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martes, 28 de septiembre de 2021

TRIDENTE LUMINOSO /// Poema inédito de Enrico Diaz Bernuy

 

Nada es más negro que la mañana luminosa del recuerdo.
Celan

 

     


             Tridente Luminoso

                     (Las bondades del semáforo)

 Esplendentes sonrisas del semáforo y su sadismo, con esmalte, dan las libertades —para el recinto de una esquina— en los piececitos de esos niños o de esas niñitas. O en sus bocas y sus lágrimas recipientes sin fondo y harapos de un color (extravagante)… Manitos que se retuercen por una moneda a las intimidaciones del aire libre, con sus cielos abiertos,  grises y precipitados. Ideales para una mala persona.

En realidad, como si se tratara de una vorágine silenciosa, oída solo por ellos:  los que mendigan, y en ese espanto, las sonrisas de kali yuga. De tal forma, ensombrecen la mirada y el parpadeo de los niños que veo en la calle uniformada de temas insípidos. Pero ellos  con sus manos pequeñitas y tiesas, como si dependieran del semáforo y sirviera incluso como su sol del mediodía a fuerza inherente, del diseño…

Ese también es su sol para las noches. Pero el fin de todo, son fines  coercitivos. El espanto. 

Esas manitos algún día conducirán un vehículo, usarán algún día un lápiz o una púa. O un gatillo. Esas manitos serán como armas.  Esa manitos y esas sonrisitas muertas, dirán las palabras de este destino, y el verdadero espectáculo será tu mirada. El destino de  no decir, para no hacer nada,  o mirar a otro lado.  Aplaudiéndonos entre nosotros, ensimismados  en un refinado y sutil sadismo, —son fines del sadismo—. Fines sin fin,  lo pulcro sin historia.  

Como si las  sonrisas de kali yuga nos abrasaran. En algún momento los llamé los niños bala. De cavernas o  arenales de donde son, tierras que encobrizan todo, hasta sus fuerzas cogen otros rumbos. Silbidos pegajosos como un verso bien hecho, así es y así fueron hechos los helechos sin ramas, sin sangre o sin alma…DE FIGURAS ACERADAS, DE FIGURAS ACERADAS, DE FIGURAS GURU, ACERADAS,  sin alma.

Las insignificancias en nuestros gestos, nuestros disfuerzos noctámbulos…  Como quien damos una moneda para qué bolsillo irá a parar, o a palpar, o pagar… Pero nosotros montamos nuestras montañas de cemento salvaje.  Cemento montado con  ladrillos aulladores,  si los soplas te miras a ti mismo. Y te encolerizas de tus espejos, tus muestra de insignificancia,  tu apuesta por lo vacuo. Tu día a día, y tú: tu sonrisa corrupta  (insignificante ante la cámara de un teléfono). De sopor totalizante  que  encabrita cosechas de un ardor: De un candor. —Clamor y afecto al silencio—, siendo el caso que a  muchos siempre logra el mismo efecto: mirar a otro lado. Probablemente los demás, se quedaron sin palabras al caso de ese mismo clamor.

Oigo tu respirar como un recuerdo ¡se parece a una mala amada! Una palmera tendida, al incendio, de qué porvenir insano:  tu respirar como siempre, no dice nada. Como quien llamas a tu amiga o a tu amigo a las dos de la madrugada y jamás recibes una palabra.

Hablo de tu respirar que alguna vez fue mío y en ese desdén recordé a las viejas madres que dejaron de ser madres.  Albas alabanzas mustias de un ritmo electro-kaliyugico. A compás y marcha de gestos en las manitos de esos niños que tocan las paredes. En el muladar de cada poste y semáforo y el asco lo invade todo.   DE CANDOR A TODO VAPOR, A TODO VAPOR y fuego.

Nadie usa máscaras y tu maldita moneda deja a todo en un sinsentido, bramante  invisible: Sinsentido. Indivisible. ¡Y lo peor de todo, tangible!

¡Cacas! ¡y más cacas! son las ropas de ellos como si una rueda giratoria en contra de las agujas del reloj lo abrazaran todo.   Se han ensañado en albricias para triturarnos mejor, para que de nosotros sea un epigrama a la indiferencia.  Ese es el bocado emblema, (sostenible). La aguja de las abejas en donde las colmenas nos reflejan normalmente nuestra peor parte, nuestro lado más impuro, más superficial, más obsceno.

Para que esa misma rueda descanse en el piñón a donde los niños duermen, entre ellos y sus recuerdos, —costras y estertores—.   Suena una marcha fúnebre, cada día que veo un niño por el metro. Las guirnaldas por la marcha fúnebre esta puesta con bastante claridad sobre el asfalto.  

Y sobre tantas iluminaciones la sombra aqueja en burla contra todos, en especial contra sus pasos.   Ellos, esos pequeños, no conocen la palabra esperanza, son sabios, (ya no les puedes mentir). Lo que ellos tienen son vividas matanzas. Niños y niñitas que ya no les queda ni la mirada en la orbitas que alguna vez hubo luz y ciénagas a amargas ansias entre la cal, la caca.  La arenisca de los hechos. Pero aquí están más preocupados en uno. Insignificantemente independientes, autónomos aislados que en realidad más están refugiados en la distancia. Inusitadas alabanzas a herirse en esa masturbación.  ¡¡Insignificancia de insignificancias !! y sus cúmulos mientras que “ellos” esos niños y esas niñas serán nuestros jefes, serán nuestras autoridades.  Ellos nos asaltarán, nosotros dependeremos de ellos porque ellos serán el congreso, esa será su venganza. Su progreso. “El poder”. Y así es nuestra mal llamada humanidad, “consejo expiatorio” (el placer del momento). Lo efímero de una cañería así misma.

Nosotros se lo hemos demostrado a esos niños limpiadores de calles. Sonreirían en el palacio de gobierno o el congreso o como altos mandos de “capos” a navaja o machete.  Finalmente, con tardío hecho le devolveremos la mirada.  Ahora ellos nos miraran como si recordaran el tridente luminoso del que provienen.  Con sus tres colores, tres púas que accionaran el percutor de una palabra o el cobro de una herida.  Como en lo que todo comenzó: Aquel mástil estéril que desemboca; quien pasa, quien se detiene, y quien espera por su vida.

 

Enrico Diaz Bernuy