual, después generó ciertas tensiones especialmente con la negra, dado a que era ella era la más impulsiva.
A pesar que ella era la subalterna del equipo, la procacidad en su perspectiva y su empuje por imponer que la campaña debía de aprovechar el verano y no las fiestas de fin de año generó inmediatamente bastantes dudas. Sin su firma de la arquitecta y jefa de producción que era ella; iría a tener bastantes dificultades con los gerentes del cuarto piso.
Cualquiera puede entender que los gerentes irían a observar esos detalles. Entonces eso sirvió para que el jefe del piso se acerque más a Adel, él era el de la bicicleta clásica, el creativo estrella, el hombre cuyo nombre es de origen Libanés puesto que uno de los significados más importantes es sobre la equidad y justicia.
Entonces esta era la hora de poner a prueba sus niveles de justicia en actuar “a favor” del jefe de piso y que interceda en hacerla cambiar de idea a la negra. En cuanto a su fama de amiguero siempre era un tema cuestionable, porque el que es amigos de todos, casi siempre, es amigo de nadie.
Así que por esa razón el jefe de piso no tenía la total de sus esperanzas puestas en Adel, pero, al menos, debía intentarlo.
Por consiguiente, el jefe de piso no encontró mejor manera de romper el hielo con Adel, invitandolo a tomar algo caliente, un buen café pasado, gota a gota, con un chorro de ron y un poco de miel. En realidad, ya tenía experiencia en esa clase de invitaciones, la recursividad en el campo de las relaciones públicas es indispensable en gerencia de piso. Y conocer esa clase de establecimientos para buenos proyectos o negociaciones era determinante.
El propio jefe de piso se acercó a la oficina de Adel, y sin tanto preámbulo después de un lacónico saludo pero con perceptible respeto le propuso que quería invitarlo a un restobar para conversar unos temas de gerencia.
Adel, inmediatamente aceptó.
Pasaron las horas y la noche avanzaba lentamente mientras compartían historias, risas. Adel demostró ser un conversador encantador y amigable, sus palabras fluyeron con facilidad mientras compartían anécdotas, reían de las anécdotas que había tenido en su vida y que parecían interminables. Y en toda esta dinámica el jefe de piso aun no encontraba la manera de traer “el tema de la negra”, su propósito era que él interceda con la negra por el motivo referente a la gestión de fin de año.
Pues en medio de la charla lo ojos de Adel, que antes irradiaban calidez, comenzaron a oscurecerse, como si una sombra invisible se posara sobre él. Además en el medio de esa oscuridad sus ojos se clavaron en los ojos del jefe de piso, proporcionado así un “hielo invisible” que lo cubría por completo incluso, hasta los huesos. Subyacente así de relámpagos internos...
Su voz, que antes había sido suave y melódica, ahora era un murmullo siniestro que parecía provenir de lo más profundo de la oscuridad.
—¡Sabes...! "a veces las personas esconden secretos tan oscuros como el abismo".
El corazón del jefe de piso comenzó a latir desbocado, y un escalofrío recorrió su espina dorsal. Trató de ignorar esa experiencia, pensar que se estaba imaginando esas palabras, pero la atmósfera había cambiado drásticamente, como si algo maligno se hubiera apoderado del lugar.
También pensó en esos momentos en que quizás estaba jugando una pequeña obra de teatro, pero era tan convincente todo… que los ojos del jefe de piso se desviaron hacia la ventana como si buscara ayuda. Pudo ver los efectos del viento cómo creaba sobre la vegetación cierta cadencia macabra como si todo en esos momentos se vuelva en su contra.
Con voz entrecortada, le preguntó qué quería decir con eso.
Su sonrisa se ensanchó, revelando dientes que parecían haber perdido su brillo natural... "El lenguaje de los favores es antiguo, un idioma olvidado que surca en las sombras", —susurró—. —"Puede revelar secretos inimaginables y despertar horrores que yacen dormidos en lo más profundo de la mente humana".
—Cómo, no entiendo, cómo sabes que te quiero pedir, cómo sabes de algún favor, que vaya a solicitarte, yo, cómo? La tensión en la que se encontraba no permitía coordinar las palabras para hacerle la pregunta más simple.
—Hablas como un lengua de yeso!! Jajajajajaja —Respondió—
Fue ahí donde me puse a pensar que el hombre más sociable del mundo debía tener sin duda, cierta habilidad para burlarse de la gente. No es que sea dramático pero, burlarte de tu propia especie… no sabría especificar en qué nivel de la evolución te encuentras, pero en la cúspide, no estas.
Su mente comenzó a nublarse. Las palabras de Adel parecían penetrar en su mente, como uñas afiladas. Intentó levantarse de la silla, aunque sus piernas parecían estar atrapadas en un sueño pesado y oscuro. Sus piernas estaban entumecidas como si alguna fuerza maligna le hubieran ordenado no moverse. También percibió que las demás mesas se movían solas, el local estaba completamente vacío y el aire se volvía cada vez más espeso, dificultando así, su respiración.
Las paredes parecían moverse…, Adel parecía una estatua de ojos aterrados en yeso. Sombras inquietantes danzaban en las esquinas, mientras murmullos ininteligibles llenaban el aire. Intentó gritar, pero su voz se perdió en el abismo del terror que le envolvía.
proyecto de fin de año!
La negra
y su nuevo reino
En el vestido y en
los beneficios de sus hondas sobre el carmesí leonado y en cada movimiento de
los pasos de la negra sobre las
escaleras. Julian se encontraba a su lado contemplándola con una prudencia como para que ella no se dé cuenta de sus
verdaderas intenciones, pero ella siempre lo sabía todo.
Julian en sus
adentros hacía mediciones sobre los límites de su fuerza y prueba de ello es que él mismo unía
la uña de su dedo índice, raspando la uña de su dedo pulgar de su misma mano. Sintiendo
así las sutiles texturas, puesto que si se
tratara de una sábana y en esas ondulaciones servirían como punto de partida
para los dibujos imaginarios y las fuerzas que ocurrirían en la cama. De alguna
forma para hacer mediciones acerca de las cosas que le iría hacer a la negra.
No solo se trataba
de arrancarle el vestido, se trata de una nueva maña artísticas que era
quitarle la ropa de la manera más brusca, pero sin romperle ni un hilo o
botón. Se había vuelto un artista en esa
técnica.
Ellos se encontraban
subiendo al tercer piso puesto que en
cada escalón vetusto venía a su mente alguna vocal inspirada en cierto
éxtasis que iría a experimentar. A favor de ello, facturaba las imágenes futuras que imaginaba
sobre la negra: tendida en la cama que los esperaba.
También recordaba
sobre los suspiros que perdía pensando en ella, en las maravillosas
cosas que jamás se las diría, las horas que la esperaba para aquellos
encuentros que ya se había hecho costumbre y tales misiones sexuales, en el
fondo a la leonada negra la veía como una codorniz, indefensa, suave y atenta
en hacer de esos encuentros un acto total de entrega.
Aunque la negra no
era diminuta y mucho menos tímida, en esas cuatro paredes ambos se
transformaban en dos seres distintos a lo que por apariencias se suele mostrar
a los demás.
La locura de Julián
comenzaba cuando llegaba al ombligo de la negra, o sus senos. La locura se
representaba en la precisión de los besos y las lamidas, subsionando y tratando
de reconocer algo en lo que se sentía unido a ella. No solamente por esta vida,
sino de un tiempo que no lograba precisar.
Julián cuando la
desnudaba con esa brusquedad acostumbrada, sin duda era algo que había dominado con tal destreza, que luego
provocó en la negra un disfrute que no solo
se trata de placeres inmediatos. Con el pasar del tiempo en aquel clima se
formó un tono ritualístico; una esencia
de la solemnidad era la sumisión de ella, y a Julian eso le encantaba, lo
volvía loco, ella lo amaba.
La negra en
aquellas primeras ocasiones se sentía cohibida, dubitativa en no saber
cuál iría a ser el siguiente paso de Julián o temer por su brusquedad, pero al
pasar el tiempo se dio cuenta que en esos momentos ella estaba en buenas manos.
Que Julián era un maestro esos que andan ocultos, que prefieren mimetizarse de
cualquiera, era un mago. La negra descubrió ese rostro de Julián y así se
entregó cada vez más en cada encuentro.
Entonces la primera
escena era desnudarla, luego tenderla sobre la cama. La negra parecía un animal herido que se acurrucaba como si deseara ocultar su
desnudes con algún manto invisible. Julian era tierno, le daba besos en sus
ojitos y ahí ella empezaba a contarle cosas sobre las plantas, y él le hablaba
de deidades desnudas que radicaban en un tipo de limbo.
La conversación
entre ambos era como un pin pon pero con gran semejanza a versos. Era como si ambos se convirtieran en
una sola voz, pero que cada vez se apagaba porque las caricias que ambos se
daban dejaba muy poco espacio a la entrega de palabras. Hasta que el
silencio tomó entre ellos el reino de unos laberintos inconclusos de su piel
teñida por ese enigmático morenaje que Julian aprendió a idolatrar. Especialmente
desde los pies de ella que era el lugar donde le gustaba iniciar esos
recorridos, (como si mimara a una princesa).
Y eso precisamente
le decía: —mi pequeña princesa—, mientras que ella le respondía: —qué me dice usted mi señor, señor pintor.
Con una sonrisita llena de picardía.
—Sí, y tú me ayudas
a pintar mejor, tus movimientos. Ella sonreía porque sabía que esa clase de
cosas eran reales. Eran sonrisas de felicidad.
La negra se
emocionaba, le creía todo. Pero un día le dijo; creo que me usas para
inspirarte.
—¡Por Dios, no digas eso!, acaso no sabes que
la inspiración no tiene nada que ver aquí, yo te busco y espero estos instantes
contigo no por algún tipo de búsqueda de inspiración. ¿Tan poco pintor me
crees? no pienses eso de mí.
No sé por qué te gusto tanto. —Dijo la negra. Sé que eres un
artista completo, ahora que te escucho decir estas cosas veo que no dependes de
la inspiración. Lo que pasa es que es una idea que se me vino a la cabeza.
—Y tú no te
devalúes, que quede claro que yo no te uso y mucho menos para inspirarme, eres
tan valiosa. No sé cómo lo puedes olvidar, cariño mío…
Entonces la primera
temporada fue su princesa. Julian se volvió en el mejor tejedor de los pequeños ramilletes con las espirales de sus cabellos. Ella ponía su mirada juguetona como si
disfrutara esos momentos previos.
De esos pequeños
ramilletes (sus cabellos), pasaba a sus orejitas para perderse en esos besitos
donde soltaba una frase como: ¡oh mi consentida! y ella inmediatamente lo
abrazaba como si buscara una clase de refugio que jamás había experimentado, o
al menos así lo demostraba.
De esa forma su
cuerpos estaba más unidos, uno al costado del otro de modo que ambos cuerpos estaban ornados de
ilusiones que involucraban al tiempo en algo finito pero mágico. En ese destino
estaban ellos, no se trataba únicamente de un deseo sexual, había cierta esperanza en el medio de sus lamidas.
Aunque parezca
mentira en la primera temporada él no conoció sus lunares que llevaba por su
espala u hombros. Julian navegaba por otro tipo de mares: ¡sus senos!, ¡su ombligo de tenues dulzuras, temperatura que él idolatraba! Saboreaba la
acides y la vinculaba con una mixtura de frutas y verduras.
La negra disfrutaba
hasta el mínimo detalle de esos actos
alrededor de una hora, por lo cual él ya no contenía sus ganas de penetrarla.
Así era siempre, parecía un ritual a veces con pequeñas modificaciones como los
masajes que le hacía.
Ella se ponía boca
abajo y al pasar el tiempo y tras el recorrido de los masajes ella poco a poco
abría las piernas y él ya comenzaba hacer los masajes con su lengua. Como si
estuviera hechizado y ella ahí gimiendo con engreimiento un poco infantil.
Julian se excitaba
cada vez más, la succionaba desde los pies hasta la cabeza. Se quedaba buen
rato en su nuca, ahí volcado sobre ella, rosándola mientras que la negra poco a
poco abría las piernas, moviéndose lentamente como si quisiera huir.
Lo cierto es que
esos mismo movimientos lo hacían entrar a Julian; era la bienvenida anidada de
estremecimientos como si el centro de una flor se dilataba con lentitud una
tierra húmeda, en suma: un revelador acto de entrega.
En tal acto de penetración
al poco rato ella se volteaba porque deseaba mirarlo siempre a los ojos, y
aunque él siempre temía esa clase de lenguajes (de las miradas), él también se
entregaba a ella.
Luego él abandonó su ternura y comenzó a revelar un bruxismo
voluntario (apretar los dientes entre sí) endurecía sus hombros como si fuera
un molusco gigante y presionaba sobre ella con un torrente motivado por
penetrarla cada vez más.
Julian se perdía en
su mirada, ella con sus gemidos revelaba que se quejaba pero al mismo tiempo
aceptaba esos movimientos. Favorecido por la circunstancia
la forzó para que levante sus piernas y apoyadas sobre los hombros de Julian,
mientras que él volteaba el rostro por momentos para besar sus pies, absorber de ellos en esos
instantes donde la negra gemía a punto de llegar a su orgasmo.
Julian se reservaba,
luego comenzaba nuevamente el mismo
juego del lenguaje de las miradas. Después la negra le dijo: —cuando lo vayas hacer mírame a los ojos, —mírame
por favor—.
Julian tenía la
sensación de que mirarla tanto a los ojos era como ver otro mundo, una parte de
él temía y otra sentía tanta familiaridad, tanta cercanía como algo que ya
había vivido. Un mundo cercano pero a la vez que no había experimentado.
Al final apagó la
luz, la sujetó con rudeza entre esos mismos ramilletes que había tejido entre
sus cabellos. Los risos de la negra los
había convertido en pequeños ramilletes como si hubieran surgido de una cascada
costeña. Pues ahora las manos de Julian estaban adheridas como garras de un ave
gigante.
—Ahora ya no eres mi
princesa, ahora eres mi reina —dijo Julian con una seguridad que pocas veces había tenido.
Con ambas manos
sobre sus cabellos mientras que él estaba sobre ella a punto de llegar a otro
orgasmo, empezó a imaginar a la corona que merecía esas enredaderas… Fue la emanación
de estas fiebres: que no pudo controlar la rudeza de sus manos y ella tampoco,
en tal descontrol se asfixiaron entrando así a una escena cuyo limbo logró ser su nuevo reino.
Enrico Diaz Bernuy